martes, julio 31, 2007

Periodismo salvadoreño:
Entre la responsabilidad, las ataduras y las pasiones

Por Guillermo Mejía

De entrada creo oportuno decir como preocupación central de estas reflexiones el hecho de constatar que desde los años 80 –en plena guerra civil- hasta la actualidad nuestro periodismo ha estado marcado por el tutelaje de sectores de poder.

Si bien es cierto que hubo en este período de tres décadas mucho desarrollo tecnológico, en medios de importancia una apertura hacia temas como emigración salvadoreña, desarrollo socio-económico y político, etc., la censura y autocensura han estado presentes.

Muy al contrario de lo que pretenden hacernos ver y creer, especialmente en la prensa tradicional, el tutelaje mediático ha imposibilitado ganar espacios en el flujo pluralista de la información, la presencia de los sujetos anónimos y la construcción de ciudadanía crítica.

Querámoslo o no, las visiones ideologizadas, o sea las visiones sectarias, en general, no han contribuido a generar procesos de opinión pública que ventilen nuestros problemas y que enriquezcan el debate para encontrar soluciones que beneficien a la ciudadanía.

Son escasos y modestos los esfuerzos por hacer algo diferente, en espacios de información y de opinión, aunque siempre ha existido la tentación de las visiones ideologizadas, que es parte de nuestro desenvolvimiento en la historia.

Con anterioridad, en otro encuentro de comunicadores, afirmé que a estas alturas los principios de responsabilidad, independencia y visión crítica que sustentan el trabajo profesional de la prensa, aparecen débiles o ausentes por la confluencia de varios factores que atentan, a la vez, contra la democratización de la sociedad salvadoreña:

En primer lugar, la presencia de intereses sociales, económicos y políticos de grupos de poder que imponen sus reglas al ejercicio periodístico en detrimento de la ciudadanía. Lo podemos observar cotidianamente en muchas coberturas, pero es tan obvio especialmente en períodos como, por ejemplo, los procesos electorales. La actual coyuntura nos ha permitido constatar una vez más esas perversiones en el tratamiento del caso de Mario Belloso Castillo y también el proceso de los capturados en Suchitoto.

En segundo lugar, en general, los periodistas somos un grupo de la sociedad caracterizado por la falta de cohesión profesional, dispersión social, es decir no asumimos un papel responsable frente a la ciudadanía, y somos proclives a los encantos del poder. En otras palabras, apenas bosquejados, los periodistas optamos por vías más fáciles de sobrevivencia.

En tercer lugar, la ciudadanía, también en general, y especialmente por falta de instrucción y compromiso con el cambio, carece de las herramientas necesarias para hacer valer su derecho a la comunicación. Dentro de la sociedad aún no se conoce a plenitud sobre derechos y deberes en materia de comunicación.

En resumen, como escribí en otra oportunidad, resulta más que urgente y necesario que los periodistas y la sociedad tomemos conciencia sobre el imperativo de desmontar las prácticas mañosas, los discursos añejos y los miedos trasnochados que impiden un ejercicio periodístico que nos ayude a la consolidación democrática y el Estado de derecho.

Desde otra perspectiva que se asume más crítica de sectores de poder y con compromiso más ciudadano también es justo decir que la agenda y los actores principales han estado monopolizados por representantes en especial de oposición con lo que también la ciudadanía ha sido relegada.

En otras palabras, aún nos hace falta mucho camino por recorrer para asegurar la construcción de ciudadanía crítica -buen elixir para desmontar la polarización política y mediática- lo que nos ha llevado a privilegiar las visiones ideologizadas en detrimento del ejercicio periodístico que nos ayude a crecer en humanidad y comunicación.

Una apuesta por la ciudadanía

En otros espacios he expuesto que trabajar con la gente en la práctica periodística, desde una forma de inclusión, significa un compromiso en la construcción de ciudadanía; es decir, el medio de comunicación como garante de la expresión popular bajo criterios de responsabilidad frente a derechos y deberes.

En la actualidad, la relación medios-ciudadanos es al revés: la presencia muy pasiva de la gente a expensas de una oferta mediática adormecedora propuesta por periodistas que trabajan en una dirección. Difícilmente se puede hablar de intercambio o comunicación por la razón de que los medios descargan desde el poder –cualquiera que sea- y bajo los criterios e intereses de ese poder.

Como bien explica la comunicóloga colombiana Ana María Miralles, trabajar desde la gente sería “tener más en cuenta el punto de vista de los ciudadanos para hacer la agenda informativa y ofrecer elementos para que esos temas de iniciativa ciudadana encuentren canales hacia la acción, a partir de la información y la convocatoria de los medios a la deliberación pública”.

En ese sentido, uno de los presupuestos es que al que se le delega poder tiene que ejercerlo, pero en función de la gente. La profundización de la democracia necesita de información que otorgue vida no que cause frustración, apatía, indiferencia, fatalismo o conformismo. Los medios, en general, alineados con el poder, donde se conjugan funcionarios y expertos, han producido indiferencia, alejamiento y cinismo en la ciudadanía.

Ejercer desde la ciudadanía equivaldría a sacarla de su condición de espectadora y pasarla a la condición de actora de su destino, mediante la participación activa en la búsqueda de un mejor porvenir.

Es más que contrastar promesas políticas con obras cumplidas como algunos medios de difusión conciben su papel frente a la ciudadanía. Es darle voz en todo momento a la gente, que tiene el derecho de participar en la comunicación.

Es un modelo que tiene que irse construyendo paulatinamente con la presencia de la ciudadanía. El avance que en algunos espacios presenciamos aún no ha pasado de abrir cierto debate con participación de diversas corrientes políticas o de expertos consagrados por esos mismos medios. De ahí que hemos observado opiniones diversas pero, sobre todo, de quienes ejercen poder a partir de una entidad que ha sido legitimada por los periodistas. La gran ausente es la ciudadanía de a pie.

En síntesis, buscar el sentido renovado de la política que ya no estará exclusivamente en manos de los “políticos profesionales” y que no necesariamente tiene que pasar por las instrucciones creadas en el sistema representativo (tales como el parlamento, las asambleas o los concejos), sino que se mueve en espacios más abiertos y definidos desde un punto de vista predominantemente cultural, más cerca de los sistemas simbólicos de la gente, de acuerdo con los especialistas.

Los procesos de formación de opinión pública para la democratización

Hablar a estas alturas de los procesos de formación de opinión pública es harto complejo, dado las sofisticaciones de la sociedad actual y de los medios de comunicación colectiva como vehículos idóneos para que las ideas se difundan en el entramado de intereses y anhelos de la población y sus líderes.

En ese contexto, creo oportuno ahondar en la urgente necesidad de que esos procesos de formación coadyuven a la profundización de la democratización a partir de la presencia de un sujeto consciente, preocupado por el interés público y partícipe de la opinión ciudadana crítica.

Un Estado democrático (o en vías de democratización) tiene la obligación de garantizar el libre acceso a la información pública, así como es deber ciudadano demandar ese libre acceso para contar con el parangón de posturas políticas, sociales, económicas, culturales, etc., que sirvan para la consecuente toma de decisiones en la sociedad.

En el caso salvadoreño, lamentablemente, lo anterior aún no es una preocupación del ciudadano común, salvo los más interesados o políticamente comprometidos, al grado que pareciera ser un tema que no trasciende más allá de los líderes de opinión, editores y periodistas, y de las reflexiones puntuales en las academias.

El ciudadano de a pie todavía está condicionado por la gama de necesidades básicas que tiene que solventar de alguna manera y pareciera que las virtudes ciudadanas, sus derechos y obligaciones en la sociedad, son cuestiones de segundo nivel. Al final, resulta más efectivo olvidarse de su situación en medio del bombardeo mediático adormecedor.

Para lograr que la formación de opinión pública sirva de instrumento democratizador debemos precisar el papel de los ciudadanos y el de los medios de comunicación social dentro de un proceso político.

La ciudadanía debe poner toda su esfuerzo en el compromiso responsable, socialmente hablando, con el desarrollo con justicia y pasar de ser un sujeto pasivo a un sujeto activo y crítico de su realidad, más allá de la visión de mundo que sostenga. Es decir, en el espacio cabemos todos.

Los medios de comunicación deben estar orientados a la formación de opinión pública crítica, al igual que los ciudadanos, situación que puede comenzar a cambiar a partir de nuevas formas de comunicación y periodismo que tenga entre ceja y ceja a la ciudadanía.

Sería concretar en la realidad mediática los postulados de la comunicación política en cuanto a ese proceso de mediación simbólica que coloca en similares circunstancias a gobernantes y gobernados en función de la construcción democrática.

Pareciera ser que estaríamos pidiendo “peras al olmo”, por las mismas condiciones en que se desarrolla, por un lado, la política, y por otro, la función comunicativa y periodística, aunado a la falta de un papel activo y crítico de la ciudadanía en general.

Sin embargo, la construcción de ciudadanía y de una opinión pública crítica también se sustenta en un papel activo desde los diversos grupos que promueven el cambio en el país, independiente de su naturaleza de actuación, en ese marco cabemos los periodistas, los maestros, los ecólogos, los religiosos, etcétera.

Los ciudadanos, en general, tenemos el derecho a la información y los periodistas además tenemos el derecho de información. Es responsabilidad del Estado, donde también cabemos todos, garantizar esos derechos inalienables que –en muchos casos- son violentados desde el ejercicio del poder y del periodismo.

Luchar por el fiel cumplimiento de esos derechos ciudadanos, que nos corresponde a todos, abriría la posibilidad de que la formación de opinión pública, mediante procesos adecuados y justos, coadyuve a la democratización de la sociedad salvadoreña.

Conclusión

Sin pretender englobar una respuesta a la difícil relación de la ética con el ejercicio periodístico en el país donde todavía evidenciamos expresiones autoritarias, atraso en términos de formación, estándares profesionales deficitarios, y empresarios y editores atrincherados por perversiones ideológicas, entre otras falencias, estimo conveniente:

Primero, el fortalecimiento del gremio periodístico nacional con base en una auténtica toma de conciencia, centrada en la perspectiva ética y la construcción de ciudadanía, donde coadyuven periodistas, universidades y otras instancias de la sociedad civil, que fructifique en la promulgación de un estatuto profesional del periodista como ley de la República. Por ejemplo, eso incluye, además del secreto profesional que no potencie impunidad, la cláusula de conciencia. Otro elemento importante es asumir el Código de Etica de la Prensa Salvadoreña.

Segundo, los esfuerzos pertinentes de periodistas, universidades y otras instancias de la sociedad civil en busca de fortalecer la educación ciudadana, para el estudio, comprensión y demanda efectiva del derecho a la comunicación en el país a fin de que los salvadoreños demanden responsabilidad, veracidad y pluralismo a los medios de comunicación, a la vez que hagan escuchar su expresión. Uno de las conquistas podría ser el procurador para la defensa del perceptor de medios.

Tercero, la instalación de observatorios de medios de comunicación por parte de instancias de la sociedad civil, entre estos académicos y periodistas, para que los ciudadanos analicen las ofertas mediáticas y se pronuncien frente a productos periodísticos adulterados, tergiversados o manipuladores de la conciencia, porque eso atenta contra el derecho humano a la comunicación y la ética periodística.

En síntesis, que los periodistas, en particular, y los ciudadanos, en general, hagamos un esfuerzo de construcción de un nuevo carácter de la comunicación salvadoreña, es decir, una nueva forma políticamente comprometida de experimentar la comunicación que posibilite los cambios postergados. La sociedad salvadoreña ya no debe consumir periodismo chatarra y, por ende, impregnado de toxinas.

[Ponencia presentada en el Foro: "Rumbo del periodismo salvadoreño: ¿Avance o agotamiento?", celebrado en la Universidad Centroamericana (UCA), el 24 de julio de 2007]