lunes, abril 25, 2011

Los ruidos de San Salvador en la lente de Arturo Ambrogi

Por Guillermo Mejía

No hay mejor salida de vacaciones de Semana Santa que leer un texto literario, escuchar música predilecta o encontrar una maravillosa conversación en medio del San Salvador del Siglo XXI. Dejemos por ahora las preocupaciones por la comunicación, la información y la vida cotidiana en nuestro suelo centroamericano.

A continuación como muestra de nuestras letras presento “Los ruidos de San Salvador”, de Arturo Ambrogi (1874-1936), para los críticos el mejor cronista en la historia de la literatura nacional y el más riguroso estilista. Ambrogi dejó su huella en una serie de libros, además de periódicos de su época en El Salvador, Chile y Argentina.

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Los ruidos de San Salvador

Por Arturo Ambrogi

I

Los de Antaño


Dichosos tiempos aquellos en que San Salvador era asiento apacible de reposo; en que nuestra vida, como en la copla de Jorge Manrique se deslizaba.

Tan callando…

Como San Salvador se acostaba temprano, casi casi con las gallinas, estaba con los ojos abiertos antes de la del alba.

El primer ruido que sacudía la atmósfera matinal, era del paso de los machos de los lecheros que llegaban de las finquitas y chacras de los alrededores trayendo la leche. Trotaban los machos, al estímulo de los aciales; y el golpear de sus cascos en el empedrado, resonaba con estrépito.

Momentos después, la esquila de la ermita de Santo Domingo principiaba a tañer, convocando a los fieles a la primera misa. ¡Dulce tañido que llegaba hasta nuestra cama a sacudirnos, y a darnos los buenos días!

Martes, jueves y sábado de cada semana, ocurría algo extraordinario.

Eran los días en que las diligencias de don Pedro Manzano, al sonido de los cascabeles de las colleras de sus mulas, el restallido de sus látigos y el grito gutural de sus aurigas, recorrían las calles capitalinas recogiendo los pasajeros para el puerto, para Santa Tecla o Cojutepeque.

Ya en pie el pacífico ciudadano de la urbe en embrión, era el traqueteo de las carretas las que aturdían las calles. Las carretas que traían de los zacatales aledaños los manojos de pará, de zacatón, o de leña para las cocinas.

Recuerdo perfectamente a don Rafael Izaguirre, bajito, timboncito, parado en la esquina de la Botica Nicbecker, comprando el zacate para su mula, o a don Jorge Lardé, en el zaguán del Hotel de Europa contando las rajas de leña que el carretero iba descargando y amontonando en la acera.

¡Las ocho!

Fuera de alguna carreta que se cruzara, de algún jinete que pasara trotando, del chirrido de la rueda de algún carretón de mano que el sirviente de una casa llevara la basura de casa a botarla al Castillo, ningún ruido turbaba la tranquilidad de la ciudad.

Ya en la tarde, empalideciéndose el cielo, venía la hora de prender los faroles.

Pasaba el farolero, el negro Nico, con su escalerita al hombro y en encendedor de gas, cuyo escapa resonaba como émbolos de tren. Iba prendiendo uno a unos los faroles, los escasos faroles de cristales empañados que alumbraban mezquinamente las calles desempedradas y llenas de hoyos.

La ciudad, así alumbrada, entraba en la tranquilidad nocturna.

Después de la comida, que era la más tardada, a las seis, por las calles solitarias comenzaban a discurrir unas cuantas medradas sombras. Sombras que al pasar bajo el reflejo rojizo de los faroles, se precisaban un tanto. Eran los que se dirigían a la retreta en el Parque Central, sumido en la penumbra de sus viejos naranjos llenos de golondrinas que defecaban tranquilamente sobre los paseantes, y de sus viejos mameyes cargados de parásitas. Era el Parque Central un delicioso bosquecillo, con su kiosco y sus glorietas, fresco y aromoso en medio de la aridez poblana de la capital.

Terminada la retreta con las últimas campanadas de las ocho en la torre de Santo Domingo y Catedral (hoy el Rosario) los asistentes desfilaban, como habían venido, en silencio, y se recluían en sus casas.

La ciudad entonces, entraba en la noche cerrada. Los faroles, consumido el gas que les alimentaba, se habían ido apagando uno a uno. Reinaba la obscuridad en las calles. Sólo el brochazo rojo de las lámparas de los serenos rasgaba las tinieblas.

Dormía la ciudad su sueño pesado y tranquilo.

Y como no existía reloj público alguno, era la voz desabrida de los serenos la que anunciaba la hora y el estado del tiempo.ç

-¡Alabado!

¡La una ha dado, y nublado!

II

Los de hogaño


Rememoraba días ha, y en este mismo sitio, la vida patriarcal, la sosegada vida, que llevábamos antes en este San Salvador, hoy convertido en una insufrible Estruendópolis.

Y más de uno de mis amigos, tanto o menos sesentón, como yo, me decía, después de haber leído mi crónica:

-Viejo: ¡qué tiempos aquellos!
Y yo, tomándome la voz, murmuré:
-Viejo: ¡qué tiempos aquellos!

Tiempos estos, efectivamente, tan “sosegados”, tan “apacibles”, que más da ganas de “hacer su tanate y tomar el portante” que empeñarse en vivirlos, digo… en soportarlos.

Así, ¡tal vez!, en la paz del Cementerio podamos disfrutar de ese inalterado reposo que nos niega la vida moderna que se gasta el San Salvador de ahora.

Se acuesta uno temprano, renegando. Se acuesta con el desalado bocineo de los autos. Pasa el día entero con la misma musiquita aturdiéndole los oídos, quitándole la atención para realizar cualquier acto que la requiera. Y con el odioso ruido se acuesta y con el mismo odioso ruido se levanta.

Y si sólo fueran los autos, las camionetas, los camiones, las motocicletas, toda la confabulación del estruendo mecánico, la que llenara de ruido el corazón de la ciudad.

A esas “silentes” manifestaciones, se amalgaman, ¡y de qué manera!, los pregones de toda clase.

Grita, primero, la quezadillera. Es el suyo un grito gutural, que suena como una clarinada:
-La quéezaaiilláaa.

Antes que el grito rasgara el ambiente matinal, ya el olorcito penetrante de la hornada, asalta el olfato.

Ese pregón alterna con el de una mujeruca que lleva un cántaro de lata en la cabeza, y deteniendo el paso ante los zaguanes abiertos ya, ahueca la voz y grita:
-¡La lechéee!

Momentitos después, es un clamoreo el que resuena. Voces de cipotes que corren, blandiendo una hoja impresa:
-¡Diario Nuevo, de hoy!
-¡Diario Nuevo! –añadiéndole una letanía que nadie alcanza a descifrar.

Es el diario matutino que lleva, todavía oloroso a tinta de imprenta, el reciente radio, la nota de actualidad, al citadino que se acuesta tarde y se levanta temprano. Es algo, con el café, imprescindible.

Conforme el tiempo transcurre, surge un grito nuevo.
Grita el sorbetero ambulante.
Grita el del carretoncito de los frescos.
Grita, y suena su triángulo de hierro, el del tubo de los barquillos.
Grita el que vende leche helada por vasos.
Rayando el mediodía, los voceros pregonan:
-¡“La Prensa”!
(que se está poniendo muy seria, muy sesuda. ¡Como que ya está entrando a vieja!...)

Suenan los pitos de las fábricas. Suenan las campanas de las iglesias. Se lamenta, largo, largo, una falaz sirena. Las oficinas vomitan turbas de empleados. Las calles se llenan del murmullo de una muchedumbre suelta, que camina presurosa, camino de sus casas.

Mediodía. La modorra paraliza, momentáneamente, la vida de la ciudad. Se amortiguan los ruidos. Pero de tal manera han impregnado éstos el ambiente y han aturdido los oídos de la gente, que se les sigue escuchando por largo espacio en el silencio de esta Estruendópolis criolla.

(De “Muestrario”, Primera Edición, 1955, San Salvador, El Salvador, C.A.)

lunes, abril 18, 2011

Estampas coloridas en Semana Santa

Por Guillermo Mejía

Una gira espectacular. El recorrido tradicional dentro del Triángulo del Norte al comenzar Semana Santa –eufemísticamente llamada por la publicidad vacaciones de verano- cuando degustamos los platillos tradicionales, el sabor del pescado seco, los dulces, las torrejas, jugamos con el agua, disfrutamos de la montaña y aprovechamos momentos de reflexión.

El recorrido familiar, algunos hermanos, sobrinos, primos, mi padre, una de las tías, en fin, el grupo que parte a temprana hora en la Ford conocida con cariño como “la chanchona”, testigo de batallas motorizadas por carreteras centroamericanas, al igual que otro microbús crema que sobrevivió a la inclemencia del tiempo y sirvió para vagabundear hasta en México.

Ahí te encuentras, en medio del desorden, el calor y la fregadera de la gente en la frontera Anguiatú, en Santa Ana, pero Migración ha dado un salto atrás al “paso fácil” del CA-4. Ahora hay que llenar un formulario con los datos de cada viajero, sacar una fotocopia y hacer una fila que no avanza como se debe. Al final, los oficiales anuncian que es mejor que cada quien agarre viaje.

La algarabía popular se enciende. Cada cual toma su transporte y de repente estás camino a Esquipulas, la ciudad que luce hermosa, en especial concurrida por visitantes de El Salvador, Honduras y Guatemala, los del triángulo norteño centroamericano, máxime en Domingo de Ramos, el campanazo del inicio de la Semana Mayor.

La tradición cultural del catolicismo arrastra a cientos de devotos que van a las iglesias en esa fecha que conmemora la entrada triunfal de Jesús, reciben sus bendiciones, junto a los ramos y el agua, mientras en otras iglesias cristianas evangélicas la gente entona sus himnos o coritos en ese domingo que se torna brillante en medio de una atmósfera caliente de verano.

Indígenas y mestizos hacen largas filas para entrar a la catedral de esta ciudad guatemalteca. Muchos se aglomeran en un sinnúmero de negocios –de todo tipo- para paliar la sed y el calor sofocante, otros buscan su respectiva comida al llegar el mediodía, en ese mercado abierto que ocupa calles y avenidas del lugar.

Los jóvenes utilizan motocicletas para deambular por la ciudad. Las mototaxis circulan hacia cualquier punto a un costo de tres quetzales, mientras los indígenas, que lucen sus refajos, caminan penitentes hasta la punta del cerro que domina la ciudad, para recibir la bendición. Cuando bajan se azotan con chilillos en señal de que están limpios. Típica herencia cultural.

Al bordear Esquipulas encuentras muchos centros que visitar, el turismo es floreciente en la ciudad. De ahí sales con rumbo a la frontera Aguas Calientes, en el límite con Honduras, donde pasas sin problemas y arribas a los bosques de pino, en medio de tierras blancas, que también te invitan a disfrutar de sus manjares y de los balnearios que lucen alegres con sus visitantes.

Y, claro, esta zona suroccidental de Honduras, donde comparten vida e historia los departamentos de Ocotepeque, Copán y Lempira, tiene innumerables bellezas naturales y la amistad de su gente. La cantidad de platillos tradicionales, con sus tamales, cerdo horneado, dulces, entre tantos, donde no pueden faltar las baleadas y los tacos catrachos con su respectiva salsa especial.

Ni hablar de los refrescos que están a la orden, a precios cómodos y bien helados. Si quieres meter el acelerador llegas hasta la montaña, conocida como El Güisayote, camino a Santa Rosa de Copán, donde el clima a plenas doce del día es sumamente sabroso. Por estos caminos boscosos encuentras las famosas Ruinas Mayas de Copán. Herencia de nuestros antepasados.

Ya de regreso, te espera la frontera El Poy, en el límite con El Salvador, donde de entrada el paso se da sin ningún contratiempo. Buena ocasión para disfrutar, cuanto se pueda, de las bellezas naturales, las comidas y la amistad de los habitantes de muchos poblados del departamento de Chalatenango, que comparte similares características de las tierras montañosas de Honduras.

Bonito visitar El Refugio, complejo turístico nacional ubicado en las afueras de La Palma, en medio del clima fresco, los pinares y la quietud natural, donde cae muy bien comer cuajadas recién hechas y tortillas de comal. Bajando de la montaña hay muchas localidades que visitar a lo largo de la Troncal del Norte, donde hay más estampas coloridas de Semana Santa.

lunes, abril 11, 2011

La globalización en la mira de Chris Hedges

Por Guillermo Mejía

El descontento en varios puntos del planeta, la crisis alimentaria, el problema ecológico, la inseguridad, entre tantos males, anuncian el “colapso de la globalización”, de acuerdo con el escritor y periodista estadounidense, Chris Hedges, que demanda una ética nueva y radical, así como la reconstrucción de movimientos socialistas radicales que luchen por la ciudadanía.

“Se presagia un mundo donde los recursos vitales, incluyendo la comida y el agua, el empleo y la seguridad, están llegando a ser cada vez más escasos y difíciles de obtener. Ello presagia la creciente miseria de cientos de millones de personas que se encuentran atrapados en Estados fallidos, sufriendo la escalada violenta y la pobreza agobiante”, advierte el veterano colega.

Hedges, que inició su carrera periodística internacional precisamente en El Salvador de los 80 en medio de la guerra interna que duró 12 años, pone de ejemplo las sublevaciones en el Medio Oriente, los disturbios que desgarran naciones como Costa de Marfil, el descontento social en Grecia, Irlanda y Gran Bretaña, además de conflictos laborales en el mismo Estados Unidos.

“Debemos abrazar, y abrazar con rapidez, una ética nueva y radical de la simplicidad y la protección rigurosa de nuestro ecosistema, especialmente el clima, o todos tendremos la vida en nuestras propias manos”, señala. “Debemos reconstruir los movimientos socialistas radicales que demandan que los recursos del Estado y la nación proveen bienestar a todos los ciudadanos y la pesada mano del poder del Estado sea empleada para prohibir el saqueo de la elite del poder empresarial”.

Y añade: “Debemos ver a los capitalistas corporativos que han tomado el control de nuestro dinero, nuestra comida, nuestra energía, nuestra educación, nuestra prensa, nuestro sistema de salud y nuestro gobierno como mortal enemigo que debe ser vencido”.

Hedges escribe en su columna publicada en el sitio web Truthdig que la mitad de la población planetaria no tiene acceso a una adecuada alimentación, agua limpia y la seguridad básica, mientras los precios de los alimentos han aumentado 61 por ciento a nivel mundial desde fines del 2008, según cifras del Fondo Monetario Internacional.

“Como el costo de los combustibles fósiles sube, como el cambio climático sigue perjudicando la producción agrícola y como las poblaciones y los desempleados aumentan, nos encontraremos convulsionados en más disturbios nacionales y globales. Los amotinamientos por alimentos y protestas políticas serán inevitables”, anuncia el autor y periodista.

Como desde las instituciones liberales, incluida la prensa, las universidades, el trabajo y el Partido Demócrata (de Estados Unidos), no desafían los supuestos utópicos que el mercado debe determinar el comportamiento humano que permita los desmanes a las corporaciones y firmas de inversión continuará el asalto impune hacia los ciudadanos.

“Friedrich von Hayek y Milton Friedman, dos de los más importantes arquitectos del capitalismo no regulado, nunca debieron haber sido tomados en serio. Pero las maravillas de la propaganda corporativa y la financiación empresarial volvieron esas figuras marginales en profetas venerados en nuestras universidades, centros de investigación, la prensa, los órganos legislativos, los tribunales y salas de juntas corporativas”, afirma Hedges.

“Todavía soportamos la hipocresía de sus teorías económicas desacreditadas a pesar de que Wall Street aspira secar el tesoro de los Estados Unidos y se comprometen una vez más en la especulación que hasta la fecha ha evaporado unos 40 billones de dólares de la riqueza mundial. Se nos ha enseñado por todos los sistemas de información a cantar el mantra de que el mercado conoce la mejor”, agrega.

Mientras eso sucede, son invisibles las decenas de millones de estadounidenses pobres, porque no aparecen en las pantallas, ni los miles de millones de pobres en el mundo hacinados en tugurios fétidos. Tampoco se ve a los que mueren por beber agua contaminada o por no poder pagar la atención médica, ni a los excluidos de sus hogares.

Los encargados de los reality shows “difunden el sueño auto-delirante del inevitable progreso humano”, pero nada de eso es cierto.

“Es un mensaje que desafía la naturaleza humana y la historia humana. Pero es lo que muchos quieren creer desesperadamente. Y hasta que no despertemos de nuestro colectivo auto-engaño, hasta que se lleven a cabo sostenidos actos de desobediencia civil contra el Estado corporativo y nos apartemos de las instituciones liberales que sirven al gigante corporativo (…) nos continuaremos moviendo rápida y poderosamente hacia una catástrofe global”, concluye Hedges.

lunes, abril 04, 2011

La lógica perversa de vernos las caras de tontos

Por Guillermo Mejía

Con la puesta en marcha del nuevo precio del tambo de gas, sólo subsidiado para quienes consumen por debajo de los 200 Kws/h, cayó de sopapo el aumento en los precios de los alimentos –con razón o sin ella- con la complicidad del gobierno de Mauricio Funes que no dio los pasos certeros ante una decisión tan compleja.

Como recordamos, el malestar popular se reflejó en un estudio de opinión elaborado por un matutito local que estimó que al menos un 70 por ciento de los consultados rechazaba la disposición oficial que fue vendida como la última coca-cola en el desierto por parte de las autoridades de Economía. Ahora se dispararon los precios.

Era una “fórmula de genios” de cara a la existencia de casos en América Latina donde la crisis internacional, con la subida en los precios de los combustibles, obligó a ciertos gobiernos a arriesgarse con medidas impopulares que les causaron desgaste político y descontento de los pobladores en las calles.

El gobierno salvadoreño vendió su idea a partir de martillar que ahora se hará justicia, por un lado, ya que el subsidio llegará a quienes verdaderamente lo necesitan y que la medida evitará el contrabando que se da del producto para Guatemala y Honduras donde el gas cuesta entre unos 18 y 13 dólares el tambo de 25 libras.

Lógicamente, las autoridades tenían que hacer algo para contener el costo de este tipo de combustibles para las arcas del Estado, eso es comprensible, pero el problema es que la gente no entiende de las “buenas intenciones” del gobierno a partir de que se aducen costos inmediatos y no solo en el precio del gas, sino en el de los productos básicos por el efecto cascada.

Como siempre, la lógica perversa de vernos la cara de tontos actuó de inmediato. Aquí, desde los grandes, los medianos, hasta los pequeños negociantes, no se tientan los hígados para sacar el costo y su ganancia a como de lugar, en la mayoría de veces victimizándose al extremo, a la vez que desde el Estado no existen mecanismos de control de precios.

Sin embargo, es necesario consignar que las mismas autoridades no hicieron lo propio. Por eso mismo fue que ya habían aplazado la puesta en marcha de la medida controversial.

El presidente Mauricio Funes había recibido cantidad de advertencias de sectores de derecha como de izquierda por la pretendida jugada, máxime que este año es pre-electoral dado que los comicios para alcaldes y diputados serán en el 2012. Obvio que el problema es serio pues las arcas estatales ya no aguantan y los organismos internacionales también presionan al país.

Los espejos recientes del descontento popular se tuvieron de los gobiernos de Chile y Bolivia que, por presiones internacionales, en el primer caso dispuso quitar el subsidio al gas licuado en la región sur del país donde la gente dice que para ellos es como el oxígeno debido a que sobreviven en el hielo y necesitan el combustible para calefacción, además para cocinar. El régimen se echó para atrás.

En Bolivia, en tanto, el gobierno de Evo Morales dispuso elevar el costo de los combustibles hasta casi el 100 por ciento, fenómeno apodado como “el gasolinazo”, que como es sabido originó una jornada de protestas populares que obligó a las autoridades a levantar la medida y pedir el diálogo con los sectores populares que calificaron a Morales como traidor.

La analista argentina Isabel Rauber afirmó sobre el caso boliviano que: “Los pueblos no están solo para aceptar, apoyar, convalidar o materializar (ejecutar) ideas y decisiones, sino ante todo para protagonizarlas. Esto quiere decir: participar del proceso de toma de decisiones y de la realización posterior de las mismas, compartiendo responsabilidades”.

“Si se hubiese discutido el problema del precio de la gasolina y petróleo, etc., con las organizaciones sociales, si hubiese consensuado una medida y los pasos para su implementación, nada de lo ocurrido hubiese pasado. No sé cual habría sido la propuesta, pero los resultados habrían sido diferentes: nadie sale a protestar contra lo que acordó”, añadió.

En fin, cuánto nos falta frente a esta lógica perversa de fregar al que se deja, de querer inventar el agua, que es la misma lógica que impone la globalización económica con sus consecuencias fatales en la carestía y la desgracia en que sobreviven millones de habitantes en la aldea global, a la vez que nos impone pautas culturales que privatizan nuestra vida y nos programan al consumismo.