viernes, febrero 24, 2017

Periodismo y posverdad

Por Guillermo Mejía

Para muchos la palabra de moda es posverdad, traída del vocablo inglés post-truth que, según el Diccionario Oxford, denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal. Los casos más ejemplarizantes de esto son el gane de Donald Trump en Estados Unidos y el Brexit en Europa.

De todos es conocido que los espacios mediáticos están contaminados de posverdad en línea de imponer visiones de mundo y es precisamente con las nuevas tecnologías que prolifera un seudo periodismo –que lamentablemente contamina hasta los medios considerados más serios- en un sinsentido que va en detrimento del derecho a la información.

El Salvador no es la excepción. Aparte de las formas antiéticas e inmorales que proliferan en la mayor parte de medios de comunicación social por intereses particulares –sean políticos o comerciales- existe una gama de espacios dizque independientes o que se amparan en ser expresiones de periodismo digital, pero lo que menos trabajan es información fidedigna.

Más que indagar sobre el fondo de los casos de corrupción en los gobiernos de los últimos 25 años, que comparten los partidos Arena y Fmln, nos encontramos con una plataforma mediática donde se conjugan medias verdades, medias mentiras, derroches emocionales, en fin, una cadena de acusaciones y justificaciones de acuerdo a intereses determinados.

Por otro lado, la violencia social, que se enfoca sobre todo en el fenómeno de las pandillas, se aborda desde la superficialidad donde roba espacio el discurso oficial que pretende imponer el exterminio como forma de solución de un problema tan complejo, al gusto de lo que la gente quiere oír, y cargado a partir de que estamos en una año pre-electoral.

Solamente desde voces y espacios marginales se escucha la denuncia de que subsistimos en una Estado criminalizado, que no tiene mucho que envidiarle a un Estado fallido, donde la institucionalidad está prostituida y se sostiene bajo directrices de personajes contaminados en el pasado reciente con hechos de corrupción, triquiñuelas electorales y menosprecio por la ciudadanía.

La transparencia y acceso a la información, por ejemplo, son palabras vacías.

“La posverdad es el mejor caldo de cultivo para la mentira instrumentalizada al servicio del juego sucio. Y no es verosímil creer que con el juego sucio ni la libertad ni la convivencia ni el progreso puedan salir beneficiados. Al contrario, no hay libertad que no descanse en la protección de la verdad, ni convivencia posible si la verdad no es respetada, ni progreso real sin verdades contrastadas”, dice el abogado español Miquel Roca Junyent.

“Ciertamente, la verdad puede ser poliédrica; puede tener muchas caras. Pero cada una de estas se construye desde la ambición de respetar la verdad. Puede ser interpretada de formas diversas, pero se busca hacerlo desde la fidelidad a la verdad. La posverdad neglige la verdad, no la interpreta, simplemente la considera irrelevante. Cree que puede prescindir de ella”, agrega.

Bill Kovach y Tom Rosenstiel en su libro “Los elementos del periodismo” afirman que en los últimos trescientos años, los profesionales de la información han desarrollado un código no escrito de principios y valores que configuran la actividad informativa. El más importante de esos principios es el siguiente: La primera obligación del periodismo es la verdad.

“El deseo de que la información sea fiel a la verdad es elemental. Puesto que las noticias son el material que utiliza el ciudadano para informarse y reflexionar sobre el mundo que le rodea, su cualidad más importante consiste en que sean útiles y fiables”, nos dicen, “El deseo de la verdad es básico, y tan poderoso que todas las pruebas indican que, además, es innato”.

La posverdad se combate con el compromiso con la verdad. Y ese compromiso no puede verse sin sustancia, pues pasa por la responsabilidad, en especial con los públicos que son los dueños o titulares de la información. Ya no es tiempo ni de periodistas estrellas, ni de consumir cualquier producto como informativo.

Desde los periodistas y los medios de comunicación debe haber un compromiso ético moral con un tratamiento adecuado de la información, de la separación de la información de otros intereses que vayan en detrimento de la ciudadanía que tiene derecho a estar informada de manera adecuada y suficiente.

Y, uno de los retos más sentidos, esa ciudadanía cada vez tiene que corresponsabilizarse también con su derecho a la información –y a la comunicación- frente a las tropelías del seudo periodismo que le apuesta a la posverdad por intereses particulares; es decir, hacer valer su voz como titulares de esos derechos.

Los periodistas y los medios de comunicación también necesitan del esfuerzo y acompañamiento ciudadano, puesto que los problemas del periodismo no pueden verse independientes de la sociedad en que se desarrolla. Una ciudadanía crítica, empoderada, coadyuva a cualificar ese periodismo tan necesario en toda sociedad que se dice democrática.



miércoles, febrero 08, 2017

Mis años en el ahora cincuentón Diario El Mundo

Por Guillermo Mejía

Llegué en 1986 para quedarme unos 40 meses. Provenía de la prensa internacional. Era una combinación muy particular, pues con El Mundo también compartía mi trabajo de corresponsal de prensa extranjera.

Poco a poco habíamos conquistado espacio en los medios locales, especialmente la radio y la televisión, porque los principales periódicos –La Prensa Gráfica y El Diario de Hoy- mantenían una actitud reaccionaria que, con todo y todo, todavía se les sale en temas sensibles y que los ponen quisquillosos.

En ese marco, el espacio más provechoso de la prensa salvadoreña lo había tenido en Cadena Sonora, en 1982, cuando editábamos “El Día... el noticiero de la tarde”, junto a mi hermano Alberto Barrera, en la actualidad director de la radio YSUCA, y Marcos Alemán, corresponsal de la agencia AP.

Del nombre de nuestro noticiero partimos con mi hermano para llamar “Al Día”, de Canal 12, al espacio noticioso que se fundó. Yo redactaba cada tarde los encabezados que con anterioridad aparecieron de mecatazo en la pantalla, con letras blancas en un fondo azul. Luego tuvimos la experiencia en El Noticiero de Canal Seis.

Iba y venía en mi jugada periodística que acompañaba con mis estudios de periodismo en la Universidad de El Salvador (UES).

De repente, me encontré cada mañana en un antiguo edificio, mole de concreto y sin ningún retoque, donde dos viejos periodistas corrían de la seca a la meca y lanzaban un gritillo que ponía nerviosos a todos, incluida a la “nana” de la pandilla, la Sra. Sonia de Rodríguez, quien además se ocupaba de Sociales.

Los viejos periodistas eran Cristóbal Iglesias, director, y Rodolfo “el indio” Vásquez, jefe de redacción, y el lugar era Diario El Mundo, frente a la Lotería Nacional, a una cuadra del Bar Chico (Hotel Nuevo Mundo), más distante del Bar La Bota, el Café Bella Nápoles y el pan Lourdes, lugares que con varios colegas solíamos frecuentar.

El Mundo era un oasis en medio del desierto, ahí don Cris y don Fito echaban punta con nosotros, los de la UES: Argentina Velásquez, Nelson González, Guadalupe Corleto, Juan Gálvez, René Contreras, Edgar Rivas, Paco Campos, entre otros. En un ambiente común con los colegas Francisco Martínez (ya fallecido), René “chucho” Hurtado, Quiquito García, Chamba Juárez, el “sapo” López Pérez (ya fallecido), Pedro Martínez (ya fallecido), Raúl Méndez, el caricaturista Bernardo Mejía Rez, entre muchos.

En El Mundo me endilgaron al menos tres apodos de acuerdo a las circunstancias. Don Cris me llamó de sopapo “el peludo” porque el cabello lo andaba largo, más bien melenudo por ser rizado y, de vez en vez, también me decía “cangrejo” por usar lentes. Y Paco Campos me puso “benji” en alusión al perrito colocho de las películas.

Para la sociedad salvadoreña fueron muy importantes los espacios que mantenía Diario El Mundo, gracias a la acción inteligente de los dos viejos periodistas. En medio de la guerra se pudieron colar pensamientos diversos que dieron ciertos elementos para el análisis de lo que estaba pasando, aunque eso no era del agrado del poder.

De don Cris, el punzante y jocoso Hilarión Juárez, que deleitó a los lectores de Diario El Mundo, guardo muchos de sus escritos y para ilustrarlos les recordaré algunos trozos donde me toma en cuenta:
“(...)Pero todos tienen derecho a que les devuelvan la fe, porque es lo último que se pierde y sin ella cualquiera da lástima, y yo se la he devuelto al peludo Mejía con una recomendación especial: que por el amor de Dios ya no falte los lunes (...)”

En ocasión del terremoto del 10 de octubre de 1986 nos dedicamos a escribir sobre la tragedia y sacamos algunas crónicas. Tengo en mis manos el recorte de una pasada con los damnificados del Modelo y La Vega. Un fragmento dice:
“Me despido. Cerca de la Iglesia de La Vega encuentro a una señora que trae un balde con agua ‘contaminada’, de los chorros rotos, quien me dice: ‘Tengo 70 años, soy coja, pero ahí me ve trabajando todo el tiempo (ríe). Siquiera esta agua conseguí. Uno de viejo quizás se hubiera muerto con el terremoto. Para qué seguir sufriendo’”.

Hilarión Juárez escribió después:
“Al ver que la damnificada había hablado, empezaron las demás a hablar, y lo que yo oí, copié y guardé en la bolsa vacía de mi tiesa chaqueta de Cabo de La Siberia, lo tengo para el libro que con Guillermo hemos pensado publicar con el título “La ayuda que desayuda”, de unas mil páginas ilustradas con San Jacinto y otros barrios “en el suelo”, y unas lecciones de primer grado para los que están dando lecciones de kinder, diciendo que son periodistas y maestros de los reporteros y de todos los corresponsales”.

Y, en ese mismo contexto, había escrito:
“Guillermo anda a paso cansino, como si no le dieran de comer, y se nutre a puro humo de cigarro, con la irreverencia de que me lo echa encima, para que a mis pulmones no les falte el del tabaco, ya que de bus tienen de sobra y mis órganos respiratorios parecen piso de huesera”.

Hay tantas cosas que recordar de don Cris y don Fito, este último que en medio del cierre de edición de pronto se enrolló las mangas, se me cuadró y me dijo “si querés démonos verga, cabrón”. Jajaja, recuerdo que le contesté “no se pele, don Fito, tranquilo”, al tiempo que se metió mi profesor René Contreras.

El enojo de “el indio” Vásquez duró un par de semanas nada más, al final nos echamos una gaseosa y recuerdo que me dijo, con un caluroso abrazo, “puta, Memito, si nosotros somos cheros… olvídate de esas pendejadas”. Jajaja, nos hicimos más amigos aún, siempre resuenan sus palabras “mire, cherito… puta cherito…”

Me quedó grabada también la vez que don Cris me salvó de que un miembro del Estado Mayor de la Fuerza Armada me fregara, porque a él lo regañó el ya fallecido presidente Napoleón Duarte por andar abriendo la boca más de la cuenta. Y don Cris precisamente eso le dijo, peor abrir la boca frente a un periodista.

Diario El Mundo recién cumplió 50 años, me alegra que –como lo establecieron esos viejos periodistas don Cris y don Fito- siempre por su sala de redacción siguen desfilando estudiantes universitarios de Periodismo, especialmente de mi Universidad de El Salvador (UES). Vayan por otro tostón de años más.