jueves, octubre 25, 2012

El toque de Arturo Ambrogi con Rubén Darío

Por Guillermo Mejía

Cuenta el cronista nacional, Arturo Ambrogi (San Salvador, 1874-1936), que en tiempos de Francisco Menéndez –por 1890- el poeta Rubén Darío volvió de Chile, colmado de éxitos, y con ayudita del presidente fundó un diario, unionista, literario y semioficial. Un vespertino que recogía exquisitas plumas cuyo aroma “se nos subía al cerebro en oleadas y nos producía el efecto de una borrachera”.

Ambrogi, el más riguroso estilista dice la crítica, autor de obras como Bibelots (1893); Cuentos y Fantasías (1895); El Libro del Trópico (1907); Marginales de la Vida (1912); Crónicas Marchitas (1916); y El Jetón (1936), fue un viajero incansable y amigo de poetas y literatos como el mismo Darío, Leopoldo Lugones y Enrique Gómez Carrillo.

“Aquel papel vespertino era nuestro ‘breviario de emociones’. Todas las tardes, a la hora en que el ‘hombre de la escalera’ pasaba encendiendo los faroles de gas de las calles, y en el Bolívar, las golondrinas tomaban por asalto los naranjos, nosotros nos encaminábamos a la administración del diario (…) y con mano temblorosa comprábamos, y doblábamos cuidadosamente nuestro ejemplar.”

“¡Con qué ansia desplegábamos el periódico, y con qué curiosidad recorríamos sus columnas! Con voracidad de hambriento caíamos sobre la lectura de nuestra preferencia. Así, por nuestros ojos deslumbrados desfiló ese cuadrito holandés que se llama El Fardo, esa luminosa fantasía que se llama El Rubí, esa confesión tierna e ingenua de Palomas blancas y garzas morenas.”

Embriagado por el “rubendarismo” que impregnaba el ambiente, Ambrogi dice: “A la sombra de ese laurel glorioso, al amor de ese sol, en ese huertecito en que las rosas florecían con la impetuosidad y abundancia de las ortigas en un erial, antojóseme un día de tantos plantar mi albahaca, y hacerla florecer.”

“Planté y regué, solícito, mi planta. Y un día ¡osado sin igual! cuando recogí la primera florecilla, empapada en el rocío de la noche, en lugar de tomarla y encerrarla entre las páginas de un libro favorito, tuve la osadía de enviarla… ¡Dios mío, todavía tiemblo al recordarlo! tuve la osadía sin igual de enviarla en busca de sitio al regio búcaro de alabastro en que la flora exótica de Rubén despedía, como manirrota, todo el perfume de sus opulentas corolas.”

Continúa: “¡Con qué cuidado, con qué primor copié mi artículo! ¡Qué lujo de mayúsculas! ¡Qué simetría de renglones! Papel fino. Tinta morada (que todavía uso, y que el alemán Bolaños llama ‘tinta arzobispal’). Era una prosa de un lirismo infantil, estupendo; una prosa (dos carillas de bloc corriente), en que cantaba la venida del mes de mayo, a través de Bécquer y de José Selgas, y a la que Toño Solórzano había declarado, cuando se la leí, digna del mismo Rubén Darío!!!”

“¡Con qué meticulosidad doblé el papel, y lo metí en un sobre! Temblaba. No acertaba en decidirme. Una vez rotulado: ‘Señor Director de La Unión’ vino el problema ¡arduo por cierto! del envío. ¿Cómo enviar aquello? Por correo, naturalmente. ¿Pero si se extraviaba? No. ¡Mejor llevarla personalmente, entregársela yo mismo al propio Rubén Darío, y rogarle su publicación!”

Una noche, Ambrogi, pasó por la oficina del periódico y dejó el sobre en el buzón, aunque esa noche no pudo dormir pensando en el destino de sus ideas paridas en las manos del poeta.

Al día siguiente, según el cronista nacional, a la hora en que el diario era lanzado a la circulación callejera, como siempre, fue por el ejemplar. “Serenidad, serenidad ante todo. Hay que saber ser hombres”, pensó. Miró el ejemplar y… “¡Nada! ¡Dios mío! ¡Qué desilusión! Todos mis ensueños veníanse, ruidosamente, a tierra. Hasta creo que en mis pupilas amagó una lágrima.”

“¡Y nada tampoco al siguiente día! ¡Y nada el otro, y el otro, y el otro! Nada. ¡Nada! ¡Mi fracaso era completo!”

Ambrogi se interrogó con desconsuelo: “Mi pobre artículo ¿se habría quedado el pobrecillo haciéndole compañía al Diccionario de la Real Academia, y a la punta de cigarro de don Santiago? Habría rodado hasta la cesta de papeles inútiles, hecho cuatro tiras?”

El tiempo pasó. Ambrogi está en Buenos Aires, una noche en el Luzio, en una reunión de amigos, uno de ellos el mismísimo poeta Rubén Darío. Cada uno de los tertuliantes hablaron de la iniciación de su carrera, y cada uno se conmovió al hacerlo.

“Yo conté ingenuamente, mi historia: mi primer artículo, rodando al cesto. Rubén clavaba con insistencia en mí aquellos sus ojos que parecen que no ven. Y su boca enigmática sonreía. De pronto dejó de sonreír… ¿se encendería de súbito, en su cerebro algún recuerdo? ¿Recordaría acaso la cubierta asalmonada que en la noche de un lejano día centroamericano recogió de su buzón entre telegramas y sobres llenos de timbres postales, y arrojó indiferente al cesto de los papeles inútiles? No puede ser. Pero mi anécdota tuvo la fuerza de emocionarle.”

“Vi que sus ojos refulgieron. Sus párpados aletearon, cerrándose breves instantes. Su boca enigmática dejó de sonreír. Algún recuerdo estaba eslabonado a aquel tiempo. No había duda. Sentía pasar algo por su alma, que la sacudía. Declaro que me sentí satisfecho. Y hasta llegué a pensar que aquella era mi mejor venganza: hacer conmoverse al glorioso poeta, Sumo Pontífice de la pose, y así, entregarle, atado como un nazareno, al truculento titeo de algunos de los miembros de La Siringa.”











lunes, octubre 08, 2012

El significado pertinente de la comunicación

Por Guillermo Mejía

Una definición de la comunicación en su sentido más complejo, a partir de que su significado implica intercambio dinámico de los roles de emisor y de receptor, además de buscar el beneficio de todos los participantes, se vuelve necesaria y trascendente en cuanto persiste una visión reducida que privilegia la práctica mediática.

Esa conclusión general tiene la catedrática mexicana Miriam Herrera Aguilar, de la Facultad de Ciencias políticas y Sociales, Universidad de Querétaro, sobre un problema de fondo en la investigación científica de la comunicación, por cuanto se asume de forma distorsionada que el campo de acción son los medios de información y comunicación.

“La comunicación se revela hoy como un quehacer tan antiguo como la humanidad, como un término omnipresente en los discursos locales, nacionales e internacionales, como una profesión de moda, pero también, como un concepto poco comprendido incluso por quienes incursionamos en este campo de estudio”, advierte la maestra mexicana.

En ese sentido, nos recuerda algunas definiciones sobre la comunicación:

En primer lugar, de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española (2001), comunicación se deriva del latín “communicatio” que significa “acción y efecto de comunicar o comunicarse”. Trato, correspondencia entre dos o más personas. Transmisión de señales mediante un código común al emisor y receptor. Unión que se establece entre ciertas cosas, tales como mares, pueblos, casas o habitaciones, mediante pasos, crujías, escaleras, vías, canales, cables y otros recursos. Se complementa con el término comunicar: Hacer a otro partícipe de lo que uno tiene.

En segundo lugar, en el significado etimológico del término comunicación se observa que el concepto surge a partir de una noción más compleja que la de “hacer a otro partícipe de lo que uno tiene”. Alrededor del siglo XIII, comunicación se retoma del latín “communicatio” que significa poner en común, intercambio de ideas, acción de dar a conocer. Hacia finales del siglo XIV, la noción se introduce en la lengua francesa con el sentido general de “forma de estar juntos” y se plantea como un “modo privilegiado de relaciones sociales”.

“Como se puede observar, desde su origen, la comunicación implica una reciprocidad que va más allá del sentido unidireccional que muchas veces encontramos, implícita o explícitamente, en la práctica de la comunicación como campo de estudio. El quehacer de comunicar se revela complejo”, señala Herrera Aguilar.

En cuanto a la comunicación y sus modelos de interpretación, la autora mexicana nos recuerda el tratamiento de las teorías contemporáneas de comunicación, desarrolladas sobre todo en el siglo pasado, los cuales difieren en el fondo del significado de comunicación de siglos anteriores:

El primer modelo: “quién dice qué, a través de qué canal, a quién y con qué efecto” propuesto por el politólogo Harold Lasswell y reforzado por el matemático e ingeniero Claude Elwood Shannon (1948), quien interpreta este proceso como “la reproducción exacta o aproximada de determinado mensaje de un punto a otro”.

El segundo modelo, que se refiere a las aportaciones de Melvin de Fleur (1966), quien hacer surgir el rol de la retroalimentación haciendo más complejo el esquema lineal pasando a un esquema dinámico. Empero, las aportaciones de esos estudiosos se ven rebasadas por la concepción del quehacer comunicativo que data de siete siglos atrás y más aún, si se toman en cuenta las reflexiones que se hacen de la comunicación en Grecia durante la época helenística.

El tercer modelo, propuesto por Abraham Nosnik (1996), sobre una concepción de comunicación que va más allá de las etapas lineal y dinámica, pero fincada en los logros de estas mismas. El investigador mexicano la llama comunicación productiva: habla de una comunicación que, además del intercambio dinámico de los roles de emisor y receptor, busca el beneficio de todos los participantes. Este modelo se acerca más al concepto propuesto siglo atrás por su complejidad.

La catedrática mexicana Herrera Aguilar asume la pertinencia de ese modelo con un concepto más completo de comunicación y, tras su reflexión, se hace las siguientes interrogantes: ¿Qué ha generado, no que la práctica de la comunicación, sino el estudio de ésta se haya alejado de esta concepción “primera”? ¿Este “poner en común, esta “forma de estar juntos”, reflejados en un “modo privilegiado de relaciones sociales”, no tendrían que conformar la base del objeto de estudio de la comunicación? ¿Por qué estas concepciones aparecen minimizadas en un imaginario donde los medios de comunicación se revelan como privilegiado objeto de práctica y estudio de la disciplina que nos ocupa?

La profesora mexicana encuentra las posibles respuestas en los aportes del cientista social alemán Jurgen Habermas, entre otros intelectuales que retoma, quien advierte que pareciera que los estudiosos de la comunicación nos movemos en una “civilización determinada por la ciencia y la técnica” con lo que se torna un problema.

“Esta institucionalización del progreso científico y técnico, y su consecuente legitimación por parte de los individuos, se va a traducir en una conciencia tecnocrática en la que, según Habermas el mundo de la ciencia transmigra al Mundo sociocultural de la vida, adquiere un poder objetivo sobre la autocomprensión y viola un interés inherente a la existencia cultural: le lenguaje. Esto, porque a través del lenguaje ordinario, se da una comunicación que determina tanto una forma de individuación como de socialización”, señala Herrera Aguilar.

Por lo tanto, sería preciso replantearse el campo de estudio de la comunicación alejados de la perspectiva tecnocrática, para abordarlo desde un sentido más amplio, o sea desde esa “primera” definición de comunicación que data de siglos atrás.

“Esto implicaría, además de estudiar los fenómenos producidos a partir del desarrollo y uso de medios de comunicación, observar también el quehacer comunicativo como esencia del hombre y, como consecuencia, de su cultura. Todo esto, desde un punto de vista crítico”, asegura la catedrática mexicana. El sujeto se relaciona con su espacio objetivo y subjetivo, incluidos los medios de información y comunicación.