martes, diciembre 29, 2020

El show político-electoral debe continuar

Por Guillermo Mejía

Camino a las elecciones de alcaldes y diputados de finales de febrero próximo en El Salvador, las agrupaciones políticas contendientes le apuestan sobre todo a la conquista de los ciudadanos mediante sus estrategias que apelan al sentimentalismo más que a la discusión pública de los problemas nacionales.

En el partido oficial Nuevas Ideas, y por supuesto Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA) que arropa al presidente Nayib Bukele, se saborean con los resultados de al menos tres encuestas que les otorgan el favor de los votantes ante los que hasta no hace mucho fueron fuerzas políticas de peso, el Frente y Arena, ahora decrépitos.

Para enriquecer el entramado en que se da este proceso, al igual que ocurre en cantidad de países alrededor del mundo, vale la pena traer a cuenta las reflexiones del escritor y militar español Pedro Baños en su libro El dominio mental: La geopolítica de la mente (Editorial Ariel, 2020) que nos recuerda el papel que juegan los políticos en busca del poder.

“La política debería generar ilusión en los ciudadanos, quienes ponen su vida y hacienda en manos de unas personas de teórica confianza –dice Baños-, pero se ha transformado cada vez más en un ejercicio practicado por ilusionistas, por magos creadores de falsas realidades y quiméricas esperanzas”.

El discurso oficial es prueba fehaciente de esa realidad montada en la fantasía, que se pretende vender como comida chatarra y que causa incertidumbre, pues viven en una atmósfera triunfalista en un país golpeado por la crisis. Y, en el lado contrario, al reflexionar sobre la situación nacional resulta trago amargo el discurso revestido de mucha demagogia de quienes han gobernado y han desplumado al Estado con sus actos de corrupción, que tampoco deben borrarse de la memoria histórica.

El problema es que esa forma de hacer política “es una forma blanda de ejercer el poder” y esto hace que “sea aceptada no solo con pasividad, sino con agrado por los así sometidos. Y si a algún elemento díscolo le da por pensar y cuestionarse la bondad del sistema, simplemente se ejercer sobre él una mayor dosis de narcotización”, advierte el autor español.

Pero eso no significa que no haya personas que lleguen a la política por verdadera vocación, según Baños, aunque lamentablemente “su buena labor queda eclipsada por las malas artes de sus colegas, los magos de la política, que tanto daño hacen (…) y que parecen imposibles de extirpar incluso de los sistemas democráticos más perfectos”.

La política se ha convertido en un teatro gigante, en un show permanente, señala Baños: “Una representación que solo persigue convencer al ciudadano para que dé su apoyo a un grupo político o una persona en concreto. En este escenario se representa una tragicomedia que pretende mover los resortes emocionales de los espectadores, hacerles creer que la actuación está orientada a su beneficio”.

Y agrega: “De modo que, al acabar, el espectador quede convencido del mensaje que se le ha lanzado, lo asuma como propio y se ponga a implementarlo con toda su energía. A ello colabora el contexto de sugestión colectiva, la atmósfera psicológica, que se crea durante la obra. En el show político se emplean actores que desempeñan un papel dirigido, como títeres, aunque no se den cuenta de ello, que entretienen al público con banalidades. El fondo de las cuestiones importantes se olvida, o al menos se posterga”.

Al referirse a los regímenes del show, el autor nos dice que basta con ver los discursos de los políticos, tan llenos de demagogia como vacíos de contenido, “y en especial las mutuas acusaciones de mentir que se lanzan sistemáticamente los de distinta ideología, para darnos cuenta de que la democracia se ha pervertido. Da la impresión de que tan solo triunfa en ella quien sabe mentir de forma más disimulada, de manera artera”.

Así, “El que engaña mejor a la mayor cantidad posible de personas, tanto a las que le votaron como a las que le siguen siendo fieles. Incluso cuando algunas de ellas son conscientes de que los ‘suyos’ las están engañando, optan no darse por enteradas como consecuencia de la inflexibilidad del posicionamiento ideológico en el que se han enroscado”.

El autor también se refiere a la magia electoral. “Nos crean la ilusión de que los ciudadanos somos quienes decidimos el rumbo de la política al introducir en la urna el voto que creemos haber elegido de forma voluntaria y consciente. Pero lo cierto es que, con anterioridad, hemos sufrido un proceso de inculcación de ideas para condicionar el sentido de ese voto”.

Según Baños, “Los políticos contratan a empresas para que vigilen nuestro mundo digital, conociendo así todo de nosotros. Compran trolls –personas anónimas que publican online, en muchas ocasiones con afán provocador- y bots para lanzar mensajes que nos confundan. Provocan controversias artificiales que generan confrontación. Nos envían propaganda electoral por todos los medios posibles. En definitiva, hacen lo posible, apoyándose en la tecnología, para que votemos en el sentido que más les interese”.

En cuanto a la separación entre promesas electorales y realidad, Baños nos recuerda el afán de los políticos en prometer a sabiendas que no cumplirán: “Los políticos aprovechan así para mentir con descaro, pues, una vez en el poder, nadie les pide cuentas por incumplir sus promesas electorales. Los partidos de la oposición podrían reclamárselo, pero no lo hacen porque están en el mismo juego; saben que, en fechas posteriores y con poco de suerte, les sucederá a ellos”.

“A su vez, el pueblo está tan ocupado con sus quehaceres diarios, tan distraído con los entretenimientos que se les proporcionan, que ni siquiera se plantea el mínimo atisbo de protesta verdaderamente enérgica contra los desmanes de aquellos a lo que ha votado”, agrega el autor español.

Y los ciudadanos deben recordar, según Baños, que en el juego político “hasta los insultos, las descalificaciones, las amenazas o los infundios que se lanzan entre el Gobierno y la oposición están perfectamente planeados, diseñados y ejecutados. Hasta los que nos puedan parecer más extremos, como alertar de un intento de golpe de Estado o de manipular las instituciones básicas estatales (Justicia, fuerzas policiales o servicios de inteligencia)”.

“El propósito es que sean fáciles de entender por cualquier persona, y que causen un gran impacto emocional entre la audiencia, sea por recordarle episodios tristes de la historia pasada o que estén frescos en el imaginario popular. O cuando remueven sus instintos primarios, como ocurre cuando se ve directamente afectada la seguridad de su entorno inmediato”, añade.

Para ponerle la tapa al pomo, Baños advierte sobre la fatal resignación de los ciudadanos: “Un pueblo se resigna a su destino cuando cree que está indefenso ante el poder, que no existe una salida. A veces lo hace por miedo, por el temor que le infunden las autoridades mediante sus fuerzas policiales o servicios de inteligencia. Los dirigentes emplean la resignación con astucia para someter a los pueblos y evitar las discrepancias, las desobediencias”.

“Esta situación queda reflejada en una frase que cada vez se oye más: ‘Es lo que hay’. Como si fuera imposible mejorar la situación, como si ya nos diéramos por vencidos, cayendo en una derrota preventiva, inermes ante los abusos flagrantes”, señala el autor, “Se convence a las poblaciones de que ya están en democracia, por imperfecta que sea y de que cualquier otro camino sería aún más perjudicial para ellas”.

Entre las reflexiones finales, Baños afirma que “Hemos quedado en manos de mediocres que se imponen por el miedo, respaldados por los que de verdad manejan los hilos desde las sombras. Nadie puede opinar en contra de ‘su libertad’, que han considerado un coto exclusivo. Si alguien, suicida él, osa hacerlo, enseguida lanzan sus huestes adoctrinadas y subvencionadas, irreflexivas pero satisfechas con su suerte de mantenidas, ignorantes de la manipulación que sufren. Con ellas, destrozan socialmente al ingenuo que ha creído que de verdad vivía en un sistema democrático y que, por tanto, podían ejercer su libertad de expresión sin miedo a ser despellejado en la plaza pública tan solo por querer alzar una voz que no coincidía con la oficial”.

“Son tiempos peligrosos para pensar. Si entre la maraña de entretenimiento que nos atrapa alguien puede reflexionar todavía por sí mismo, enseguida se dará cuenta de que se ha convertido en una práctica de riesgo. Se expone directamente al ‘ataque directo’, de una u otra forma, a su persona. Ya no queda más que bajar la cabeza para evitar que, al levantarla, nos la corten”, agrega.

Y concluye: “Nunca debemos olvidar que la verdadera libertad consiste en no aceptar imposiciones ni proselitismo de ningún tipo” y “Que cada uno en verdad hagamos o dejemos de hacer lo que, tras una profunda introspección personal, consideremos que es lo que realmente deseamos, lo que corresponde a nuestra inclinaciones y preferencias”.

“Habremos alcanzado la verdadera libertad cuando nos respetemos, nos respeten y respetemos a los demás por nuestro propio convencimiento. Sin falsos paternalismos que solo camuflan formas espurias de poder absoluto. Cuando podamos pensar por nosotros mismos y expresar nuestros pensamientos sin temor a consecuencia alguna. ¿A qué esperamos para liberarnos de las cadenas del dominio político mental?”.

Como dicen, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

lunes, noviembre 30, 2020

El populismo y la acentuación de la polarización política

 Por Guillermo Mejía

El populismo se ha enraizado en la forma de hacer política, con la acentuación de la polarización de fuerzas antagónicas que aprovechan los recursos dirigidos a explotar la parte irracional de los seres humanos, en detrimento del diálogo social y el debate sobre los problemas que aquejan a las sociedades.

Para enriquecer la temática es valioso traer a cuenta las ideas del maestro argentino Silvio Waisbord, de la George Washington University, autor del ensayo “¿Es válido atribuir la polarización política a la comunicación digital? Sobre burbujas, plataformas y polarización afectiva”, publicado en la Revista de la Sociedad Argentina de Análisis Político.

“El populismo ha sido una tendencia descollante en la política mundial en décadas recientes justamente cuando la polarización se volvió marca importante de la política”, advierte el catedrático, “No hay región del mundo que haya sido inmune a la insurgencia populista. El populismo se convirtió en uno de los desafíos más claros para la democracia en tanto es un fenómeno político masivo (…)”

Según el autor, el populismo es un movimiento político “al borde del liberalismo”, ya que cuestiona principios esenciales de la democracia liberal, por ejemplo, división de poderes, mecanismo de crítica, rendición de cuentas y transparencia, libertad de expresión y participación. Aunque aclara que hay populismos “suaves” e “intensos”.

Además de atacar elites definidas, “se encarna en liderazgos carismáticos y demagógicos empecinados en debilitar cualquier forma de control que puede poner cortapisas a la acción ejecutiva. Entiende al estado de forma caudillista donde el patronazgo y el nepotismo es común frente a los intereses del personal burocrático y técnico y la posición de los expertos”, precisa.

“Basado en estos principios y visión de la política, el populismo es proclive a la polarización. Esto se debe no solamente a su continua visión del ‘otro’ como enemigo, sino a entender la política en términos estrictamente definidos, sin grises ni acuerdos posibles. Esto resulta en el constante fomento retórico de divisiones y en la defenestración de la oposición”, agrega.

La polarización quita incentivos para la negociación y el compromiso –según advierte-, y pone al populismo donde solamente puede cumplir sus objetivos gozando de absoluto apoyo parlamentario o contraviniendo reglas establecidas y principios constitucionales.

¿Por qué negociar con quien se demoniza?, se pregunta. “Esta situación fácilmente se convierte en la ausencia de consenso, la parálisis política, la exacerbación de prejuicios y odios, y el fortalecimiento de actitudes extremas”, responde el también investigador y columnista sobre temas de comunicación.

El populismo y la comunicación

La visión populista se mantiene dentro de la comunicación a través de dos aspectos importantes de la comunicación política, de acuerdo al catedrático argentino, medios afines y leales, y las narrativas maniqueas.

Waisbord hace los siguientes planteamientos: 

Uno: El populismo contemporáneo emergió y se consolidó en la fragmentada ecología informativa de medios modernos y medios digitales. Por una parte, el populismo precisa un sistema de medios leal a su visión política, que incansablemente profundice divisiones, cante loas al talento infinito del Líder Adorado, y satanice al maléfico enemigo. Los medios ideológicamente afines son puramente instrumentales en tanto son entendidos como esenciales para apuntalar identidades afirmadas en torno a la polarización afectiva y la deslegitimación del Otro. Necesita colonizar tanto medios tradicionales como digitales. Precisa un collar de medios incondicionales, partidarios, ideológicos, sesgados abiertamente, que martillen los mismos mensajes sincronizados con las intenciones oficiales. No precisa la represión absoluta o la extinción de medios adversos, por más que en algunos casos, como en Europa del Este, Filipinas, y América Latina, el populismo en el gobierno haya tenido ese objetivo, una vez que fracasó su intento de conquistar a sus adversarios a través de recursos legales, la compra, y la presión. Se apoya también en dinámicas de medios sociales tanto para la difusión de mensajes oficialistas y personalistas como para la agregación de simpatizantes en grupos abiertos o cerrados.

Dos: Experiencias populistas sugieren que la polarización es un proceso esencialmente “desde arriba” por parte de elites que aprovechan situaciones de crisis políticas, parálisis y descontento para identificar ejes diferenciables y ahondar divisiones. En este sentido, miembros de la elite política o políticos surgidos por fuera de la política utilizan hábilmente estructuras comunicacionales para su mensaje polarizante. Son quienes insisten con claves de divisiones mediante la retórica contra los grupos de poder, con el objetivo de sembrar y/o cosechar odios y descontento contra la política y sus instituciones. Cuando las elites políticas están divididas en cuestiones fundamentales, hay posibilidades para que miembros o hábiles outsiders, con capital económico, político y/o mediático, activen la polarización. La polarización dentro de las elites causa la polarización pública, o en determinados segmentos a través de exposición mediática y discursos públicos. Las elites políticas, incluidos los candidatos insurgentes, son influencers claves que direccionan y traccionan la polarización en tanto gozan de amplia cobertura mediática o acceso directo (en medios sociales) a millones de seguidores. Son quienes hábilmente insertan temas divisorios que anclan identidades políticas. Estos temas varían principalmente según el populismo adquiera carácter de derecha o izquierda. Para la derecha contemporánea, los temas polarizantes son esenciales en la “guerra cultural” -identidad blanca, inmigración, minorías, nacionalismo, globalismo. Para la izquierda, son las cuñas temáticas como oligarquía, poderes internacionales, neoliberalismo, nacionalismo. No son los medios por sí solos quienes “polarizan”, sino las elites canalizadas por la cobertura mediática, ya sean medios afines ideológicamente o medios “masivos” que vehiculizan sus mensajes. Líderes políticos marcan temas y marcos interpretativos destinados a polarizar. Utilizan la fusión de medios analógicos y digitales para cultivar el culto de la personalidad.

Hay que destacar que –según Waisbord-, la polarización populista funciona de acuerdo con la lógica amigo/enemigo que consiste en agitar la confrontación permanente con determinados actores sociales vistos como “el Otro a derrotar”. Los enemigos, entre ellos los medios, son los que se oponen a la voluntad popular transmutada en el líder, que encarna al pueblo.

“Aprovechan y realzan percepciones hostiles contra determinados medios en el electorado, medios que generalmente tienen posiciones críticas frente a sus candidaturas o gobiernos. Lanzan acusaciones diversas frente a estos medios y utilizan etiquetas como la “prensa mentirosa” y la “prensa foránea” para descalificar su cobertura”, sentencia el autor.

A la par, señala que se tiene a la desinformación como parte central de la estrategia polarizante del populismo, herencia de la propaganda política, y que en el populismo “está engarzada con otros elementos mencionados –la constante profundización de divisiones, el rechazo retórico a cualquier negociación o compromiso, y el martilleo constante de teorías conspirativas”.

Y agrega: “Hay una perspectiva instrumental de los medios ligada a la producción de verdades propias -sentidos que justifican creencias y por lo tanto rechazan cualquier versión alternativa. La obsesión por reforzar narrativas de legitimidad desecha datos inconvenientes y se basa en conocimientos y hechos a medida de los intereses oficiales y las convicciones existentes entre sus seguidores”.

Pero aclara: “Sería equivocado omitir el hecho de que, así como el populismo polariza debido a su propia visión de la política, la oposición contra el populismo tiende a generar dinámicas similares en su frontal “resistencia”. La concepción de la política como amigo/enemigo no es exclusiva del populismo, sino que es adoptada por sus adversarios que insisten con mantener un único eje divisorio político-mediático en su furibunda oposición y resistencia”.

Entre otras conclusiones, Waisbord afirma que la polarización desincentiva el tipo de periodismo equilibrado, amplio, comprehensivo, que cubra temas y ofrezca perspectivas por fuera de la férrea lógica bipartidaria o el maniqueísmo ideológico, así se promueve una diversidad limitada y se debilita los espacios para la expresión de la diversidad. Y se refuerza la desinformación en tanto expone a los públicos a visiones filtradas por intereses estrechos. Al contrario, una visión dialógica y pluralista de la comunicación, que sirva para amortiguar los embates de la polarización, enfrenta notables dificultades estructurales históricas y contemporáneas.

Explica el profesor argentino que las razones son varias: la economía política de los medios, la debilidad inexorable del periodismo como gatekeeper común y dominante, la proliferación de opciones informativas, y la disrupción de la ecología mediática fraccionada en múltiples esferas digitales.

Para Waisbord, solamente queda analizar opciones alternativas, desde una perspectiva que entiende la polarización mediática-comunicacional como problemática para la democracia, en tanto socava las bases para la negociación y el reconocimiento de las múltiples diferencias de la vida pública.

Qué bueno sería para la sociedad salvadoreña abrir una seria y provechosa discusión al respecto.

miércoles, septiembre 30, 2020

Los medios públicos, una idea del cajón de los recuerdos

Por Guillermo Mejía

A las puertas de un nuevo noticiero en el Canal 10 de la televisión –autonombrado como medio de comunicación público (?)- se estila en las conversaciones de periodistas y las redes sociales una serie de interpretaciones, sobre todo negativas, en el marco de la confrontación del presidente Nayib Bukele con parte de la prensa nacional.

De manera escueta, se ha publicitado el inicio del Noticiero El Salvador, a partir del cinco de octubre, a través de Canal 10 que fue –es importante recordarlo- junto a la también estatal Radio El Salvador y una agencia de noticias parte del frustrado intento de construir un sistema de medios públicos que diera cabida a las expresiones ciudadanas.

Durante el gobierno de Mauricio Funes, bajo la bandera del partido Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), se creó el proyecto de ley que, como dicen en el pueblo, duerme el sueño de los justos ante la displicencia de las fracciones políticas en la Asamblea Legislativa que también enviaron al cajón de los recuerdos un proyecto de ley para la protección de los periodistas.

Pero lo trágico del caso es que la idea de los medios públicos incluso era rechazada al interior del propio gobierno de Funes, dado que –como estimó uno de los cercanos al presidente- era una idea muy revolucionaria para una sociedad como la salvadoreña, pues era abrirle los ojos y empoderar a los ciudadanos. Mejor una sociedad mansa e incluso mensa.

En la actual coyuntura, el nuevo noticiero del 10 seguramente servirá como punta de lanza a Nayib Bukele para luchar por la hegemonía comunicacional frente a una oferta hostil a su gobierno por algunos medios digitales, radios e incluso los principales periódicos nacionales que han implantado en el imaginario colectivo una imagen negativa ante algunas decisiones o acciones del presidente.

Hasta la Asamblea Legislativa –enfrentada al mandatario- incluso tiene una comisión especial para investigar los ataques del gobierno a los medios y a los periodistas, donde han desfilado varios colegas para contar sus experiencias frente a las medidas del gobierno. Resulta paradójico, empero, que esos diputados tienen engavetados esos proyectos de ley, sobre los medios públicos y la protección a los periodistas, que no estaría nada mal que se convirtieran en ley. Pero lo que pesa es la confrontación con Bukele no las leyes, máxime en un período pre electoral.

En definitiva, no hay que pedir peras al olmo. Ni los gobiernos anteriores ni el actual estuvieron o está interesado en construir medios públicos, mucho menos los políticos corporativos de la Asamblea Legislativa que, al igual que el gobierno de turno, tampoco les gusta la existencia de una prensa preguntona mucho menos una ciudadanía dispuesta a exigir cuentas cabales.

Expongo para la reflexión algunos criterios básicos sobre la necesidad de convertir los medios estatales a medios públicos a fin de potenciar la ciudadanización de la comunicación que, al igual que la ciudadanización de la política, abriría nuevas posibilidades para la acción colectiva en busca de hacer de la comunicación y la política otra cosa menos el mercado dominante.

En primer lugar, el especialista Marc Raboy recuerda tres acontecimientos que han configurado una nueva realidad de los medios de comunicación: “a. La explosión en capacidad de canales y la desaparición de las fronteras audiovisuales hechas realidad por las nuevas tecnologías; b. La desintegración del modelo estatal de radiotelevisión de servicio público, ocurrido tras el colapso del bloque socialista y la tendencia hacia la democratización en varios puntos del planeta; c. El rápido crecimiento en el mercado de los medios de comunicación y la aparición de sistemas mixtos en aquellos países donde existían monopolios estatales”.

En segundo lugar, la UNESCO ha definido con claridad el significado de la Radiotelevisión de Servicio Público (RSP), que conocemos como medios públicos, a partir de su rol en la sociedad: “Es la organización de difusión pública; se dirige a todos como a un ciudadano. Los difusores públicos estimulan el acceso y la participación en la vida pública”. A la vez, “la difusión pública se define como un punto de encuentro donde todos los ciudadanos son bienvenidos y considerados en un plano de igualdad. Constituye un herramienta de información y educación, accesible y dirigida a todos sin excepción, sin importar su condición social o económica”.

En tercer lugar, la ciudadanía tiene el derecho de verificar si los medios públicos están cumpliendo con su función social a partir de los siguientes factores: 1. Universalidad: La difusión pública debe estar al alcance de todos los ciudadanos a través de todo el país. 2. Diversidad: Los servicios ofrecidos por la difusión pública deberían diversificarse en al menos tres direcciones: los géneros de programas ofrecidos; las audiencias determinadas; y los temas discutidos. 3. Independencia: La difusión pública es un foro donde las ideas deben expresarse libremente, donde puedan circular la información, opiniones y críticas. 4. Diferenciación: El servicio ofrecido por la difusión pública debe distinguirse del que entregan otros servicios de difusión.

Pasar a medios públicos es un proceso intensivo, lleno de creatividad y compromiso social, es un proceso de largo plazo donde se pone en situación qué estamos entendiendo sobre información y comunicación en la sociedad contemporánea, y la necesaria asunción de responsabilidades de cara a la construcción de ciudadanía. Es de interés público, aunque genere temor en los políticos.