Crónicas del uno de febrero de 1992 *
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El Te Deum y “El Puma”
Por Guillermo Mejía
Es mediodía del primero de febrero y las chicas se disputan el mejor puesto para disfrutar de su ídolo.
El esfuerzo es meritorio. Resulta privilegio de pocas escuchar al venezolano José Luis Rodríguez “El Puma” sin pagar un centavo.
Así vale la pena el advenimiento de la paz, piensan algunas de las “niñas bien”. Ahí está el tipo, tan cerca, sería una locura que se quedaran encerradas. “¿Y a qué horas, pues?”, es la interrogante de las féminas.
Pero hay que respetar el programa, viene la ceremonia oficial para dar “gracias a Dios” por el inicio formal del cese de fuego luego de 12 años de conflicto armado.
“El Puma” preside los actos en la Plaza Las Américas, junto al mandatario Alfredo Cristiani y la alta cúpula gubernamental. Están las esposas de algunos de ellos; las chicas muestran envidia.
Las 14 antorchas, que representan a igual número de departamentos del país, ingresan portadas por jovencitos atléticos. En su camisa tienen estampada la leyenda: “Unidos por la paz, 1 de febrero de 1992”.
Encienden la llama votiva que arderá eternamente, hay júbilo en las autoridades presentes, incluida la alta jerarquía de la Iglesia Católica. Las chicas esperan impacientes, el calor es sofocante.
Además de las “fans” del susodicho y los funcionarios, hacen presencia los curiosos de siempre que no pierden oportunidad y agitan banderas azul y blanco.
Al fondo del estado, sobre la calle que conduce al centro de la ciudad, el panorama es diferente. Una marcha de militantes y simpatizantes de la guerrilla baja de la juramentación de COPAZ.
Varios camiones atestados de campesinos circulan por la vía, en sus barandales llevan pancartas con pintas como “Gracias FMLN por darnos la paz”.
Van de paso. El gobierno no permitió que el acto fuera ecuménico, sino oficial, con la bendición del Papa, y que gozara del beneplácito de la Asociación Salvadoreña de Radiodifusores (ASDER) que transmite la señal en cadena.
“Qué emoción…”, se oye. Aplausos, euforia. El ídolo toma el micrófono y canta el Himno de la Alegría…
Vuelan las palomas y se elevan los globos azules y blancos. Dos ancianas de aspecto humilde, acompañadas de una niña, muestran un cuadro de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, mientras tres jovencitos agitan banderas rojas con las siglas FMLN.
¡Qué contraste! Pareciera que camina sobre ruedas la reconciliación nacional.
Bajan los ánimos, ahora Cristiani se refiere a la tarea de reconstruir el tejido social y la infraestructura económica. “Es la hora propicia para hacer un enorme y profundo esfuerzo para superar odios, los rencores y los recelos indiscriminados”, dice. “Los salvadoreños tenemos que estar unidos para enfrentar los difíciles retos de la reconstrucción nacional”. Y advierte: “Si seguimos insistiendo en la dinámica amigo-enemigo seguirá la guerra”.
Las chicas, que se recogen el cabello, hacen una segunda espera.
La Coral Salvadoreña entona las “bienaventuranzas por la paz”; la gente aprovecha para comprar helados o perritos calientes.
Los periodistas están confinados en dos palomares, la seguridad presidencial saca las uñas e impide que se acerquen hasta la mesa que preside los actos. Es una ceremonia oficial, aducen.
En medio de esos contratiempos aparece el Nuncio Apostólico, Monseñor Manuel Monteiro de Castro, con el mensaje de Su Santidad Juan Pablo Segundo con ocasión de la finalización de la guerra.
Como devotas de la paciencia, las niñas, que no entienden el discurso, se ven en la necesidad de soportar el “Te Deum” cantado en latín por La Coral Salvadoreña y los obispos.
Una periodista extranjera exclama: “Me avisan cuando haya que decir amén, por favor”.
Al fin, los religiosos dicen amén.
“Tal vez ahora. Si yo vine por ver al Puma”, se queja una de las jovencitas. Señores, ha finalizado el “Te Deum”, anuncia el maestro de ceremonia, retiro del Señor Presidente…
Sueños frustrados para muchas, el cantante de “Amalia Rosa”, “Culpable soy yo”, “Agárrense de las manos” y el “Pavo real” solamente les tira besos y saluda con sus manos.
Una hora de espera.
“Qué mala onda, el man nos dejó plantadas…”, una nueva queja.
A estas alturas, las chicas abandonan el lugar.
La llama votiva se vuelve la atracción del momento.
Foto por aquí y foto por allá; las cámaras de vídeo captan impresiones.
Hay interrogantes.
Algunos esperaban una masiva concurrencia.
Una señora pregunta a su esposo: “¿Y qué no iban a venir los de la Comandancia, vos?”. El hombre se encoje de hombros.
Las ancianas, acompañadas de la niña, continúan mostrando el retrato de Monseñor Romero. Hay quienes no se dan cuenta. (FIN)
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Los comandantes en la plaza
Por Guillermo Mejía
Gritos, consignas y aplausos. Es hora que las bases pasen revista a quienes dirigieron la guerra.
Los miembros de la Comandancia General, la Comisión Político-Diplomática y del Comité Político están al frente.
Un enjambre de periodistas, ubicados en la tarima que sirve de estrado, estorba a la gente. “Bajen a la prensa”, demandan.
Los comandantes levantan sus brazos, saludan a la multitud que espera desde el mediodía bajo el sol, apretujada, sin mayores posibilidades de movimiento. La Plaza Cívica luce abarrotada.
De cara a una imagen del obispo mártir. Monseñor Oscar Arnulfo Romero, extendida sobre la fachada de la Catedral Metropolitana, inicia la ceremonia:
-Comandante Leonel González. Se emociona, recuerda que la sociedad es la garantía de cumplimiento. Sonríe. “Profe, profe, profe”, responde el auditorio. Aplausos.
-Comandante Roberto Roca. Serio, dirige su discurso, recibe vivas de los presentes, algunos con uniforme verde olivo.
-Comandante Joaquín Villalobos. Enciende a la masa. Nervioso, sonríe, advierte sobre las tareas futuras. “Joaquín, Joaquín, Joaquín”, se escucha al unísono.
-Comandante Schafik Jorge Handal. Tranquilo. En medio de los aplausos se oye “Schafik, Schafik, Schafik”. Envía su mensaje.
-Comandante Fermán Cienfuegos. Solo aprovecha la ocasión para afirmar que el nuevo político debe caracterizarse por discursar menos. Se retira. Aplausos.
El acto se reviste con la presencia de las comandantes Ana Guadalupe Martínez, Nidia Díaz y Mercedes del Carmen Letona. Su saludo mueve al auditorio, sobre todo cuando la segunda expresa “nunca estuvimos solos…”
La fiesta continúa. La Banda Tepehuani y el nicaragüense Luis Enrique Mejía Godoy amenizan el ambiente. “Denme la F de fuerza insobornable, denme la M de muerte o libertad, denme la L de lucha inclaudicable, denme la N de no retroceder”, canta Mejía Godoy.
A estas alturas las únicas lucen provienen de plantas eléctricas. La alcaldía tomó represalias, afirman. Cantidad de fósforos encendidos aparece desde la oscuridad en señal de que no importa.
La algarabía se extiende hasta la Plaza Libertad y el Teatro Nacional, donde están ubicados otros actos alusivos. Una pancarta que tiene la leyenda “Roque y Alfonso poetas de la Resistencia”, se observa a lo lejos.
La mara también hace cola, para celebrar… (FIN)
*Materiales periodísticos publicados en la Revista Tendencias, edición número 7, correspondiente al mes de febrero de 1992. San Salvador, El Salvador, C.A. (En una próxima entrega pondré otra crónica referida a la juramentación de COPAZ, aparecida en esa misma edición).
Un encuentro de comunicación e información desde la perspectiva de un periodista centroamericano.
lunes, enero 31, 2011
lunes, enero 24, 2011
La coyuntura pre-electoral y la necesidad de otra comunicación
Por Guillermo Mejía
La coyuntura pre-electoral, con promesas insatisfechas y acciones de efervescencia social, es una buena ocasión para repensar el papel de la comunicación a fin de analizar e interpretar el entorno con vistas a posibilitar verdaderos escenarios de cambio, aunque las tareas son arduas y nos hace falta mayor compromiso político.
De entrada, la forma en que se presenta la situación nacional nos remite a la urgencia de actuaciones responsables a fin de corresponder con los intereses colectivos, por parte de los gobernantes de turno, como de ejercer nuestros derechos ciudadanos inalienables, pero tomando en cuenta también nuestros deberes.
La reciente crisis en el sistema judicial, así como los amagos en el magisterio y salud pública, entre otros, nos advierten sobre ciertas deudas de parte del gobierno del presidente Mauricio Funes con respecto a los empleados públicos y su compromiso de cumplir con la ley, promesa que recibió beneplácito popular por su ausencia en el ejercicio del poder.
Se suman ciertas actuaciones de los trabajadores organizados, más allá de los derechos por lo que vale la pena luchar, que desdicen mucho de su compromiso con el interés público. Por ejemplo, a la vista de mucha gente resultó controversial el cierre de medicina legal, así como la liberación de presuntos delincuentes por incumplimiento de los plazos que otorga la ley.
El gobierno aduce que las arcas del Estado no andan bien -y es cierto- para corresponder con las peticiones de los trabajadores y que hay que socarse el cincho todavía más porque la prioridad son los relegados del sistema, razón comprensible. Sin embargo, los ciudadanos se dan cuenta que hay sectores privilegiados sobre los que no existe mayor rigor, sino tolerancia.
Lamentable que aún no se experimenta, como se prometió hasta la saciedad, otra forma de hacer política, porque de todos es conocido que persisten muchas prácticas bochornosas en la gestión pública, mientras en la organización popular no se pasa del discurso deslucido y de ciertos redentores que andan en la rebusca de huesos.
La comunicación como herramienta política
En ese contexto, cabe recordar que la comunicación masiva puede ser una herramienta política para aclarar las cosas y buscar nuevos horizontes bajo propuestas participativas con respecto a las formas tradicionales en el sistema de comunicación colectiva como, para el caso, la ausencia de mediación entre la gente y sus autoridades (incluidos, por supuesto, los poderes fácticos).
La maestra Ana María Miralles, experta en periodismo cívico y periodismo urbano, señala que, más que una moda o un método, estas propuestas participativas promueven traspasar las fronteras del periodismo tradicional en dirección a la deliberación pública; en otras palabras, la discusión pública más allá del simple registro de hechos.
Una comunicación masiva al encuentro del denominado “tercer espacio” en la sociedad, que está representado por la ciudadanía que, bajo el modelo de comunicación tradicional, ha quedado relegada a simple espectadora y consumidora del discurso dominante sin posibilidades de concreción de su derecho a la información y a la comunicación.
Según Miralles, los propósitos “giran en torno a la idea de reconectar a los ciudadanos a la vida pública, potenciar la capacidad de deliberación de la ciudadanía, ofrecer información con miras a la participación, apoyar los procesos ciudadanos con un buen cubrimiento y especialmente un adecuado seguimiento, dar elementos para la creación de capital social”.
Claro que cuando se habla de participación y deliberación se entra en una amplia discusión filosófica y, por ende, en las formas en que se estructura –o puede estructurarse- la sociedad. Eso sí, independientemente del sistema, el punto es que los ciudadanos tienen derecho a construir su destino en un marco de justicia social y de paz.
Miralles sostiene que esta propuesta “lo que ofrece es hacer visibles otras voces en los procesos de deliberación y en la figura de la polifonía encontrar la voz pública o, si se quiere, las voces públicas. La des-elitización de las discusiones interpela el concepto predominante de opinión pública en la cultura occidental, de modo que sitúa a los ciudadanos en la posibilidad de asumir su propia agenda”.
Como se aprecia, las tareas son arduas y se necesita mayor compromiso político en los trabajadores de la comunicación colectiva (y la gente). Empero, en esta sociedad existe la ausencia de cultura política en las bases y la presencia de un modelo de comunicación excluyente. Así, una opción válida y urgente lo representa la comunicación alternativa con las propuestas participativas e incluyentes.
Por Guillermo Mejía
La coyuntura pre-electoral, con promesas insatisfechas y acciones de efervescencia social, es una buena ocasión para repensar el papel de la comunicación a fin de analizar e interpretar el entorno con vistas a posibilitar verdaderos escenarios de cambio, aunque las tareas son arduas y nos hace falta mayor compromiso político.
De entrada, la forma en que se presenta la situación nacional nos remite a la urgencia de actuaciones responsables a fin de corresponder con los intereses colectivos, por parte de los gobernantes de turno, como de ejercer nuestros derechos ciudadanos inalienables, pero tomando en cuenta también nuestros deberes.
La reciente crisis en el sistema judicial, así como los amagos en el magisterio y salud pública, entre otros, nos advierten sobre ciertas deudas de parte del gobierno del presidente Mauricio Funes con respecto a los empleados públicos y su compromiso de cumplir con la ley, promesa que recibió beneplácito popular por su ausencia en el ejercicio del poder.
Se suman ciertas actuaciones de los trabajadores organizados, más allá de los derechos por lo que vale la pena luchar, que desdicen mucho de su compromiso con el interés público. Por ejemplo, a la vista de mucha gente resultó controversial el cierre de medicina legal, así como la liberación de presuntos delincuentes por incumplimiento de los plazos que otorga la ley.
El gobierno aduce que las arcas del Estado no andan bien -y es cierto- para corresponder con las peticiones de los trabajadores y que hay que socarse el cincho todavía más porque la prioridad son los relegados del sistema, razón comprensible. Sin embargo, los ciudadanos se dan cuenta que hay sectores privilegiados sobre los que no existe mayor rigor, sino tolerancia.
Lamentable que aún no se experimenta, como se prometió hasta la saciedad, otra forma de hacer política, porque de todos es conocido que persisten muchas prácticas bochornosas en la gestión pública, mientras en la organización popular no se pasa del discurso deslucido y de ciertos redentores que andan en la rebusca de huesos.
La comunicación como herramienta política
En ese contexto, cabe recordar que la comunicación masiva puede ser una herramienta política para aclarar las cosas y buscar nuevos horizontes bajo propuestas participativas con respecto a las formas tradicionales en el sistema de comunicación colectiva como, para el caso, la ausencia de mediación entre la gente y sus autoridades (incluidos, por supuesto, los poderes fácticos).
La maestra Ana María Miralles, experta en periodismo cívico y periodismo urbano, señala que, más que una moda o un método, estas propuestas participativas promueven traspasar las fronteras del periodismo tradicional en dirección a la deliberación pública; en otras palabras, la discusión pública más allá del simple registro de hechos.
Una comunicación masiva al encuentro del denominado “tercer espacio” en la sociedad, que está representado por la ciudadanía que, bajo el modelo de comunicación tradicional, ha quedado relegada a simple espectadora y consumidora del discurso dominante sin posibilidades de concreción de su derecho a la información y a la comunicación.
Según Miralles, los propósitos “giran en torno a la idea de reconectar a los ciudadanos a la vida pública, potenciar la capacidad de deliberación de la ciudadanía, ofrecer información con miras a la participación, apoyar los procesos ciudadanos con un buen cubrimiento y especialmente un adecuado seguimiento, dar elementos para la creación de capital social”.
Claro que cuando se habla de participación y deliberación se entra en una amplia discusión filosófica y, por ende, en las formas en que se estructura –o puede estructurarse- la sociedad. Eso sí, independientemente del sistema, el punto es que los ciudadanos tienen derecho a construir su destino en un marco de justicia social y de paz.
Miralles sostiene que esta propuesta “lo que ofrece es hacer visibles otras voces en los procesos de deliberación y en la figura de la polifonía encontrar la voz pública o, si se quiere, las voces públicas. La des-elitización de las discusiones interpela el concepto predominante de opinión pública en la cultura occidental, de modo que sitúa a los ciudadanos en la posibilidad de asumir su propia agenda”.
Como se aprecia, las tareas son arduas y se necesita mayor compromiso político en los trabajadores de la comunicación colectiva (y la gente). Empero, en esta sociedad existe la ausencia de cultura política en las bases y la presencia de un modelo de comunicación excluyente. Así, una opción válida y urgente lo representa la comunicación alternativa con las propuestas participativas e incluyentes.
lunes, enero 17, 2011
Las responsabilidades del receptor en la comunicación masiva
Por Guillermo Mejía
La comunicación masiva ha sido preocupación de antaño con diversas propuestas teóricas que van desde el control autoritario, la concepción libertaria, la responsabilidad social, hasta la tradición normativa comunitaria. El problema es que en la actualidad estamos inmersos en la perspectiva de la globalización neoliberal que menosprecia al ser humano y prioriza la eficiencia y la competencia.
Obvio, eficiencia en cuanto al “éxito” de las empresas bajo criterios de menor costo y competencia centrada en el reconocimiento de los sujetos “más aptos” para desarrollar las actividades comunicativas que, en la mayoría de casos, implica su pérdida de humanidad, solidaridad y entrega, por ver quién sobrevive en la jungla mediática.
La sociedad contemporánea, inmersa en la posmodernidad, nos trae a la cola la sociedad de la información donde el supuesto optimista es que los sujetos de la comunicación –los receptores- deberían convertirse en centrales de los procesos de comunicación, algo que se dificulta en países centrales y, por tanto, en periféricos como nuestra región.
Las cosas no son como las pintan: “La informatización de la sociedad es un influyente refuerzo de las estructuras económicas existentes, y permite, en nombre de la competencia y de la optimización de los beneficios, un aumento sustancial de las tasas de productividad y de eficacia”, sostiene el profesor José Martínez de Toda, de la Universidad Pontificia Gregoriana, en Roma, Italia.
La lucha por lograr el sentido que debería tener la comunicación masiva, donde los sujetos participaran activamente en los procesos, de repente ser torna cuesta arriba bajo paradigmas dominantes centrados, además de la mencionada globalización neoliberal, en la propuesta informacional que vincula desarrollo tecnológico con calidad de vida. Las diosas máquinas frente a los seres humanos.
Martínez de Toda nos recuerda que de cara a los aspectos positivos y negativos de los medios de comunicación, a partir de una producción y consumo responsables de esos medios, ha habido ciertas propuestas de solución:
•Los problemas de los medios quedarían solucionados si sus dueños, administradores y comunicadores cumplieran los criterios éticos. Pero éstos no se cumplen.
•Y “cuando la ética no es suficiente, se necesitan reglas”. Pero éstas no se cumplen.
•También se ha hecho autorreglas. Por desgracia, tampoco éstas se cumplen.
•Se ha acudido también al Defensor del Espectador, importante ante problema tan grave, pero inoperante a pesar de su buena voluntad.
•Y, así, la última solución es la responsabilidad de los ciudadanos en el uso de los medios, lo que exige su formación y educación en ellos.
“Como se ve, se arranca de la responsabilidad individual de quienes están detrás de los medios. Se pasa también por la responsabilidad de quienes hacen las reglas y las deben exigir. Al fracasar todos estos intentos, se recurre de nuevo a la doble responsabilidad, la del comunicador y la del ciudadano usuario”, recalca el catedrático.
Sin embargo, esto no quiere decir que la lucha se deba abandonar, pues, muy al contrario, su exigencia es necesaria a fin de conquistar el verdadero sentido de la comunicación masiva.
En ese marco, la responsabilidad del receptor en la comunicación masiva considera –conforme a la propuesta teórica de Martínez de Toda- en primer lugar la formación y educación de los usuarios en medios a fin de que los sujetos tengan diversas dimensiones de esos procesos:
1. El sujeto alfabetizado mediáticamente: Los medios masivos tienen lenguajes propios. Conviene conocerlos para saber lo que quieren decir sus autores. Esto se logra estudiando los planos, campos, estereotipos, símbolos, la estructura narrativa, y los valores éticos y estéticos.
2. El sujeto consciente: Los medios son un gran negocio y son poderosos. Su objetivo principal es aumentar audiencia para así ganar más dinero y poder. Aquí se estudian los medios como instituciones sociales.
3. El sujeto crítico: Los medios esconden ideologías y las tratan de imponer. El sujeto debe pasar de ser ingenuo ante los medios y sus mitos a ser crítico con ellos.
4. El sujeto activo: La audiencia re-elabora los significados propuestos por los medios. El ciudadano debe pasar de ser pasivo y espectador de los medios a activo e interlocutor con ellos de forma que pueda crear su propia cultura.
5. El sujeto social: La interpretación de los mensajes depende también de las mediaciones sociales. Además las actividades con los medios deben tener objetivos sociales, como el desarrollo humano y social, la plenitud ciudadana, la democracia…
6. El sujeto creativo: La cultura se crea a través de los medios. Es la gran oportunidad de incluir nuestros valores en las nuevas producciones o en las reelaboraciones.
En segundo lugar, está la educación para la comunicación. La clave es que la verdadera educación para los medios no muere en sí misma, sino que pone en marcha actividades de comunicación y organización a favor de proyectos sociales de diverso tipo, estima el autor.
La relación educación-comunicación requiere de tres pasos concretos: 1. Integración de educación y medios de comunicación; 2. Educación para la comunicación; y 3. Educación y comunicación para objetivos sociales. En otras palabras, asumir que la educación y la comunicación son instrumentos básicos que tenemos para la conquista de una sociedad más humana.
En tercer lugar, la educación para la organización. No se puede desdeñar el proyecto mediador que debe estar implícito en la educación para los medios como acto social, así debe sustentarse en ser educativo, cultural y político.
“En este proyecto tanto educadores como padres, como trabajadores culturales y como educandos, se reconocen políticamente como sujetos históricos en situaciones específicas, desde donde tienen que ejercer las transformaciones de sus condiciones de existencia hacia condiciones más democráticas”, explica Martínez de Toda.
“La educación, que pretende objetivos sociales, debe impulsar la comunicación para poder organizarse y así llegar a resultados concretos. Por eso, el proyecto político pasa por la organización”, afirma.
En cuarto lugar, está la educación para el desarrollo, o sea la meta social de la educación para los medios: una educación para la vida, que eche una mirada a la sociedad que lleve a reconocer las situaciones conflictivas e injustas, y una educación para la democracia, que conlleve la formación cívica de los alumnos para tener ciudadanos con mayor consciencia democrática.
En conclusión, lograr un desarrollo humano y sostenido dentro de un “contexto de globalización solidaria y democrática”. La sociedad necesita de comunicadores democráticos para que los ciudadanos asuman su responsabilidad frente a los medios. Habría que revisar en nuestro contexto cuál es el compromiso que tenemos desde las propuestas tradicionales y alternativas de la comunicación.
Por Guillermo Mejía
La comunicación masiva ha sido preocupación de antaño con diversas propuestas teóricas que van desde el control autoritario, la concepción libertaria, la responsabilidad social, hasta la tradición normativa comunitaria. El problema es que en la actualidad estamos inmersos en la perspectiva de la globalización neoliberal que menosprecia al ser humano y prioriza la eficiencia y la competencia.
Obvio, eficiencia en cuanto al “éxito” de las empresas bajo criterios de menor costo y competencia centrada en el reconocimiento de los sujetos “más aptos” para desarrollar las actividades comunicativas que, en la mayoría de casos, implica su pérdida de humanidad, solidaridad y entrega, por ver quién sobrevive en la jungla mediática.
La sociedad contemporánea, inmersa en la posmodernidad, nos trae a la cola la sociedad de la información donde el supuesto optimista es que los sujetos de la comunicación –los receptores- deberían convertirse en centrales de los procesos de comunicación, algo que se dificulta en países centrales y, por tanto, en periféricos como nuestra región.
Las cosas no son como las pintan: “La informatización de la sociedad es un influyente refuerzo de las estructuras económicas existentes, y permite, en nombre de la competencia y de la optimización de los beneficios, un aumento sustancial de las tasas de productividad y de eficacia”, sostiene el profesor José Martínez de Toda, de la Universidad Pontificia Gregoriana, en Roma, Italia.
La lucha por lograr el sentido que debería tener la comunicación masiva, donde los sujetos participaran activamente en los procesos, de repente ser torna cuesta arriba bajo paradigmas dominantes centrados, además de la mencionada globalización neoliberal, en la propuesta informacional que vincula desarrollo tecnológico con calidad de vida. Las diosas máquinas frente a los seres humanos.
Martínez de Toda nos recuerda que de cara a los aspectos positivos y negativos de los medios de comunicación, a partir de una producción y consumo responsables de esos medios, ha habido ciertas propuestas de solución:
•Los problemas de los medios quedarían solucionados si sus dueños, administradores y comunicadores cumplieran los criterios éticos. Pero éstos no se cumplen.
•Y “cuando la ética no es suficiente, se necesitan reglas”. Pero éstas no se cumplen.
•También se ha hecho autorreglas. Por desgracia, tampoco éstas se cumplen.
•Se ha acudido también al Defensor del Espectador, importante ante problema tan grave, pero inoperante a pesar de su buena voluntad.
•Y, así, la última solución es la responsabilidad de los ciudadanos en el uso de los medios, lo que exige su formación y educación en ellos.
“Como se ve, se arranca de la responsabilidad individual de quienes están detrás de los medios. Se pasa también por la responsabilidad de quienes hacen las reglas y las deben exigir. Al fracasar todos estos intentos, se recurre de nuevo a la doble responsabilidad, la del comunicador y la del ciudadano usuario”, recalca el catedrático.
Sin embargo, esto no quiere decir que la lucha se deba abandonar, pues, muy al contrario, su exigencia es necesaria a fin de conquistar el verdadero sentido de la comunicación masiva.
En ese marco, la responsabilidad del receptor en la comunicación masiva considera –conforme a la propuesta teórica de Martínez de Toda- en primer lugar la formación y educación de los usuarios en medios a fin de que los sujetos tengan diversas dimensiones de esos procesos:
1. El sujeto alfabetizado mediáticamente: Los medios masivos tienen lenguajes propios. Conviene conocerlos para saber lo que quieren decir sus autores. Esto se logra estudiando los planos, campos, estereotipos, símbolos, la estructura narrativa, y los valores éticos y estéticos.
2. El sujeto consciente: Los medios son un gran negocio y son poderosos. Su objetivo principal es aumentar audiencia para así ganar más dinero y poder. Aquí se estudian los medios como instituciones sociales.
3. El sujeto crítico: Los medios esconden ideologías y las tratan de imponer. El sujeto debe pasar de ser ingenuo ante los medios y sus mitos a ser crítico con ellos.
4. El sujeto activo: La audiencia re-elabora los significados propuestos por los medios. El ciudadano debe pasar de ser pasivo y espectador de los medios a activo e interlocutor con ellos de forma que pueda crear su propia cultura.
5. El sujeto social: La interpretación de los mensajes depende también de las mediaciones sociales. Además las actividades con los medios deben tener objetivos sociales, como el desarrollo humano y social, la plenitud ciudadana, la democracia…
6. El sujeto creativo: La cultura se crea a través de los medios. Es la gran oportunidad de incluir nuestros valores en las nuevas producciones o en las reelaboraciones.
En segundo lugar, está la educación para la comunicación. La clave es que la verdadera educación para los medios no muere en sí misma, sino que pone en marcha actividades de comunicación y organización a favor de proyectos sociales de diverso tipo, estima el autor.
La relación educación-comunicación requiere de tres pasos concretos: 1. Integración de educación y medios de comunicación; 2. Educación para la comunicación; y 3. Educación y comunicación para objetivos sociales. En otras palabras, asumir que la educación y la comunicación son instrumentos básicos que tenemos para la conquista de una sociedad más humana.
En tercer lugar, la educación para la organización. No se puede desdeñar el proyecto mediador que debe estar implícito en la educación para los medios como acto social, así debe sustentarse en ser educativo, cultural y político.
“En este proyecto tanto educadores como padres, como trabajadores culturales y como educandos, se reconocen políticamente como sujetos históricos en situaciones específicas, desde donde tienen que ejercer las transformaciones de sus condiciones de existencia hacia condiciones más democráticas”, explica Martínez de Toda.
“La educación, que pretende objetivos sociales, debe impulsar la comunicación para poder organizarse y así llegar a resultados concretos. Por eso, el proyecto político pasa por la organización”, afirma.
En cuarto lugar, está la educación para el desarrollo, o sea la meta social de la educación para los medios: una educación para la vida, que eche una mirada a la sociedad que lleve a reconocer las situaciones conflictivas e injustas, y una educación para la democracia, que conlleve la formación cívica de los alumnos para tener ciudadanos con mayor consciencia democrática.
En conclusión, lograr un desarrollo humano y sostenido dentro de un “contexto de globalización solidaria y democrática”. La sociedad necesita de comunicadores democráticos para que los ciudadanos asuman su responsabilidad frente a los medios. Habría que revisar en nuestro contexto cuál es el compromiso que tenemos desde las propuestas tradicionales y alternativas de la comunicación.
lunes, enero 10, 2011
Los retos para recuperar a los sujetos de la comunicación
Por Guillermo Mejía
Cuando perfilamos los problemas de la comunicación masiva, en general centramos nuestra atención sobre el papel de los medios y sus hacedores, editores, periodistas, reporteros, foto-periodistas, etc., en menoscabo de los sujetos centrales de la comunicación; es decir, los seres de carne y hueso que están en la otra punta de la línea.
De esa forma, se precisa –a partir de planteamientos teóricos- la invisibilización de los receptores, pues resulta “más interesante” conocer sobre las prácticas de los profesionales de la comunicación social, sin importar lo que pasa en la otra parte importante del proceso, donde se consume, procesa y se opta como rutina cotidiana.
Tal como se perfila desde el aparecimiento de la cultura de masas, los trabajadores de la comunicación, en especial los periodistas y presentadores, han trascendido como sujetos centrales de dicho proceso, aunque no de manera pedagógica –para educar a las audiencias- sino como estrellas del espectáculo que se plantan a la par de los actores de la vida socio-política, económica y cultural.
El maestro Isidro Catela Marcos, profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca, se hace las siguientes interrogantes al respecto: ¿Cómo prescindir de ese receptor en el análisis de la comunicación?, ¿cómo ignorarlo?, ¿cómo considerarlo y relegarlo si se muestra como la razón misma de la existencia de la comunicación?, ¿qué sentido hallaremos sin construcción conjunta?
“Hoy más que nunca es ese receptor el que pone en juego la dinámica de su subjetividad, sus ‘ruidos’, cargados de sus propias competencias culturales y simbólicas, sus juicios acerca de lo que lee, oye y ve, y por eso mismo el resultado de la comunicación exige tenerle en cuenta como constructor mismo del mensaje, pues realmente éste se completa en él, en el encuentro, en el complejo proceso de la recepción que no es sino creación misma de un nuevo mensaje”, responde.
Hay que enfatizar en el problema que de la esfera comunicativa se pasó a la esfera informativa, donde ese sujeto central es desplazado: “Si desde su origen la comunicación ha sido encuentro entre personas, la identificación posterior con todo aquello que pasa por los medios ha hecho que los propios conceptos se hayan ido transformando de manera muy significativa”.
Así, se encuentra una serie de términos que comienza en la persona y se convierte en ciudadano, receptor, audiencia, masa, usuario, consumidor y cliente.
El maestro español trae a memoria cómo la crisis de los paradigmas a partir de la década de los 80 vino a darle un vuelco a la consideración de la comunicación, sobre todo en tiempos de neoliberalismo y posmodernidad, época de relativización absoluta, además de la aparición de las nuevas tecnologías y la globalización económica que trastocaron nuestras vidas.
La visión desde el sujeto era imprescindible. Las ciencias sociales se trazaron la tarea y, en especial desde la comunicación, “se ha traducido por la recuperación del receptor. Se trata de un tipo de enfoques que presta gran atención a lo común, a lo aparentemente trivial e insignificante, a las rutinas cotidianas de los sujetos” que apuestan por la capacidad del receptor en la construcción de sentidos.
Lleva a entender al receptor como pieza clave y primera de la comunicación, según Catela Marcos, “sencillamente porque desde él se piensa, desde él tiene sentido y, en última instancia, su actividad decodificadora es interpretación, producción de significados”, aunque no se puede menospreciar la estructura misma del mensaje. En el juego participan productores, productos y receptores, en un contexto.
El maestro español reivindica a los Estudios Culturales, originados en la Escuela de Birmingham, Inglaterra, en los años cincuenta del siglo pasado, como una de las propuestas válidas para comprender el binomio comunicación y cultura, en otras palabras entender las prácticas del sujeto receptor en su propia realidad. En América Latina esa escuela ha dado frutos importantes, aunque desde relecturas.
Catela Marcos propone algunas consideraciones para reivindicar la comunicación a partir de sus preocupaciones por los sujetos centrales del proceso:
Uno, la ética de la recepción no ama las cifras. Porque no son suficientes en sí mismas para comprender la realidad comunicativa que nos rodea, porque prefiere querer a las personas, sin necesidad de que estén cifradas.
Dos, la comunicación es apertura, no cerrazón. Búsqueda y encuentro.
Tres, la comunicación es el soporte imprescindible de la información. Una pizca de comunicación vivida personalmente es básica para darle sentido a la información que nos satura desde diferentes instancias.
Cuatro, el receptor no existe sin formación. Subsistirá, dependerá de los otros, estará abocado a recibir y en su aceptación o negación cerrará el proceso, pero nunca saldrá de su papel pasivo, de su ingenuidad.
Cinco, formación es conocimiento interno de los medios. Exigir y preocuparse por saber cuáles son los grupos de poder que están detrás de los medios de comunicación para poder así interpretar la información, y contrarrestar ese poder real que consiste, no tanto en molestar al gobierno o al ayuntamiento de turno, cuanto en modelar conciencias y transmitir maneras de entender el mundo.
Seis, formación es conocimiento del lenguaje de los medios. Nos capacitará para una recepción mucho más activa y nos hará entender que la realidad presentada es polisémica, no tanto porque cualquier significado sea posible, sino porque un sentido unívoco será más bien improbable.
Siete, formación es tarea ética, educación moral que vaya más allá del normativismo imperante.
Ocho, la comunicación no existe sin receptor formado. La información reducida a mero estímulo no necesita respuesta cualificada, necesita simplemente una respuesta.
Nueve, el receptor formado es exigente. Consigo mismo y con los demás. Se exigirá, por ello, comprometerse y participar más con aquello que lee, escucha y ve.
Diez, la autorregulación es exigencia necesaria. El receptor que se exige, exigirá a los demás y trabajará por formar parte de ese proceso.
Once, la autorregulación es exigencia insuficiente cuando los propios mecanismos que la articulan (ombudsman, estatutos, consejos, libros de estilo, asociaciones de profesionales y usuarios) son concebidos como parapeto que salvaguarda la imagen de marca del medio o cuando se utilizan como canal que ha de preparar la estrategia de reacción a partir de un escándalo o de una metedura de pata sonada.
Doce, el receptor autorregulado debe reivindicar el carácter social de la propiedad de los medios. Es recuperar la lógica de servicio que la masificación de los medios y el desarrollo tecnológico nos han hecho olvidar.
Trece, la recepción no se agota en la exposición del receptor de los medios. Y el propio receptor debe ser consciente de ello para considerar la importancia que tienen las mediaciones (familia, escuela, amigos, etc.) que resultan fundamentales a la hora de interpretar el sentido conjunto de lo que se ha recibido.
Catorce, la recepción no se agota en una sola exposición. La realidad mediática es una realidad caleidoscópica, por eso, el receptor formado busca más de una fuente, se acerca todo lo que puede al manantial, porque sabe que allí está el agua más pura, no se conforma con una sola visión, pues está convencido de que mirar así terminará por empobrecerle.
Quince, la recepción crítica enlaza comunicación y educación. El receptor que analiza los filtros que criban la información que recibe y que se preocupa por acudir a múltiples fuentes de información es un receptor crítico, y es crítica le lleva a introducir valores, a proponer modelos, a preferir contenidos y a influir sobre los demás.
Dieciséis, la recepción crítica es recepción voluntaria. Nos cuesta aceptar que el medio puede dominarnos como nos puede llegar a dominar cualquier aspecto meramente impulsivo de nuestro organismo. En la medida en que la recepción sea intencionada y voluntaria, la persona se reafirma ante el medio y ante la masa anónima que a la misma hora desde otro sofá está viendo y deglutiendo lo mismo que él.
Así las cosas, la tarea es inmensa, pero fascinante.
Por Guillermo Mejía
Cuando perfilamos los problemas de la comunicación masiva, en general centramos nuestra atención sobre el papel de los medios y sus hacedores, editores, periodistas, reporteros, foto-periodistas, etc., en menoscabo de los sujetos centrales de la comunicación; es decir, los seres de carne y hueso que están en la otra punta de la línea.
De esa forma, se precisa –a partir de planteamientos teóricos- la invisibilización de los receptores, pues resulta “más interesante” conocer sobre las prácticas de los profesionales de la comunicación social, sin importar lo que pasa en la otra parte importante del proceso, donde se consume, procesa y se opta como rutina cotidiana.
Tal como se perfila desde el aparecimiento de la cultura de masas, los trabajadores de la comunicación, en especial los periodistas y presentadores, han trascendido como sujetos centrales de dicho proceso, aunque no de manera pedagógica –para educar a las audiencias- sino como estrellas del espectáculo que se plantan a la par de los actores de la vida socio-política, económica y cultural.
El maestro Isidro Catela Marcos, profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca, se hace las siguientes interrogantes al respecto: ¿Cómo prescindir de ese receptor en el análisis de la comunicación?, ¿cómo ignorarlo?, ¿cómo considerarlo y relegarlo si se muestra como la razón misma de la existencia de la comunicación?, ¿qué sentido hallaremos sin construcción conjunta?
“Hoy más que nunca es ese receptor el que pone en juego la dinámica de su subjetividad, sus ‘ruidos’, cargados de sus propias competencias culturales y simbólicas, sus juicios acerca de lo que lee, oye y ve, y por eso mismo el resultado de la comunicación exige tenerle en cuenta como constructor mismo del mensaje, pues realmente éste se completa en él, en el encuentro, en el complejo proceso de la recepción que no es sino creación misma de un nuevo mensaje”, responde.
Hay que enfatizar en el problema que de la esfera comunicativa se pasó a la esfera informativa, donde ese sujeto central es desplazado: “Si desde su origen la comunicación ha sido encuentro entre personas, la identificación posterior con todo aquello que pasa por los medios ha hecho que los propios conceptos se hayan ido transformando de manera muy significativa”.
Así, se encuentra una serie de términos que comienza en la persona y se convierte en ciudadano, receptor, audiencia, masa, usuario, consumidor y cliente.
El maestro español trae a memoria cómo la crisis de los paradigmas a partir de la década de los 80 vino a darle un vuelco a la consideración de la comunicación, sobre todo en tiempos de neoliberalismo y posmodernidad, época de relativización absoluta, además de la aparición de las nuevas tecnologías y la globalización económica que trastocaron nuestras vidas.
La visión desde el sujeto era imprescindible. Las ciencias sociales se trazaron la tarea y, en especial desde la comunicación, “se ha traducido por la recuperación del receptor. Se trata de un tipo de enfoques que presta gran atención a lo común, a lo aparentemente trivial e insignificante, a las rutinas cotidianas de los sujetos” que apuestan por la capacidad del receptor en la construcción de sentidos.
Lleva a entender al receptor como pieza clave y primera de la comunicación, según Catela Marcos, “sencillamente porque desde él se piensa, desde él tiene sentido y, en última instancia, su actividad decodificadora es interpretación, producción de significados”, aunque no se puede menospreciar la estructura misma del mensaje. En el juego participan productores, productos y receptores, en un contexto.
El maestro español reivindica a los Estudios Culturales, originados en la Escuela de Birmingham, Inglaterra, en los años cincuenta del siglo pasado, como una de las propuestas válidas para comprender el binomio comunicación y cultura, en otras palabras entender las prácticas del sujeto receptor en su propia realidad. En América Latina esa escuela ha dado frutos importantes, aunque desde relecturas.
Catela Marcos propone algunas consideraciones para reivindicar la comunicación a partir de sus preocupaciones por los sujetos centrales del proceso:
Uno, la ética de la recepción no ama las cifras. Porque no son suficientes en sí mismas para comprender la realidad comunicativa que nos rodea, porque prefiere querer a las personas, sin necesidad de que estén cifradas.
Dos, la comunicación es apertura, no cerrazón. Búsqueda y encuentro.
Tres, la comunicación es el soporte imprescindible de la información. Una pizca de comunicación vivida personalmente es básica para darle sentido a la información que nos satura desde diferentes instancias.
Cuatro, el receptor no existe sin formación. Subsistirá, dependerá de los otros, estará abocado a recibir y en su aceptación o negación cerrará el proceso, pero nunca saldrá de su papel pasivo, de su ingenuidad.
Cinco, formación es conocimiento interno de los medios. Exigir y preocuparse por saber cuáles son los grupos de poder que están detrás de los medios de comunicación para poder así interpretar la información, y contrarrestar ese poder real que consiste, no tanto en molestar al gobierno o al ayuntamiento de turno, cuanto en modelar conciencias y transmitir maneras de entender el mundo.
Seis, formación es conocimiento del lenguaje de los medios. Nos capacitará para una recepción mucho más activa y nos hará entender que la realidad presentada es polisémica, no tanto porque cualquier significado sea posible, sino porque un sentido unívoco será más bien improbable.
Siete, formación es tarea ética, educación moral que vaya más allá del normativismo imperante.
Ocho, la comunicación no existe sin receptor formado. La información reducida a mero estímulo no necesita respuesta cualificada, necesita simplemente una respuesta.
Nueve, el receptor formado es exigente. Consigo mismo y con los demás. Se exigirá, por ello, comprometerse y participar más con aquello que lee, escucha y ve.
Diez, la autorregulación es exigencia necesaria. El receptor que se exige, exigirá a los demás y trabajará por formar parte de ese proceso.
Once, la autorregulación es exigencia insuficiente cuando los propios mecanismos que la articulan (ombudsman, estatutos, consejos, libros de estilo, asociaciones de profesionales y usuarios) son concebidos como parapeto que salvaguarda la imagen de marca del medio o cuando se utilizan como canal que ha de preparar la estrategia de reacción a partir de un escándalo o de una metedura de pata sonada.
Doce, el receptor autorregulado debe reivindicar el carácter social de la propiedad de los medios. Es recuperar la lógica de servicio que la masificación de los medios y el desarrollo tecnológico nos han hecho olvidar.
Trece, la recepción no se agota en la exposición del receptor de los medios. Y el propio receptor debe ser consciente de ello para considerar la importancia que tienen las mediaciones (familia, escuela, amigos, etc.) que resultan fundamentales a la hora de interpretar el sentido conjunto de lo que se ha recibido.
Catorce, la recepción no se agota en una sola exposición. La realidad mediática es una realidad caleidoscópica, por eso, el receptor formado busca más de una fuente, se acerca todo lo que puede al manantial, porque sabe que allí está el agua más pura, no se conforma con una sola visión, pues está convencido de que mirar así terminará por empobrecerle.
Quince, la recepción crítica enlaza comunicación y educación. El receptor que analiza los filtros que criban la información que recibe y que se preocupa por acudir a múltiples fuentes de información es un receptor crítico, y es crítica le lleva a introducir valores, a proponer modelos, a preferir contenidos y a influir sobre los demás.
Dieciséis, la recepción crítica es recepción voluntaria. Nos cuesta aceptar que el medio puede dominarnos como nos puede llegar a dominar cualquier aspecto meramente impulsivo de nuestro organismo. En la medida en que la recepción sea intencionada y voluntaria, la persona se reafirma ante el medio y ante la masa anónima que a la misma hora desde otro sofá está viendo y deglutiendo lo mismo que él.
Así las cosas, la tarea es inmensa, pero fascinante.
lunes, enero 03, 2011
La ciudadanía comunicativa frente al ejercicio político
Por Guillermo Mejía
Al pensar sobre las posibilidades o falencias que muestra la forma en cómo se concibe la comunicación y su relación con la ciudadanía, una deuda de primer orden es la participación ciudadana, como ausencia desde el sistema de medios de comunicación colectiva o en la negación –en muchos casos por frustración- de la colectividad.
Cuando se dice en muchos casos, no se puede negar, por ejemplo, que la gente también no se activa dado a que le hace falta formación política unida a la lógica perversa en que actúan los medios tradicionales con la espectacularización de la política, la forma en que tratan la violencia, en fin el cretinismo inducido con su oferta periodística.
La catedrática universitaria argentina María Cristina Mata, especialista en la relación entre comunicación y ciudadanía, advierte sobre que, a partir de la última década del siglo pasado, el concepto de ciudadanía fue remozado con la presencia de los individuos como sujetos de demanda y proposición en diversos ámbitos vinculados con sus propias experiencias.
“Pero esta ampliación que lleva a algunos pensadores a hablar de ‘nuevas ciudadanías’ definidas en el marco de la sociedad civil no llega a encubrir, como bien lo señala Hugo Quiroga, que el debilitamiento de la clásica figura de la ciudadanía (…) implica serios desafíos para pensar en la transformación de los órdenes colectivos injustos vigentes en nuestras realidades”, enfatiza.
La visión mediática tradicional asegura, desgraciadamente muchos lo creen, que la sola presencia en la oferta informativa de los funcionarios y la gente de a pie basta para reconocer la ampliación del espacio público y, por ende, el fortalecimiento de la ciudadanía. De esa forma, los medios aparecen como adalides de cara a la precariedad institucional y la falta de movilización social organizada.
Sin embargo, de acuerdo con Mata, “la comunicación se reconoce como fundante de la ciudadanía en tanto interacción que hace posible la colectivización de intereses, necesidades y propuestas. Pero, al mismo tiempo, en tanto dota de existencia pública a los individuos visibilizándolos ante los demás y permitiendo verse –representarse ante sí mismos.” De ahí la posibilidad de la comunicación y la política.
La también autora argentina señala con precisión que no se puede obviar, a la vez, que en esa relación se tiene que considerar que la política no puede ser pensada al margen de la “puesta en común de significaciones socialmente reconocibles”, y que esa puesta en común es lo que posibilita que “lo común” pueda convertirse en “horizonte” para la sociedad.
La ciudadanía comunicativa
La comprensión de la relación compleja entre comunicación y ciudadanía lleva a Mata a plantearse la tensión que considera necesario asumir de esa problemática, en términos políticos como conceptuales, que es “la imposibilidad de pensarla sin reconocer, al mismo tiempo, la condición de públicos que los ciudadanos tenemos en nuestras sociedades mediatizadas”.
Cae a cuenta la noción de “ciudadanía comunicativa” que se entiende como “el reconocimiento de la capacidad de ser sujeto de derecho y demanda en el terreno de la comunicación pública, y el ejercicio de ese derecho. Se trata de una noción compleja que envuelve varias dimensiones y que reconoce la condición de público de los medios que los individuos tenemos en las sociedades mediatizadas”.
La noción de “ciudadanía comunicativa” implica varias condiciones:
-Remite a derechos civiles –la libertad de expresión, el derecho a la información, la posibilidad de exigir la publicidad de los asuntos públicos, etc.- jurídicamente consagrados por diversos instrumentos tales como la constitución de los Estados, leyes, decretos, disposiciones reglamentarias. En ese sentido, y como ocurre en general con los derechos civiles, la ciudadanía comunicativa representa un límite a la acción del Estado con el fin de garantizar la libertad de las personas y representa un estatus jurídico.
-Recuperando el concepto republicano de ciudadanía, la ciudadanía comunicativa implica el desarrollo de prácticas tendientes a garantizar los derechos en el campo específico de la comunicación. En ese sentido, excede la dimensión jurídica y alude a conciencia práctica, posibilidad de acción.
-Pero además, la ciudadanía comunicativa involucra dimensiones sociales y culturales vinculadas a valores de igualdad de oportunidades, calidad de vida, solidaridad y no discriminación presentes en los llamados derechos de tercera generación. La ciudadanía comunicativa se entrelaza con las referencias identitarias y los reclamos más generales de igualdad ya no sólo en relación al Estado sino en relación con la acción del mercado y todo tipo de dispositivos que promueven la desigualdad.
“Pensada de este modo, y reconociendo la indisoluble articulación entre discurso y acción, el ejercicio de la ‘ciudadanía comunicativa’ se vuelve imprescindible para la existencia de una sociedad de ciudadanos”, sostiene María Cristiana Mata.
“Si no existen posibilidades de ejercer ese conjunto de derechos y prácticas expresivas, se debilitan las capacidades y posibilidades de los individuos para constituirse como sujetos de demanda y proposición en múltiples esferas de la realidad, toda vez que la producción de esas demandas y proposiciones resulta impensable sin el ejercicio autónomo del derecho a comunicar, es decir a poner en común”, añade.
En conclusión, y reconociendo que el orden social imperante es injusto, conflictivo y tenso entre sectores poderosos y sectores excluidos, Mata estima que el ejercicio de la ciudadanía comunicativa reconoce niveles diferenciados:
“Uno es el nivel de la ‘ciudadanía comunicativa formal’, representada por el conjunto de individuos depositarios de derechos consagrados jurídicamente en el campo comunicativo. Pero otro, es el que denominamos ‘ciudadanía comunicativa reconocida’, es decir, la condición de quienes conocen tales derechos como inherentes a su condición de integrantes de una comunidad determinada”.
“Y otra es la ‘ciudadanía comunicativa ejercida’, reconocible en quienes desarrollan prácticas sociales reivindicatorias de dichos derechos, en pos de su vigencia y/o ampliación. Y finalmente otra es lo que podemos llamar ‘ciudadanía comunicativa ideal’, aquella que, desde postulaciones teórico-políticas y de expectativas de transformación social, se plantea como utopía o meta alcanzable en vinculación con los procesos de democratización de las sociedades”.
Por Guillermo Mejía
Al pensar sobre las posibilidades o falencias que muestra la forma en cómo se concibe la comunicación y su relación con la ciudadanía, una deuda de primer orden es la participación ciudadana, como ausencia desde el sistema de medios de comunicación colectiva o en la negación –en muchos casos por frustración- de la colectividad.
Cuando se dice en muchos casos, no se puede negar, por ejemplo, que la gente también no se activa dado a que le hace falta formación política unida a la lógica perversa en que actúan los medios tradicionales con la espectacularización de la política, la forma en que tratan la violencia, en fin el cretinismo inducido con su oferta periodística.
La catedrática universitaria argentina María Cristina Mata, especialista en la relación entre comunicación y ciudadanía, advierte sobre que, a partir de la última década del siglo pasado, el concepto de ciudadanía fue remozado con la presencia de los individuos como sujetos de demanda y proposición en diversos ámbitos vinculados con sus propias experiencias.
“Pero esta ampliación que lleva a algunos pensadores a hablar de ‘nuevas ciudadanías’ definidas en el marco de la sociedad civil no llega a encubrir, como bien lo señala Hugo Quiroga, que el debilitamiento de la clásica figura de la ciudadanía (…) implica serios desafíos para pensar en la transformación de los órdenes colectivos injustos vigentes en nuestras realidades”, enfatiza.
La visión mediática tradicional asegura, desgraciadamente muchos lo creen, que la sola presencia en la oferta informativa de los funcionarios y la gente de a pie basta para reconocer la ampliación del espacio público y, por ende, el fortalecimiento de la ciudadanía. De esa forma, los medios aparecen como adalides de cara a la precariedad institucional y la falta de movilización social organizada.
Sin embargo, de acuerdo con Mata, “la comunicación se reconoce como fundante de la ciudadanía en tanto interacción que hace posible la colectivización de intereses, necesidades y propuestas. Pero, al mismo tiempo, en tanto dota de existencia pública a los individuos visibilizándolos ante los demás y permitiendo verse –representarse ante sí mismos.” De ahí la posibilidad de la comunicación y la política.
La también autora argentina señala con precisión que no se puede obviar, a la vez, que en esa relación se tiene que considerar que la política no puede ser pensada al margen de la “puesta en común de significaciones socialmente reconocibles”, y que esa puesta en común es lo que posibilita que “lo común” pueda convertirse en “horizonte” para la sociedad.
La ciudadanía comunicativa
La comprensión de la relación compleja entre comunicación y ciudadanía lleva a Mata a plantearse la tensión que considera necesario asumir de esa problemática, en términos políticos como conceptuales, que es “la imposibilidad de pensarla sin reconocer, al mismo tiempo, la condición de públicos que los ciudadanos tenemos en nuestras sociedades mediatizadas”.
Cae a cuenta la noción de “ciudadanía comunicativa” que se entiende como “el reconocimiento de la capacidad de ser sujeto de derecho y demanda en el terreno de la comunicación pública, y el ejercicio de ese derecho. Se trata de una noción compleja que envuelve varias dimensiones y que reconoce la condición de público de los medios que los individuos tenemos en las sociedades mediatizadas”.
La noción de “ciudadanía comunicativa” implica varias condiciones:
-Remite a derechos civiles –la libertad de expresión, el derecho a la información, la posibilidad de exigir la publicidad de los asuntos públicos, etc.- jurídicamente consagrados por diversos instrumentos tales como la constitución de los Estados, leyes, decretos, disposiciones reglamentarias. En ese sentido, y como ocurre en general con los derechos civiles, la ciudadanía comunicativa representa un límite a la acción del Estado con el fin de garantizar la libertad de las personas y representa un estatus jurídico.
-Recuperando el concepto republicano de ciudadanía, la ciudadanía comunicativa implica el desarrollo de prácticas tendientes a garantizar los derechos en el campo específico de la comunicación. En ese sentido, excede la dimensión jurídica y alude a conciencia práctica, posibilidad de acción.
-Pero además, la ciudadanía comunicativa involucra dimensiones sociales y culturales vinculadas a valores de igualdad de oportunidades, calidad de vida, solidaridad y no discriminación presentes en los llamados derechos de tercera generación. La ciudadanía comunicativa se entrelaza con las referencias identitarias y los reclamos más generales de igualdad ya no sólo en relación al Estado sino en relación con la acción del mercado y todo tipo de dispositivos que promueven la desigualdad.
“Pensada de este modo, y reconociendo la indisoluble articulación entre discurso y acción, el ejercicio de la ‘ciudadanía comunicativa’ se vuelve imprescindible para la existencia de una sociedad de ciudadanos”, sostiene María Cristiana Mata.
“Si no existen posibilidades de ejercer ese conjunto de derechos y prácticas expresivas, se debilitan las capacidades y posibilidades de los individuos para constituirse como sujetos de demanda y proposición en múltiples esferas de la realidad, toda vez que la producción de esas demandas y proposiciones resulta impensable sin el ejercicio autónomo del derecho a comunicar, es decir a poner en común”, añade.
En conclusión, y reconociendo que el orden social imperante es injusto, conflictivo y tenso entre sectores poderosos y sectores excluidos, Mata estima que el ejercicio de la ciudadanía comunicativa reconoce niveles diferenciados:
“Uno es el nivel de la ‘ciudadanía comunicativa formal’, representada por el conjunto de individuos depositarios de derechos consagrados jurídicamente en el campo comunicativo. Pero otro, es el que denominamos ‘ciudadanía comunicativa reconocida’, es decir, la condición de quienes conocen tales derechos como inherentes a su condición de integrantes de una comunidad determinada”.
“Y otra es la ‘ciudadanía comunicativa ejercida’, reconocible en quienes desarrollan prácticas sociales reivindicatorias de dichos derechos, en pos de su vigencia y/o ampliación. Y finalmente otra es lo que podemos llamar ‘ciudadanía comunicativa ideal’, aquella que, desde postulaciones teórico-políticas y de expectativas de transformación social, se plantea como utopía o meta alcanzable en vinculación con los procesos de democratización de las sociedades”.
lunes, diciembre 20, 2010
La tortuosa participación ciudadana en “tiempos del cambio”
Por Guillermo Mejía
De todos es conocido cómo el ascenso al poder formal por parte de la izquierda ex guerrillera, con la figura del ahora presidente Mauricio Funes, representó muchísima esperanza –y aún lo reflejan los estudios de opinión- aunque cada vez, en la práctica, desde ambos puntos (presidente y partido) tambalea aquello de que las cosas “ahora serán diferentes”.
Por un lado, el amarre de Funes con intereses corporativos, empresariales, alianzas de dudoso origen, entre otras cosas, opaca esa expectativa que renació en los salvadoreños luego de veinte años y cuatro gobiernos de Alianza Republicana Nacionalista (Arena), período nefasto donde sucumbió la oportunidad de construir una nueva sociedad luego de la guerra civil.
Por el otro, el partido Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (Fmln) pasó de una propuesta sólida con referente de izquierda, con mayúscula, a un enredo conceptual donde el oportunismo camaleónico se manifiesta de acuerdo a la ocasión. De repente es rojo-rojito, bajo la consigna de la Alba, y en un abrir y cerrar de ojos se destiñe más allá de rosado.
Los ejemplos del papaloteo del presidente y del partido de gobierno son patéticos, aburriría repetir lo que muchos críticos, en especial desde la izquierda, han denunciado en los espacios de información y opinión y, claro, la cantidad de sitios creados alrededor de las nuevas tecnologías con las redes sociales, blogs y páginas web.
En esta ocasión creo importante referirme al hecho de que el partido Fmln se alió al partido de derecha Arena, para torpedear la consecución de las candidaturas independientes –en este caso de diputados- en lo que se puede calificar como una alianza perversa cuyo único fin es proteger a la caduca y parasitaria clase política nacional.
Solamente eso faltaba en el partido tradicional de izquierda, darle la espalda a una buenísima oportunidad para la construcción de ciudadanía que cada vez más se demanda desde diversas posturas políticas y sociales, en especial alrededor de la sociedad civil, para posibilitar la liberación del ejercicio del poder secuestrado por la partidocracia (el Frente entró de gala).
Con esa acción política que representa una burla para el pueblo salvadoreño, sus militantes, sus simpatizantes, sus colaboradores, sus votantes, etc., queda sepultada su carta de principios y su plan de gobierno. Le echan tierra a las cositas que han logrado hacer en su período de gobierno, porque tampoco vamos a decir que no han hecho nada.
Para tratar de aclarar un poco el concepto, Funes dijo en estos días que se siente contento porque la gente (que le reconoce con más del 70 por ciento) ha entendido que no todo se puede lograr en su período presidencial, algo lógico, aunque no asume –o se enoja si lo consultan- sobre los “buenos procederes”, en todos los aspectos de su gobierno, como servidor público. Así las cosas.
La participación ciudadana como respuesta
Como los salvadoreños se merecen una sociedad más justa y democrática, además tienen derecho a la construcción de su futuro, hoy más que nunca debería ser materia de discusión y de trabajo la organización política y social desde las bases, más allá de la clase política oportunista, para llevar a la realidad el ejercicio de ciudadanía crítica.
Desde la visión del dirigente izquierdista italiano Antonio Gramsci, sería darle vida a uno de los planos superestructurales de la sociedad, donde se encuentran los organismos privados, instituciones y medios que defienden y trasmiten valores, costumbres y modos de vida (escuelas, medios de comunicación, familia, iglesia, sindicatos, asociaciones culturales, asociaciones profesionales, etc.).
Bajo la perspectiva libertaria, de cara a los suprapoderes y el Estado, y sus empleados de turno que salen de esos partidos políticos que se alían cuando les conviene –como en esta ocasión. No se puede negar que es un trabajo de hormigas que requiere de obreros, tiempo y espacios, pero que puede significar en un futuro la construcción de esa nueva sociedad.
Tampoco podemos desperdiciar los mecanismos que ya están instalados o en proyección porque la lógica y dinámica de los tiempos lo demandan; por ejemplo, el hecho que ya dentro de poco se tendrá una ley de acceso a la información pública que, como he dicho en un artículo anterior, si bien le faltan colmillos nos abre la posibilidad de comenzar a fiscalizar el ejercicio del poder.
Así, encontramos otros espacios que por esa misma lógica y dinámica de los tiempos se han ido conquistando a lo largo de estos años, luego de la guerra civil, como los derechos de la niñez, de la mujer, de los adultos mayores, la verificación del cumplimiento de los derechos humanos, la transparencia en el ejercicio del poder, etc.
Desde el trabajo de la comunicación social hay muchas tareas que cumplir. La construcción de ciudadanía y la participación ciudadana se han tornado un paradigma que está muy en boga, independientemente del tipo de sociedad y sistema de gobierno, a fin de conquistar esa participación de la gente en la toma de decisiones.
En la coyuntura actual, sería pedir mucho al sistema de comunicación colectiva, en especial a los medios tradicionales que representan la mayor parte del pastel, pero como se trata de un trabajo cívico enquistado en las comunidades y organizaciones de base, se puede posibilitar esa participación desde la comunicación alternativa que tiene espacios nada despreciables en este país.
La comunicación social es algo que no se puede dejar en manos caprichosas, la ciudadanía tiene que, por un lado, demandar un mejor ejercicio del periodismo y, por otro lado, lanzarse –junto a profesionales comprometidos- a su participación en esa comunicación social desde su realidad y sus anhelos. La clase política caduca, parasitaria y oportunista merece una respuesta.
Por Guillermo Mejía
De todos es conocido cómo el ascenso al poder formal por parte de la izquierda ex guerrillera, con la figura del ahora presidente Mauricio Funes, representó muchísima esperanza –y aún lo reflejan los estudios de opinión- aunque cada vez, en la práctica, desde ambos puntos (presidente y partido) tambalea aquello de que las cosas “ahora serán diferentes”.
Por un lado, el amarre de Funes con intereses corporativos, empresariales, alianzas de dudoso origen, entre otras cosas, opaca esa expectativa que renació en los salvadoreños luego de veinte años y cuatro gobiernos de Alianza Republicana Nacionalista (Arena), período nefasto donde sucumbió la oportunidad de construir una nueva sociedad luego de la guerra civil.
Por el otro, el partido Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (Fmln) pasó de una propuesta sólida con referente de izquierda, con mayúscula, a un enredo conceptual donde el oportunismo camaleónico se manifiesta de acuerdo a la ocasión. De repente es rojo-rojito, bajo la consigna de la Alba, y en un abrir y cerrar de ojos se destiñe más allá de rosado.
Los ejemplos del papaloteo del presidente y del partido de gobierno son patéticos, aburriría repetir lo que muchos críticos, en especial desde la izquierda, han denunciado en los espacios de información y opinión y, claro, la cantidad de sitios creados alrededor de las nuevas tecnologías con las redes sociales, blogs y páginas web.
En esta ocasión creo importante referirme al hecho de que el partido Fmln se alió al partido de derecha Arena, para torpedear la consecución de las candidaturas independientes –en este caso de diputados- en lo que se puede calificar como una alianza perversa cuyo único fin es proteger a la caduca y parasitaria clase política nacional.
Solamente eso faltaba en el partido tradicional de izquierda, darle la espalda a una buenísima oportunidad para la construcción de ciudadanía que cada vez más se demanda desde diversas posturas políticas y sociales, en especial alrededor de la sociedad civil, para posibilitar la liberación del ejercicio del poder secuestrado por la partidocracia (el Frente entró de gala).
Con esa acción política que representa una burla para el pueblo salvadoreño, sus militantes, sus simpatizantes, sus colaboradores, sus votantes, etc., queda sepultada su carta de principios y su plan de gobierno. Le echan tierra a las cositas que han logrado hacer en su período de gobierno, porque tampoco vamos a decir que no han hecho nada.
Para tratar de aclarar un poco el concepto, Funes dijo en estos días que se siente contento porque la gente (que le reconoce con más del 70 por ciento) ha entendido que no todo se puede lograr en su período presidencial, algo lógico, aunque no asume –o se enoja si lo consultan- sobre los “buenos procederes”, en todos los aspectos de su gobierno, como servidor público. Así las cosas.
La participación ciudadana como respuesta
Como los salvadoreños se merecen una sociedad más justa y democrática, además tienen derecho a la construcción de su futuro, hoy más que nunca debería ser materia de discusión y de trabajo la organización política y social desde las bases, más allá de la clase política oportunista, para llevar a la realidad el ejercicio de ciudadanía crítica.
Desde la visión del dirigente izquierdista italiano Antonio Gramsci, sería darle vida a uno de los planos superestructurales de la sociedad, donde se encuentran los organismos privados, instituciones y medios que defienden y trasmiten valores, costumbres y modos de vida (escuelas, medios de comunicación, familia, iglesia, sindicatos, asociaciones culturales, asociaciones profesionales, etc.).
Bajo la perspectiva libertaria, de cara a los suprapoderes y el Estado, y sus empleados de turno que salen de esos partidos políticos que se alían cuando les conviene –como en esta ocasión. No se puede negar que es un trabajo de hormigas que requiere de obreros, tiempo y espacios, pero que puede significar en un futuro la construcción de esa nueva sociedad.
Tampoco podemos desperdiciar los mecanismos que ya están instalados o en proyección porque la lógica y dinámica de los tiempos lo demandan; por ejemplo, el hecho que ya dentro de poco se tendrá una ley de acceso a la información pública que, como he dicho en un artículo anterior, si bien le faltan colmillos nos abre la posibilidad de comenzar a fiscalizar el ejercicio del poder.
Así, encontramos otros espacios que por esa misma lógica y dinámica de los tiempos se han ido conquistando a lo largo de estos años, luego de la guerra civil, como los derechos de la niñez, de la mujer, de los adultos mayores, la verificación del cumplimiento de los derechos humanos, la transparencia en el ejercicio del poder, etc.
Desde el trabajo de la comunicación social hay muchas tareas que cumplir. La construcción de ciudadanía y la participación ciudadana se han tornado un paradigma que está muy en boga, independientemente del tipo de sociedad y sistema de gobierno, a fin de conquistar esa participación de la gente en la toma de decisiones.
En la coyuntura actual, sería pedir mucho al sistema de comunicación colectiva, en especial a los medios tradicionales que representan la mayor parte del pastel, pero como se trata de un trabajo cívico enquistado en las comunidades y organizaciones de base, se puede posibilitar esa participación desde la comunicación alternativa que tiene espacios nada despreciables en este país.
La comunicación social es algo que no se puede dejar en manos caprichosas, la ciudadanía tiene que, por un lado, demandar un mejor ejercicio del periodismo y, por otro lado, lanzarse –junto a profesionales comprometidos- a su participación en esa comunicación social desde su realidad y sus anhelos. La clase política caduca, parasitaria y oportunista merece una respuesta.
miércoles, diciembre 15, 2010
Del periodismo Light al compromiso social
Por Guillermo Mejía
Oportuna, dada la coyuntura actual, fue la visita que realizó hace unos días el periodista y maestro colombiano Javier Darío Restrepo a San Salvador, para compartir con colegas sobre tantos asuntos de clara importancia como, por ejemplo, la ley de acceso a la información pública, la ética en el periodismo, el fenómeno WikiLeaks y la formación académica.
Restrepo, con amplia experiencia reporteril y empapado de la moral social, cayó otra vez a cuenta de la imperiosa urgencia de trascender del periodismo Light al compromiso social por parte de editores y periodistas, a la vez de la también imperiosa y necesaria condición de sujeto pensante del ciudadano común como titular de la información.
De hecho, invitado a un programa de discusión entre periodistas en la televisión, el visitante suramericano les dijo sin tapujos que la realidad es tan compleja que no se puede ver en blanco y negro, sino reconocer los diferentes tonos. La gente tiene derecho a conocer lo que acontece, tomando en cuenta el interés público, pero no se vale que el periodismo caiga en los chambres.
De esa forma, Restrepo señaló a los colegas que el fenómeno WikiLeaks tiene que servir para meditar acerca de la función de informar al conglomerado, ya que una cosa es ver lo que dicen los cables, comprender sobre si es de interés público, y otra prestarse al filtro de medios de comunicación parcializados que ordenan los hechos a su medida.
Trajo a memoria el caso de las computadoras del comandante de las FARC, Raúl Reyes, abatido el uno de marzo de 2008, que la prensa colombiana e internacional tomó como propio el guión del gobierno y el ejército colombiano, apoyados por Estados Unidos, sobre la supuesta veracidad de la información cuando los principios del periodismo dictan que debe existir comprobación por parte del periodista.
Asimismo, aclaró sobre la importancia de contar con una ley de acceso a la información pública, porque la gente tiene derecho a conocer la verdad, aunque hay que determinar los alcances que tiene la información de interés público frente a información clasificada como reservada o confidencial. Tampoco es lícito que los funcionarios clasifiquen todo para esconder los datos.
Al comparecer en una entrevista de radio, el periodista y maestro colombiano contó de nuevo la anécdota de la información como un producto especial, basado en un derecho humano, frente a cualquier otro producto que se vende como mercancía. Si uno va a un restaurante, según dijo, pide la carta y luego tiene derecho a reclamar por si la comida no está a la altura.
Todavía no es el momento, reseñó el profesor, que en El Salvador, por ejemplo en esa radio que lo invitó, la gente llegue a reclamar por la manera en que se ejerce el periodismo, pero el día vendrá. Los ciudadanos tienen que reconocer su derecho a tener acceso a información procesada bajo estándares de calidad, que tome en cuenta a los involucrados en los procesos y bajo criterios de comprobación.
Como nunca antes, ahora es más que necesaria la presencia de la ética en el trabajo periodístico. Solo la robustez moral en el periodista puede asegurar un periodismo responsable y de calidad. También, como nunca antes, es más que necesaria la formación académica de los periodistas, pero no solo para adorar la técnica sino su integridad humana, su compromiso social.
Muchas cosas se pueden decir o escribir sobre el periodismo. Ojala que las reflexiones de Javier Darío Restrepo hayan calado en la conciencia de quienes lo escucharon en las entrevistas y en sus presentaciones con la Asociación de Periodistas de El Salvador (APES). Que sus reflexiones no caigan en saco roto, nuestro periodismo urge de cambios, la gente tiene derecho a conocer la verdad.
Por Guillermo Mejía
Oportuna, dada la coyuntura actual, fue la visita que realizó hace unos días el periodista y maestro colombiano Javier Darío Restrepo a San Salvador, para compartir con colegas sobre tantos asuntos de clara importancia como, por ejemplo, la ley de acceso a la información pública, la ética en el periodismo, el fenómeno WikiLeaks y la formación académica.
Restrepo, con amplia experiencia reporteril y empapado de la moral social, cayó otra vez a cuenta de la imperiosa urgencia de trascender del periodismo Light al compromiso social por parte de editores y periodistas, a la vez de la también imperiosa y necesaria condición de sujeto pensante del ciudadano común como titular de la información.
De hecho, invitado a un programa de discusión entre periodistas en la televisión, el visitante suramericano les dijo sin tapujos que la realidad es tan compleja que no se puede ver en blanco y negro, sino reconocer los diferentes tonos. La gente tiene derecho a conocer lo que acontece, tomando en cuenta el interés público, pero no se vale que el periodismo caiga en los chambres.
De esa forma, Restrepo señaló a los colegas que el fenómeno WikiLeaks tiene que servir para meditar acerca de la función de informar al conglomerado, ya que una cosa es ver lo que dicen los cables, comprender sobre si es de interés público, y otra prestarse al filtro de medios de comunicación parcializados que ordenan los hechos a su medida.
Trajo a memoria el caso de las computadoras del comandante de las FARC, Raúl Reyes, abatido el uno de marzo de 2008, que la prensa colombiana e internacional tomó como propio el guión del gobierno y el ejército colombiano, apoyados por Estados Unidos, sobre la supuesta veracidad de la información cuando los principios del periodismo dictan que debe existir comprobación por parte del periodista.
Asimismo, aclaró sobre la importancia de contar con una ley de acceso a la información pública, porque la gente tiene derecho a conocer la verdad, aunque hay que determinar los alcances que tiene la información de interés público frente a información clasificada como reservada o confidencial. Tampoco es lícito que los funcionarios clasifiquen todo para esconder los datos.
Al comparecer en una entrevista de radio, el periodista y maestro colombiano contó de nuevo la anécdota de la información como un producto especial, basado en un derecho humano, frente a cualquier otro producto que se vende como mercancía. Si uno va a un restaurante, según dijo, pide la carta y luego tiene derecho a reclamar por si la comida no está a la altura.
Todavía no es el momento, reseñó el profesor, que en El Salvador, por ejemplo en esa radio que lo invitó, la gente llegue a reclamar por la manera en que se ejerce el periodismo, pero el día vendrá. Los ciudadanos tienen que reconocer su derecho a tener acceso a información procesada bajo estándares de calidad, que tome en cuenta a los involucrados en los procesos y bajo criterios de comprobación.
Como nunca antes, ahora es más que necesaria la presencia de la ética en el trabajo periodístico. Solo la robustez moral en el periodista puede asegurar un periodismo responsable y de calidad. También, como nunca antes, es más que necesaria la formación académica de los periodistas, pero no solo para adorar la técnica sino su integridad humana, su compromiso social.
Muchas cosas se pueden decir o escribir sobre el periodismo. Ojala que las reflexiones de Javier Darío Restrepo hayan calado en la conciencia de quienes lo escucharon en las entrevistas y en sus presentaciones con la Asociación de Periodistas de El Salvador (APES). Que sus reflexiones no caigan en saco roto, nuestro periodismo urge de cambios, la gente tiene derecho a conocer la verdad.
lunes, diciembre 06, 2010
A propósito de la Ley de Acceso a la Información Pública
Por Guillermo Mejía
Como derecho humano consagrado en la Declaración Universal, la información es un bien social que nos pertenece a todos los ciudadanos. Ningún Estado, gobierno, empresario mediático o periodista, entre tantos, se puede abrogar el derecho de manejar a su antojo ese bien que –en buena lid- nos permite educarnos, conocer del ambiente y exponer nuestros puntos de vista.
Por eso, debemos celebrar que los diputados salvadoreños hayan aprobado la Ley de Acceso a la Información Pública, aunque hay que aclarar bien los términos: la información que interesa –o debe interesar a la ciudadanía- no sólo se encuentra en los archivos estatales, sino que en cualquier banco de datos, inclusive de propiedad privada.
El requisito elemental es que esa información corresponda al interés público, situación que dista mucho de consagrarse en el país dado que somos una sociedad políticamente atrasada que aún no percibe en el ambiente la urgencia de que sea de acceso de la gente y transparentada a fin de que los ciudadanos se nutran de su entorno.
Pero algo es algo, dice el pueblo. Habría que afinar más el esfuerzo, para que en los próximos años se amplíen los criterios. Obviamente, por mucho que nos pongan ejemplos, el acceso a la información es un lujo hasta en las sociedades complejas como las norteamericanas y europeas, aunque hay que admitir que nos llevan ventaja.
El caso sonado de Wikileaks –donde hubo filtración de al menos 250.000 archivos confidenciales del gobierno estadounidense a medios de comunicación y de ahí algunos a la gente- ilustra cómo (y ya lo sabíamos, tampoco es sorpresa) se esconde esa información a los ciudadanos con lo que el gobierno y el sistema de medios quedan en una situación bochornosa.
Los periodistas, académicos, asociaciones profesionales y ciudadanía en general debemos estar ojo al Cristo para demandar la transparencia informativa en la sociedad salvadoreña. Que la información y la comunicación se vuelvan en la realidad concreta bien social que nos pertenece a todos y que no debe ser tratado al antojo por gobiernos y mercanchifles.
El primer gobierno de izquierda en El Salvador tiene tremendo reto ante la ciudadanía en cuanto a transparentar la información de interés público, vamos a constatar si así como el partido oficial Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (Fmln) demandaba a los anteriores gobiernos apertura y transparencia tienen la honradez de dar el ejemplo.
Hacerlo sería una manera muy concreta de mostrar a la gente, y al mundo, que las cosas desde otra óptica política de veras es diferente. Dar el paso adecuado posibilitaría que, sin importar quien ocupe la silla presidencial en el nuevo período, ya no podría dar marcha atrás con la actitud de corresponder al derecho ciudadano a conocer lo público.
El presidente Mauricio Funes, que como periodista en ejercicio demandó la apertura de las fuentes oficiales, ahora tiene la oportunidad de abrir los espacios a los ciudadanos y a los periodistas en cumplimiento a la normativa. Ojala que no ponga obstáculos frente a la promulgación de la ley ni a su cumplimiento una vez publicada en el Diario Oficial.
Este esfuerzo sería mejor aprovechado por los ciudadanos con la concreción del recurso habeas data –por medio del cual cualquier persona puede demandar del Estado la entrega de información de interés público- así como el estatuto profesional del periodista a fin de que contemos con una figura jurídica que garantice nuestro trabajo profesional frente a la tentación de las represalias políticas o empresariales.
Pruebas no demagogia. Todos debemos estar vigilantes y no desperdiciar la oportunidad que la Ley de Acceso a la Información Pública nos otorga, pero metámosle más colmillos al recurso jurídico.
Por Guillermo Mejía
Como derecho humano consagrado en la Declaración Universal, la información es un bien social que nos pertenece a todos los ciudadanos. Ningún Estado, gobierno, empresario mediático o periodista, entre tantos, se puede abrogar el derecho de manejar a su antojo ese bien que –en buena lid- nos permite educarnos, conocer del ambiente y exponer nuestros puntos de vista.
Por eso, debemos celebrar que los diputados salvadoreños hayan aprobado la Ley de Acceso a la Información Pública, aunque hay que aclarar bien los términos: la información que interesa –o debe interesar a la ciudadanía- no sólo se encuentra en los archivos estatales, sino que en cualquier banco de datos, inclusive de propiedad privada.
El requisito elemental es que esa información corresponda al interés público, situación que dista mucho de consagrarse en el país dado que somos una sociedad políticamente atrasada que aún no percibe en el ambiente la urgencia de que sea de acceso de la gente y transparentada a fin de que los ciudadanos se nutran de su entorno.
Pero algo es algo, dice el pueblo. Habría que afinar más el esfuerzo, para que en los próximos años se amplíen los criterios. Obviamente, por mucho que nos pongan ejemplos, el acceso a la información es un lujo hasta en las sociedades complejas como las norteamericanas y europeas, aunque hay que admitir que nos llevan ventaja.
El caso sonado de Wikileaks –donde hubo filtración de al menos 250.000 archivos confidenciales del gobierno estadounidense a medios de comunicación y de ahí algunos a la gente- ilustra cómo (y ya lo sabíamos, tampoco es sorpresa) se esconde esa información a los ciudadanos con lo que el gobierno y el sistema de medios quedan en una situación bochornosa.
Los periodistas, académicos, asociaciones profesionales y ciudadanía en general debemos estar ojo al Cristo para demandar la transparencia informativa en la sociedad salvadoreña. Que la información y la comunicación se vuelvan en la realidad concreta bien social que nos pertenece a todos y que no debe ser tratado al antojo por gobiernos y mercanchifles.
El primer gobierno de izquierda en El Salvador tiene tremendo reto ante la ciudadanía en cuanto a transparentar la información de interés público, vamos a constatar si así como el partido oficial Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (Fmln) demandaba a los anteriores gobiernos apertura y transparencia tienen la honradez de dar el ejemplo.
Hacerlo sería una manera muy concreta de mostrar a la gente, y al mundo, que las cosas desde otra óptica política de veras es diferente. Dar el paso adecuado posibilitaría que, sin importar quien ocupe la silla presidencial en el nuevo período, ya no podría dar marcha atrás con la actitud de corresponder al derecho ciudadano a conocer lo público.
El presidente Mauricio Funes, que como periodista en ejercicio demandó la apertura de las fuentes oficiales, ahora tiene la oportunidad de abrir los espacios a los ciudadanos y a los periodistas en cumplimiento a la normativa. Ojala que no ponga obstáculos frente a la promulgación de la ley ni a su cumplimiento una vez publicada en el Diario Oficial.
Este esfuerzo sería mejor aprovechado por los ciudadanos con la concreción del recurso habeas data –por medio del cual cualquier persona puede demandar del Estado la entrega de información de interés público- así como el estatuto profesional del periodista a fin de que contemos con una figura jurídica que garantice nuestro trabajo profesional frente a la tentación de las represalias políticas o empresariales.
Pruebas no demagogia. Todos debemos estar vigilantes y no desperdiciar la oportunidad que la Ley de Acceso a la Información Pública nos otorga, pero metámosle más colmillos al recurso jurídico.
martes, noviembre 30, 2010
La educación como binomio de la comunicación
Por Guillermo Mejía
Los procesos educativos reclaman de la comunicación el sentido, el significado, la entrega al encuentro entre los seres humanos. Por eso, podemos hablar de comunicación en la educación más allá del esplendor de las nuevas tecnologías que, si bien así como nos resuelven con velocidad ciertos problemas también nos pueden envolver en una carrera frenética del sinsentido.
El especialista argentino en temas de comunicación y educación, Daniel Prieto Castillo, nos orienta sobre el valor de la comunicación en la educación: “Nos hemos preguntado durante largos años por las relaciones entre la comunicación y la educación y hemos hablado en el contexto de América Latina de ‘comunicación educativa’ (…) Hablamos ahora de comunicación en la educación”.
Y continúa: “Decir ‘en la educación’ nos sitúa de lleno en el espacio de toda la educación sin pretender reducirla a lo comunicacional, que bastante complejidad tiene como para caer en la tentación de leerla desde un solo ángulo”.
Prieto Castillo desarrolla sus tesis a partir de planteamientos donde engloba lo educativo y comunicativo, de esa forma explica:
1. Seres de comunicación. Hemos afirmado lo siguiente: “Los educadores somos seres de comunicación”. Ninguna profesión tan impregnada por lo comunicacional, sin duda. Porque lo peor que le puede ocurrir a un educador es tener problemas de comunicación, no soportar la relación con el otro, considerar su tarea cotidiana como un castigo debido a esa necesidad permanente de interactuar, de exponerse a las miradas, las voces y los gestos de diez, cincuenta, cien seres que van a él para relacionarse.
Así, el autor y profesor universitario expone una nueva forma de poner en práctica una comunicación distinta, más que perderse en el intento de definirla a cada paso.
Las propuestas que tiene en sus líneas de acción son las siguientes: Comunicar es ejercer la calidad de ser humano; comunicar es expresarse; comunicar es interactuar; comunicar es relacionarse; comunicar es gozar; comunicar es proyectarse; comunicar es afirmarse en el propio ser; comunicar es sentirse y sentir a los demás; comunicar es abrirse al mundo; comunicar es apropiarse de uno mismo.
2. Comunicación como sufrimiento. No es lo mismo un “ser de comunicación” que un “ser que sufre la comunicación”; reconocemos en esto último una de las peores cruces que le puede tocar cargar a alguien. Vivir crucificado por una comunicación no querida, estar entre los demás deseando con toda el alma no estarlo. La comunicación es el cemento de toda la arquitectura del acto educativo. Si ella falta, o se llena de huecos y de nubes de violencia, el edificio cruje por todos los rincones. Y a veces cruje por décadas, medidas en relación con la edad de una institución o la de un educador.
De nuevo, el especialista razona sobre las formas en que los vicios en el proceso educativo trastornan la función del educador: Comunicación, entonces, en función de ataque y defensa; la relación definida en función de traspaso de contenidos; el populismo pedagógico; el showman, el hombre-docente espectáculo; el docente de personalidad panóptica, el que ve de todos lados; la tecnología salvadora.
“Y así se va urdiendo aquí y allá la trama de la comunicación apoyada en un empobrecimiento, cuando no en una frustración, del aprendizaje”, asegura Prieto Castillo. Y agrega: “Se aprende mejor en un ambiente rico en comunicación, en interacciones, en la relación con materiales bien mediados pedagógicamente, en la práctica de la expresión, en el encuentro cotidiano”.
3. La comunicabilidad. En la educación la comunicación nos interesa desde el punto de vista de la comunicabilidad. Podemos expresarlo así: “La comunicabilidad es el ideal (desde al perspectiva de la comunicación en la educación) de todo acto educativo, sea desde el punto de vista institucional, desde el educador, desde los medios y materiales, desde el grupo, desde la relación con el contexto y desde el trabajo con uno mismo”.
El autor argentino da cuenta del concepto: “Entiendo la comunicabilidad como la máxima intensidad de relación lograda en las instancias de aprendizaje: la institución con sus docentes, estudiantes y el contexto, los docentes entre sí y con los estudiantes, los estudiantes entre sí y con los medios, los materiales y el contexto; en fin, cada uno (docente o estudiantes, encargados de la gestión del establecimiento) consigo mismo”.
4. La entropía comunicacional en la educación. Colocamos de un lado el ideal de la comunicabilidad en todas las instancias y de otro, como extremo contrario, la entropía comunicacional en la educación, entendida como la pérdida de comunicaciٕn o, incluso, la muerte de ésta. De un lado la comunicabilidad, del otro la entropía comunicacional. Y entre ambos extremos todos los matices en los cuales se juega la realidad cotidiana de nuestra educación.
Luego explica: “La entropía tiene una ventaja: no exige mayor gasto de energía. Puede cundir favorecida por lo que hemos llamado ‘los muros’… el muro de la violencia, el muro del autoritarismo, el muro de la fatiga, el muro del desaliento, el muro del discurso institucional”.
5. Sentido y sinsentido. Cuando se produce la tendencia a la pérdida de comunicación, cuando baja la comunicabilidad, estamos frente a uno de los síntomas del sinsentido en la educación. Pero antes de entrar en este concepto veamos primero qué entendemos por sentido y los juegos que se producen entre uno y otro.
“En educación caracterizamos como con sentido todo lo que sostiene a un ser humano en su crecimiento y en su logro como educador, todo lo que enriquece la promoción y el acompañamiento del aprendizaje, todo lo que enriquece la gestión de la institución educativa para cumplir con sus funciones, todo lo que enriquece el uso de medios y la práctica discursiva en función del aprendizaje”, dice Prieto Castillo.
“Lo más importante es que sentido y sinsentido con comunicados siempre, por más que se los quiera disimular, que se los vista de seducción o de reglamentos, que se pretenda ocultarlos bajo algún discurso pomposo, como si con palabras pudiera llenarse un vacío en un ámbito tan delicado como el de la educación”, advierte.
6. Síntesis. Pero no podemos comprender el acto educativo sin tomar en cuenta lo comunicacional entendido como lo que significan el intercambio y la negociación de significados, de saberes y de puntos de vista, la interacción y el interaprendizaje, las tácticas de la palabra y el juego del diálogo, la interlocución y la escucha.
“Y, sobre todo, sin el análisis de la comunicabilidad. Porque nos interesa lo que sucede en las relaciones y en los materiales”, señala el autor argentino.
Finalmente, nos recuerda: “No hablo por noticias de todo esto. La preocupación por la comunicabilidad ha estado siempre presente en nuestras experiencias de educación formal, sea en el ámbito universitario o en el trabajo de educación a distancia con organizaciones de apoyo a la educación y la cultura en países de la región”.
Por Guillermo Mejía
Los procesos educativos reclaman de la comunicación el sentido, el significado, la entrega al encuentro entre los seres humanos. Por eso, podemos hablar de comunicación en la educación más allá del esplendor de las nuevas tecnologías que, si bien así como nos resuelven con velocidad ciertos problemas también nos pueden envolver en una carrera frenética del sinsentido.
El especialista argentino en temas de comunicación y educación, Daniel Prieto Castillo, nos orienta sobre el valor de la comunicación en la educación: “Nos hemos preguntado durante largos años por las relaciones entre la comunicación y la educación y hemos hablado en el contexto de América Latina de ‘comunicación educativa’ (…) Hablamos ahora de comunicación en la educación”.
Y continúa: “Decir ‘en la educación’ nos sitúa de lleno en el espacio de toda la educación sin pretender reducirla a lo comunicacional, que bastante complejidad tiene como para caer en la tentación de leerla desde un solo ángulo”.
Prieto Castillo desarrolla sus tesis a partir de planteamientos donde engloba lo educativo y comunicativo, de esa forma explica:
1. Seres de comunicación. Hemos afirmado lo siguiente: “Los educadores somos seres de comunicación”. Ninguna profesión tan impregnada por lo comunicacional, sin duda. Porque lo peor que le puede ocurrir a un educador es tener problemas de comunicación, no soportar la relación con el otro, considerar su tarea cotidiana como un castigo debido a esa necesidad permanente de interactuar, de exponerse a las miradas, las voces y los gestos de diez, cincuenta, cien seres que van a él para relacionarse.
Así, el autor y profesor universitario expone una nueva forma de poner en práctica una comunicación distinta, más que perderse en el intento de definirla a cada paso.
Las propuestas que tiene en sus líneas de acción son las siguientes: Comunicar es ejercer la calidad de ser humano; comunicar es expresarse; comunicar es interactuar; comunicar es relacionarse; comunicar es gozar; comunicar es proyectarse; comunicar es afirmarse en el propio ser; comunicar es sentirse y sentir a los demás; comunicar es abrirse al mundo; comunicar es apropiarse de uno mismo.
2. Comunicación como sufrimiento. No es lo mismo un “ser de comunicación” que un “ser que sufre la comunicación”; reconocemos en esto último una de las peores cruces que le puede tocar cargar a alguien. Vivir crucificado por una comunicación no querida, estar entre los demás deseando con toda el alma no estarlo. La comunicación es el cemento de toda la arquitectura del acto educativo. Si ella falta, o se llena de huecos y de nubes de violencia, el edificio cruje por todos los rincones. Y a veces cruje por décadas, medidas en relación con la edad de una institución o la de un educador.
De nuevo, el especialista razona sobre las formas en que los vicios en el proceso educativo trastornan la función del educador: Comunicación, entonces, en función de ataque y defensa; la relación definida en función de traspaso de contenidos; el populismo pedagógico; el showman, el hombre-docente espectáculo; el docente de personalidad panóptica, el que ve de todos lados; la tecnología salvadora.
“Y así se va urdiendo aquí y allá la trama de la comunicación apoyada en un empobrecimiento, cuando no en una frustración, del aprendizaje”, asegura Prieto Castillo. Y agrega: “Se aprende mejor en un ambiente rico en comunicación, en interacciones, en la relación con materiales bien mediados pedagógicamente, en la práctica de la expresión, en el encuentro cotidiano”.
3. La comunicabilidad. En la educación la comunicación nos interesa desde el punto de vista de la comunicabilidad. Podemos expresarlo así: “La comunicabilidad es el ideal (desde al perspectiva de la comunicación en la educación) de todo acto educativo, sea desde el punto de vista institucional, desde el educador, desde los medios y materiales, desde el grupo, desde la relación con el contexto y desde el trabajo con uno mismo”.
El autor argentino da cuenta del concepto: “Entiendo la comunicabilidad como la máxima intensidad de relación lograda en las instancias de aprendizaje: la institución con sus docentes, estudiantes y el contexto, los docentes entre sí y con los estudiantes, los estudiantes entre sí y con los medios, los materiales y el contexto; en fin, cada uno (docente o estudiantes, encargados de la gestión del establecimiento) consigo mismo”.
4. La entropía comunicacional en la educación. Colocamos de un lado el ideal de la comunicabilidad en todas las instancias y de otro, como extremo contrario, la entropía comunicacional en la educación, entendida como la pérdida de comunicaciٕn o, incluso, la muerte de ésta. De un lado la comunicabilidad, del otro la entropía comunicacional. Y entre ambos extremos todos los matices en los cuales se juega la realidad cotidiana de nuestra educación.
Luego explica: “La entropía tiene una ventaja: no exige mayor gasto de energía. Puede cundir favorecida por lo que hemos llamado ‘los muros’… el muro de la violencia, el muro del autoritarismo, el muro de la fatiga, el muro del desaliento, el muro del discurso institucional”.
5. Sentido y sinsentido. Cuando se produce la tendencia a la pérdida de comunicación, cuando baja la comunicabilidad, estamos frente a uno de los síntomas del sinsentido en la educación. Pero antes de entrar en este concepto veamos primero qué entendemos por sentido y los juegos que se producen entre uno y otro.
“En educación caracterizamos como con sentido todo lo que sostiene a un ser humano en su crecimiento y en su logro como educador, todo lo que enriquece la promoción y el acompañamiento del aprendizaje, todo lo que enriquece la gestión de la institución educativa para cumplir con sus funciones, todo lo que enriquece el uso de medios y la práctica discursiva en función del aprendizaje”, dice Prieto Castillo.
“Lo más importante es que sentido y sinsentido con comunicados siempre, por más que se los quiera disimular, que se los vista de seducción o de reglamentos, que se pretenda ocultarlos bajo algún discurso pomposo, como si con palabras pudiera llenarse un vacío en un ámbito tan delicado como el de la educación”, advierte.
6. Síntesis. Pero no podemos comprender el acto educativo sin tomar en cuenta lo comunicacional entendido como lo que significan el intercambio y la negociación de significados, de saberes y de puntos de vista, la interacción y el interaprendizaje, las tácticas de la palabra y el juego del diálogo, la interlocución y la escucha.
“Y, sobre todo, sin el análisis de la comunicabilidad. Porque nos interesa lo que sucede en las relaciones y en los materiales”, señala el autor argentino.
Finalmente, nos recuerda: “No hablo por noticias de todo esto. La preocupación por la comunicabilidad ha estado siempre presente en nuestras experiencias de educación formal, sea en el ámbito universitario o en el trabajo de educación a distancia con organizaciones de apoyo a la educación y la cultura en países de la región”.
lunes, noviembre 22, 2010
La cultura de investigación: Nuevos retos en la sociedad contemporánea
Por Guillermo Mejía
En pleno Siglo XXI, la investigación depende del tipo de sociedad donde se realiza, de la cultura y de la ecología específicas, por lo que no será lo mismo experimentar dentro de una sociedad cerrada que en una sociedad abierta, esta última donde florece el intercambio humano y la apertura mental con el enriquecimiento de la conciencia.
De esa forma lo plantea el comunicólogo mexicano, Luis Jesús Galindo Cáceres, al reflexionar sobre el papel del investigador en la sociedad contemporánea donde encontramos definidos cuatro tipos de sociedad: comunidad de información, sociedad de información, sociedad de comunicación y comunidad de comunicación. Generalmente, el tránsito actual está del segundo tipo al tercero.
“La sociedad de información es la forma cerrada de lo social. Se configura en el agrupamiento de conglomerados humanos en lugares acotados y ordenados, las ciudades, jerarquizados y controlados por lo más alto de la jerarquía. Sociedades con centro que gobierna la periferia, donde los pocos toman decisiones por los muchos”, dice al profesor universitario.
“Forma social donde las mayorías delegan autoridad en una minoría. Forma social que cruza casi la totalidad de la historia humana en teocracias, monarquías, imperios, dictaduras, y casi todas las macroformas de organización colectiva, incluyendo las democracias occidentales actuales”, agrega el autor mexicano.
La sociedad de información tiene su característica clave, según Galindo Cáceres, unos manejan la información sobre el todo, son los únicos que pueden actuar sobre el todo, y por tanto necesitan medios que les aseguren el control, el principal es la información sobre una masa previsible y manipulable. En el Siglo XX se desarrollaron las tecnologías y saberes diversos para lograr ese control.
“El mercado es el gran nicho ecológico de este nuevo escenario. La investigación es indispensable para que unos sepan de todos, y esos todos puedan ser dirigidos en sus comportamientos por esos unos. Ese es el lugar general de la investigación en nuestro medio”, estima el comunicólogo mexicano.
“Frente a este escenario aparece el proyecto de la modernidad occidental, la sociedad de comunicación, la sociedad abierta, la compuesta por ciudadanos libres y participativos, la de individuos críticos y reflexivos. La paradoja es que entonces nace la ciencia social, pero no para promover la sociedad de comunicación solamente, sino para ser instrumentada para la sociedad de información”, advierte.
Según Galindo Cáceres, la democracia es la cualidad central de este tipo social, para su movimiento requiere del diálogo de los iguales, del acuerdo entre los distintos pero tolerantes para un gobierno más horizontal. El asunto lleva poco más de dos siglos y aún batalla por abrirse paso en la forma dominante.
“La sociedad de comunicación supone un manejo de información distinto, pone énfasis en la relación más que en el contenido. No importa tanto lo que sabemos de los otros y lo que podamos hacer sobre los demás con ese saber, lo importante es el acuerdo de diálogo y concertación con los demás sobre lo que a todos compete, poniendo en juego todo el saber posible para un mejor diálogo y una mayor decisión concertada y ejecutada”, explica.
De ahí que la investigación –en este tipo social- se separa del anterior sustantivamente, ya no es el control y la dominación lo importante, lo básico es el autocontrol y la comunicación. Una investigación social donde las formas del diálogo, del escuchar, sean el centro del trabajo reflexivo aún es escasa, casi inexistente, pero hay iniciativas al respecto.
En las sociedades, como por ejemplo el caso de su país (México), se encuentran los dos escenarios, la sociedad de información es la dominante, la de comunicación es emergente. “La investigación toma algún lugar en esa bifurcación, por una parte mantener la situación ecológica general, por otra parte promover la democracia y la reflexividad como formas elementales de convivencia”.
Luego, Galindo Cáceres, caracteriza el proceso que va de la cultura de información a la cultura de comunicación.
“La cultura de información representa las tendencias en el comportamiento a la búsqueda, manejo y distinción de la información pertinente para la acción. Todo actor social requiere de cierta cultura de información para relacionarse con los demás, para vivir en sociedad. Esta cultura será la adecuada cuando el ajuste situacional entre la acción y el objeto de la acción se verifiquen con consistencia”, dice.
Por otro lado, la cultura de información adquiere su verdadera profundidad cuando se le observa en sectores sociales distintos y en forma comparativa. “Ahí se perciben diferencias que están lejos de ser casuales o circunstanciales, más bien son consistentes con la ecología social general”, asume. De esa manera, algunos sectores sólo manejan cierto tipo de información, pero otros de manera más amplia.
La investigación social es parte de la cultura de información. El saber sobre lo social se distribuye entre la población de manera disimétrica, a algunos les llega más información que otros. La situación no es objeto de acción de la investigación tradicional, pero la investigación reflexiva de segundo orden intenta promover en los actores sociales una mayor cultura de información, de acuerdo con el autor.
“El asunto se pone más interesante con la cultura de comunicación. La sociedad de información tiene una muy baja cultura de comunicación, le interesa más el flujo de datos en ciertas direcciones, que constituir formas sociales de encuentro y diálogo. La razón es simple, una organización con trazos verticales no incluye a los horizontales más que en un orden secundario y subordinado, como en el caso de las democracias actuales”.
En la sociedad de comunicación se invierte el orden de subordinación prioritaria y primaria, la información depende de la comunicación. La información sigue teniendo una importante clave, pero es estructuralmente más relevante lo que hacen con ella en interacción dialógica los actores. O sea, según Galindo Cáceres, el flujo no se mueve en una dirección predominante, se reconstituye en cada nodo interactivo.
“Esto supone una organización más compleja, así como un gasto de energía más alto en la interacción. De la misma manera, conlleva ciertos elementos de transformación en toda la vida social, en sus valores y objetos prioritarios”, asegura.
De hecho, la investigación social se modifica sustancialmente con el aumento en la cultura de comunicación, y en tránsito a una sociedad de comunicación.
“Indagar sigue siendo un oficio relevante, pero su ubicación en la organización no está sólo cerca del centro de control, se distribuye en el todo social que ahora tiende a multiplicar los centros de autocontrol, y a necesitar los nodos interactivos para llegar a acuerdos o sólo participar colectivamente de la reflexividad de cada lugar que se auto-organiza”, explica.
Pero en las sociedades típicas, como México, la cultura de información es baja, sólo se tiene la necesaria para irla llevando, patrón de búsqueda o de exploración es casi inexistente como norma general. Hay poco manejo de información, lo que implica toma de decisiones sin información suficiente y adecuada.
“En el caso de la cultura de información el asunto es peor. Hay un dictador en potencia en cada individuo, un pequeño tirano en cada lugar de autoridad. El diálogo es una ausencia constante. Y aún así, hay un movimiento que busca redes horizontales de relación y organización: Este movimiento inicia la cultura de investigación como una actividad colectiva, reflexiva y dialógica”, advierte el autor mexicano.
Por Guillermo Mejía
En pleno Siglo XXI, la investigación depende del tipo de sociedad donde se realiza, de la cultura y de la ecología específicas, por lo que no será lo mismo experimentar dentro de una sociedad cerrada que en una sociedad abierta, esta última donde florece el intercambio humano y la apertura mental con el enriquecimiento de la conciencia.
De esa forma lo plantea el comunicólogo mexicano, Luis Jesús Galindo Cáceres, al reflexionar sobre el papel del investigador en la sociedad contemporánea donde encontramos definidos cuatro tipos de sociedad: comunidad de información, sociedad de información, sociedad de comunicación y comunidad de comunicación. Generalmente, el tránsito actual está del segundo tipo al tercero.
“La sociedad de información es la forma cerrada de lo social. Se configura en el agrupamiento de conglomerados humanos en lugares acotados y ordenados, las ciudades, jerarquizados y controlados por lo más alto de la jerarquía. Sociedades con centro que gobierna la periferia, donde los pocos toman decisiones por los muchos”, dice al profesor universitario.
“Forma social donde las mayorías delegan autoridad en una minoría. Forma social que cruza casi la totalidad de la historia humana en teocracias, monarquías, imperios, dictaduras, y casi todas las macroformas de organización colectiva, incluyendo las democracias occidentales actuales”, agrega el autor mexicano.
La sociedad de información tiene su característica clave, según Galindo Cáceres, unos manejan la información sobre el todo, son los únicos que pueden actuar sobre el todo, y por tanto necesitan medios que les aseguren el control, el principal es la información sobre una masa previsible y manipulable. En el Siglo XX se desarrollaron las tecnologías y saberes diversos para lograr ese control.
“El mercado es el gran nicho ecológico de este nuevo escenario. La investigación es indispensable para que unos sepan de todos, y esos todos puedan ser dirigidos en sus comportamientos por esos unos. Ese es el lugar general de la investigación en nuestro medio”, estima el comunicólogo mexicano.
“Frente a este escenario aparece el proyecto de la modernidad occidental, la sociedad de comunicación, la sociedad abierta, la compuesta por ciudadanos libres y participativos, la de individuos críticos y reflexivos. La paradoja es que entonces nace la ciencia social, pero no para promover la sociedad de comunicación solamente, sino para ser instrumentada para la sociedad de información”, advierte.
Según Galindo Cáceres, la democracia es la cualidad central de este tipo social, para su movimiento requiere del diálogo de los iguales, del acuerdo entre los distintos pero tolerantes para un gobierno más horizontal. El asunto lleva poco más de dos siglos y aún batalla por abrirse paso en la forma dominante.
“La sociedad de comunicación supone un manejo de información distinto, pone énfasis en la relación más que en el contenido. No importa tanto lo que sabemos de los otros y lo que podamos hacer sobre los demás con ese saber, lo importante es el acuerdo de diálogo y concertación con los demás sobre lo que a todos compete, poniendo en juego todo el saber posible para un mejor diálogo y una mayor decisión concertada y ejecutada”, explica.
De ahí que la investigación –en este tipo social- se separa del anterior sustantivamente, ya no es el control y la dominación lo importante, lo básico es el autocontrol y la comunicación. Una investigación social donde las formas del diálogo, del escuchar, sean el centro del trabajo reflexivo aún es escasa, casi inexistente, pero hay iniciativas al respecto.
En las sociedades, como por ejemplo el caso de su país (México), se encuentran los dos escenarios, la sociedad de información es la dominante, la de comunicación es emergente. “La investigación toma algún lugar en esa bifurcación, por una parte mantener la situación ecológica general, por otra parte promover la democracia y la reflexividad como formas elementales de convivencia”.
Luego, Galindo Cáceres, caracteriza el proceso que va de la cultura de información a la cultura de comunicación.
“La cultura de información representa las tendencias en el comportamiento a la búsqueda, manejo y distinción de la información pertinente para la acción. Todo actor social requiere de cierta cultura de información para relacionarse con los demás, para vivir en sociedad. Esta cultura será la adecuada cuando el ajuste situacional entre la acción y el objeto de la acción se verifiquen con consistencia”, dice.
Por otro lado, la cultura de información adquiere su verdadera profundidad cuando se le observa en sectores sociales distintos y en forma comparativa. “Ahí se perciben diferencias que están lejos de ser casuales o circunstanciales, más bien son consistentes con la ecología social general”, asume. De esa manera, algunos sectores sólo manejan cierto tipo de información, pero otros de manera más amplia.
La investigación social es parte de la cultura de información. El saber sobre lo social se distribuye entre la población de manera disimétrica, a algunos les llega más información que otros. La situación no es objeto de acción de la investigación tradicional, pero la investigación reflexiva de segundo orden intenta promover en los actores sociales una mayor cultura de información, de acuerdo con el autor.
“El asunto se pone más interesante con la cultura de comunicación. La sociedad de información tiene una muy baja cultura de comunicación, le interesa más el flujo de datos en ciertas direcciones, que constituir formas sociales de encuentro y diálogo. La razón es simple, una organización con trazos verticales no incluye a los horizontales más que en un orden secundario y subordinado, como en el caso de las democracias actuales”.
En la sociedad de comunicación se invierte el orden de subordinación prioritaria y primaria, la información depende de la comunicación. La información sigue teniendo una importante clave, pero es estructuralmente más relevante lo que hacen con ella en interacción dialógica los actores. O sea, según Galindo Cáceres, el flujo no se mueve en una dirección predominante, se reconstituye en cada nodo interactivo.
“Esto supone una organización más compleja, así como un gasto de energía más alto en la interacción. De la misma manera, conlleva ciertos elementos de transformación en toda la vida social, en sus valores y objetos prioritarios”, asegura.
De hecho, la investigación social se modifica sustancialmente con el aumento en la cultura de comunicación, y en tránsito a una sociedad de comunicación.
“Indagar sigue siendo un oficio relevante, pero su ubicación en la organización no está sólo cerca del centro de control, se distribuye en el todo social que ahora tiende a multiplicar los centros de autocontrol, y a necesitar los nodos interactivos para llegar a acuerdos o sólo participar colectivamente de la reflexividad de cada lugar que se auto-organiza”, explica.
Pero en las sociedades típicas, como México, la cultura de información es baja, sólo se tiene la necesaria para irla llevando, patrón de búsqueda o de exploración es casi inexistente como norma general. Hay poco manejo de información, lo que implica toma de decisiones sin información suficiente y adecuada.
“En el caso de la cultura de información el asunto es peor. Hay un dictador en potencia en cada individuo, un pequeño tirano en cada lugar de autoridad. El diálogo es una ausencia constante. Y aún así, hay un movimiento que busca redes horizontales de relación y organización: Este movimiento inicia la cultura de investigación como una actividad colectiva, reflexiva y dialógica”, advierte el autor mexicano.
lunes, noviembre 15, 2010
La comunicación en tiempos de pensamiento complejo
Por Guillermo Mejía
Con el aparecimiento del posmodernismo en el Siglo XX, con lo que se puso en entredicho los conceptos de historia como tiempo lineal y de espacio como territorio, la subjetividad del hombre se intenta recuperar a través de una razón dialógica e intercultural y las significaciones sociales se asumen como prácticas de sentido significantes.
Así resume la comunicóloga venezolana, Migdalia Pineda, de la Universidad del Zulia, los nuevos tiempos que vivimos a partir de la propuesta teórica del filósofo francés, Jean-Francois Lyotard, que junto a otros autores ha desarrollado pensamiento frente a la crisis de una racionalidad que se sustentó en la razón científica y técnica para dominar el mundo.
En consecuencia, según señala Pineda, el posmodernismo pretende recuperar, por un lado, el sentido de la palabra, del lenguaje y, por el otro, la dimensión ética y ontológica del progreso material y económico. De modo que con la deconstrucción se busca invertir el sentido, o producir un desplazamiento del conocimiento exacto, técnico y científico hacia los problemas de la intersubjetividad del sujeto (conocimiento y comunicación).
“De las significaciones sociales, partiendo de la base de que es en el lenguaje, en el referente lingüístico, donde la complejidad humana se hace presente con su desorden y su caos; y que es más enriquecedor para el hombre vivir en un contexto de las certidumbres del discurso científico con sus verdades inamovibles”, agrega.
De acuerdo con la profesora Pineda, de hecho desde la década de los 80 del siglo pasado, el posmodernismo comienza a proponer nuevas teorías en el campo de la física, la astronáutica, la historia, la pintura, la literatura y la medicina para interpretar los profundos cambios sociales, culturales, políticos, tecnológicos y científicos de la época contemporánea.
“Y para los inicios del Siglo XXI, se convierte en una revolución cultural, filosófica, de contexto y carácter histórico, en la cual la humanidad perfila otras maneras de entenderse a sí misma en medio de fuertes luchas de regiones, provincias y pueblos por la autodeterminación y la autonomía cultural y política; así como en medio de fuertes cambios científicos y tecnológicos que hacen surgir una sensibilidad social y cultural más hedonista, y un nuevo paradigma tecnológico sustentado en la imbricación de los medios de masas y las tecnologías digitales y virtuales (…)”.
La maestra venezolana dice que los enfoques posmodernos señalan la necesidad de repensar “lo técnico”, para avanzar en una deconstrucción de la tecnología, que ahora adquiere un lugar central no en las relaciones de producción sino en las de reproducción simbólica. Las tecnologías de la información y la comunicación plantean grandes interrogantes sobre la función de las “máquinas” en lo contemporáneo.
“Unas máquinas que hacen posibles intercambios simbólicos con otros en un tiempo y un espacio no lineal, no geográfico, sino virtual, reticular, global, que han revertido los lenguajes, las palabras y los roles de los sujetos dialogantes, y que han introducido elementos de mayor desorden, caos e incertidumbre que las máquinas exactas de la sociedad industrial”, añade Pineda.
En suma, de acuerdo con ella, las tecnologías digitales han supuesto cambios fundamentales en las formas de escritura lineal y analítica de la palabra impresa, con sus modalidades del hipertexto, el multimedia, la virtualidad y las redes, y con ello contribuyen a la conformación de un nuevo tipo de pensamiento, denominado como pensamiento sintético no tan racional sino intuitivo y abierto.
Algunas de las explicaciones que las nuevas tecnologías requieren “no podrán ser ofrecidas a través de los enfoques de las disciplinas científicas tradicionales, cuyos conceptos, categorías y base epistemológica no podrían dar cuenta de la complejidad del mundo posmoderno y los intercambios significativos que a través de dichas tecnologías establecen los hombres entre sí e incluso con las máquinas”.
De modo que el pensamiento complejo y la transdiciplinaridad que lo acompaña emerge, pues, como el modo de acercamiento a la realidad actual para entender los cambios, la pérdida de los centros y de los discursos institucionalizados como verdaderos y en su lugar aparece la inestabilidad de los discursos, la relatividad de las teorías, la inseguridad de los sabido, y la diversidad y la diferencia comienzan a pugnar por llegar a ser valores culturales reconocidos, de acuerdo con Pineda.
¿Qué hacer para abordar la comunicación en la contemporaneidad?, se pregunta la autora venezolana.
Luego responde: “Es evidente, que con este cambio de época, la comunicación parece ocupar un lugar transversal en todos los órdenes de la vida social y con ello los problemas del sentido, de las significaciones, del intercambio simbólico”.
“En consecuencia, el estudio de los procesos de comunicación, de sus bases teóricas, tiene que rescatarse para ayudar a conformar otras explicaciones, conceptos y categorías que den cuenta de los profundos cambios que están ocurriendo en la actualidad. Se trata de volver al pensamiento teórico, a la reflexión epistemológica que haga posible la construcción de una episteme de conocimiento de lo social y lo histórico diferente a la de la modernidad y su racionalidad instrumental”, agrega.
Pero “volver a la teoría no significa para nada retornar a un modo de conocimiento contemplativo, alejado de lo real, de lo histórico, del contexto y de lo cotidiano, sino a un modo de conocimiento que se confronte de forma permanente con los hechos, con la vida misma y que asume que el hombre con su potencialidad de pensar, conocer y dialogar es el sujeto protagónico del proceso de conocimiento por encima de los métodos y técnicas institucionalizadas”, señala Pineda.
“Un modo de conocimiento que revalorice los enfoques holísticos, integradores y cualitativos, que proponga opciones metodológicas más flexibles y adaptables a los cambios del mundo real vivido, para llegar a nuevas combinatorias y entrecruces de disciplinas que nos ayude a consolidar un pensamiento más heterodoxo que el de la modernidad”, explica la profesora venezolana.
Por Guillermo Mejía
Con el aparecimiento del posmodernismo en el Siglo XX, con lo que se puso en entredicho los conceptos de historia como tiempo lineal y de espacio como territorio, la subjetividad del hombre se intenta recuperar a través de una razón dialógica e intercultural y las significaciones sociales se asumen como prácticas de sentido significantes.
Así resume la comunicóloga venezolana, Migdalia Pineda, de la Universidad del Zulia, los nuevos tiempos que vivimos a partir de la propuesta teórica del filósofo francés, Jean-Francois Lyotard, que junto a otros autores ha desarrollado pensamiento frente a la crisis de una racionalidad que se sustentó en la razón científica y técnica para dominar el mundo.
En consecuencia, según señala Pineda, el posmodernismo pretende recuperar, por un lado, el sentido de la palabra, del lenguaje y, por el otro, la dimensión ética y ontológica del progreso material y económico. De modo que con la deconstrucción se busca invertir el sentido, o producir un desplazamiento del conocimiento exacto, técnico y científico hacia los problemas de la intersubjetividad del sujeto (conocimiento y comunicación).
“De las significaciones sociales, partiendo de la base de que es en el lenguaje, en el referente lingüístico, donde la complejidad humana se hace presente con su desorden y su caos; y que es más enriquecedor para el hombre vivir en un contexto de las certidumbres del discurso científico con sus verdades inamovibles”, agrega.
De acuerdo con la profesora Pineda, de hecho desde la década de los 80 del siglo pasado, el posmodernismo comienza a proponer nuevas teorías en el campo de la física, la astronáutica, la historia, la pintura, la literatura y la medicina para interpretar los profundos cambios sociales, culturales, políticos, tecnológicos y científicos de la época contemporánea.
“Y para los inicios del Siglo XXI, se convierte en una revolución cultural, filosófica, de contexto y carácter histórico, en la cual la humanidad perfila otras maneras de entenderse a sí misma en medio de fuertes luchas de regiones, provincias y pueblos por la autodeterminación y la autonomía cultural y política; así como en medio de fuertes cambios científicos y tecnológicos que hacen surgir una sensibilidad social y cultural más hedonista, y un nuevo paradigma tecnológico sustentado en la imbricación de los medios de masas y las tecnologías digitales y virtuales (…)”.
La maestra venezolana dice que los enfoques posmodernos señalan la necesidad de repensar “lo técnico”, para avanzar en una deconstrucción de la tecnología, que ahora adquiere un lugar central no en las relaciones de producción sino en las de reproducción simbólica. Las tecnologías de la información y la comunicación plantean grandes interrogantes sobre la función de las “máquinas” en lo contemporáneo.
“Unas máquinas que hacen posibles intercambios simbólicos con otros en un tiempo y un espacio no lineal, no geográfico, sino virtual, reticular, global, que han revertido los lenguajes, las palabras y los roles de los sujetos dialogantes, y que han introducido elementos de mayor desorden, caos e incertidumbre que las máquinas exactas de la sociedad industrial”, añade Pineda.
En suma, de acuerdo con ella, las tecnologías digitales han supuesto cambios fundamentales en las formas de escritura lineal y analítica de la palabra impresa, con sus modalidades del hipertexto, el multimedia, la virtualidad y las redes, y con ello contribuyen a la conformación de un nuevo tipo de pensamiento, denominado como pensamiento sintético no tan racional sino intuitivo y abierto.
Algunas de las explicaciones que las nuevas tecnologías requieren “no podrán ser ofrecidas a través de los enfoques de las disciplinas científicas tradicionales, cuyos conceptos, categorías y base epistemológica no podrían dar cuenta de la complejidad del mundo posmoderno y los intercambios significativos que a través de dichas tecnologías establecen los hombres entre sí e incluso con las máquinas”.
De modo que el pensamiento complejo y la transdiciplinaridad que lo acompaña emerge, pues, como el modo de acercamiento a la realidad actual para entender los cambios, la pérdida de los centros y de los discursos institucionalizados como verdaderos y en su lugar aparece la inestabilidad de los discursos, la relatividad de las teorías, la inseguridad de los sabido, y la diversidad y la diferencia comienzan a pugnar por llegar a ser valores culturales reconocidos, de acuerdo con Pineda.
¿Qué hacer para abordar la comunicación en la contemporaneidad?, se pregunta la autora venezolana.
Luego responde: “Es evidente, que con este cambio de época, la comunicación parece ocupar un lugar transversal en todos los órdenes de la vida social y con ello los problemas del sentido, de las significaciones, del intercambio simbólico”.
“En consecuencia, el estudio de los procesos de comunicación, de sus bases teóricas, tiene que rescatarse para ayudar a conformar otras explicaciones, conceptos y categorías que den cuenta de los profundos cambios que están ocurriendo en la actualidad. Se trata de volver al pensamiento teórico, a la reflexión epistemológica que haga posible la construcción de una episteme de conocimiento de lo social y lo histórico diferente a la de la modernidad y su racionalidad instrumental”, agrega.
Pero “volver a la teoría no significa para nada retornar a un modo de conocimiento contemplativo, alejado de lo real, de lo histórico, del contexto y de lo cotidiano, sino a un modo de conocimiento que se confronte de forma permanente con los hechos, con la vida misma y que asume que el hombre con su potencialidad de pensar, conocer y dialogar es el sujeto protagónico del proceso de conocimiento por encima de los métodos y técnicas institucionalizadas”, señala Pineda.
“Un modo de conocimiento que revalorice los enfoques holísticos, integradores y cualitativos, que proponga opciones metodológicas más flexibles y adaptables a los cambios del mundo real vivido, para llegar a nuevas combinatorias y entrecruces de disciplinas que nos ayude a consolidar un pensamiento más heterodoxo que el de la modernidad”, explica la profesora venezolana.
lunes, noviembre 08, 2010
El periodismo político en tiempos posmodernos
Por Guillermo Mejía
Las instituciones más poderosas para el control de la información son la religión y el Estado, por medio de ellas se crean mitos y relatos que expresan teorías sobre asuntos fundamentales. En la era posmoderna, los actores son los políticos y los periodistas y las nuevas sedes, catedrales de estos tiempos, son los medios de comunicación, en especial la televisión.
De esa forma estima el profesor y especialista en comunicación política afincado en España, Javier del Rey Morató, que agrega: “El relato es plural, y no remite a un mundo trascendente, sino a las cosas de la política, de la que esperamos lo que antes nos daba el gran relato: seguridad, certidumbre, asuntos para nuestra efectividad, y credibilidad para apoyar a los intérpretes y confiar en su palabra”.
Su interpretación parte de dos conclusiones fundamentales.
En primer lugar, lo que se refiere –como se dice en la entrada del presente artículo- que las instituciones más poderosas para el control de la información son la religión y el Estado. “La función de las teorías es simplificar al máximo la información, y ayudar a los que creen en ellas a organizar, valorar e interpretar la información, y a excluir la información no relevante”.
En segundo lugar, el autor asegura que después de la crisis del metarrelato bíblico, y después de la crisis de su competidor, el gran relato marxiano (en 1989) sólo queda el relato de la democracia liberal: “Aunque no sabemos muy bien en qué consiste, podemos aproximarnos a él: es un relato con nuevos actores, nuevo guión y nuevos escenarios”. Ahí aparecen los políticos y los periodistas.
Sin embargo, Morató prevé que la crisis del relato no empieza en estos tiempos, es adecuado “consignar que la crisis se insinúa en el dualismo de Maquiavelo. La crisis del metarrelato se manifiesta en el campo fenomenológico que él somete a análisis: la política. Y eso es tanto como decir que la posmodernidad estaba implícita en los enunciados inaugurales de la modernidad, como la madurez en el niño o la semilla en el árbol”.
Y añade el profesor de comunicación e información: “Podemos decir que la posmodernidad no es sino la modernidad más moderna, nuestro modo de estar en ella y de sentirnos habitados por ella: si empieza con la declaración de un estatuto de autonomía para la política, prosigue su marcha en la ciencia, con Galileo, toma posiciones en la cultura con Vico y con Herder, sale ruidosamente a la calle en 1789, y adquiere actualidad con las propuestas de Dewey, y, más recientemente con el llamado ‘pensamiento débil’”.
El punto es que –como explica Morató- si todo aquello era la modernidad ascendente, éste es un capítulo que no estaba en el guión: la conciencia de los límites de la modernidad; el padecimiento de sus contradicciones; la resignación ante un saber fragmentado; la aceptación de que existe una contradicción entre valores igualmente aceptables; la práctica de una política de posibilismo, basada en la gestión de los feedbacks, y la producción de una comunicación política que consigue implicar el demos en los asuntos de la polis.
El profesor y especialista en comunicación política aprovecha la ocasión para referirse al problema de los valores políticos en la posmodernidad, por cuanto la legitimidad en la búsqueda de un valor social “es en buena medida un concepto heterónomo, es decir, relativo, que no depende en exclusiva del valor estimado, sino de sus posibilidades en la constelación de valores en la que tiene que competir”.
Así, la legitimidad cambia cuando cambia la situación, y en ocasiones diferentes concepciones de la legitimidad pueden conducir a un conflicto entre grupos, o intensificar y radicalizar conflictos ya existentes.
“En esa búsqueda de valores, que se produce en un escenario conflictivo, en el que hay que decidir y decantarse por unos valores en detrimento de otros, la política adquiere una lógica propia, y unos comportamientos diferentes, que la distancian necesariamente de la cultura y de la religión”, dice el autor.
De esa manera, según Morató: “Una serie de dilemas, de asuntos no resueltos a priori, y que no admiten una solución ideal, satisfactoria para todos, no puede resolverse sobre la base de criterios técnicos exclusivos, ni tampoco en relación con un solo valor. Enfrentarse a esos dilemas implica necesariamente elegir entre distintas medidas políticas y distintos valores”.
Como no es posible encontrar “fórmulas mágicas” que sustituyan los dilemas por soluciones claras a todos y cada uno de los problemas, soluciones que den satisfacción a todas las partes implicadas “lo que queda no es la racionalidad en cuanto medición objetiva de las utilidades sociales, sino el regateo entre las personas”, asegura el pensador citando al autor estadounidense Daniel Bell.
Y concluye: “Es precisamente ese regateo entre grupos y personas en que consiste la política –su carácter pendenciero- el que convierte a la comunicación política en algo indisociable del quehacer político, y también en el repertorio de recursos para argumentar en forma interesada, que no siempre tiene en cuenta la realidad y la amarra semántica de los enunciados, bastándole con ser útil para los intereses camuflados bajo al forma de retórica reaccionaria o progresista, y bajo la forma de distintas posibilidades de simulación”.
Por Guillermo Mejía
Las instituciones más poderosas para el control de la información son la religión y el Estado, por medio de ellas se crean mitos y relatos que expresan teorías sobre asuntos fundamentales. En la era posmoderna, los actores son los políticos y los periodistas y las nuevas sedes, catedrales de estos tiempos, son los medios de comunicación, en especial la televisión.
De esa forma estima el profesor y especialista en comunicación política afincado en España, Javier del Rey Morató, que agrega: “El relato es plural, y no remite a un mundo trascendente, sino a las cosas de la política, de la que esperamos lo que antes nos daba el gran relato: seguridad, certidumbre, asuntos para nuestra efectividad, y credibilidad para apoyar a los intérpretes y confiar en su palabra”.
Su interpretación parte de dos conclusiones fundamentales.
En primer lugar, lo que se refiere –como se dice en la entrada del presente artículo- que las instituciones más poderosas para el control de la información son la religión y el Estado. “La función de las teorías es simplificar al máximo la información, y ayudar a los que creen en ellas a organizar, valorar e interpretar la información, y a excluir la información no relevante”.
En segundo lugar, el autor asegura que después de la crisis del metarrelato bíblico, y después de la crisis de su competidor, el gran relato marxiano (en 1989) sólo queda el relato de la democracia liberal: “Aunque no sabemos muy bien en qué consiste, podemos aproximarnos a él: es un relato con nuevos actores, nuevo guión y nuevos escenarios”. Ahí aparecen los políticos y los periodistas.
Sin embargo, Morató prevé que la crisis del relato no empieza en estos tiempos, es adecuado “consignar que la crisis se insinúa en el dualismo de Maquiavelo. La crisis del metarrelato se manifiesta en el campo fenomenológico que él somete a análisis: la política. Y eso es tanto como decir que la posmodernidad estaba implícita en los enunciados inaugurales de la modernidad, como la madurez en el niño o la semilla en el árbol”.
Y añade el profesor de comunicación e información: “Podemos decir que la posmodernidad no es sino la modernidad más moderna, nuestro modo de estar en ella y de sentirnos habitados por ella: si empieza con la declaración de un estatuto de autonomía para la política, prosigue su marcha en la ciencia, con Galileo, toma posiciones en la cultura con Vico y con Herder, sale ruidosamente a la calle en 1789, y adquiere actualidad con las propuestas de Dewey, y, más recientemente con el llamado ‘pensamiento débil’”.
El punto es que –como explica Morató- si todo aquello era la modernidad ascendente, éste es un capítulo que no estaba en el guión: la conciencia de los límites de la modernidad; el padecimiento de sus contradicciones; la resignación ante un saber fragmentado; la aceptación de que existe una contradicción entre valores igualmente aceptables; la práctica de una política de posibilismo, basada en la gestión de los feedbacks, y la producción de una comunicación política que consigue implicar el demos en los asuntos de la polis.
El profesor y especialista en comunicación política aprovecha la ocasión para referirse al problema de los valores políticos en la posmodernidad, por cuanto la legitimidad en la búsqueda de un valor social “es en buena medida un concepto heterónomo, es decir, relativo, que no depende en exclusiva del valor estimado, sino de sus posibilidades en la constelación de valores en la que tiene que competir”.
Así, la legitimidad cambia cuando cambia la situación, y en ocasiones diferentes concepciones de la legitimidad pueden conducir a un conflicto entre grupos, o intensificar y radicalizar conflictos ya existentes.
“En esa búsqueda de valores, que se produce en un escenario conflictivo, en el que hay que decidir y decantarse por unos valores en detrimento de otros, la política adquiere una lógica propia, y unos comportamientos diferentes, que la distancian necesariamente de la cultura y de la religión”, dice el autor.
De esa manera, según Morató: “Una serie de dilemas, de asuntos no resueltos a priori, y que no admiten una solución ideal, satisfactoria para todos, no puede resolverse sobre la base de criterios técnicos exclusivos, ni tampoco en relación con un solo valor. Enfrentarse a esos dilemas implica necesariamente elegir entre distintas medidas políticas y distintos valores”.
Como no es posible encontrar “fórmulas mágicas” que sustituyan los dilemas por soluciones claras a todos y cada uno de los problemas, soluciones que den satisfacción a todas las partes implicadas “lo que queda no es la racionalidad en cuanto medición objetiva de las utilidades sociales, sino el regateo entre las personas”, asegura el pensador citando al autor estadounidense Daniel Bell.
Y concluye: “Es precisamente ese regateo entre grupos y personas en que consiste la política –su carácter pendenciero- el que convierte a la comunicación política en algo indisociable del quehacer político, y también en el repertorio de recursos para argumentar en forma interesada, que no siempre tiene en cuenta la realidad y la amarra semántica de los enunciados, bastándole con ser útil para los intereses camuflados bajo al forma de retórica reaccionaria o progresista, y bajo la forma de distintas posibilidades de simulación”.
lunes, noviembre 01, 2010
La comunicación en un mundo fluido
Por Guillermo Mejía
La comunicación, como fenómeno complejo, se vuelve necesaria abordarla desde la perspectiva de lo fluido, porque más que objeto se trata de procesos. Los nuevos paradigmas de la ciencia nos señalan que la forma tradicional del sujeto que conoce y la existencia de objetos independientes al sujeto fue superada por el entrecruce simultáneo de ambas categorías.
De esa forma lo define la maestra e investigadora en comunicación estratégica argentina, Sandra Massoni, que cita al autor Alejandro Piscitelli: “Mientras el viejo mundo cultural se organizaba alrededor de una cascada de interpretaciones, el mundo contemporáneo está apuntalado por una red de operaciones. Antes, el hilo conductor era el gesto; ahora lo es la programación”.
A partir de eso, una nueva perspectiva de investigación en comunicación permite plantear los siguientes supuestos epistemológicos:
Primero, la escala crea el fenómeno. El instrumento es teoría concretizada. No es solo más capacidad, sino habilita nuevas cosas, pero a la vez se crea para algo. Tiene una intencionalidad. Si aceptamos lo expuesto, podemos avanzar en que no sólo el punto de vista crea al objeto sino que el punto de vista no es natural con respecto al objeto.
Segundo, La distancia entre el objeto y el campo material es una distancia de interpelación y réplica que se recorre en condiciones históricas específicas.
“Cuando nos planteamos una investigación que descarta la pretensión positivista de objetividad, cuando no creemos en la posibilidad de la ciencia como ‘descubridora’ de algo que está fuera de nosotros, la preocupación se desplaza hacia la explicitación del lugar desde el que construimos el objeto. Esto es, el lugar desde el que hablamos a partir de asumir una relación sujeto-objeto”, asegura Massoni.
Entonces, la investigación en comunicación se propone como objetivo interpelar la complejidad en movimiento con lo que su pertinencia se aleja de la episteme (un saber qué) en dirección a la fronesis (un saber cómo algo funciona en diversas situaciones específicas). Se da un espacio de encuentro entre dos perspectivas tradicionalmente separadas, la filosofía y las ciencias sociales.
“La mirada comunicacional desde el paradigma de lo fluido se constituye entonces como una manera de abordar el espesor de la comunicación como fenómeno complejo y permite centrarnos en los dispositivos del cambio sociocultural como autodispositivos”, señala Massoni. Se necesita un abordaje multiparadigmátivo para comprender esa complejidad del fenómeno comunicativo.
Massoni propone a la categoría de mediación –así como la define el maestro Jesús Martín Barbero- para repensar el lugar de la comunicación en los procesos de cambio: “Consideramos que en el espacio de la comunicación no hay sólo producción de un proceso, sino también, y principalmente, producción de una trama ontológica que va generando un tipo de conocimiento”.
“Las mediaciones son espacios de articulación de la producción con el consumo, que, mediante el análisis, podemos reconocer como de más o menos relevancia en la generación del sentido acerca de un problema en una situación dada”, asegura la autora argentina.
“El énfasis está puesto en capturar la direccionalidad en este espacio privilegiado de producción de sentido ‘en acción’ que rebasa al de la interacción social, porque no interpela relaciones entre individuos o grupos, sino entre matrices socioculturales”, agrega.
El comunicador tiene que superar la condición de simple ejecutor de productos comunicacionales, ya que debe ser capaz de usar los saberes teóricos como horizontes de sentido y herramientas en su trabajo profesional. Tiene que apropiarse de las teorías de la comunicación e integrarlas valorativamente en sus planes de acción.
“La estrategia de comunicación –como proyecto de comprensión que recupere lo material, lo simbólico y lo afectivo- es un esfuerzo constante por instalar una conversación en un espacio determinado que se reconoce fluido”, dice Massoni. Y añade: “Problematizando y buscando rebasar los enfoques reduccionistas y excluyentes (comunication research, modelos interaccionales, modelos semióticos, etc.) con lo que se ha abordado la comunicación social, la mirada etnográfica ofrece una alternativa capaz de abordar la dinámica social para establecer comparativamente semejanzas y diferencias entre las matrices socioculturales(…)”.
La maestra argentina nos proporciona dos modelos de comunicación estratégica: el primero, de las miradas disciplinarias a partir de las cuales se aborda el problema de la investigación; y segundo, de los actores de la situación que se aborda.
1. La comunicación como espacio de encuentro de la ciencia. La principal tarea en este módulo es el reconocimiento de racionalidades teóricas en la problemática que se investiga. Reconocer marcas de racionalidad en la situación de comunicación es una operación que examina y capta a la vez el aporte constructivista de la teoría como reductor de la complejidad de lo real, y el de génesis de esa misma realidad en la que opera.
2. Interpelar la heterogeneidad sociocultural en la situación de comunicación y en torno al problema de investigación. La dimensión humana es algo de primer orden. Otro componente importante de este punto es que nos habilita a no caer en el relativismo lingüístico, sin restar importancia al lenguaje. El lenguaje no es el único marco de comprensión del mundo, si así lo fuera desaparecería el sujeto. Pero… están las emociones. El cuerpo humano también es un fenómeno relacional. La principal tarea de este módulo es reconocer mediaciones.
En síntesis, Massoni estima que la comunicación estratégica como modelo científico y académico busca aportar a un desplazamiento doble: por un lado, frente a la tradición de investigación guiada por la especulación filosófica o ideológica, y a su vez frente a la tradición profesional en comunicación guiada, por ejemplo, por prácticas comerciales.
Por Guillermo Mejía
La comunicación, como fenómeno complejo, se vuelve necesaria abordarla desde la perspectiva de lo fluido, porque más que objeto se trata de procesos. Los nuevos paradigmas de la ciencia nos señalan que la forma tradicional del sujeto que conoce y la existencia de objetos independientes al sujeto fue superada por el entrecruce simultáneo de ambas categorías.
De esa forma lo define la maestra e investigadora en comunicación estratégica argentina, Sandra Massoni, que cita al autor Alejandro Piscitelli: “Mientras el viejo mundo cultural se organizaba alrededor de una cascada de interpretaciones, el mundo contemporáneo está apuntalado por una red de operaciones. Antes, el hilo conductor era el gesto; ahora lo es la programación”.
A partir de eso, una nueva perspectiva de investigación en comunicación permite plantear los siguientes supuestos epistemológicos:
Primero, la escala crea el fenómeno. El instrumento es teoría concretizada. No es solo más capacidad, sino habilita nuevas cosas, pero a la vez se crea para algo. Tiene una intencionalidad. Si aceptamos lo expuesto, podemos avanzar en que no sólo el punto de vista crea al objeto sino que el punto de vista no es natural con respecto al objeto.
Segundo, La distancia entre el objeto y el campo material es una distancia de interpelación y réplica que se recorre en condiciones históricas específicas.
“Cuando nos planteamos una investigación que descarta la pretensión positivista de objetividad, cuando no creemos en la posibilidad de la ciencia como ‘descubridora’ de algo que está fuera de nosotros, la preocupación se desplaza hacia la explicitación del lugar desde el que construimos el objeto. Esto es, el lugar desde el que hablamos a partir de asumir una relación sujeto-objeto”, asegura Massoni.
Entonces, la investigación en comunicación se propone como objetivo interpelar la complejidad en movimiento con lo que su pertinencia se aleja de la episteme (un saber qué) en dirección a la fronesis (un saber cómo algo funciona en diversas situaciones específicas). Se da un espacio de encuentro entre dos perspectivas tradicionalmente separadas, la filosofía y las ciencias sociales.
“La mirada comunicacional desde el paradigma de lo fluido se constituye entonces como una manera de abordar el espesor de la comunicación como fenómeno complejo y permite centrarnos en los dispositivos del cambio sociocultural como autodispositivos”, señala Massoni. Se necesita un abordaje multiparadigmátivo para comprender esa complejidad del fenómeno comunicativo.
Massoni propone a la categoría de mediación –así como la define el maestro Jesús Martín Barbero- para repensar el lugar de la comunicación en los procesos de cambio: “Consideramos que en el espacio de la comunicación no hay sólo producción de un proceso, sino también, y principalmente, producción de una trama ontológica que va generando un tipo de conocimiento”.
“Las mediaciones son espacios de articulación de la producción con el consumo, que, mediante el análisis, podemos reconocer como de más o menos relevancia en la generación del sentido acerca de un problema en una situación dada”, asegura la autora argentina.
“El énfasis está puesto en capturar la direccionalidad en este espacio privilegiado de producción de sentido ‘en acción’ que rebasa al de la interacción social, porque no interpela relaciones entre individuos o grupos, sino entre matrices socioculturales”, agrega.
El comunicador tiene que superar la condición de simple ejecutor de productos comunicacionales, ya que debe ser capaz de usar los saberes teóricos como horizontes de sentido y herramientas en su trabajo profesional. Tiene que apropiarse de las teorías de la comunicación e integrarlas valorativamente en sus planes de acción.
“La estrategia de comunicación –como proyecto de comprensión que recupere lo material, lo simbólico y lo afectivo- es un esfuerzo constante por instalar una conversación en un espacio determinado que se reconoce fluido”, dice Massoni. Y añade: “Problematizando y buscando rebasar los enfoques reduccionistas y excluyentes (comunication research, modelos interaccionales, modelos semióticos, etc.) con lo que se ha abordado la comunicación social, la mirada etnográfica ofrece una alternativa capaz de abordar la dinámica social para establecer comparativamente semejanzas y diferencias entre las matrices socioculturales(…)”.
La maestra argentina nos proporciona dos modelos de comunicación estratégica: el primero, de las miradas disciplinarias a partir de las cuales se aborda el problema de la investigación; y segundo, de los actores de la situación que se aborda.
1. La comunicación como espacio de encuentro de la ciencia. La principal tarea en este módulo es el reconocimiento de racionalidades teóricas en la problemática que se investiga. Reconocer marcas de racionalidad en la situación de comunicación es una operación que examina y capta a la vez el aporte constructivista de la teoría como reductor de la complejidad de lo real, y el de génesis de esa misma realidad en la que opera.
2. Interpelar la heterogeneidad sociocultural en la situación de comunicación y en torno al problema de investigación. La dimensión humana es algo de primer orden. Otro componente importante de este punto es que nos habilita a no caer en el relativismo lingüístico, sin restar importancia al lenguaje. El lenguaje no es el único marco de comprensión del mundo, si así lo fuera desaparecería el sujeto. Pero… están las emociones. El cuerpo humano también es un fenómeno relacional. La principal tarea de este módulo es reconocer mediaciones.
En síntesis, Massoni estima que la comunicación estratégica como modelo científico y académico busca aportar a un desplazamiento doble: por un lado, frente a la tradición de investigación guiada por la especulación filosófica o ideológica, y a su vez frente a la tradición profesional en comunicación guiada, por ejemplo, por prácticas comerciales.
lunes, octubre 25, 2010
La esfera pública, los medios y la posmodernidad
Por Guillermo Mejía
Si en la modernidad industrial se inicia la institucionalización del sistema mediático –de ahí la importancia del giro tecnológico- es en la posmodernidad donde se consolida. La esfera pública se muestra irrelevante, desolada y estéril, el periodismo tiene una deuda onerosa con la gente y la condición de la sociedad actual se decanta en la individualidad y una visión intimista.
Es el acercamiento a lo que queda de las promesas fallidas “tecnodemocratizantes” a lo largo del siglo XX, como lo estima el académico español Carlos Alvarez Teijeiro, que con cita de Neil Postman dice: “los medios, despóticamente sometidos al imperativo supraideológico del entretenimiento, sólo sean capaces de evitar el totalitario infierno orwelliano (la prisión de la cultura y la cultura como prisión)”.
Lejos queda la comunicación colectiva como posibilidad de diálogo y encuentro social, donde los ciudadanos utilizando su raciocinio emprendieran la toma de decisiones desde lo público y conveniente para la sociedad. Y el sistema mediático asumiera los retos que señala una perspectiva ético-moral humanista que, por ende, girara alrededor del sujeto social como protagonista.
Alvarez Teijeiro recuerda a Daniel Bell, autor de la obra El advenimiento de la sociedad post-industrial (Basic Books, 1973) y define la nueva condición de la sociedad a partir de cinco características:
1. Sector económico: se produce aquí el paso de una economía básicamente productora de mercancías (sociedad industrial) a una economía productora de servicios.
2. Distribución ocupacional: para esta área se consolida la preeminencia de las clases laborales profesionales y técnicas.
3. Principio axial: centralidad del conocimiento teórico como fuente de innovación y formulación política de la sociedad. Bell dice que lo que caracteriza a la sociedad post-industrial es el carácter del conocimiento mismo.
4. Orientación futura: control de las tecnologías y de las contribuciones tecnológicas.
5. Toma de decisiones: aparición de una nueva “tecnología intelectual” caracterizada por “el esfuerzo por definir una acción racional e identificar los medios para llevarla a cabo”.
Al comparar a las sociedades pre-industriales, industriales y post-industriales, se estima que la última se basa en los servicios, donde no cuenta la fuerza bruta, o la energía, sino la información. El principio energético del funcionamiento de la sociedad es la información. Los medios de comunicación son uno de los principales agentes de creación, reproducción y distribución de información y conocimiento.
“En efecto, la revolución acontecida en el mundo de los media como consecuencia de los nuevos desarrollos tecnológicos ha contribuido a crear ‘nuevas interdependencias económicas y nuevas interacciones sociales. Se han formado nuevas redes de relaciones sociales; (y) nuevas densidades, físicas y sociales, se convierten en la matriz de la acción humana’”, señala Alvarez Teijeiro.
La “sociedad de masas” aparece con los siguientes rasgos –a decir de Bell:
“En la estructura social, el divorcio de la familia del sistema ocupacional, la progresiva especialización, la diferenciación de funciones, la multiplicación de las colectividades, las jerarquías, la formalización de las normas y la extensión del universalismo; y en el terreno cultural, la secularización de las creencias, el énfasis sobre la experiencia individual, la búsqueda de novedades y sensaciones y el sincretismo de doctrina y forma”.
Pero, según Alvarez Teijeiro, la preponderancia del papel asumido por los media puede llevar a creer de manera simple que los problemas principales con que se enfrenta la distribución de información y conocimiento en esta sociedad son tecnológicos o económico, mas Bell aclara que los problemas son de orden político.
La dimensión política de los problemas puede comprenderse a partir de la importancia de la participación como principio axial de la vida política.
“Al mismo tiempo, y dado que tal participación depende, en muy buena medida, del tipo y calidad de la información e interacción ofrecidas por los media, cabe ver en esta situación la enorme responsabilidad del sistema de medios ante la cuestión base de toda filosofía política: ¿cuál es la vida óptima que se quiere llevar?”, asegura Alvarez Teijeiro.
Como sociedad hedonista, individualista e intimista, la posmoderna ha desplazado la “moralidad de la bondad” por una “moral de la diversión”. De lleno, la sociedad occidental carece al mismo tiempo de civitas, la disposición espontánea a sacrificarse por el bien público, y de una filosofía política que justifique las reglas normativas de las prioridades y asignaciones de la sociedad, de acuerdo con Bell.
En cuanto a las características mediáticas de la sociedad posmoderna, se concluye que los medios de comunicación ocupan un lugar privilegiado en la esfera pública, y es de tomar muy en cuenta los fenómenos de opinión pública derivados de la “democracia de los sondeos” con lo que “(…)la democracia no estaría sino descomponiéndose desde adentro”.
Según Alvarez Teijeiro, los medios de comunicación pasaron a convertirse en “no-lugares”, porque se convirtieron en deficientes gestores del espacio público hasta hacerse imposible el progreso del discurso público de la democracia y pueden caracterizarse de la siguiente manera:
1. La proliferación de pseudoacontecimientos o acontecimientos mediáticos.
2. La cobertura trivial de la vida política, social, cultural y económica.
3. La progresiva conversión de la información y de la educación en entretenimiento siguiendo la implacable lógica del capitalismo, que tiene en el ocio el necesario reverso de la producción, el tiempo del consumo, han convertido a los medios, su ética y su estética, en una maquinaria de gestiona y produce la desaparición de lo real, como denuncia Paul Virilio, pero como maquinaria también capaz de globalizar el desarrollo potencial totalitario del exceso de información.
Si la televisión ha defraudado por la forma de presentarnos la política, su espectacularización, solamente queda en la prensa escrita, aun viva, el medio privilegiado para ayudar a que los lectores “definan sus papeles ante sí mismos y ante los demás”, aunque no se le puede achacar un total fracaso a los audiovisuales sí es de reconocer que más y mejor información procede de los diarios (en sociedades democráticas avanzadas).
Alvarez Teijeiro establece que la calidad de la vida democrática depende, en gran parte, de la calidad del sistema de medios y tecnologías de la comunicación que la hacen posible, citando al académico español Javier del Rey Morató. Y de que tal calidad es difícilmente alcanzable si los medios “no son capaces de destinar recursos a reflexionar sobre la responsabilidad que les confiere ocupar un lugar de privilegio en la definición y gestión del espacio público”.
“(…)los poderes y las capacidades que las nuevas tecnologías ofrecen a los medios de comunicación son poderes y capacidades éticamente neutros hasta que se les otorga un sentido preciso” y agrega que si todavía se habla de “cuarto poder” habría que completar la metáfora con la clara conciencia de que el poder de los medios es también, y sobre todo, el poder de servir.
Por Guillermo Mejía
Si en la modernidad industrial se inicia la institucionalización del sistema mediático –de ahí la importancia del giro tecnológico- es en la posmodernidad donde se consolida. La esfera pública se muestra irrelevante, desolada y estéril, el periodismo tiene una deuda onerosa con la gente y la condición de la sociedad actual se decanta en la individualidad y una visión intimista.
Es el acercamiento a lo que queda de las promesas fallidas “tecnodemocratizantes” a lo largo del siglo XX, como lo estima el académico español Carlos Alvarez Teijeiro, que con cita de Neil Postman dice: “los medios, despóticamente sometidos al imperativo supraideológico del entretenimiento, sólo sean capaces de evitar el totalitario infierno orwelliano (la prisión de la cultura y la cultura como prisión)”.
Lejos queda la comunicación colectiva como posibilidad de diálogo y encuentro social, donde los ciudadanos utilizando su raciocinio emprendieran la toma de decisiones desde lo público y conveniente para la sociedad. Y el sistema mediático asumiera los retos que señala una perspectiva ético-moral humanista que, por ende, girara alrededor del sujeto social como protagonista.
Alvarez Teijeiro recuerda a Daniel Bell, autor de la obra El advenimiento de la sociedad post-industrial (Basic Books, 1973) y define la nueva condición de la sociedad a partir de cinco características:
1. Sector económico: se produce aquí el paso de una economía básicamente productora de mercancías (sociedad industrial) a una economía productora de servicios.
2. Distribución ocupacional: para esta área se consolida la preeminencia de las clases laborales profesionales y técnicas.
3. Principio axial: centralidad del conocimiento teórico como fuente de innovación y formulación política de la sociedad. Bell dice que lo que caracteriza a la sociedad post-industrial es el carácter del conocimiento mismo.
4. Orientación futura: control de las tecnologías y de las contribuciones tecnológicas.
5. Toma de decisiones: aparición de una nueva “tecnología intelectual” caracterizada por “el esfuerzo por definir una acción racional e identificar los medios para llevarla a cabo”.
Al comparar a las sociedades pre-industriales, industriales y post-industriales, se estima que la última se basa en los servicios, donde no cuenta la fuerza bruta, o la energía, sino la información. El principio energético del funcionamiento de la sociedad es la información. Los medios de comunicación son uno de los principales agentes de creación, reproducción y distribución de información y conocimiento.
“En efecto, la revolución acontecida en el mundo de los media como consecuencia de los nuevos desarrollos tecnológicos ha contribuido a crear ‘nuevas interdependencias económicas y nuevas interacciones sociales. Se han formado nuevas redes de relaciones sociales; (y) nuevas densidades, físicas y sociales, se convierten en la matriz de la acción humana’”, señala Alvarez Teijeiro.
La “sociedad de masas” aparece con los siguientes rasgos –a decir de Bell:
“En la estructura social, el divorcio de la familia del sistema ocupacional, la progresiva especialización, la diferenciación de funciones, la multiplicación de las colectividades, las jerarquías, la formalización de las normas y la extensión del universalismo; y en el terreno cultural, la secularización de las creencias, el énfasis sobre la experiencia individual, la búsqueda de novedades y sensaciones y el sincretismo de doctrina y forma”.
Pero, según Alvarez Teijeiro, la preponderancia del papel asumido por los media puede llevar a creer de manera simple que los problemas principales con que se enfrenta la distribución de información y conocimiento en esta sociedad son tecnológicos o económico, mas Bell aclara que los problemas son de orden político.
La dimensión política de los problemas puede comprenderse a partir de la importancia de la participación como principio axial de la vida política.
“Al mismo tiempo, y dado que tal participación depende, en muy buena medida, del tipo y calidad de la información e interacción ofrecidas por los media, cabe ver en esta situación la enorme responsabilidad del sistema de medios ante la cuestión base de toda filosofía política: ¿cuál es la vida óptima que se quiere llevar?”, asegura Alvarez Teijeiro.
Como sociedad hedonista, individualista e intimista, la posmoderna ha desplazado la “moralidad de la bondad” por una “moral de la diversión”. De lleno, la sociedad occidental carece al mismo tiempo de civitas, la disposición espontánea a sacrificarse por el bien público, y de una filosofía política que justifique las reglas normativas de las prioridades y asignaciones de la sociedad, de acuerdo con Bell.
En cuanto a las características mediáticas de la sociedad posmoderna, se concluye que los medios de comunicación ocupan un lugar privilegiado en la esfera pública, y es de tomar muy en cuenta los fenómenos de opinión pública derivados de la “democracia de los sondeos” con lo que “(…)la democracia no estaría sino descomponiéndose desde adentro”.
Según Alvarez Teijeiro, los medios de comunicación pasaron a convertirse en “no-lugares”, porque se convirtieron en deficientes gestores del espacio público hasta hacerse imposible el progreso del discurso público de la democracia y pueden caracterizarse de la siguiente manera:
1. La proliferación de pseudoacontecimientos o acontecimientos mediáticos.
2. La cobertura trivial de la vida política, social, cultural y económica.
3. La progresiva conversión de la información y de la educación en entretenimiento siguiendo la implacable lógica del capitalismo, que tiene en el ocio el necesario reverso de la producción, el tiempo del consumo, han convertido a los medios, su ética y su estética, en una maquinaria de gestiona y produce la desaparición de lo real, como denuncia Paul Virilio, pero como maquinaria también capaz de globalizar el desarrollo potencial totalitario del exceso de información.
Si la televisión ha defraudado por la forma de presentarnos la política, su espectacularización, solamente queda en la prensa escrita, aun viva, el medio privilegiado para ayudar a que los lectores “definan sus papeles ante sí mismos y ante los demás”, aunque no se le puede achacar un total fracaso a los audiovisuales sí es de reconocer que más y mejor información procede de los diarios (en sociedades democráticas avanzadas).
Alvarez Teijeiro establece que la calidad de la vida democrática depende, en gran parte, de la calidad del sistema de medios y tecnologías de la comunicación que la hacen posible, citando al académico español Javier del Rey Morató. Y de que tal calidad es difícilmente alcanzable si los medios “no son capaces de destinar recursos a reflexionar sobre la responsabilidad que les confiere ocupar un lugar de privilegio en la definición y gestión del espacio público”.
“(…)los poderes y las capacidades que las nuevas tecnologías ofrecen a los medios de comunicación son poderes y capacidades éticamente neutros hasta que se les otorga un sentido preciso” y agrega que si todavía se habla de “cuarto poder” habría que completar la metáfora con la clara conciencia de que el poder de los medios es también, y sobre todo, el poder de servir.
lunes, octubre 18, 2010
La era del vacío
Por Guillermo Mejía
Cada generación le gusta reconocerse y encontrar su identidad en figuras mitológicas: “Edipo como emblema universal, Prometeo, Fausto o Sísifo como espejos de la condición moderna. Hoy Narciso es, a los ojos de un importante número de investigadores, en especial americanos, el símbolo de nuestro tiempo”.
Es la conclusión del autor y académico francés Gilles Lipovetsky, para aclarar la condición posmoderna con su individualismo, el perfil del individuo en sus relaciones con él mismo y su cuerpo, con los demás, el mundo y el tiempo, en el momento en que el “capitalismo” autoritario cede el paso a un capitalismo hedonista y permisivo.
“Después de la agitación política y cultural de los años sesenta, que podría verse aún como una inversión masiva en los asuntos públicos sobreviene un abandono generalizado que de una manera ostensible se extiende por lo social, cuyo corolario es el reflujo de los intereses en preocupaciones puramente personales, independientemente de la crisis económica”, aclara el profesor.
“La despolitización y la desindicalización adquieren proporciones jamás alcanzadas, la esperanza revolucionaria y la protesta estudiantil han desaparecido, se agota la contra-cultura, raras son las causas capaces de galvanizar a largo término las energías. La res pública está desvitalizada, las grandes cuestiones ‘filosóficas’, económicas, políticas o militares despiertan poco a poco la misma curiosidad desenfadada que cualquier suceso, todas las ‘alturas’ se van hundiendo, arrastradas por la vasta operación de neutralización y banalización sociales”, agrega.
Así, según su punto de vista, solo la esfera privada parece salir victoriosa de ese maremoto apático. Cuidar la salud, preservar la situación material, desprenderse de los “complejos”, esperar las vacaciones, vivir sin ideal, sin objetivo trascendente resulta posible. Las películas de Woody Allen y su éxito son el propio símbolo de esa hiperinversión en el espacio privado.
Es un neonarcisismo que se origina en la deserción de lo político. Es el fin del homo politicus y nacimiento del homo psicologicus al acecho de su ser y de su bienestar.
“Hoy vivimos para nosotros mismos, sin preocuparnos por nuestras tradiciones y nuestra posteridad: el sentido histórico ha sido olvidado de la misma manera que los valores y las instituciones sociales. La derrota del Vietnam, el asunto Watergate, el terrorismo internacional, pero también la crisis económica, la escasez de las materias primas, la angustia nuclear, los desastres ecológicos han provocado una crisis de confianza hacia los líderes políticos, un clima de pesimismo y de catástrofe inminente (…)”
Frente a las amenazas e incertidumbre –aclara Lipovetsky- queda la retirada sobre el presente al que no cesamos de proteger, arreglar y reciclar en una juventud infinita. A la vez que pone el futuro entre paréntesis, el sistema procede a la “devaluación del pasado”, por su avidez de abandonar las tradiciones y territorialidades arcaicas e instituir una sociedad sin anclajes ni opacidades.
“So pretexto de modernidad, lo esencial se nos escapa entre los dedos. Al interpretar el narcisismo según una sacrosanta tradición marxista como un síntoma de la ‘bancarrota’ del sistema y el signo de la ‘desmoralización’, ¿no se enfatiza demasiado por un lado la ‘toma de conciencia’ y por otro la situación coyuntural?”, se interroga el profesor de filosofía de la Universidad de Grenoble.
“De hecho, el narcisismo contemporáneo se extiende en una sorprendente ausencia de nihilismo trágico; aparece masivamente en una apatía frívola, a pesar de las realidades catastróficas ampliamente exhibidas y comentadas por los mass media. ¿Quién, a excepción de los ecologistas, tiene conciencia de vivir una época apocalíptica?”, sigue.
En ese marco, nos acostumbramos sin desgarramiento a lo “peor” que consumimos en los mass media; nos instalamos en la crisis que, por lo que parece, no modifica los deseos de bienestar y de distracción, de acuerdo al académico. La amenaza económica y ecológica no han conseguido penetrar en profundidad la conciencia indiferente de la actualidad.
“(…) debemos admitirlo, el narcisismo no es en absoluto el último repliegue de un Yo desencantado por la ‘decadencia’ occidental y que se abandona al placer egoísta. Ni versión nueva del ‘divertirse’ ni alienación –la información jamás estuvo tan desarrollada-, el narcisismo ha abolido lo trágico y aparece como una forma inédita de apatía hecha de sensibilización epidérmica al mundo a la vez que de profunda indiferencia hacia él”.
Y añade: “Paradoja que se explica parcialmente por la plétora de informaciones que nos abruman y la rapidez con que los acontecimientos mass-mediatizados se suceden, impidiendo cualquier emoción duradera”.
En fin, el narcisismo, en la condición posmoderna, es la revolución de las necesidades y su ética hedonista lo que, al atomizar suavemente a los individuos, al vaciar poco a poco las finalidades sociales de su significado profundo, ha permitido que el discurso psi se injerte en lo social, convirtiéndose en un nuevo ethos de masa, nos asegura Lipovetsky.
“Lejos de derivarse de una ‘concienciación’ desencantada, el narcisismo resulta del cruce de una lógica social individualista hedonista impulsada por el universo de los objetos y los signos, y de una lógica terapéutica y psicológica elaborada desde el siglo XIX a partir del enfoque psicopatológico”, sostiene el académico francés.
Por Guillermo Mejía
Cada generación le gusta reconocerse y encontrar su identidad en figuras mitológicas: “Edipo como emblema universal, Prometeo, Fausto o Sísifo como espejos de la condición moderna. Hoy Narciso es, a los ojos de un importante número de investigadores, en especial americanos, el símbolo de nuestro tiempo”.
Es la conclusión del autor y académico francés Gilles Lipovetsky, para aclarar la condición posmoderna con su individualismo, el perfil del individuo en sus relaciones con él mismo y su cuerpo, con los demás, el mundo y el tiempo, en el momento en que el “capitalismo” autoritario cede el paso a un capitalismo hedonista y permisivo.
“Después de la agitación política y cultural de los años sesenta, que podría verse aún como una inversión masiva en los asuntos públicos sobreviene un abandono generalizado que de una manera ostensible se extiende por lo social, cuyo corolario es el reflujo de los intereses en preocupaciones puramente personales, independientemente de la crisis económica”, aclara el profesor.
“La despolitización y la desindicalización adquieren proporciones jamás alcanzadas, la esperanza revolucionaria y la protesta estudiantil han desaparecido, se agota la contra-cultura, raras son las causas capaces de galvanizar a largo término las energías. La res pública está desvitalizada, las grandes cuestiones ‘filosóficas’, económicas, políticas o militares despiertan poco a poco la misma curiosidad desenfadada que cualquier suceso, todas las ‘alturas’ se van hundiendo, arrastradas por la vasta operación de neutralización y banalización sociales”, agrega.
Así, según su punto de vista, solo la esfera privada parece salir victoriosa de ese maremoto apático. Cuidar la salud, preservar la situación material, desprenderse de los “complejos”, esperar las vacaciones, vivir sin ideal, sin objetivo trascendente resulta posible. Las películas de Woody Allen y su éxito son el propio símbolo de esa hiperinversión en el espacio privado.
Es un neonarcisismo que se origina en la deserción de lo político. Es el fin del homo politicus y nacimiento del homo psicologicus al acecho de su ser y de su bienestar.
“Hoy vivimos para nosotros mismos, sin preocuparnos por nuestras tradiciones y nuestra posteridad: el sentido histórico ha sido olvidado de la misma manera que los valores y las instituciones sociales. La derrota del Vietnam, el asunto Watergate, el terrorismo internacional, pero también la crisis económica, la escasez de las materias primas, la angustia nuclear, los desastres ecológicos han provocado una crisis de confianza hacia los líderes políticos, un clima de pesimismo y de catástrofe inminente (…)”
Frente a las amenazas e incertidumbre –aclara Lipovetsky- queda la retirada sobre el presente al que no cesamos de proteger, arreglar y reciclar en una juventud infinita. A la vez que pone el futuro entre paréntesis, el sistema procede a la “devaluación del pasado”, por su avidez de abandonar las tradiciones y territorialidades arcaicas e instituir una sociedad sin anclajes ni opacidades.
“So pretexto de modernidad, lo esencial se nos escapa entre los dedos. Al interpretar el narcisismo según una sacrosanta tradición marxista como un síntoma de la ‘bancarrota’ del sistema y el signo de la ‘desmoralización’, ¿no se enfatiza demasiado por un lado la ‘toma de conciencia’ y por otro la situación coyuntural?”, se interroga el profesor de filosofía de la Universidad de Grenoble.
“De hecho, el narcisismo contemporáneo se extiende en una sorprendente ausencia de nihilismo trágico; aparece masivamente en una apatía frívola, a pesar de las realidades catastróficas ampliamente exhibidas y comentadas por los mass media. ¿Quién, a excepción de los ecologistas, tiene conciencia de vivir una época apocalíptica?”, sigue.
En ese marco, nos acostumbramos sin desgarramiento a lo “peor” que consumimos en los mass media; nos instalamos en la crisis que, por lo que parece, no modifica los deseos de bienestar y de distracción, de acuerdo al académico. La amenaza económica y ecológica no han conseguido penetrar en profundidad la conciencia indiferente de la actualidad.
“(…) debemos admitirlo, el narcisismo no es en absoluto el último repliegue de un Yo desencantado por la ‘decadencia’ occidental y que se abandona al placer egoísta. Ni versión nueva del ‘divertirse’ ni alienación –la información jamás estuvo tan desarrollada-, el narcisismo ha abolido lo trágico y aparece como una forma inédita de apatía hecha de sensibilización epidérmica al mundo a la vez que de profunda indiferencia hacia él”.
Y añade: “Paradoja que se explica parcialmente por la plétora de informaciones que nos abruman y la rapidez con que los acontecimientos mass-mediatizados se suceden, impidiendo cualquier emoción duradera”.
En fin, el narcisismo, en la condición posmoderna, es la revolución de las necesidades y su ética hedonista lo que, al atomizar suavemente a los individuos, al vaciar poco a poco las finalidades sociales de su significado profundo, ha permitido que el discurso psi se injerte en lo social, convirtiéndose en un nuevo ethos de masa, nos asegura Lipovetsky.
“Lejos de derivarse de una ‘concienciación’ desencantada, el narcisismo resulta del cruce de una lógica social individualista hedonista impulsada por el universo de los objetos y los signos, y de una lógica terapéutica y psicológica elaborada desde el siglo XIX a partir del enfoque psicopatológico”, sostiene el académico francés.
lunes, octubre 11, 2010
Los elementos del periodismo
Por Guillermo Mejía
Título del original en inglés The Elements of Journalism (traducción al español de Editora Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A., 2004), escrito por Bill Kovach y Tom Rosenstiel. Un manual para periodistas que rescata, como dicen los autores, principios que “habían quedado algo solapados con el paso del tiempo”, pero que siempre han sido evidentes.
Desde el comienzo, los autores estiman como elementos del periodismo los siguientes:
1. La primera obligación del periodismo es la verdad.
2. Debe lealtad ante todo a los ciudadanos.
3. Su esencia es la disciplina de la verificación.
4. Debe mantener su independencia con respecto a aquellos de quienes informa.
5. Debe ejercer un control independiente del poder.
6. Debe ofrecer un foro público para la crítica y el comentario.
7. Debe esforzarse porque el significante sea sugerente y relevante.
8. Las noticias deben ser exhaustivas y proporcionadas.
9. Debe respetar la conciencia individual de sus profesionales.
Evidente que en los nueve elementos citados no cabe la complejidad de la profesión periodística; sin embargo, hay otros puntos –según Kovach y Rosenstiel- como por ejemplo, la imparcialidad y la equidad que son “demasiado vagos para elevarse al nivel de elementos esenciales del periodismo”. Otros son mitos e ideas falsas, de ahí el concepto de objetividad.
Como vivimos un período de transición con el cable e Internet, los autores aseguran que puede darse un choque dramático, ahora hay una suplantación del ser periodista con lo que se cae en el grave error de que “la información independiente se vea sustituida por un comercialismo interesado que se haga pasar por noticia”. La prensa pierde su función social de cara a los ciudadanos.
“En el nuevo siglo, uno de los interrogantes más serios que puede plantearse la sociedad democrática es si la prensa independiente podrá sobrevivir. La respuesta dependerá de que los periodistas tengan la lucidez y convicción suficientes para determinar qué significa ser una prensa independiente, y de que el resto de ciudadanos les importe tener una prensa independiente debido precisamente a su condición de ciudadanos”, afirman.
Al hacer un parangón entre la conceptualización del periodismo de sociedades complejas con el periodismo local, pues cabe concluir que tenemos un déficit en cuanto a la asunción de deberes y derechos como profesionales de la comunicación, por un lado, y la persistencia de desfiguración de lo que sería una ciudadanía crítica que también asume lo que le corresponde.
De esa manera, hemos visto con preocupación cómo la prensa tradicional ha instrumentalizado el juicio contra La Prensa Gráfica por la publicación de la identidad de un menor infractor que asesinó a otro estudiante a plena luz del día. La alharaca fue demasiada si tomamos en cuenta que el respeto a la ley implica reconocer el Estado de derecho.
Por otro lado, los fantasmas y, como siempre, también la instrumentalización que se ha dado por parte de la prensa tradicional a la inconstitucionalidad del inciso tres del Art. 191 del Código Penal bajo el criterio de que no puede haber impunidad periodística frente a lesiones al derecho al honor y la imagen del ciudadano. Tiene que haber responsabilidad si se comete difamación, injuria o calumnia.
Explicaciones posteriores de los magistrados que firmaron la resolución de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia establecen que queda en la Asamblea Legislativa el asegurar la ley que proteja el derecho a la información y la libertad de expresión. El entrar en consonancia con la actual concepción moderna de que se debe despenalizar la crítica periodística como lo pide la CIDH.
Pero nos toca a los periodistas –y ojala a la ciudadanía en general- revisar con detenimiento la forma en que se desenvuelve la prensa, dado que existe muchísima mala praxis con la consiguiente impunidad mediática y sin que la gente pueda demandar justicia. El derecho de uno llega hasta donde está el derecho de los demás, algo que en nuestro periodismo sale sobrando con frecuencia.
Como corolario, se vuelve imprescindible, como establecen Kovach y Rosenstiel, que los periodistas actuemos conforme a nuestra conciencia personal: “Todo periodista, desde el que se sienta en la redacción al que lo hace en la sala de juntas, debe tener un sentido personal de la ética y la responsabilidad, una brújula moral”.
“Es más, debe tener la responsabilidad de expresar en voz alta lo que le dicte su conciencia y permitir a los demás que lo hagan”, agregan.
Las redacciones periodísticas deben ser lugares abiertos, libres. Un periodismo con robustez moral –y los periodistas- tienen la obligación de disentir o enfrentarse a directores, propietarios, anunciantes e incluso a los ciudadanos y al poder establecido si la verdad y la equidad lo exigen. Nos falta mucho para llegar, pero no perdamos la esperanza haciendo.
Por Guillermo Mejía
Título del original en inglés The Elements of Journalism (traducción al español de Editora Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A., 2004), escrito por Bill Kovach y Tom Rosenstiel. Un manual para periodistas que rescata, como dicen los autores, principios que “habían quedado algo solapados con el paso del tiempo”, pero que siempre han sido evidentes.
Desde el comienzo, los autores estiman como elementos del periodismo los siguientes:
1. La primera obligación del periodismo es la verdad.
2. Debe lealtad ante todo a los ciudadanos.
3. Su esencia es la disciplina de la verificación.
4. Debe mantener su independencia con respecto a aquellos de quienes informa.
5. Debe ejercer un control independiente del poder.
6. Debe ofrecer un foro público para la crítica y el comentario.
7. Debe esforzarse porque el significante sea sugerente y relevante.
8. Las noticias deben ser exhaustivas y proporcionadas.
9. Debe respetar la conciencia individual de sus profesionales.
Evidente que en los nueve elementos citados no cabe la complejidad de la profesión periodística; sin embargo, hay otros puntos –según Kovach y Rosenstiel- como por ejemplo, la imparcialidad y la equidad que son “demasiado vagos para elevarse al nivel de elementos esenciales del periodismo”. Otros son mitos e ideas falsas, de ahí el concepto de objetividad.
Como vivimos un período de transición con el cable e Internet, los autores aseguran que puede darse un choque dramático, ahora hay una suplantación del ser periodista con lo que se cae en el grave error de que “la información independiente se vea sustituida por un comercialismo interesado que se haga pasar por noticia”. La prensa pierde su función social de cara a los ciudadanos.
“En el nuevo siglo, uno de los interrogantes más serios que puede plantearse la sociedad democrática es si la prensa independiente podrá sobrevivir. La respuesta dependerá de que los periodistas tengan la lucidez y convicción suficientes para determinar qué significa ser una prensa independiente, y de que el resto de ciudadanos les importe tener una prensa independiente debido precisamente a su condición de ciudadanos”, afirman.
Al hacer un parangón entre la conceptualización del periodismo de sociedades complejas con el periodismo local, pues cabe concluir que tenemos un déficit en cuanto a la asunción de deberes y derechos como profesionales de la comunicación, por un lado, y la persistencia de desfiguración de lo que sería una ciudadanía crítica que también asume lo que le corresponde.
De esa manera, hemos visto con preocupación cómo la prensa tradicional ha instrumentalizado el juicio contra La Prensa Gráfica por la publicación de la identidad de un menor infractor que asesinó a otro estudiante a plena luz del día. La alharaca fue demasiada si tomamos en cuenta que el respeto a la ley implica reconocer el Estado de derecho.
Por otro lado, los fantasmas y, como siempre, también la instrumentalización que se ha dado por parte de la prensa tradicional a la inconstitucionalidad del inciso tres del Art. 191 del Código Penal bajo el criterio de que no puede haber impunidad periodística frente a lesiones al derecho al honor y la imagen del ciudadano. Tiene que haber responsabilidad si se comete difamación, injuria o calumnia.
Explicaciones posteriores de los magistrados que firmaron la resolución de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia establecen que queda en la Asamblea Legislativa el asegurar la ley que proteja el derecho a la información y la libertad de expresión. El entrar en consonancia con la actual concepción moderna de que se debe despenalizar la crítica periodística como lo pide la CIDH.
Pero nos toca a los periodistas –y ojala a la ciudadanía en general- revisar con detenimiento la forma en que se desenvuelve la prensa, dado que existe muchísima mala praxis con la consiguiente impunidad mediática y sin que la gente pueda demandar justicia. El derecho de uno llega hasta donde está el derecho de los demás, algo que en nuestro periodismo sale sobrando con frecuencia.
Como corolario, se vuelve imprescindible, como establecen Kovach y Rosenstiel, que los periodistas actuemos conforme a nuestra conciencia personal: “Todo periodista, desde el que se sienta en la redacción al que lo hace en la sala de juntas, debe tener un sentido personal de la ética y la responsabilidad, una brújula moral”.
“Es más, debe tener la responsabilidad de expresar en voz alta lo que le dicte su conciencia y permitir a los demás que lo hagan”, agregan.
Las redacciones periodísticas deben ser lugares abiertos, libres. Un periodismo con robustez moral –y los periodistas- tienen la obligación de disentir o enfrentarse a directores, propietarios, anunciantes e incluso a los ciudadanos y al poder establecido si la verdad y la equidad lo exigen. Nos falta mucho para llegar, pero no perdamos la esperanza haciendo.
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