domingo, noviembre 12, 2006

Una sociedad fragmentada

Por Guillermo Mejía

Cuando se llegó a la conclusión de que una victoria militar era imposible por alguna de las partes en contienda durante 12 años, se allanó el camino a la paz que firmaron rebeldes y gobernantes con auspicio de las Naciones Unidas en Chapultepec, México, el 16 de enero de 1992.

Resultó un hecho trascendental en la historia nacional. Lo que vendría a continuación –según la teoría- era la apertura democrática, el combate a la injusticia estructural y el desmantelamiento del autoritarismo que pesaba por decenios.

Con poco los Acuerdos de Paz pasaron del ambiente eufórico, romántico, del fin de la guerra a la dura realidad cotidiana de falta de voluntad de cumplimiento, especialmente por la parte oficial, con lo que mucho de lo pactado quedó en letra muerta.

Si bien muchas cosas de ese pacto nacional existen, quizás más mal que bien por mezquindades, la cuestión de fondo que aún se percibe en los ambientes es que no se le dio oportunidad a la concertación para resolver los problemas que nos aquejan.

En ese contexto, el devenir nacional en los 14 años posteriores ha mostrado que desde cualquier ámbito, económico, social, político o cultural, las definiciones de los grupos de interés o de presión siguen cautivas por cuestiones particulares y, en muchos casos, de visiones de mundo.

La angustia y desesperanza que abate a los salvadoreños debido a la escalada delincuencial resulta un laboratorio de primer nivel que nos muestra, otra vez, que subsistimos en una sociedad fragmentada que se conduce a la deriva.

No hay tales de plan de nación, no existe una madura política criminal integral que, a la vez que penalice a los malhechores, conlleve esfuerzos concretos para corregir la injusticia estructural que sirve de caldo de cultivo para la generación de violencia.

Las preocupaciones mostradas por sectores empresariales, políticos –tanto de derecha como de izquierda- y ciudadanía en general son una buena señal, para que ahora sí vayamos en serio en la búsqueda del pacto nacional que nos garantice un desenvolvimiento con justicia y seguridad.

Estamos en la prueba de fuego. La Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP) llamó a la unidad nacional frente a la delincuencia, pero para que esa actitud tenga coherencia también es urgente que como empresarios pongan su cuota social para con los desamparados y marginados.

La clase política, en general, que co-gobierna las diferentes instancias del Estado, debería hacer un esfuerzo, coherente y sincero, para coordinar las acciones pertinentes que nos saquen de la vorágine que nos golpea.

Estamos frente a una nueva oportunidad para enrumbar los destinos de la nación. Sería muy lamentable que socavemos el esfuerzo de concertación o de pacto nacional que se torna una oportunidad valiosa luego de la desesperanza que vino en la posguerra. El tiempo es el enemigo. [Análisis publicado en la revista salvadoreña Rumbo, edición 3, octubre de 2006]

sábado, octubre 21, 2006

Renglones torcidos de la Independencia centroamericana

Por Guillermo Mejía

Muy al contrario de lo que aún se enseña en las aulas, se difunde por los medios de comunicación o se repite en las calles sobre la Independencia centroamericana –que cumplió 185 años el 15 de septiembre- considero oportuno puntualizar algunas situaciones.

El objetivo primordial de estos señalamientos pasa por la necesidad que tengo como centroamericano de que corrijamos los renglones torcidos de la historia de nuestra Patria bañada por dos inmensos mares y cruzada por una cadena volcánica.

I

El 15 de septiembre no conmemoramos la Independencia de El Salvador, ni de Honduras, ni de Guatemala, ni de Nicaragua, ni de Costa Rica, como repúblicas separadas, sino que de una región que estaba integrada por un territorio distribuido en lo que tiempo después fue parcelado. La historia nos cuenta que la audiencia de Guatemala, en ese entonces, se extendía desde la línea que divide los Estados mexicanos de Chiapas y Oaxaca hasta lo que ahora es una zona cercana a la frontera entre Costa Rica y Panamá. La capital de la audiencia era la ciudad de Santiago de Guatemala.

Desde 1823 se conoce la integración de un nuevo Estado nombrado Provincias Unidas de Centroamérica, aunque ya mutilado por la separación del territorio de Chiapas, por un lado, y el territorio de Belice ocupado por ingleses. Estos últimos tenían gran presencia en la despoblada región atlántica del istmo donde tenían tiempo de incursión. La República Federal de Centroamérica tuvo su capital en la ciudad de Guatemala, hasta 1834, y posteriormente fue San Salvador.

Las añejas disputas interesadas de los sectores de poder de las provincias unidas dieron al traste con la república federal. En 1838 el congreso federal emitió el decreto que permitió a los Estados integrantes organizarse como les pareciera mejor, aunque deberían mantenerse dentro de la federación. Empero, Honduras, Nicaragua y Costa Rica se convirtieron en Estados separados en 1838, y El Salvador y Guatemala en 1839. Como repúblicas aparecen Guatemala en 1847; El Salvador, 1856; Honduras, 1864; Nicaragua, 1854; y Costa Rica, 1848.

II

Resulta controvertido cómo los sistemas de los Estados Centroamericanos que una vez estuvieron integrados en la federación insistan hasta en el parcelación nacionalista de las personas que conocemos en nuestra historia como los próceres de la emancipación del yugo español y la aventura del destino común de los centroamericanos.

De esa forma, por ejemplo, nos han vendido la idea de que José Matías Delgado tenía la nacionalidad salvadoreña, al igual que Manuel José Arce, y que Francisco Morazán –el caudillo integracionista- ostentaba la nacionalidad hondureña como también el intelectual José Cecilio del Valle. A la lista agreguemos toda la pléyade que era conocida y se asumía como centroamericanos si bien habían nacido en algún territorio de la región que hoy conocemos parcelada en repúblicas. Al grado que resulta común llamar extranjeros, en cualquier país del área, al originario de otro Estado que un día fue parte de la federación y que, por ende, es centroamericano y compatriota.

Las añejas disputas de los sectores de poder aún siguen presentes, aunque en la parte formal se hable de un proceso de integración regional que ahora abarca a Belice y Panamá en busca de presentar la unidad centroamericana ante el mundo.

III

La errada concepción patriotera con que se asume la conmemoración del 15 de septiembre como Independencia en cada república. Más que desfiles y demostraciones militaristas, el pueblo centroamericano necesita mayor conocimiento e interpretación del movimiento emancipador y la aventura de república común. Del sueño truncado de los pueblos y el carácter instrumental de las clases dirigentes que, aunque digan lo contrario, siguen empecinadas en sus localismos como lo hicieron en el pasado.

Resulta inaudito que los sistemas educativos, además de los errores históricos que reproducen, obliguen a las nuevas generaciones de centroamericanos a malgastar el tiempo en esos desfiles con bandas de guerra, eufemísticamente llamadas ahora bandas de paz, que solo sirven para reproducir el militarismo, especialmente en países donde los militares tienen un oscuro pasado como es el caso de El Salvador.

La construcción del ser centroamericano pasa por el compromiso de todos los originarios de esta región del mundo en el reconocimiento de nuestro pasado y la pertinencia de un modelo más humano y justo en el presente a fin de asegurar un mañana digno, donde al fin estemos juntos sin esas fronteras que nos empequeñecen. [Publicado en Revista Rumbo, edición 2, septiembre, 2006. San Salvador, El Salvador, C.A.]

domingo, julio 02, 2006

La mediatización de la religión

Por Guillermo Mejía

Resumen:
La mediatización de la religión es un hecho. Trasciende a la pauta periodística de los medios de comunicación, ya que las iglesias han aprovechado cada vez más su presencia mediática a partir de la creación de sus propios espacios en radio, televisión e impresos, con la ventaja de que trabajan en el campo especializado de la fe.

La religión está inmersa en un proceso de mediatización, similar al de la política, donde sus actores y exposiciones se han trasladado del lugar público hacia ese espacio virtual construido en el marco de la cultura mediática.

Vale aclarar que no significa el desaparecimiento total del lugar tradicional de encuentro, al igual que le ocurre a los políticos que de vez en vez irrumpen en las calles, sino que la revolución tecnológica los insertó en el rincón más privado de la persona.

Tomando en cuenta el modelo de la argentina María Cristina Mata, de la Universidad Nacional de Córdoba, propongo que mediatización de la religión implicaría el papel preponderante de los medios de comunicación en la lógica de construcción de la fe.

De esa forma, encontramos, cada vez más, la mediación de esos comunicadores entre los encargados del culto y los creyentes. Obviamente, las posturas conservadoras –al igual que en la política- gozan de privilegios en la difusión de su discurso.

También, han asumido una postura espectacular en la búsqueda de mentes y corazones en el conglomerado, situación que les lleva a disputar espacio con los representantes del ocio tradicional (encuentros masivos, luces, música en vivo, entre otros).

Pero, van más allá. Al contrario de la ausencia de alternativas de comunicación –por desconocimiento o menosprecio- que se verifica en las fuerzas políticas que dicen estar por el cambio, los religiosos sí le han apostado a sus propios medios.

El punto acá no es tanto que dentro de su feligresía consigan los fondos necesarios para su manutención o que reciban ayuda internacional, sino la comprensión de que a estas alturas de la historia todo proyecto debe ir acompañado de la comunicación.

En El Salvador, aún muchos dirigentes y cuadros políticos de oposición se conforman con recordar –especialmente en procesos electorales- lo que significan para el aparato de difusión de la derecha, sobre todo los grandes diarios y los canales tradicionales.

Sin embargo, y luego de los años aciagos de la guerra civil que dejó no menos de 75 mil muertes, la sociedad salvadoreña no cuenta con un tan solo medio de comunicación que desate las amarras de la prensa tutelada por el poder.

De los medios de comunicación de la derecha muy poco o nada se puede esperar, en la búsqueda del cambio. De ahí la necesaria apuesta por la construcción de una estrategia comunicativa alternativa, pero es imprescindible comprender ese proceso.

El concepto de las iglesias

Las diferentes denominaciones religiosas presentes en el país sí vienen trabajando en esa dirección desde tiempo atrás. Las iglesias católica y protestante, especialmente, se han insertado en la cultura mediática con buenas ganas.

Los católicos han desarrollado proyectos educativos-comunicativos cuyas características han sido: por un lado, asistencialistas y, por otro, en función de su crecimiento como grey frente a la competencia de otras religiones.

Cabría mencionar, en medio de esos proyectos tradicionales, la presencia de otros programas educativos-comunicativos asociados con posturas críticas de cara a la realidad socio-económica y política de los salvadoreños.

Uno de los comunicadores por excelencia que ha tenido la iglesia católica es el Arzobispo de San Salvador, Monseñor Oscar Arnulfo Romero, asesinado en marzo de 1980, luego de su denuncia incansable por la defensa de los derechos humanos.

En ese contexto, innumerables veces fue dinamitada la emisora YSAX, donde Monseñor Romero difundía su homilía dominical y sus palabras reconfortantes a sus feligreses noche a noche. Paradójicamente, ahora hasta a la emisora le cambiaron nombre.

En esa inserción mediática también han proliferado otras emisoras católicas en frecuencias AM y FM, a la vez que cuentan con, al menos, dos señales de televisión como Canal 8 y Canal 57. Se suman algunos medios impresos.

Su contraparte, la iglesia protestante va creciendo en la preferencia de los cristianos aunque todavía es minoría -como lo admite con preocupación el Arzobispo Auxiliar de San Salvador, Monseñor Gregorio Rosa Chávez.

Este prelado, otro de los comunicadores católicos, sí entiende esa necesaria participación del pueblo salvadoreño en la comunicación, pero de todos es conocida su condición muy marginal frente a las autoridades eclesiásticas.

Los evangélicos, como se les conoce a los protestantes, tienen emisoras en frecuencias AM y FM, y señales de televisión como los canales 17, 25, 65, entre otros. También cuentan con medios impresos.

Uno de los reverendos que ha aprovechado el proceso de mediatización es el pastor Edgar López Beltrán, del Tabernáculo Bíblico Bautista “Amigos de Israel”, quien incluso supo sacar ventaja de una falta judicial en Estados Unidos.

El “hermano Toby”, como es conocido, presentó documentación falsa para tratar de ingresar a una pequeña hija a la nación del Norte, en mayo de 2005, estuvo un tiempo en la cárcel y luego liberado por orden de un juez.

Su hijo, Toby Jr., también pastor en la Bautista, mostró sus descontento con los periodistas, en medio del proceso, y con sus fieles lanzó una campaña de regalar un huevo a quienes preguntaran sobre el caso para que entendieran lo que significa “meterse” con ellos.

Al final, en la sociedad salvadoreña ese punto es muy folklórico, aunque lleno de símbolos. Pero fue mucho más impactante, en el marco de la cultura mediática, el retorno del “hermano Toby” en un jet privado.

Sus fieles fueron a su encuentro, en el grupo sobresalieron algunos cuadros dirigentes de la Policía Nacional Civil (PNC), quienes lo recibieron con júbilo. Más allá, en la iglesia, lo esperaban cientos de hermanos que, en medio de vítores y llantos, escucharon por tiempo indefinido al pastor.

Una y otra vez, López Beltrán, aceptó que sí mintió, pero que le había servido incluso para evangelizar en la cárcel. El mensaje quedó: su salida triunfal era prueba firme de que gozaba de la gloria y era digno ejemplo para su grey.

El “hermano Toby” fue dueño de portadas de periódicos, señales en vivo de radio y televisión, al grado que se dio el lujo de regañar con nombre y apellido a algunos de ellos, por ejemplo a La Prensa Gráfica, por lo que consideró cobertura amañada de su caso.

Al contrario, felicitó a El Diario de Hoy, por haber sido consecuente y muy profesional en su tratamiento periodístico, y agradeció públicamente a diputados del Partido de Conciliación Nacional (PCN) por haber sido los únicos políticos que le acompañaron en su juicio.

Mas nadie de los medios de comunicación levantó la voz frente a la regañada pública del pastor. El “hermano Toby” ganó la competencia, fortaleció su proyecto y robó los espacios mediáticos una vez más.

Por lo que aquí nos ocupa vale la interrogante: ¿Era totalmente necesario estar en los lugares precisos? Para nada. La mediatización se encargó de llevar los discursos al rincón más privado del hogar, el dormitorio, como lo hace día con día con la figura que desea mostrar.

Una cuestión que debo reiterar en este artículo es esa comprensión de la importancia de la comunicación en todo proceso de la vida. Más allá de los medios tradicionales, es mucho más fuerte el impacto si se cuenta con los propios instrumentos. El caso de López Beltrán es elocuente.

La comunicóloga María Cristina Mata sugiere que en la realidad existe un espacio palpable –por ejemplo, la iglesia- y también existen los medios –los comunicadores- y entre ellos ese espacio virtual que se va construyendo en el imaginario social como lugar público y referente de la acción pública.

En ese sentido, religiosos o políticos, como figuras públicas, se ven urgidos en “saber actuar”, para acarrear más fieles o más adeptos. A la vez, volcados “a pelear” sus espacios frente a las otras figuras públicas que disputan la espectacularidad cotidiana.

Y entre esa actuación y disputa de las figuras públicas también encontramos cantidad de incongruencias, inmoralidades y golpes de mano.

Religión y medios

El profesor de periodismo Stewart M. Hoover, de la Universidad de Colorado, asegura que existe una antigua convergencia entre religión y medios de comunicación.

“En épocas anteriores a la modernidad, la religión orgánica o auténtica se expresó, se representó y se entendió a través de los ‘medios’ de la época –la palabra hablada, el drama, la música y las artes creativas- pero lo que llamamos ‘los medios’ vino después”, dice el académico estadounidense.

Según Hoover, con la imprenta se dio un cambio revolucionario puesto que tipógrafos y editores participaron en la reorganización del poder social, cultural y estatal en la modernidad, al grado que se acepta que las “industrias de la conciencia” –como se les llama a los medios- ocuparon un lugar casi muy prominente como el de la iglesia antes de la reforma.

“De este modo dichas industrias han venido a desafiar el poder y la autoridad legitimante de la iglesia y el Estado, y esas tres instancias (religión, medios y Estado) existen, ahora, en una especie de alianza negociadora inquietante en Occidente y en el ámbito global”, refiere Hoover.

Para él, aunque no sustancialmente, los medios de comunicación han cambiado a partir de que incluyen nuevas voces, dado las exigencias de las audiencias, mientras, la religión ha cambiado porque ha tomado más en cuanta la individualidad de las personas y su búsqueda incesante de significado.

En la actualidad, tomando en cuenta la vertiginosidad de las nuevas tecnologías y la presencia de internet, la relación religión-medios es mucho más inquietante, por cuanto a la velocidad de transmisión de la información, con imágenes, sonidos, etc., se une la presencia de los usuarios en tiempo real.

El comunicólogo español Jesús Martín Barbero advierte sobre el caso que los medios en América Latina están contribuyendo a reencantar el mundo y dar sentido a la vida de la gente: “Proponen nuevos modos mediáticos para que las personas se congreguen”.

“Iglesia electrónica, fenómenos de sectas, fundamentalismos e integrismos de diversa índole, se extienden principalmente en iglesias protestantes, donde los medios –la radio más que la televisión- aparecen como mediaciones modernas, fundamentales y masificadoras de la experiencia religiosa”, agrega.

Según un estudio de Zenit, grupo editorial vinculado con la Iglesia Católica, está comprobado que cada vez hay más gente que consulta cuestiones religiosas en internet que la que busca sitios pornográficos o de otra índole.

“No menos del 21% de quienes navegan en la red, en números redondos unos 20 millones de personas, ha buscado información espiritual o religiosa. En cambio, solamente el 18% ha realizado operaciones bancarias en la red y el 15% ha participado en subastas vía Internet”, afirma Zenit.

El estudio, llamado “Wired Church, Wired Temples: Taking Congragations and Missions Into Cyberspace”, ha realizado un seguimiento en la red de más de 1.300 congregaciones y revela que, cada día, más de dos millones de estadounidenses buscan información religiosa o espiritual en la red.

En consecuencia, las instituciones religiosas están integrando internet de manera creciente en el uso cotidiano. El 91 por ciento señaló que el e-mail permitía mayor comunicación con sus iglesias, mientras que el 63 por ciento afirmó que les ayuda a conectarse con sus comunidades.

Aparte de que las religiones se han trasladado a buscar clientes para sus productos especializados, otra de las tareas en que trabajan arduamente es en la conquista de las vocaciones dentro de los jóvenes. Al menos 25 diócesis de Estados Unidos han creado sitios en busca de jóvenes que deseen ser sacerdotes.

El padre John Acrea, coordinador de la pastoral vocacional en Des Moines, Iowa, afirmó a la prensa que “internet es donde la gente joven busca información, de manera que tenemos que estar allí”.

El sacerdote aseguró a los periodistas que los modos tradicionales de búsqueda de vocaciones, tales como la conocida presencia en escuelas católicas e iglesias locales, ha disminuido con los años, una tendencia que atribuyó a la creciente movilidad social.

En ese marco, hay que subrayar a la vez que las iglesias protestantes son las que más han desarrollado la capacidad de utilizar los medios, para afianzar mentes y corazones dentro del conglomerado.

La televangelización, por ejemplo, cuenta con mucha experiencia desde su aparición en Estados Unidos. Es conocida la presencia mediática del reverendo Pat Robertson, del Club 700, quien incluso pidió recientemente la eliminación física del presidente venezolano, Hugo Chávez Frías, por considerarlo parte del eje del mal.

Aunque se disculpó luego por su postura, después acusó al mandatario de haberle dado fondos al musulmán Osama Bin Laden, enemigo número uno de los estadounidenses.

En síntesis, en tiempos posmodernos las iglesias también se han adaptado a los nuevos retos de las comunicaciones. Con la ventaja de que trabajan en el espacio de la fe, que es milenario, y que, pase lo que pase, subsiste en cualquier parte de la humanidad.

Noam Chomsky advirtió en un artículo de opinión sobre el papel de los medios de comunicación de la necesaria presencia de la iglesia en la vida de las personas, con lo que se demuestra que nunca dejará de existir.

Según él, la crisis política en Centroamérica fue conocida por los norteamericanos a partir de que la iglesia sirvió de enlace, para que, por ejemplo, activistas salvadoreños denunciaran las atrocidades que sucedían en la década de los 80.

En ese sentido, iglesia más medios es un binomio impactante frente a las audiencias. La mediatización tiene mucho terreno ganado en la religión, a la par de la política.

Fuentes consultadas: Chomsky, Noam (1993) El control de los medios de comunicación. Editorial Open Magazine Pamphlets, Estados Unidos.

Mata, María Cristina (1991) Política y comunicación. Ponencia presentada en el seminario “Política y comunicación: ¿Hay un lugar para la política en la cultura mediática?”, realizado en Buenos Aires, Argentina.

Diversos números de la Revista Signo y Pensamiento, editada en la Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia.

Diversos ejemplares de los diarios salvadoreños El Diario de Hoy y La Prensa Gráfica.

Artículo publicado en la Revista Humanidades, de la Facultad de Ciencias y Humanidades, Universidad de El Salvador (UES) donde el autor es docente.

sábado, junio 03, 2006

Tony Saca cumple segundo año

Por Guillermo Mejía

Como era de esperar, el presidente Elías Antonio Saca puso como desafíos para lo que falta de su gestión la precaria situación socioeconómica de los más humildes y la vorágine en que se debate la nación en medio de la delincuencia.

La parte novedosa de su informe de segundo aniversario resultó ser que pidió “disculpas” al pueblo salvadoreño por las promesas que no ha cumplido, que obviamente se refieren a lo mismo pues la gente está cansada de soportar la crisis y contar los muertos cotidianos.

Los estudios de opinión pública que antecedieron al aniversario, realizados por diversas entidades privadas, demostraron lo advertido antes y supusieron que la gente en general le otorga una nota de aprobación de entre 6.2 y 6.4, baja tomando en cuenta sondeos de otros períodos de la gestión.

Sería hablar de más traer a colación lo referido por el presidente Saca en torno a avances en atención en salud, interconectividad carretera y cibernética, atención en educación, etcétera, cosas que a diario es publicitado en los medios de comunicación.

Mejor es detenerse en la forma en que se vislumbra el panorama para lo que resta del mandato del partido Alianza Republicana Nacionalista (Arena), donde el Ejecutivo tiene que rebuscarse para lograr gobernabilidad con un Legislativo con posibilidad real de entramparle las cosas.

En una democracia madura, donde los intereses del pueblo están realmente representados en el quehacer de la clase política –algo muy lejano en El Salvador-, pues no causaría ningún problema una composición tal, porque el balance de poder ayuda a la profundización de la democracia.

En El Salvador una composición como esa sirve para congelar al país, ya que cada fuerza mayoritaria representada jala para su lado, inclusive en asuntos que son de interés del pueblo. Al revés también se cae en algo mucho peor porque se vuelve a la dictadura del partido en el poder.

De esa forma, el pueblo salvadoreño está en la encrucijada entre formas de gobernar que en nada le producen bienestar, ni seguridad, ni esperanza (aunque digan lo contrario) y lo orillan hacia alternativas cada vez más difíciles como buscar camino hacia Estados Unidos.

Así las cosas, como decimos. Vamos hacia otro período sin mayores perspectivas de cambio sino más bien a la profundización de las crisis socioeconómica y los niveles de delincuencia frente a fuerzas políticas preocupadas sobre todo en resolver sus problemas de grupo o de estómago.

La gente aparece como pretexto, pero en el fondo no existe en las agendas de la derecha y la izquierda tradicionales que co gobiernan El Salvador y que, por ejemplo, no niegan sus votos para auto recetarse “aumentos” o “plazas” como sucedió en la Asamblea Legislativa.

Al contrario, arman alharacas ante problemas de interés como la crisis de la basura en que sucumbió la Alcaldía de San Salvador, gobernada por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), cuya alcaldesa Violeta Menjívar se molestó porque los otros le tocaron “su basura” ante un caso patético de inoperancia.

Lo más triste de actos bochornosos como los citados anteriormente es que tanto Arena como FMLN se llenan la boca de estribillos desgastados como voluntad de diálogo, capacidad de negociación, interés en la concertación, etcétera, pero nada más como estratagema.

Como bien dice el chiste añejo, durante la creación a El Salvador lo dotaron de volcanes, playas bonitas, lagos, montañas, gente buena onda, pero algo tenía que fallar, algo tenía que ser inservible: para ser justos frente a las demás naciones nos enviaron a una clase política de tal calaña.

lunes, febrero 27, 2006

Deudas del periodismo salvadoreño

Por Guillermo Mejía

El ensayo titulado: Deudas del periodismo salvadoreño frente al proceso democrático, escrito por mi persona y el colega salvadoreño Raúl Gutiérrez, constituye una incursión en el papel que desarrollan los medios de comunicación nacionales y los posibles efectos en el llamado proceso democrático.

Los autores, que hacen una combinación de teoría con práctica profesional, examinan desde distintos ángulos la forma en que trabajan esos medios de comunicación en el país centroamericano en cuanto a su papel de mediadores entre el poder y la ciudadanía.

Este esfuerzo intelectual es la culminación de una preocupación que existe en algunos sectores de la sociedad salvadoreña que tienen una visión crítica sobre el desarrollo de un periodismo que aún no muestra mayores compromisos en su responsabilidad social.

De esa forma, se presente una visión crítica de los investigadores sobre los medios, basada en un escrutinio sobre su trayectoria y funcionamiento, en información y valoraciones de distintas publicaciones nacionales sobre éstos, y en la propia experiencia periodística de los autores.

El ensayo comienza con un acercamiento al papel del periodista en la sociedad contemporánea, los retos que afronta, y la difícil conciliación entre el deber de informar y los intereses particulares de propietarios y editores de medios de comunicación.

¿Será que en El Salvador los propietarios de los medios de comunicación están dispuestos a reconocer los nuevos desafíos del periodismo y permitir que sus periodistas actúen con ética y responsabilidad?

Y, además, ¿será que los periodistas salvadoreños están preparados para enfrentar estos retos con gallardía y desarrollar un periodismo con responsabilidad? Son dos interrogantes que ameritan respuestas.

Luego, el ensayo se enriquece con la relación que se hace entre la prensa salvadoreña y la democracia. Los autores reseñan los puntos críticos en que el papel del periodista frente a la ciudadanía se ve opacado por intereses de grupos de poder.

Para ilustrar los problemas detectados entregan una caracterización de los medios de comunicación salvadoreños y cómo éstos se han comportado con relación al proceso democrático y al de construcción de ciudadanía en el país.

A continuación, como prueba de la validez de los planteamientos, analizan de forma cualitativa dos casos paradigmáticos sobre cómo los dos periódicos de mayor circulación e influencia en el país: La Prensa Gráfica y El Diario de Hoy, trataron dos temas de gran trascendencia nacional: las elecciones presidenciales de marzo del 2004 y la Ley Antimaras. Debe advertirse que el análisis de estos casos no es la base del presente ensayo sino apenas una muestra de lo argumentado a lo largo del documento.

El análisis de estos dos casos permite adentrarse en las circunstancias en que los periodistas salvadoreños ejercen su labor de comunicadores y las deudas manifiestas para mediar entre el poder y la ciudadanía

El ensayo, además, propone una serie de retos que los medios de comunicación y los periodistas salvadoreños deberán enfrentar si se aspira a construir una sociedad democrática, pluralista y participativa.

Y tal como se insiste a lo largo de este documento, semejantes retos difícilmente se lograrán sin una ciudadanía crítica, interesada en participar y que demande un periodismo independiente, responsable y ético.

Dentro de las reflexiones finales, los autores estiman que con un periodismo como el salvadoreño es difícil la construcción de ciudadanía, porque se coarta la participación activa de la población en el afianzamiento de la democracia. En otras palabras, a los salvadoreños les falta más energía para enfrentar el reto de hacer de la comunicación una práctica ciudadana.

jueves, febrero 02, 2006

La fiscalización ciudadana

Por Guillermo Mejía

Desde tiempo atrás –no mucho por cierto en nuestros países- se ha llegado a la conclusión de que en la democracia liberal en que subsistimos es sumamente importante la fiscalización ciudadana de cara al ejercicio de los políticos.

Si viviéramos, por ejemplo en un régimen que se definiera por ser fiel representante del centralismo democrático, pues de poco valdría tal aseveración, por cuanto se entiende que el régimen coopta a la sociedad civil.

Pero, entrando en materia, en el esquema en que nos desenvolvemos –muy débil por cierto- esa sociedad civil es categorizada como la representación de la actividad social voluntaria (que se realiza bajo ninguna obligación impuesta por el Estado).

Tal como lo asevera Michael Walzer, en su “The idea of Civil Society”, se define como “el espacio de asociación humana sin coerción política y también como el conjunto de cadenas o redes de relación –formadas para el bien de la familia, la creencia, el interés y la ideología- que llena este espacio”.

Por eso es importante que entendamos, una vez por todas, la importancia de los movimientos que se agrupan en torno a esa sociedad civil. Allí encontramos a ecologistas, periodistas, estudiosos de las diversas materias, empresarios, en fin una constelación de intereses que deben ubicarse, necesariamente y pese a sus propuestas propias, afuera de las representaciones partidarias.

En ese marco, resulta pobre, bochornoso, vergonzoso, que personas particulares con intereses políticos predeterminados, por ejemplo de los partidos tradicionales, vengan a cuestionar el esfuerzo de los entes de esa sociedad civil que se pretenden fortalecer.

Ahí encontramos, por definición, a quienes defienden los derechos de la niñez, de la tercera edad, de las prostitutas, de los estudiantes, de los maestros, etcétera, que no están pensando en que llegue a la presidencia de la República un representante partidario. En ese esfuerzo ciudadano, al fin y cuentas, sale sobrando quién llegue a ocupar la silla presidencial, lo importante es que esos movimientos civiles, y que pretenden ser democráticos, lo que buscan es que los políticos correspondan a los derechos ciudadanos.

Pensar diferente, bajo consignas políticas partidarias, significa ser reacios al cambio. Es decir, comprobado una vez más, reaccionarios frente a las necesidades urgentes de la ciudadanía que amerita una responsabilidad social de los administradores de turno que, lamentablemente, lo que han demostrado en tanto tiempo es lo contrario. Si no veamos el uso y abuso que han hecho en nombre del ejercicio del poder.

Históricamente, la sociedad civil la heredamos de los romanos que hablaban de societas civilis. Pero lo más importante, en este marco, se da cuando se concibe a la sociedad civil en separación del Estado. Como señalan diversos autores, significó ver a esa sociedad como un espacio social y sicológico en el que el individuo, por sí mismo o asociado con otros, podría ver los actos de los políticos en ejercicio desde una perspectiva fiscalizadora.

“La separación del Estado y la sociedad en el pensamiento político liberal confeccionó una justificación teórica poderosa para limitar los poderes del Estado frente a sus ciudadanos. En el pensamiento liberal la sociedad ocupa una posición de superioridad moral en sus relaciones con el Estado. El Estado es meramente la extensión y el sirviente de la sociedad”, afirma Charles F. Bahmueller, del Center for Civic Education, en Calabazas, California.

Ante eso, y frente a la ignorancia reinante, cómo me puedo explicar que cualquier hijo de vecino, que ostente un mínimo o máximo de poder en la esfera estatal, se de el lujo de menospreciarme pese a que como ciudadano tengo mis derechos y, lo que no sucede en nuestra realidad, también tengo que pelearlos a capa y espada porque como ciudadano me corresponden.

Por eso insisto en que es importante en que desarrollemos nuestro proyecto como sociedad civil. Si alguien está encantado con el actual ejercicio de los políticos también es su derecho inalienable. Nosotros no nos podemos conformar con tan poco, es necesario que levantemos nuestra bandera ciudadana y reclamemos nuestros derechos. Nuestros deberes, obviamente, tenemos que cumplirlos.

Una sociedad civil organizada –no cooptada por algún partido político- es un arma especial que no podemos desaprovechar. El cambio tiene que ser generado desde esa instancia civil, la política tiene que respetarnos y no existe mejor forma de hacerlo si en cada decisión que piense tomar o tome, en primer lugar tiene que corresponder con los derechos inalienables que nos corresponden como ciudadanos.

Saltar hacia otra estadio correspondería cristializar lo que el dirigente izquierdista italiano Antonio Gramsci consideró como transitar de una sociedad política con sociedad civil hacia una sociedad civil sin sociedad política, o sea la autodirección de los ciudadanos.

Esa concepción gramsciana fue más allá tanto del liberalismo como de la izquierda estatalista, dado que hizo visible los nexos estatales en la sociedad civil; es decir, que en ésta se genera y se prolonga el poder del Estado.

"La seperación tajante es rechazada por esta visión gramsciana que coloca la imbricación entre ambas esferas, que sólo se rompe transitoriamente en momentos de crisis orgánicas, para restablecerse posteriormente, a no ser cuando se pueda lograr revolucionariamente una plena emancipación de lo estrictamente estatal", afirma el antropólogo mexicano Jorge Alonso.

Demos vida, ejerzamos nuestros derechos ciudadanos.

miércoles, enero 04, 2006

El derecho a la información

Por Guillermo Mejía

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, de 1948, establece en su Art. 19: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.

Muchos de los que participamos del fenómeno comunicativo, ya sea como periodistas, relacionistas, propagandistas, publicistas, académicos, entre otros, estamos familiarizados con ese concepto jurídico que otorga a cualquier ciudadano la titularidad del derecho a la información, sin importar edad, raza, bienes, condición, nacionalidad o profesión.

Ahora bien, y al revisar el caso centroamericano, aún ese derecho se ve limitado por una conjugación de variables -autoritarismo, ignorancia, desprecio, etc.- por lo que resulta incómodo a la mayoría de medios de comunicación, así como a sectores que ostentan poder económico y político, tener que dar cuentas a la ciudadanía.

¿Cómo podrán asumir de la noche a la mañana, las empresas periodísticas, que todas las personas tienen la facultad de investigar, la facultad de difundir y la facultad de recibir información?, ¿cómo podrán asumir los que ostentan poder y que se sirven de la cosa pública que están obligados a responder por sus actuaciones?

Piensen un momento sobre la obligación que tienen esos medios de respetar a sus audiencias y dejar una vez por todas de manosear la información, incluso respetarlas en su editorial y, a cambio de las frecuentes invenciones y calumnias, consignar datos, ideas, argumentos. Es más, que hicieran posible la pluralidad.

De ahí la pregunta, ¿por qué en estos países no se ha avanzado después de más de medio siglo de firmada esa Declaración Universal? El problema radica en que los empresarios de la prensa, en particular, y muchos periodistas, en general, aún persisten en la libertad de expresión y la libertad de información, esencialmente, para sí.

Y esa concepción instrumental es la que caducó a partir de la etapa universalista de la información, la etapa de los derechos humanos. En la pobre defensa que hacen los medios de difusión se escucha hablar de una libertad básicamente de empresa, de la prensa como entidad privada, sin que aparezca el verdadero titular.

Se llega al grado de afirmar, como defendiera en su oportunidad Eduardo Ulibarri, director del diario La Nación, de Costa Rica, que la libertad del ciudadano frente a los medios de difusión estriba en “la libertad de decidir” qué radio, televisión, diario o revista desea consumir en el mercado, si no le parece ninguno pues que no se haga bolas. Lógico, a lo que apela Ulibarri es a la “democracia del zaping”: podemos cambiar, porque con seguridad todos repiten el mismo discurso.

Contraria a esa postura mercantilista, el periodista y académico español Tito Drago demanda de la ciudadanía y los periodistas luchar porque “exista la pluralidad -que haya muchas voces, que los medios no estén controlados ni por el sector público ni por el privado, que defendamos cualquier política antimonopolio- y que nos opongamos a la manipulación, que podamos dar y recibir información”.

La información pertenece a los ciudadanos, no es patrimonio de empresarios o periodistas. El cumplimiento del derecho a la información implica hacer justicia en el acto de informar, aplicarse en el hecho que, más que un poder de los empresarios o periodistas, la información es un derecho y un deber. Un profesional de las comunicaciones actúa en virtud de un mandato general, social y tácito de la ciudadanía y no de alguna consigna.

Pero, ¿cómo lograr el cumplimiento del derecho a la información? En cuanto a los medios de difusión hay dos posturas encontradas: por un lado, como se da en la actualidad en estos países, dejar hacer según sus propios criterios profesionales, es decir mediante la autorregulación; por el otro lado, poner a disposición de la sociedad la regulación jurídica para que esos medios de difusión sean responsables de cara a la ley.

Tal como se practica el periodismo en estas sociedades, amerita hacer una revisión adecuada y regular aquellas partes del derecho a la información que simplemente no se pueden cumplir sin contar con un instrumento jurídico, especialmente en cuanto a la impunidad periodística, el tráfico de influencias y, obviamente, asegurar para los mismos periodistas -como a la ciudadanía- el combate certero de la corrupción.

Está comprobado el papel vital que cumple el procurador de los derechos de los consumidores de los medios, en algunos casos conocido como del lector, en la sociedad. Los centroamericanos necesitamos con urgencia que se legisle en función de contar con este personaje. Los medios también deberían apostarle y crear su propio ombudsman.

El editor y académico mexicano Raúl Trejo Delarbre afirma que “los medios, en fin, son demasiado importantes para dejarlos sin reglamentaciones modernas y completas. No se trata con ello de restringir libertad alguna, sino de garantizar la libertad de la sociedad para ser algo más que receptora de los medios más influyentes”.

“La mejor defensa de la libertad de expresión”, agrega, “la hacen los periodistas que mantienen un desempeño profesional, que ofrecen y comentan hechos y no rumores, que no confunden los acontecimientos públicos con los privados, que no requieren del escándalo para ganar lectores o televidentes”.

En ese sentido, asegurar el ejercicio del derecho a la información pasa por despolitizar la agenda de los medios de difusión. Los periodistas debemos lograr que la carga, especialmente política y económica, sea regulada de cara a que no solamente existen los sectores de poder como parte central de la información, sino que se escuchen otras voces.

Frente a la toma del espacio por los políticos tradicionales y sus protegidos hay que poner en escena temas de importancia ciudadana como: el combate a la pobreza, educación, defensa de los derechos humanos, cultura, fortalecimiento de la sociedad civil, asistencia a discapacitados, tercera edad, niños, mujeres, etc., y especiales como ecología, laborales, academia.

Por eso, en el libro “Ética para periodistas” (TM editores, 1998), María Teresa Herrán y Javier Darío Restrepo afirman que el derecho a la información “(...) no es un producto de la democracia sino una condición indispensable para que haya democracia; es el punto de partida para que haya civilización”.

Eso da pie para pensar que en la región hay que hacer bastante, para que se cumpla el derecho a la información. En las actuales circunstancias, la concentración del poder económico, en abierta componenda con el poder político, hacen imposible tener acceso a medios de difusión que se comprometan con los ciudadanos.

Tampoco podemos entender como cumplimiento de ese derecho el que se someta a la población a una especie de “rueda de caballitos” de los políticos, algunos sinvergüenzas reconocidos, a través de la mayoría de canales de televisión y radios noticiosas del área. La verdad es que no hay mayor aporte, aunque sí espectáculo dador de prestigio y dinero a los empresarios.

En la era de las comunicaciones, cuando es indispensable el papel del periodista como mediador, todavía estamos en deuda. Pero los centroamericanos, en general y por diversos motivos, también todavía creen en el periodista. Entonces, ¿para quién trabaja ese periodista?, es la interrogante a partir del derecho a la información.