domingo, noviembre 12, 2006

Una sociedad fragmentada

Por Guillermo Mejía

Cuando se llegó a la conclusión de que una victoria militar era imposible por alguna de las partes en contienda durante 12 años, se allanó el camino a la paz que firmaron rebeldes y gobernantes con auspicio de las Naciones Unidas en Chapultepec, México, el 16 de enero de 1992.

Resultó un hecho trascendental en la historia nacional. Lo que vendría a continuación –según la teoría- era la apertura democrática, el combate a la injusticia estructural y el desmantelamiento del autoritarismo que pesaba por decenios.

Con poco los Acuerdos de Paz pasaron del ambiente eufórico, romántico, del fin de la guerra a la dura realidad cotidiana de falta de voluntad de cumplimiento, especialmente por la parte oficial, con lo que mucho de lo pactado quedó en letra muerta.

Si bien muchas cosas de ese pacto nacional existen, quizás más mal que bien por mezquindades, la cuestión de fondo que aún se percibe en los ambientes es que no se le dio oportunidad a la concertación para resolver los problemas que nos aquejan.

En ese contexto, el devenir nacional en los 14 años posteriores ha mostrado que desde cualquier ámbito, económico, social, político o cultural, las definiciones de los grupos de interés o de presión siguen cautivas por cuestiones particulares y, en muchos casos, de visiones de mundo.

La angustia y desesperanza que abate a los salvadoreños debido a la escalada delincuencial resulta un laboratorio de primer nivel que nos muestra, otra vez, que subsistimos en una sociedad fragmentada que se conduce a la deriva.

No hay tales de plan de nación, no existe una madura política criminal integral que, a la vez que penalice a los malhechores, conlleve esfuerzos concretos para corregir la injusticia estructural que sirve de caldo de cultivo para la generación de violencia.

Las preocupaciones mostradas por sectores empresariales, políticos –tanto de derecha como de izquierda- y ciudadanía en general son una buena señal, para que ahora sí vayamos en serio en la búsqueda del pacto nacional que nos garantice un desenvolvimiento con justicia y seguridad.

Estamos en la prueba de fuego. La Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP) llamó a la unidad nacional frente a la delincuencia, pero para que esa actitud tenga coherencia también es urgente que como empresarios pongan su cuota social para con los desamparados y marginados.

La clase política, en general, que co-gobierna las diferentes instancias del Estado, debería hacer un esfuerzo, coherente y sincero, para coordinar las acciones pertinentes que nos saquen de la vorágine que nos golpea.

Estamos frente a una nueva oportunidad para enrumbar los destinos de la nación. Sería muy lamentable que socavemos el esfuerzo de concertación o de pacto nacional que se torna una oportunidad valiosa luego de la desesperanza que vino en la posguerra. El tiempo es el enemigo. [Análisis publicado en la revista salvadoreña Rumbo, edición 3, octubre de 2006]