jueves, abril 18, 2013

El pintor Carlos Cañas a través de Horacio Castellanos Moya

Por Guillermo Mejía

El pasado 14 de abril falleció en la capital salvadoreña el pintor Carlos Cañas, Premio Nacional de Cultura 2012, nacido el 3 de septiembre de 1924 y precursor del arte abstracto en El Salvador, como han reseñado sus críticos. Un alma que puso su arte en función social –como él mismo señaló en su oportunidad- más allá de los reconocimientos a su obra.

El escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya le dedicó un texto al baluarte de la pintura, que se publicó en la desaparecida Revista Tendencias, edición número 14, correspondiente al mes de octubre de 1992, donde nos habla del personaje y su obra. En recuerdo al artista, su obra y la memoria histórica presento a continuación ese material invaluable.

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Bocetos sobre Carlos Cañas


Por Horacio Castellanos Moya

1
Pretender un retrato de la genialidad sería en vano; descubrir sus mecanismos internos, virtualmente imposible. El espíritu artístico es inaprehensible, escabullizo, contradictorio. Por eso, la sola insinuación de que alguien quisiera hurgar su intimidad, de que alguien se propusiera hacer una radiografía de su fuerza creadora, sería motivo suficiente para que Carlos Cañas de inmediato recurriera a una de las facetas inequívocas de los grandes artistas: la hosquedad, el encierro.
Un retrato, entonces, constituiría más que un desafío: de ahí la inevitabilidad de estos apuntes, de estos bocetos de rasgos tenues, hasta tímidos.

2
Una primera impresión que surge del acercamiento a la vasta obra de Carlos Cañas, a su personalidad artística, es su voluntad creativa, el tesón, la persistencia. En este hombre, la inspiración es sinónimo de disciplina, de un ejercicio continuo del oficio. Nadie más lejos de aquella mayoría que trabaja para llenar una exposición, para complacer a una clientela probable, para fomentar una imagen. En Cañas, no se trata únicamente del acecho inmisericorde de los demonios, sino de una vocación asumida con la certidumbre del instrumento que expresa las dudas y hallazgos del espíritu. Casi medio siglo de labor ininterrumpida, y las más de 600 obras que incluye esta retrospectiva, son la evidencia irrefutable de esa vocación, de esa aventura.

3
La tentación de pontificar acerca de la supremacía de un talento sobre los demás de su especie; la tentación de señalar, categóricamente, al elegido por las musas para encarnar el don supremo de la creación: algo a los que pocos son inmunes cuando acechan en la obra y en el carácter de un maestro. Pero la obra de Carlos Cañas, eregida de cara a la consistencia indescriptible del tiempo, prescinde olímpicamente del “ditirambo salivoso del asno”, como de la diatriba rencorosa del mediocre. Ubicada en el corazón de la historia de las artes plásticas salvadoreñas, la trayectoria de Cañas, sus búsquedas, sus atinos y desatinos, significan el referente obligado, una huella viva y generosa en la ruta de la nación.

4
Y esa nación, con su mezquindad y su soberbia, con su bondad y energía avasalladora, ha sido motivo de reflexión, alegría y tormento: Carlos Cañas pinta desde el mismo núcleo de la salvadoreñidad. Trazo a trazo, pincelada a pincelada, sus cuadros traslucen el rostro de lo nacional, su cuerpo a veces mutilado. Mestizaje, identidad nacional y conciencia latinoamericana, conceptos que en este pintor están lejos del facilismo, de los lugares comunes. La búsqueda de “lo nuestro” pasa por su tensionamiento del espíritu, por el temple que nos permite soportar la revelación de nuestras taras y virtudes, por la dinámica interrelación de lo propio y lo foráneo.

5
Las grandes influencias, las vertientes enriquecedoras, los faros en la noche marítima, para Cañas van mucho más allá de la volatilidad de las modas. Al principio, en su “peregrinaje inicial”, en la década de los 40, cuando aún era Carlos Augusto Cañas –poeta, ensayista, pintor y crítico de arte-, se nutrió sobre todo de la plástica generada por la revolución mexicana: era el entusiasmo de los años fundacionales, la cimentación de los andamios. Lo figurativo, entonces, fue lo natural. Después vino la travesía del Atlántico, el buceo en la tradición europea, la profundización del estudio y el aprendizaje. “Ya de regreso de la aventura, (…) solo e inmenso en mi soledad”, Cañas emprende nuevos caminos: primero un período de pintura abstracta, luego el sumergimiento en las raíces mayas. Y, como en esas leyendas circulares de la época prehispánica, el pintor vuelve a lo figurativo, pero de otra manera, enriquecido por nuevos universos.
Ahora, a sus 68 años de edad, en la plenitud de su madurez creadora, el pintor puede contar, proseguir la aventura, aprestarse a ejercer la pasión con mayor brío.

6
Porque Carlos Cañas ha sido testigo particular y oficioso de esta época, de un siglo de contorsiones inusitadas. Una época que, para El Salvador, ha conllevado los estertores un renacimiento: la dolorosa refundación a través de la guerra, de la carnicería y la esperanza. Y la obra de Cañas no ha cerrado los ojos al drama cotidiano, sino que lo incorpora, de forma constitutiva, sin ánimo demagógico. El ejemplo más impactante quizás sea su cuadro sobre la masacre del río Sumpul –ese “Guernica salvadoreño”, como lo ha llamado más de alguno. Y su sensibilidad o conciencia social en ningún momento ha significado traición o ablandamiento: pintar más, y cada vez mejor, ha sido su compromiso.

7
Hablar de poesía en la obra de Carlos Cañas no es lugar común. Hubo un poeta transmutado en pintor; hubo un joven escritor de poemas que por accidente o por herencia –discernir la frontera entre lo accidental y lo intuitivo, entre el azar y el destino, sería tarea de taumaturgos- se convirtió en trazador de imágenes. Pertinente, pues, hablar de poesía. Lo poético entendido como odisea del espíritu, actitud de vida, cultivo del asombro. “Hacer pintura es hacer la vida”, dice Cañas, “provocar la luz del misterio”.
Hablar de pensamiento en el hombre Carlos Cañas tampoco es fortuito. Sus ensayos sobre cuestiones estéticas, su larga labor docente, bastarían para sustentar tal afirmación. Pero, en su caso, la pasión por la reflexión importa como nutriente, o como la brújula para quien emerge de las profundidades en que decanta la emoción.

8
La hostilidad de lo circundante fue de siempre: al principio –en ese San Salvador de mediados de siglo- no había siquiera galerías; al principio también hubo acuarelas vendidas a cinco colones; y esa primera exposición en la Universidad Nacional, donde sus dibujos fueron casi destrozados por los estudiantes. Difícil bregar en un entorno dispuesto a destruir a quien se niegue a la complacencia. Pero Carlos Cañas no se estancó en el resentimiento, ni en la violencia interior que genera. Los transmutó más bien en nuevas y más depuradas formas. La incomprensión y el desprecio, en todas las épocas, han servido para probar vocación y talento artístico. El pintor sobrevive en su obra.

9
“El terror y la ternura”, así llamó a una de sus primeras exposiciones, y esas dos palabras, esos conceptos extremos, podrían englobar la temática de su obra, y quizás la idiosincrasia de la nación. De las frutas etéreas a los cuerpos retorcidos, de la desesperanza y el distorsionamiento humano al amor, el tema es el hombre, esa criatura desamparada en el universo inescrutable. Porque la soledad en Carlos Cañas no es estratagema, sino esencialidad. Una soledad que, sin embargo, no significa cerrar los ojos al mundo: la aventura del pintor consiste precisamente en apropiarse del mundo para condensarlo en una nueva creación.













jueves, abril 04, 2013

La visión de Monseñor Romero sobre la Universidad de El Salvador

Por Guillermo Mejía

A 33 años del asesinato del Arzobispo de San Salvador, Monseñor Oscar Arnulfo Romero, acaecido el 24 de marzo de 1980, el boletín Análisis Sociológico, de la Unidad de Investigaciones, Facultad de Ciencias y Humanidades, Universidad de El Salvador (UES), presentó un documento histórico donde el prelado habla del papel del máximo centro de estudios superiores.

El académico salvadoreño Ricardo Argueta, quien dirige la Unidad de Investigaciones y es catedrático de la Escuela de Ciencias Sociales de la referida Facultad, dio a conocer una entrevista que realizara el periódico El Universitario, en mayo de 1979, cuando el prelado visitó el Alma Mater para participar en un evento estudiantil en el famoso “Auditorio de Derecho”.

A continuación el documento histórico en mención:

Unos meses antes de ser asesinado, Monseñor Romero estuvo de visita en la
Universidad de El Salvador para participar en una mesa redonda sobre la
problemática nacional organizada por la Asociación de Estudiantes de Derecho. El
evento fue aprovechado por el periódico El Universitario para entrevistar al
arzobispo. Transcribimos íntegra la conversación en la cual Monseñor Romero
expresa su visión sobre la posición asumida por la Universidad en la coyuntura
política del momento.

Pregunta. Monseñor Romero quisiéramos saber qué impresión le causa el
recibimiento en la Universidad de El Salvador.

Respuesta. Es muy honroso y agradable llegar a un ambiente de cultura y juventud y
encontrarse así, no como un extraño, sino acogido con cariño, con entusiasmo,
creo que ese es el primer sentimiento que aflora en mi corazón, de agradecimiento
por esa acogida y por esta invitación que me han hecho.

P. También quisiéramos conocer su opinión acerca de la postura que ha
adoptado la Universidad de El Salvador respecto a los últimos
acontecimientos.

R. Quiero decirle con franqueza que no he profundizado mucho la postura
universitaria, solamente veo yo que va en un camino de búsqueda y que me
parece que va abriéndose más, y que esta apertura es una esperanza para el
país, porque creo que una Universidad pues, nunca está aislada del conjunto
histórico del país y todo lo que sea una búsqueda sincera de solucionar sus
problemas creo que redunda en bien de todo el pueblo y esa es para mí una
actitud de esperanza.

P. Uno de los últimos pronunciamientos emitidos por el Consejo Superior
Universitario decía precisamente que la Universidad no puede ni debe
permanecer aislada de la situación histórica que vive el país actualmente. A
usted Monseñor. ¿Qué le parece que la Universidad haya abierto sus puertas
precisamente a la Iglesia después de tantos años en los que estábamos
prácticamente cerrados a ella?

R. Perdone el pronunciamiento a que usted se refiere ¿es del Consejo Superior
Universitario con motivo de este último conflicto? Yo lo tomo como muy digno, y en
mi homilía de hace dos domingos lo apoyé también porque me pareció muy
sensato y allí precisamente hablaba de este aspecto de irradiación ante el pueblo
de la Universidad. A juzgar, pues, por ese pronunciamiento, que es correcto el
pensamiento y que hay serenidad y ecuanimidad, y, ojala, que las diversas
corrientes que hoy son tan violentas, tan peligrosas no hagan torcer un rumbo de
serenidad y búsqueda sincera en la Universidad.

Efectivamente en la homilía del 13 de mayo de 1979, Monseñor Romero expresó
su solidaridad con el siguiente pronunciamiento del Consejo Superior Universitario
“Es un hecho de aceptación general, tanto nacional como internacionalmente, que
la crisis que conmueve periódicamente a la sociedad salvadoreña encuentra
explicación en último término, en la naturaleza altamente desigualitaria en que los
diferentes sectores participan en los procesos de producción y distribución del
ingreso del país. No puede ignorarse que, en los últimos años, la producción se ha
incrementado apreciablemente; pero tampoco se puede negar que la expansión
económica no ha generado un proceso paralelo de democratización social, en
cuanto a la participación en el goce de sus frutos por los sectores mayoritarios de
la población.
Por otra parte, estos sectores no solo son marginados por las formas
prevalecientes de organización social de la producción, sino que reciben las
consecuencias de las crisis económicas que, desde mediados de los años sesenta
perdura hasta hoy.
Al mismo tiempo, se ha venido desarrollando y consolidando una tendencia hacia
las formas autoritarias de conducción de la sociedad, negando en la misma
medida las formas orgánicas de expresión de los intereses de todos los sectores,
y conduciendo, por ello a una crisis de representatividad y legitimidad del poder
político y del Estado de derecho mismo.
Al negarse a los sectores populares, dentro de este marco general, las
posibilidades efectivas de participación orgánica en el goce de los frutos del
proceso productivo, los conflictos se presentan con mayor frecuencia y con más
intensidad obligando a dichos sectores a buscar métodos alternativos, como
mecanismos de presión social, tratando con ello que sus intereses sean atendidos
y generando con ello reacciones y respuestas cada vez más autoritarias y
represivas de parte de los sectores que controlan el poder político.
Este proceso irracional no hace sino abonar el terreno para que los conflictos
sociales y políticos tiendan a dirimirse con un método inconsecuente, que la
Universidad de El Salvador definitivamente rechaza, y que es la violencia”(1)


P. Agradecemos infinitamente sus palabras Monseñor porque el periódico El
Universitario, precisamente está proyectándose para llevar la voz de las
máximas personalidad de El Salvador en estos momentos de crisis.

R. Agradezco el calificativo que me ha dado y no lo pretendo, pero, ciertamente
como un hombre que ama todo lo que en el pueblo haya de esperanza, porque
creo que estamos muy unidos con todos aquellos que como en este momento es
la Universidad, busquen soluciones y busquen mantener en el pueblo una ilusión,
una esperanza que yo creo que la tenemos y que el salvadoreño es muy capaz de
secundar todo esfuerzo por su auténtica liberación. Yo saludo al pueblo a través
del universitario y me alegro desde este ambiente haber hecho este saludo.

Romero expresa su beneplácito con la Universidad porque el pronunciamiento del
Consejo Superior Universitario rechaza la violencia. Y es que en realidad el
arzobispo parte de una rechazo total a la violencia fuera esta de izquierda o de
derecha. Deja clara esta posición con las siguientes palabras: “por otra parte yo
quiero decir también con franqueza, es mi deber repudiar las fuerzas de la
violencia y los atropellos a la libertad de acción como en la quema de vehículos, el
ametrallamiento de residencias, ocupaciones de oficinas o de locales destinados
al pueblo. Hay un principio de moral inconmovible que proclama No hay que hacer
el mal, aunque sea para lograr bienes”(2)

Sin embargo, el pronunciamiento del Consejo Superior Universitario de rechazo a
la violencia y los incansables llamados del arzobispo a abandonar esa práctica fue
desoído por las fuerzas en pugna. Los asesinatos, las desapariciones forzadas, la
persecución política y los secuestros no se detuvieron. El 24 de marzo de 1980 el
arzobispo fue asesinado, en junio la Universidad fue cerrada, lo peor estaba por
venir.

Notas:
(1) El Consejo Superior Universitario de la Universidad de El Salvador ante la crisis
política y social que vive la nación (9 de mayo de 1979), La Prensa Gráfica, 12 de
mayo de 1979.

(2) Homilías Monseñor Oscar A. Romero tomo IV, San Salvador, UCA editores
2007, Pág. 453.