viernes, junio 28, 2013

Ernesto Sábato:
Si el universo fuera perfecto el arte no existiría…


Por Guillermo Mejía

El escritor argentino Ernesto Sábato habría cumplido 102 años el 24 de junio pasado, pero se nos fue el 30 abril de 2011 casi al cumplir los cien. Pero sigue con nosotros su legado artístico, tanto en literatura como en pintura, y su referente humano frente a la decadente sociedad consumista, tecnocrática y robotizada.

Sábato, nacido en 1911 en Rojas, provincia de Buenos Aires, fue anarquista, luego comunista, después decepcionado de la experiencia soviética culminó abrazando la idea de un socialismo que “termine con la alienación y la sociedad de consumo, que termine con la miseria física pero también con la espiritual, que ponga la técnica y la ciencia al servicio del hombre”.

Antes de consagrarse a las letras, el escritor se dedicaba a las ciencias físicas y matemáticas -ostentaba un doctorado en esas disciplinas- fue profesor de Física superior en la Universidad de La Plata. Su reconocimiento le valió que el profesor argentino Bernardo Houssay, Premio Nobel de Física, lo apadrinara para una beca en el Laboratorio Curie, en París

En una antología de artículos hispanoamericanos y españoles titulada “Grandes Firmas”, Ediciones Efe (Madrid; 1987), Sábato nos cuenta su experiencia de niño, enfermizo e inseguro, con una madre tierna y un padre durísimo, ambos de origen italiano, que “desarrolló una introversión que encarnizadamente me llevaba a escrutar mis ideas, mis presunciones, mis sentimientos”.

“Esto se intensificó cuando me enviaron a seguir los estudios secundarios en una ciudad que para mí era remota. Allí añoré con melancolía a mi madre, al mismo tiempo que me sentía sucio y culpable, ansiando un orden límpido que no tenía”, dice.

“Y entonces tuve una revelación portentosa, cuando nuestro profesor de matemáticas demostró por primera vez ante nosotros un teorema de geometría. No lo supe, claro, pero acababa de descubrir el universo platónico, el perfecto orden de los objetos ideales, eternos y purísimos. Aquel milagro marcó buena parte de mi existencia”, agrega.

Sábato compartía por un lado, las físicas y matemáticas, y por el otro, el arte: “Puedo decir ahora que mi vida entera fue una pugna de esas dos inclinaciones, que aumentó cuando con los años los fantasmas que se agitaban en mi inconsciente trataban de manifestarse. ¿Quiénes eran? ¿Qué querían? Nunca lo supe y tampoco puedo decir que lo sepa ahora”.

A la par que trabajaba en el Laboratorio Curie, de París, escribía sin que lo vieran una novela titulada “La Fuente Muda”, que no se atrevió a publicar completa si al caso fragmentos muchos años después. En ese tiempo se reunía en un café de Montparnasse con los surrealistas, como “una honrada ama de casa que al anochecer ejerciera la prostitución”.

Dejar la física para irse con la literatura no resultó fácil. “Luché mucho tiempo hasta tomar la decisión, en 1943, cuando decidí irme con mi mujer y mi hijito a vivir en una cabaña de las sierras de Córdoba, lejos del mundo civilizado. No fue una decisión racional. Ni siquiera razonable. Pero en los momentos cruciales de mi existencia siempre confié más en el instinto que en las ideas, y así era empujado a acometer empresas que cualquier persona sensata desaprobaba”.

En esas circunstancias escribió “Uno y el Universo”, como una despedida a la ciencia y su arribo a la literatura: “La ciencia ha sido un compañero de viaje, durante un trecho, pero ya ha quedado atrás. Todavía, cuando nostálgicamente vuelvo la cabeza, puedo ver a alguna de las altas torres que divisé en mi adolescencia y me atrajeron con su belleza exenta de vicios carnales”.

“Pronto desaparecerán en el horizonte y sólo quedará el recuerdo. Muchos pensarán que ésta es una traición de la amistad, cuando es fidelidad a mi condición humana. De todos modos, reivindico el mérito de abandonar esa clara ciudad de las torres –donde reinan la seguridad y el orden- en busca de un continente lleno de peligros, donde domina la conjetura”, añade.

Sábato se quedó sólo con su mujer y su hijito de cuatro años. Sus colegas de ciencia lo vieron como renegado, otros más duros –según cuenta- dominados por la mentalidad positivista, que siempre despreció al pensamiento mágico, le reclamaron cómo se había atrevido a abandonar el rigor científico por el “charlatanismo de la literatura”.

Por eso, al principio no se atrevía a publicar ficciones, prefirió el ensayo, mas en 1948 salió a luz “El Túnel”, la primera ficción que se atrevió a lanzar a la jauría cientificista. Agarró fuerzas y comenzó a escribir “Hombres y Engranajes”, donde puso en claro sus posturas respecto a la ciencia y la técnica. El mundo era un caos, pero había una revolución romántica.

La escritora, periodista y educadora argentina Victoria Azurduy, a quien conocí en los aciagos años de la guerra salvadoreña (en los 80), compañera de batallas junto al periodista mexicano Luis Albarrán –ya fallecido-, conversó con Sábato en 1991 en su tierra natal.

“Se reconoce apasionado, y por eso pasa de la tristeza a la exaltación o al éxtasis, aunque la depresión le puede durar días, semanas, años”, cuenta la doña Vicky.

Y, en palabras de Sábato: “Este estado anímico que sufro desde chico no se lo deseo a nadie porque es el sufrimiento más grande que existe. Por eso mi propensión hacia la literatura o el arte”.

“El arte es un acto de reacción contra una realidad que a uno le parece abominable, y a través de él se puede crear otra realidad. Estoy convencido que si el universo fuera perfecto, bello, bueno, agradable, habitados por seres sin tristeza, el arte no existiría”.

Sábato se comprometió también con la política, donde tuvo sus detractores por una cita de él y otros autores como Jorge Luis Borges con el dictador argentino Rafael Videla, en 1976, que luego pretendió aclarar. Presidió la Comisión Nacional sobre Desaparecidos de la dictadura militar (1975-1983) que presentó un informe que reflejó la tragedia argentina.

La colega Victoria Azurduy nos trae una última reflexión del autor: “El hombre moderno muere de alienación. Está siendo enajenado y robotizado por las comunicaciones, la sociedad del consumo, la tecnología. Si logramos sobrevivir a la catástrofe atómica, habría que repensar la humanidad. Y esa humanidad tendría que ser representada desde bases muy distintas, donde la ciencia y la técnica tengan un lugar estricto y nada más. Y olvidar para siempre la tecnolatría que existe ahora y que nos consume en el absurdo”.

Novelas y ensayos múltiples son el legado del escritor argentino, Premio Cervantes 1985. Entre otras obras: “El Túnel”, “Abaddón, el Exterminador”, “Sobre Héroes y Tumbas”, “El Escritor y sus Fantasmas”, “Antes del Fin”, sus memorias.