miércoles, diciembre 20, 2017

Los intereses corporativos ponen fin a la neutralidad en internet

Por Guillermo Mejía

La derogación por la Comisión Federal de Comunicaciones de las normas de neutralidad de internet, que fueron aprobadas por la administración Obama, en 2015, resulta ser el zarpazo de las corporaciones mediáticas a la potestad de la ciudadanía global a ejercer su derecho humano a la información y comunicación.

Gracias a la disposición de la administración Trump, las compañías proveedoras cobrarán tarifas adicionales por el acceso más rápido a los contenidos de la web con lo que se violenta la obligación que tenían de tratar a todos por igual; es decir, el que esas compañías suministradoras no bloquearan, ralentizaran o discriminaran algún contenido o aplicaciones.

El comunicólogo Carlos A. Scolari, advirtió que “sin las reglas que defendían la neutralidad de la red compañías de telecomunicaciones como AT&T, Comcast o Verizon decidirán qué sitios web, contenidos y aplicaciones pueden ver o utilizar los usuarios. Estas empresas ahora podrán relantizar los contenidos de sus competidores o incluso bloquear las opiniones políticas con las que no estén de acuerdo”.

Por otra parte, podrán cobrar tarifas adicionales a las empresas de contenidos que puedan permitírselas, relegando a todas las demás a un servicio más deficiente.

“En pocas palabras: en este nuevo orden saldrán favorecidas las grandes corporaciones mientras que los actores más débiles o marginales corren el riesgo de quedar limitados a una red más lenta, pobre o incluso censurada”, afirmó Scolari. “Infinidad de movimientos sociales y políticos, además de muchos actores económicos emergentes, podrán ver severamente recortadas sus posibilidades expresivas y radios de acción”, añadió el académico argentino.

En conclusión, según Scolari, la neutralidad de la red hizo en gran medida posible ese proceso que hoy se ve en peligro por la presión de los grandes proveedores de banda ancha y la complicidad de un gobierno estadounidense poco interesado en la democracia, la participación, la innovación y la libertad.

Los inmensos valladares que siguen imponiéndose al derecho a la información y comunicación a nivel planetario hace recordar la lucha de hace 50 años por un Nuevo Orden Mundial de la Comunicación en el seno de las Naciones Unidas ante la asimétrica e injusta relación entre naciones ricas y pobres.

El comunicólogo Fernando Márquez recordó en años recientes que “la disparidad entre las naciones y dentro de estas de los que tienen y los que no tienen acceso a internet, los que tienen los conocimientos o no para potenciar su uso y los que producen o no sus propios contenidos, la llamada brecha digital, amplía más la desigualdad y la exclusión social”.

“La búsqueda por terminar con la brecha digital (al exterior y al interior de los países) no debe aparecer solo en función de la cantidad y/o calidad de acceso, sino en el fomento de vías de apropiación (la capacidad de vincularnos con las nuevas tecnologías y desarrollar nuevas posibilidades)”, agregó el académico mexicano.

En ese sentido, Márquez propuso la necesidad de que cada país cuente con políticas de comunicación destinadas a entender y apropiarse de las nuevas tecnologías, así como de que cada sociedad pueda desarrollar sus propios significados, sus propios usos de las mismas.

A la vez, que más allá de los intereses corporativos se requieren innumerables fuerzas y conjunción de intereses alrededor del mundo; en otras palabras, incorporar una amplia gama de actores sociales preocupados por el tema de la sociedad civil, del sector comercial y de los respectivos gobiernos.

La sociedad de la información no solamente necesita de la infraestructura física y tecnológica propia, sino también de nuevos acuerdos en un esquema de cooperación internacional.

Con el fin de la neutralidad en internet se consolida aún más la injusticia.

martes, diciembre 12, 2017

Unos políticos que confían más en el marketing que en proponer soluciones

Por Guillermo Mejía

La aprobación de menos del 30 por ciento de los salvadoreños hacia el presidente Salvador Sánchez Cerén, según la última encuesta de LPG-Datos, pone en qué pensar no solo a la izquierda oficial, sino a la denominada “clase política” frente al desgaste que sufre ante el pesimismo, la falta de credibilidad y la ausencia de respuestas a los problemas que agobian a la ciudadanía.

Por lo que se ve, difícilmente levante cabeza la figura de Sánchez Cerén, y por supuesto su gestión, en lo que le queda del período presidencial más allá del cuento que hay que apostarle más al marketing político –por aquello de las imágenes y su impacto- que a entrarle en serio con un programa que represente los intereses de las mayorías desprotegidas.

Ante el cada vez evidente descalabro de la figura del mandatario salvadoreño por la inseguridad y la crisis económica, aderezados por la amenaza de que pronto los norteamericanos mandarán a la porra el permiso de trabajo temporal de casi 200 mil salvadoreños en Estados Unidos, hay funcionarios que creen que el problema radica en la publicidad.

“La manera de elevar el número de calificación de cualquier gobierno tiene que ver con la comunicación, con la publicidad, con los espacios de comunicación para poder dimensionar las obras del Estado. Este es un gobierno que menos publicidad le viene haciendo a sus obras”, afirmó el secretario de Comunicaciones, Eugenio Chicas.

Si bien es cierto estamos en la era donde reinan las élites ocultas especializadas en imagen, marketing político, sondeos de opinión y estrategias de comunicación, sería de tarados creer que todo se resuelve por arte del marketing, sin compromisos serios y determinantes, máxime que el presente gobierno, al igual que el de Mauricio Funes, nunca dio un salto cualitativo frente al modelo dominante.

Al contrario, nos encontramos que muchas de las prácticas de sectores de poder, en especial que le achacaron a los pasados gobiernos de Arena, figuran en las formas de conducción que prevalecen en el actual gobierno del Fmln, como en el de su antecesor Mauricio Funes, por cierto el primer presidente condenado por enriquecimiento ilícito.

Terreno fértil para que figuras de publicidad y marketing político como el alcalde de San Salvador, Nayib Bukele, haya ingresado con alto impacto, sobre todo en redes sociales y sectores juveniles, de cara a las elecciones presidenciales venideras, luego de su expulsión del Fmln.

“Por el momento todo parece ir por los buenos rieles para este especialista en publicidad, todo el sistema de propaganda ideológica se ha ido plegando a las exigencias de la publicidad, todo se ha vuelto mercancía y todo se vende envuelto y por la imagen que entregan buenas campañas publicitarias”, consideró Carlos Abrego, intelectual salvadoreño residente en Francia.

“Hoy Eugenio Chicas incriminaba a la ausencia de publicidad en favor de los logros del gobierno y de la actividad de su partido el abismal desprestigio que gozan ahora el gobierno y el partido oficial. Este rechazo del bipartidismo crea al mismo tiempo un vacío o mejor dicho un terreno que ocupar, este terreno es el que ahora acapara Nayib Bukele”, afirmó.

Según Abrego, el caudillo encarna las aspiraciones populares, estas no son ni siquiera enumeradas, se concentran en el rechazo al bipartidismo, al que se le imputan todos los males de nuestra sociedad. Nayib Bukele y sus “nuevas ideas” cumplen holgadamente los objetivos de ocultación de la verdadera crisis que atraviesa el país.

Como bien señala el alemán Jürgen Habermas, en su visión crítica de la opinión pública, el problema radica en que la sociedad se ve incapacitada para intervenir a fondo en el debate de los asuntos públicos, obviamente víctima de los nuevos señores feudales (del marketing y las relaciones públicas) que otorgan solo la posibilidad de aclamar, pero no de discutir ni de generar propuestas.

jueves, septiembre 28, 2017

El sentir del salvadoreño más universal

Por Guillermo Mejía

Impresionado y con muchos recuerdos de los tiempos de locura fratricida en El Salvador. De esa manera reaccioné al recibir el libro “Sentir con la Iglesia: Vida y obra del beato Oscar Romero Como profeta, pastor y mártir” del maestro y periodista José Eduardo Cubías Colorado.

El autor nos lleva a un recorrido histórico sobre la figura del beato mártir, camino a su canonización, ya de muchos conocido como “el salvadoreño más universal”, “Romero de América” o “la voz de los sin voz”, que con los evangelios en su brazo iluminó el camino de la paz sin contener su denuncia profética de la injusticia estructural y la represión.

El libro consta de 18 capítulos donde el lector encontrará la impronta del prelado, su martirio y el tortuoso camino hacia la beatificación y –aún en espera- su canonización que lo pondrá en un lugar en el que ya figura para sus fieles y seguidores a nivel nacional e internacional. El material consigna los pasajes que abonan a la memoria histórica.

Me parece muy oportuno apreciar que, como bien nos ilustra Cubías Colorado, en forma, contenido y estilo, el género periodístico que mejor se adapta para conocer la vida y obra de Monseñor Romero es el ensayo; tanto porque nos permite profundizar en algunos aspectos de su biografía y llevarnos al punto de reflexión.

“El ensayo periodístico es una reflexión personal sobre el tema y refleja como el periodista ve, interpreta y siente aquello de lo cual escribe; en este sentido, los contenidos de esta serie de capítulos sobre la vida y obra de Monseñor Romero, constituyen una reflexión del autor sobre el ‘Arzobispo Mártir’, antes y después de su muerte”. (Pág. xxiii)

Rescato del testimonio del autor una anécdota sobre la huella del obispo que fue asesinado cuando oficiaba misa en la iglesia del hospitalito Divina Providencia, de San Salvador, el fatídico 24 de marzo de 1980 a manos de un francotirador que, según el Informe de la Comisión de la Verdad, por encargo de fuerzas ultraderechistas comandadas por el Mayor Roberto d’Aubuisson:

“Cuando el Padre Tavo me entregó el crucifijo que preside el Vía Crucis del viernes Santo, en la Comunidad Miramonte en 1980, confieso que sentí temor por la escalada de violencia en contra de la Iglesia Católica y la represión manifiesta contra los sacerdotes. Días antes habían asesinado a Monseñor Romero y los feligreses se mostraban temerosos de asistir a las parroquias diocesanas y participar en los oficios religiosos.

“Quien esto escribe se mostraba timorato, pero llevar la Cruz con Jesús Crucificado, evocar el mensaje pastoral de Monseñor Romero y sentir la Cruz junto a mi pecho, me infundía valor y una santa espiritualidad.

“Recuerdo que el Padre Tavo me miró a los ojos y me entregó el Crucifijo, y lo porté, muy en alto, con una gran tranquilidad durante el trayecto del Vía Crucis en una de las calles de la Colonia Miramonte”. (Pág. xix)

Y también del relato testimonial de Cubías Colorado de la ceremonia especial tan esperada por el pueblo salvadoreño:

“Me confundí entre los 300 mil feligreses devotos de Monseñor Romero, como testigo presencial de su beatificación, una cálida mañana del 23 de mayo de 2015 en la plaza ‘Salvador del Mundo’ en San Salvador.

“Un halo solar con el espectro del arco iris que se formó en el momento de la liturgia de su beatificación; expresaba que los cielos se regocijaban por la subida de Monseñor Romero a los altares, al reino de Dios.

“Así me lo dio a entender María, una peregrina del Bajo Lempa que permaneció a mi lado, durante la ceremonia; su rostro mostraba la vida azarosa de las campesinas salvadoreñas, de aquellas que han llevado a cuestas su pobreza, la esperanza y la fe en Monseñor Romero de que vendrán días mejores pada los pobres y los humildes”. (Págs. 39-40)

Como en trabajos anteriores, Cubías Colorado nos lega su abono intelectual al rescate de la memoria histórica, cuestión tan necesaria e importante pero con la que pareciera ser que los salvadoreños permanecen huraños.

Invito a los lectores a deleitarse con la obra del reconocido “maestro por vocación, periodista de profesión” que tras décadas de aporte profesional en la docencia y la aplicación de su carrera periodística, continúa escribiendo sobre tópicos diversos que ilustran a jóvenes promesas e invita a los no tan jóvenes colegas a seguir su ejemplo.

Resonarán por siempre en la Patria y alrededor del mundo las palabras del beato mártir a las bases de la Fuerza Armada y los cuerpos de seguridad en la homilía dominical del 23 de marzo de 1980, un día antes de su martirio: “Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuoso, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión”. (Pág. 198)

martes, septiembre 05, 2017

El peligro de retornar a la locura del pasado

Por Guillermo Mejía

Las denuncias de periodistas y luchadores de derechos humanos sobre ejecuciones al estilo de los escuadrones de la muerte por parte de fuerzas policiales, merecen la mayor atención a fin de evitar que volvamos a la locura del pasado dado el fracaso de los planes de seguridad pública del gobierno del Presidente Salvador Sánchez Cerén.

En ese sentido, es oportuna la presencia de representantes del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (IDHUCA) y del Servicio Social Pasionista ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), en México, para denunciar al menos diez crímenes en menos de un año.

El representante legal del IDHUCA, Manuel Escalante, declaró a la prensa: “Al parecer estamos ante el resurgimiento de ejecuciones arbitrarias, torturas, ejecuciones extrajudiciales, de desapariciones forzadas y desplazamiento forzado”.

Por lo tanto, “es urgente fortalecer al sistema judicial, a la Fiscalía y a los órganos de control del sistema de seguridad, para garantizar que no repitamos la locura de hace 30 años, ni la de hace 70 años. Todavía consideramos que estamos a tiempo”, sentenció.

En la misma ocasión, el director del IDHUCA, el jesuita José María Tojeira, puso como ejemplo el uso de un lenguaje guerrerista por parte de las autoridades que “facilita la violación de derechos humanos, detenciones ilegales, tratos crueles y degradantes e incluso desapariciones forzadas y tortura”.

En esta vorágine, que enluta a la misma Policía Nacional Civil (PNC) y a la Fuerza Armada, las denuncias sobre acciones ilegales desde la seguridad pública han valido también amenazas a periodistas que han documentado la existencia de estructuras paralelas, aunque las autoridades han negado que sean institucionales.

Si bien no resulta sencilla una salida al crimen organizado, las pandillas y el narcotráfico, hay que recordar la ilusión de los gobiernos de ARENA y los del FMLN de militarizar la seguridad pública que solo vino a profundizar el problema y, obviamente, hizo y ha hecho fracasar cada uno de los planes en contra de la delincuencia.

Resulta paradójico que un gobierno de izquierda haya seguido el mismo guión militarista y caído en la tentación de utilizar mayor violencia, con lo que se evidencia que poco o nada aprendieron los antiguos comandantes guerrilleros de que esa fórmula fracasada fue utilizada en contra de ellos y que solamente potenció la guerra civil.

“Es penoso que el gobierno del FMLN haya recurrido al escuadrón de la muerte para perseguir pandilleros, así como antes los militares lo usaron para exterminar guerrilleros. Es muy discutible que pueda someter a las pandillas con escuadrones de la muerte”, escribió el jesuita Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.

Y concluyó: “Qué valores cívicos, morales, culturales y patrióticos promoverá el Gobierno del FMLN con motivo de las celebraciones de la independencia de 1821. Sería interesante que los promotores de las festividades hicieran un esfuerzo por describirlos y por demostrar cómo esos valores cobran actualidad hoy en día. En este punto, el pasado no es relevante. ¿Cómo puede el Gobierno proclamar que El Salvador avanza ‘en convivencia y desarrollo’ cuando sus políticas represivas siembran rencores y muerte?”

martes, agosto 29, 2017

La seguridad pública en el ojo del huracán

Por Guillermo Mejía

Las denuncias de la revista digital Factum sobre la existencia de un escuadrón en las filas de la Policía Nacional Civil (PNC) que ha cometido tres homicidios, agresiones sexuales y extorsión en nombre de la lucha contra las pandillas, mantiene en el ojo del huracán a las cuestionadas políticas de seguridad pública.

Hay que recordar que entre los errores está que el actual gobierno siguió el fracasado “manodurismo” de las anteriores administraciones, a la vez que consintió la militarización de la seguridad pública y mantuvo en el gabinete al “padre de la tregua pandilleril”, el general David Munguía Payés.

Según las investigaciones periodísticas, el escuadrón, compuesto por cuatro policías y un civil, efectivos integrantes de la Fuerza Especializada de Reacción El Salvador (FES), cometió los crímenes entre febrero y marzo del presente año, acciones que la dirección de la Policía Nacional Civil descartó que fueran institucionales.

Sin embargo, para nadie es secreto el guión en que el gobierno ha montado su lucha contra las pandillas que, además de profundizar la cantidad de asesinatos, por ejemplo los de policías y de efectivos militares, sobre algunas de las muertes ha quedado la duda de que hayan sido en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad.

Las preocupaciones en torno a la violación de derechos humanos por parte de la PNC y efectivos de la Fuerza Armada han levantado alarmas en sectores de la sociedad civil, puesto que precisamente fue uno de los detonantes de la guerra civil y que una de las apuestas por la paz fue la disolución de los antiguos cuerpos represivos.

El periodista salvadoreño Carlos Dada, ex director del periódico digital El Faro, escribió: “¿Pero qué esperaban? ¿Por qué debería sorprendernos que hayan tomado esta decisión los policías, cuando sus propios jefes y los líderes políticos de los principales partidos se reúnen a pactar con esas pandillas que son sus enemigos, e incluso a ofrecerles financiamiento?”

Y remató: ¿Con qué autoridad moral se puede pedir a los agentes, que se juegan la vida en la calle, que combatan a los criminales, si éstos criminales son socios de los principales liderazgos políticos? ¿Cómo si el propio vicepresidente que les cuelga medallas al mérito es socio del principal acusado de narcotráfico en el país? ¿Cómo después de que el ministro de Defensa pactó un acuerdo oscuro con ellos y el ministro de gobernación ofreció $10 millones de dólares a esos pandilleros a cambio de garantizar el triunfo electoral? ¿Cómo si Arena hizo lo mismo?”

Las revelaciones de la revista digital Factum han provocado amenazas en contra de sus periodistas y editores, por parte de presuntos miembros de la PNC, al igual que en otras ocasiones les ha pasado a colegas del periódico digital El Faro. La Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos se mantiene al tanto del caso.

El periodista Jorge Beltrán Luna, que sufrió un atentado por escribir sobre temas de seguridad pública, reflexionó: “El problema que muchos no alcanzamos a comprender es que si toleramos y aplaudimos el empleo de métodos ilegales de parte del Estado para combatir un problema que nos afecta, algún día el Estado podría usar esos métodos en contra de nosotros y, entonces, sí buscaremos a un periodista para que nos escuche y denuncie por nosotros, la fechoría de la cual uno de los nuestros haya sido víctima.”

martes, agosto 15, 2017

Las prácticas políticas nauseabundas

Por Guillermo Mejía

Las recientes revelaciones de un testigo criteriado, perteneciente a las maras, durante el juicio que se sigue en torno a la tregua entre el gobierno del ex presidente Mauricio Funes y esas pandillas, ha causado una indignación generalizada principalmente hacia los partidos Arena y Fmln, acusados de pactar con la delincuencia.

Según Carlos Eduardo Burgos Nuila, alias “Nalo”, presentado por la Fiscalía General, entre Arena y Fmln habrían entregado unos 350 mil dólares a la Ms-13 y las dos facciones del Barrio-18, para facilitar elecciones, evitar sabotajes como recaudar votos, en lo que algunos ven acciones típicas de fraude electoral.

Además, reveló cómo producto de la tregua pandilleril se violentaron las leyes en una serie de actos arbitrarios facilitados por las autoridades judiciales.

Críticos del proceso judicial afirman que en el banquillo están personajes que fueron ejecutores de decisiones de alto nivel y que es notable la ausencia del ex presidente Mauricio Funes y el actual ministro de Defensa, general David Munguía Payés (quien en aquellas fechas era ministro de Justicia y Seguridad) en calidad de imputados.

La Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” afirmó que “la hipocresía de Arena y el Fmln ha quedado, por enésima vez, en evidencia: mientras se mantiene un discurso en contra de la tregua y de todo acercamiento a las pandillas, emisarios de los partidos políticos negocian votos a cambio de dinero.”

Desde la cobertura periodística al sonado caso de la tregua, sea por omisión o por otros criterios, se ha obviado uno de los ángulos que ha pesado en la esfera internacional: Detrás del pacto ha estado el crimen organizado y el narcotráfico, al grado que, además de convertirse en actores políticos, las pandillas han evolucionado y cuentan con mayores recursos económicos, así como mejores armas.

El sombrío comportamiento de los políticos, en especial de los partidos Arena y Fmln, ha dado pie para que diversas voces se manifiesten sobre la nauseabunda partidocracia.

“El país se encuentra dividido entre dos fuerzas políticas que no ofrecen ninguna propuesta convincente y, mientras tanto, los ciudadanos parece que nos hemos acomodado a la mediocridad de lo que hay: Dos partidos retrógrados y adormecidos por la falta de propuestas convincentes con liderazgos creíbles”, opinó la comunicadora salvadoreña Leda Romero, residente en Chile.

Por su parte, Carlos Abrego, intelectual salvadoreño residente en Francia, afirmó que nos encontramos ante un vacío político, “no existe un partido que pueda encarnar hoy por hoy las aspiraciones populares. No existe y no se ve a corto plazo, ni a mediano plazo la posibilidad de que surja. Esto significa que por el momento la tarea no es llamar a votar, tomar partido por uno o por el otro, pues el resultado, el que sea, será la agravación de lo que venimos padeciendo.”

Según Abrego, la única salida viable a la crisis está al interior de la población, en su organización y trabajo tesonero: “Tenemos que salir de esa falsa alternativa, Arena o Fmln, ambos partidos están al servicio de la oligarquía y buscan gozar del dinero del Estado. Las crónicas de los diarios y televisiones están repletas de noticias sobre la corrupción pestilente.”

Como aderezo, una nueva alza de crímenes, al menos 68 entre viernes y domingo pasados, pone otra vez en tela de juicio los planes oficiales de seguridad, ya que la delincuencia demuestra que tiene condiciones para llevar la iniciativa, así como es un hecho que ejercen control territorial en el país.

lunes, julio 24, 2017

Un presidente que demuestra ser más de lo mismo

Por Guillermo Mejía

Desde diversos sectores se esperaba que el presidente Salvador Sánchez Cerén mostrara dotes de estadista, para vetar los recientes decretos aprobados por la Asamblea Legislativa referente a las reformas a las pensiones y la controversial ley de extinción de dominio, en especial en esta última por el riesgo de que promueven mayor impunidad.

Sin embargo, el mandatario salvadoreño afirmó durante su acostumbrado encuentro sabatino que sus abogados ya revisaron ambas decretos y no encuentran violaciones a la Constitución de la República, con lo que asumió una conducta legalista –si es demostrable-, muy distante de una postura ético-moral a favor de sus gobernados.

Subir el techo de 45 al 50 por ciento de los fondos de los cotizantes que puede tomar prestados el gobierno, a bajo interés y en detrimento de los ahorrantes, para pagar a los que ya gozan de su pensión es lesivo y resulta una salida olímpica a un problema que todos sabemos que, es cierto fue creado en gobiernos areneros, merece una respuesta que tiene que ver con una reforma fiscal integral.

Asimismo, las reformas a la ley de extinción de dominio, aprobadas por los diputados de los partidos Fmln, Gana, dos del PCN y una de Arena, realmente desde antes fueron promovidas especialmente por Arena, Fmln, Gana y PCN, coincidentemente instituciones políticas donde algunos de sus ex funcionarios o en ejercicio están siendo investigados por enriquecimiento ilícito.

“Nuestro equipo técnico ha analizado las reformas y no encontramos inconstitucionalidad; por lo tanto, las voy a sancionar. No existen vicios de inconstitucionalidad”, afirmó tácitamente Sánchez Cerén dando la espalda a una opinión dominante sobre la necesidad del veto presidencial a unas reformas que quitan los dientes a la ley que busca perseguir a los corruptos.

La Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA) en una reciente postura editorial estimó que “el innegable sesgo antiético de esta actuación de los diputados vuelve obligatorio el veto del Presidente de la República. Y se verá si aún quedan defensores públicos de la decencia y de la igual ante la ley.”

La UCA sentenció que “gracias a la reforma, el trato a los políticos que le roben al Estado será diferente al que se le da a pandilleros, narcotraficantes y miembros del crimen organizado. Por ejemplo, para los pandilleros, la prescripción de la extinción de domino es de 30 años después de adquirido el bien, mientras que en el caso de los bienes obtenidos por delitos de cuello blanco será de solo 10”.

Como nos ilustra el profesor español Javier del Rey Morató, especialista en comunicación política, la democracia es un sistema en el que hay una tensión entre los hechos y los valores, tensión en la que no es infrecuente que triunfen los hechos, con sacrificio para los valores: “Ese sacrificio admite la posibilidad de juzgar la marcha de la democracia, en la medida en que se aleja y traiciona esos valores, o en la medida en que se acerca a ellos, desde la imperfección que se le supone a toda organización social de la convivencia”.

Por lo que se aprecia, pues, los demandantes de una postura de Sánchez Cerén más consecuente con principios que ha enarbolado su partido de izquierda se ven obligados a esperar otra oportunidad a ver si el presidente salvadoreño realmente muestra cualidades de un estadista, que es lo que necesitan los pueblos sufridos como el nuestro, más que un mandatario que resulta ser más de lo mismo.

martes, julio 18, 2017

La responsabilidad de gobernantes y periodistas más allá de cantos de sirena

Por Guillermo Mejía

Periodistas y editores de medios tradicionales han lanzado la alerta sobre la posible aprobación de una ley mordaza en la Asamblea Legislativa, por iniciativa del Vice-ministerio de Prevención Social, bajo la premisa de que la prensa debe contribuir en la promoción de la prevención de la violencia, la convivencia y la cultura de paz.

Salvo excepciones, no existe lugar donde los gobernantes de turno no busquen imponer controles a la información, elemento estratégico de la sociedad, al igual que como respuesta los periodistas y editores aducen que ellos sabe cómo hacer su trabajo, que no hay mejor ley que la que no existe, en suma dos posturas irreconciliables.

En el caso salvadoreño, en el proyecto de Ley del Sistema Nacional de Prevención de la Violencia se estipula el rol de los medios de comunicación a través del Artículo 30, donde contribuirán “procurando la autorregulación ética de la información y contenidos no violentos, para no afectar la salud mental de la población, sin perjuicio del respeto a la libertad de expresión, de prensa y de información”.

Para asegurar el cumplimiento de la ley se integrará la Dirección General de Prevención Social de la Violencia y Cultura de Paz, adscrita al ramo de Justicia y Seguridad Pública, y será la encargada de ejecutar las políticas, planes, lineamientos, programas y acciones encaminadas al fin determinado, con las instancias que regula la ley.

A simple vista, se puede observar una especie de “arroz con mango”, ya que por un lado apelan a la autorregulación, es decir al papel de los medios de comunicación a partir de su propias consideraciones éticas de la información, y, por el otro lado, a la regulación por la presencia de mecanismos legales que aseguren el cumplimiento de la ley, que para los denunciantes abre una puerta a la mordaza.

El Subjefe de Información de La Prensa Gráfica, Luis Laínez, consideró en un comentario que: “Esto, en una palabra, es mordaza. ¿Cómo se puede hablar de autorregulación si habrá un censor verificando que se cumpla, autorizado, además, de tomar ‘cualquier acción que sea indispensable y conveniente’?”

“Por decreto no puede haber paz y armonía. Y por decreto tampoco se puede crear un paraíso en la Tierra”, advirtió.

Para evitar este tipo de controversias, el colombiano Javier Darío Restrepo, veterano periodista y experto en ética, se decanta por la autorregulación de la profesión a través de códigos deontológicos que aseguren el cumplimiento de los preceptos, normas y principios, y apela a lo establecido por las Naciones Unidas en cuanto a que los gobiernos no tienen que regular a los periodistas.

En perspectiva, considero que el problema de la inseguridad, el crimen organizado y el narcotráfico no se resuelve solamente teniendo el favor de los medios de comunicación o cayendo en tentaciones de imponer mordazas, sino con actos firmes y consecuentes, de cara a la ciudadanía, situación que no ha estado a la altura ni en los gobiernos de Arena, ni en los del Fmln.

Tampoco se puede dejar de lado la falta de un periodismo honesto que realmente muestre a la ciudadanía los entretelones de esa inseguridad, crimen organizado y narcotráfico, por encima de coyunturas políticas, especialmente pre-electorales y electorales, en función de intereses particulares y de grupos de poder.

En otras palabras, urge responsabilidad por parte de gobernantes y también de periodistas y editores más allá de cantos de sirena.

miércoles, julio 12, 2017

Una partidocracia en crisis

Por Guillermo Mejía

Si en los sectores de derecha se habían creado esperanzas de un triunfo conservador en las elecciones municipales y legislativas de 2018, y en las presidenciales de 2019, por el mal desempeño del gobierno de izquierda, las disputas al interior de Arena por la forma autoritaria de escoger sus candidatos han abierto interrogantes.

Hay que recordar que, de acuerdo a la última encuesta de la Universidad Centroamericana (UCA), si bien una mayoría considerable afirmó que no desea que vuelva a gobernar el Fmln, también esa importante porción de la ciudadanía estimó que tampoco desea que regrese Arena a conducir los destinos de los salvadoreños.

En medio de la crisis generalizada, potenciada por una economía alicaída y la inseguridad con su estela de muerte, El Salvador se presenta como el país menos viable a nivel centroamericano, con el agravante que si bien Guatemala y Honduras presentan similares problemas es obvio que mantienen perfiles económicos de mayor auge.

Arena sigue mostrando su carácter autoritario y clasista, pues por un lado su dirigencia partidaria no da apertura a nuevas caras –aunque en realidad no representen nuevos planteamientos- por otro lado, en la disputa aparecen como posibles candidatos presidenciales personajes del empresariado que controla el partido.

Con sus propias especificidades, similares problemas se presentan al interior del partido Fmln donde el ejercicio político de escoger a sus candidatos no tiene nada que envidiarle a la derecha. Además de que presentan listas de ungidos por parte de la dirigencia de izquierda, cuentan con personajes que no tienen contrincantes sino que son impuestos por “consenso”, es decir impera el dedazo.

Uno de los puntos dramáticos de la izquierda es que son escasas sus propuestas frente a las elecciones presidenciales, dado el descrédito de muchos de sus dirigentes o la falta de consenso frente a figuras más potables, al grado que dependen de personajes externos al partido, como el caso del alcalde capitalino Nayib Bukele, a quien incluso tienen que aguantarle rabietas.

Recientemente, sostenía uno de los opinantes cotidianos de programas de radio y televisión que la única diferencia que encontraba entre los problemas que enfrenta Arena y el Fmln es que en los primeros es más fácil que afloren contradicciones, porque los que buscan sus candidaturas tienen solvencia económica, situación que los vuelve más independientes de la cúpula del partido. Mientras, en el Fmln, al contrario, la dependencia económica, el hecho que tienen que sobrevivir a partir de una candidatura o un puesto en alguna instancia del Estado, les obliga a guardar silencio aunque no estén conformes con las decisiones de la cúpula de un partido que, al igual que Arena, es autoritario.

Para ambas agrupaciones políticas, tan importantes pero sumidas en crisis, el otro escenario que no pueden desconocer, y de una u otra forma tienen que darle respuesta, es la inobjetable variable interviniente que representan las “maras” como actores políticos a partir de que ejercen control territorial y que, en otros procesos electorales, han tenido muchísimo que ver.

Llama la atención el hecho que personajes tanto de Arena como del Fmln que en otras ocasiones han dialogado e incluso llegado a acuerdos con las “maras” vuelvan a aparecer como candidatos a diputados y alcaldes. Aunque realmente no es una novedad, ya que por mucho que se ha dicho al respecto algunos de ellos aún tienen su lugar asegurado en las mismas instancias o en el gobierno de turno.

La ausencia es de la ciudadanía que no trasciende de su apatía y malestar frente al quehacer de los políticos, es decir desmovilizada y sin esperanzas, a lo que se suma una precaria cobertura mediática de tan elementales acontecimientos que significa falta de ejercicio profesional en la búsqueda de crear consciencia crítica o compromiso político-partidario que va en desmedro de un periodismo honesto.

martes, julio 04, 2017

La ciudadanización de los procesos electorales

Por Guillermo Mejía

Los dirigentes de los partidos políticos se muestran conformes con el remedo de consulta de sus bases militantes para la elección de candidatos a alcaldes y diputados de cara a las elecciones de 2018. Si esas bases partidarias, en particular, y la sociedad en general, fueran verdaderamente exigentes tendríamos procesos electorales democráticos y transparentes.

Las candidaturas –de dedo- se componen de quienes gozan del visto bueno de las cúpulas partidarias, se llega al descaro de llevar a personajes involucrados o acusados de participar en actos delictivos como, por ejemplo, el diputado Ernesto Muyshondt y el alcalde Salvador Ruano, por Arena, o el asesor de seguridad Benito Lara y el Vice-ministro José Luis Merino, por el Fmln.

En ese marco, la ciudadanía solamente sirve de pretexto más que de sujeto activo de un proceso que le corresponde por derecho en cuanto vive en una sociedad que se perfila como democrática y en constante cambio, luego de haber pasado doce años de conflicto armado y que mutó a una guerra social con su estela de muerte y desplazamiento.

Resulta común, pues, que las cúpulas partidarias preparan con antelación sus listas de escogidos, algunos de los cuales llevan años incrustados en la Asamblea Legislativa o en las alcaldías municipales, se las pasan a sus bases militantes y de esa forma justifican los requerimientos de ley conforme a lo que establece el Tribunal Supremo Electoral.

Contrario sería que la población salvadoreña ciudadanizara los procesos electorales, tal como se estima en las democracias modernas a fin de hacer partícipe de dichos procesos a las bases militantes y ciudadanía en general. Se correspondería con aquello de que el soberano es el pueblo y el que elige, pide cuentas y reconoce al que le sirve desde el poder.

Para ciudadanizar los procesos electorales también es necesario ciudadanizar la comunicación. Es decir, empoderar al ciudadano para que participe activamente en los procesos comunicativos a fin de que sea interpelado y de esa forma recupere el control de la agenda temática superando la idea tradicional de que lo público es sinónimo del Estado como si no fuese la persona el eje de la acción política.

Entonces, una perspectiva ciudadana de la política y la comunicación implicaría que los partidos políticos ya no impongan candidaturas, sino esas candidaturas se construyan desde la ciudadanía con las personas idóneas y también se elaboren programas de gobierno que reflejen los intereses de la colectividad.

Los periodistas deben involucrar al ciudadano en los procesos electorales completos, no solamente encantarlo para que emita el voto. Es necesario que el ciudadano se encuentre con los candidatos para que discutan sobre temas de gobierno más allá de los temas de campaña; es decir, trascender de las cancioncitas o las camisetas al debate ciudadano.

La periodista colombiana Ana María Miralles, experta en comunicación y ciudadanía, afirma que en la actualidad “la máxima aspiración que tiene la población es que los candidatos no sean ladrones, sin darnos la oportunidad de analizar a fondo cada una de sus intenciones o propuestas; es decir, partir del candidato y averiguar quiénes son sus aliados”.

En ese sentido, Miralles insiste en que “se necesita ciudadanizar la política y politizar la ciudadanía”… en otras palabras “somos los ciudadanos los que debemos rescatar la palabra política”.

martes, mayo 02, 2017

Periodismo y poscensura

Por Guillermo Mejía

El uso indiscriminado de las redes sociales y el descrédito del periodismo en la sociedad contemporánea, entre otros aspectos, hacen difícil el debate racional y dan cabida en el escenario a personajes como el presidente estadounidense Donald Trump, en un fenómeno llamado poscensura.

Según el columnista español Juan Soto Ivars, autor del libro “Arden las redes”, los algoritmos de Instagram, Facebook y Twitter “ahondan la división creando islas ideológicas cerradas donde los usuarios tienden a recibir solamente opiniones políticas afines” e informaciones –reales o falsas- que corroboren sus prejuicios.

“Trump se ha aprovechado de la poscensura, un fenómeno nuevo y peligroso, producto de nuestro tiempo, que surge de la alineación de las redes sociales, la crisis de credibilidad de la prensa y una combinación de corrección política y guerra cultural”, dice Soto Ivars.

“La poscensura genera linchamientos, pero sobre todo destruye la posibilidad de un debate racional, y crea las condiciones perfectas para que un discurso como el de Trump tenga credibilidad”, agrega.

En ese sentido, la poscensura es un “sistema represivo que no requiere leyes ni estado censor, y que impone sus prohibiciones infundiendo el miedo a ser catalogados como traidores”: Los izquierdistas tienen miedo de que una multitud les llame machistas, racistas u homófobos, mientras que los derechistas temen etiquetas como buenista, relativista o progre.

“La poscensura mata el debate racional y exacerba los insultos y las acusaciones”, señala el autor español. A partir del fenómeno, se entiende el éxito de las posiciones radicales y el desmérito de la sutileza, y se comprende el hecho de que pese a los ataques de la izquierda haya salido victorioso el ahora presidente de Estados Unidos.

Soto Ivars nos ilustra:
“Los progresistas políticamente correctos y los puritanos conservadores tienen en común la alergia a la libertad de expresión de sus adversarios. Los izquierdistas imponen sus trigger warmings (avisos de que un texto contiene expresiones potencialmente ofensivas para las minorías), y los conservadores llevan a los tribunales a quienes mancillan los símbolos nacionales.”

“Unos construyen eufemismos para los negros o los enfermos y se los imponen al resto, mientras que otros logran que un pitido sustituya la palabra fuck en la televisión. Unos consiguen que se expediente a un profesor que cuestionó la existencia de la cultura de la violación, mientras que otros logran el despido de Ward Churchill de la Universidad de Colorado porque sugirió que el 11-S fue consecuencia de los ataques norteamericanos contra países musulmanes.”

Soto Ivars considera que la hiperconexión de las sociedades democráticas nos ha sumido en una guerra intransigente de puntos de vista, en una batalla cultural de batallones líquidos, a los que uno se adscribe sin más compromiso que la necesidad de que el grupo le dé la razón, a lo que se une la prensa irresponsable.

Así: Las redes sociales se han convertido en un canal por el que la ofensa corre libremente hasta infectar a los periódicos, la radio y la televisión, mientras las masas exigen –según se sientan afectadas- recortar la libertad de expresión.

Por ende: El proceso nos hace a todos menos libres por miedo a que una multitud de desconocidos venga a decirnos que somos malas personas. A medida que la ofensa se vuelve libre, el pensamiento se acobarda.

Al final: La concepción clásica de la censura requería un poder totalitario y unas leyes que la sustentasen, pero lo que Soto Ivars llama «poscensura» es un fenómeno desordenado de silenciamiento en medio del ruido que provoca la libertad.

viernes, febrero 24, 2017

Periodismo y posverdad

Por Guillermo Mejía

Para muchos la palabra de moda es posverdad, traída del vocablo inglés post-truth que, según el Diccionario Oxford, denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal. Los casos más ejemplarizantes de esto son el gane de Donald Trump en Estados Unidos y el Brexit en Europa.

De todos es conocido que los espacios mediáticos están contaminados de posverdad en línea de imponer visiones de mundo y es precisamente con las nuevas tecnologías que prolifera un seudo periodismo –que lamentablemente contamina hasta los medios considerados más serios- en un sinsentido que va en detrimento del derecho a la información.

El Salvador no es la excepción. Aparte de las formas antiéticas e inmorales que proliferan en la mayor parte de medios de comunicación social por intereses particulares –sean políticos o comerciales- existe una gama de espacios dizque independientes o que se amparan en ser expresiones de periodismo digital, pero lo que menos trabajan es información fidedigna.

Más que indagar sobre el fondo de los casos de corrupción en los gobiernos de los últimos 25 años, que comparten los partidos Arena y Fmln, nos encontramos con una plataforma mediática donde se conjugan medias verdades, medias mentiras, derroches emocionales, en fin, una cadena de acusaciones y justificaciones de acuerdo a intereses determinados.

Por otro lado, la violencia social, que se enfoca sobre todo en el fenómeno de las pandillas, se aborda desde la superficialidad donde roba espacio el discurso oficial que pretende imponer el exterminio como forma de solución de un problema tan complejo, al gusto de lo que la gente quiere oír, y cargado a partir de que estamos en una año pre-electoral.

Solamente desde voces y espacios marginales se escucha la denuncia de que subsistimos en una Estado criminalizado, que no tiene mucho que envidiarle a un Estado fallido, donde la institucionalidad está prostituida y se sostiene bajo directrices de personajes contaminados en el pasado reciente con hechos de corrupción, triquiñuelas electorales y menosprecio por la ciudadanía.

La transparencia y acceso a la información, por ejemplo, son palabras vacías.

“La posverdad es el mejor caldo de cultivo para la mentira instrumentalizada al servicio del juego sucio. Y no es verosímil creer que con el juego sucio ni la libertad ni la convivencia ni el progreso puedan salir beneficiados. Al contrario, no hay libertad que no descanse en la protección de la verdad, ni convivencia posible si la verdad no es respetada, ni progreso real sin verdades contrastadas”, dice el abogado español Miquel Roca Junyent.

“Ciertamente, la verdad puede ser poliédrica; puede tener muchas caras. Pero cada una de estas se construye desde la ambición de respetar la verdad. Puede ser interpretada de formas diversas, pero se busca hacerlo desde la fidelidad a la verdad. La posverdad neglige la verdad, no la interpreta, simplemente la considera irrelevante. Cree que puede prescindir de ella”, agrega.

Bill Kovach y Tom Rosenstiel en su libro “Los elementos del periodismo” afirman que en los últimos trescientos años, los profesionales de la información han desarrollado un código no escrito de principios y valores que configuran la actividad informativa. El más importante de esos principios es el siguiente: La primera obligación del periodismo es la verdad.

“El deseo de que la información sea fiel a la verdad es elemental. Puesto que las noticias son el material que utiliza el ciudadano para informarse y reflexionar sobre el mundo que le rodea, su cualidad más importante consiste en que sean útiles y fiables”, nos dicen, “El deseo de la verdad es básico, y tan poderoso que todas las pruebas indican que, además, es innato”.

La posverdad se combate con el compromiso con la verdad. Y ese compromiso no puede verse sin sustancia, pues pasa por la responsabilidad, en especial con los públicos que son los dueños o titulares de la información. Ya no es tiempo ni de periodistas estrellas, ni de consumir cualquier producto como informativo.

Desde los periodistas y los medios de comunicación debe haber un compromiso ético moral con un tratamiento adecuado de la información, de la separación de la información de otros intereses que vayan en detrimento de la ciudadanía que tiene derecho a estar informada de manera adecuada y suficiente.

Y, uno de los retos más sentidos, esa ciudadanía cada vez tiene que corresponsabilizarse también con su derecho a la información –y a la comunicación- frente a las tropelías del seudo periodismo que le apuesta a la posverdad por intereses particulares; es decir, hacer valer su voz como titulares de esos derechos.

Los periodistas y los medios de comunicación también necesitan del esfuerzo y acompañamiento ciudadano, puesto que los problemas del periodismo no pueden verse independientes de la sociedad en que se desarrolla. Una ciudadanía crítica, empoderada, coadyuva a cualificar ese periodismo tan necesario en toda sociedad que se dice democrática.



miércoles, febrero 08, 2017

Mis años en el ahora cincuentón Diario El Mundo

Por Guillermo Mejía

Llegué en 1986 para quedarme unos 40 meses. Provenía de la prensa internacional. Era una combinación muy particular, pues con El Mundo también compartía mi trabajo de corresponsal de prensa extranjera.

Poco a poco habíamos conquistado espacio en los medios locales, especialmente la radio y la televisión, porque los principales periódicos –La Prensa Gráfica y El Diario de Hoy- mantenían una actitud reaccionaria que, con todo y todo, todavía se les sale en temas sensibles y que los ponen quisquillosos.

En ese marco, el espacio más provechoso de la prensa salvadoreña lo había tenido en Cadena Sonora, en 1982, cuando editábamos “El Día... el noticiero de la tarde”, junto a mi hermano Alberto Barrera, en la actualidad director de la radio YSUCA, y Marcos Alemán, corresponsal de la agencia AP.

Del nombre de nuestro noticiero partimos con mi hermano para llamar “Al Día”, de Canal 12, al espacio noticioso que se fundó. Yo redactaba cada tarde los encabezados que con anterioridad aparecieron de mecatazo en la pantalla, con letras blancas en un fondo azul. Luego tuvimos la experiencia en El Noticiero de Canal Seis.

Iba y venía en mi jugada periodística que acompañaba con mis estudios de periodismo en la Universidad de El Salvador (UES).

De repente, me encontré cada mañana en un antiguo edificio, mole de concreto y sin ningún retoque, donde dos viejos periodistas corrían de la seca a la meca y lanzaban un gritillo que ponía nerviosos a todos, incluida a la “nana” de la pandilla, la Sra. Sonia de Rodríguez, quien además se ocupaba de Sociales.

Los viejos periodistas eran Cristóbal Iglesias, director, y Rodolfo “el indio” Vásquez, jefe de redacción, y el lugar era Diario El Mundo, frente a la Lotería Nacional, a una cuadra del Bar Chico (Hotel Nuevo Mundo), más distante del Bar La Bota, el Café Bella Nápoles y el pan Lourdes, lugares que con varios colegas solíamos frecuentar.

El Mundo era un oasis en medio del desierto, ahí don Cris y don Fito echaban punta con nosotros, los de la UES: Argentina Velásquez, Nelson González, Guadalupe Corleto, Juan Gálvez, René Contreras, Edgar Rivas, Paco Campos, entre otros. En un ambiente común con los colegas Francisco Martínez (ya fallecido), René “chucho” Hurtado, Quiquito García, Chamba Juárez, el “sapo” López Pérez (ya fallecido), Pedro Martínez (ya fallecido), Raúl Méndez, el caricaturista Bernardo Mejía Rez, entre muchos.

En El Mundo me endilgaron al menos tres apodos de acuerdo a las circunstancias. Don Cris me llamó de sopapo “el peludo” porque el cabello lo andaba largo, más bien melenudo por ser rizado y, de vez en vez, también me decía “cangrejo” por usar lentes. Y Paco Campos me puso “benji” en alusión al perrito colocho de las películas.

Para la sociedad salvadoreña fueron muy importantes los espacios que mantenía Diario El Mundo, gracias a la acción inteligente de los dos viejos periodistas. En medio de la guerra se pudieron colar pensamientos diversos que dieron ciertos elementos para el análisis de lo que estaba pasando, aunque eso no era del agrado del poder.

De don Cris, el punzante y jocoso Hilarión Juárez, que deleitó a los lectores de Diario El Mundo, guardo muchos de sus escritos y para ilustrarlos les recordaré algunos trozos donde me toma en cuenta:
“(...)Pero todos tienen derecho a que les devuelvan la fe, porque es lo último que se pierde y sin ella cualquiera da lástima, y yo se la he devuelto al peludo Mejía con una recomendación especial: que por el amor de Dios ya no falte los lunes (...)”

En ocasión del terremoto del 10 de octubre de 1986 nos dedicamos a escribir sobre la tragedia y sacamos algunas crónicas. Tengo en mis manos el recorte de una pasada con los damnificados del Modelo y La Vega. Un fragmento dice:
“Me despido. Cerca de la Iglesia de La Vega encuentro a una señora que trae un balde con agua ‘contaminada’, de los chorros rotos, quien me dice: ‘Tengo 70 años, soy coja, pero ahí me ve trabajando todo el tiempo (ríe). Siquiera esta agua conseguí. Uno de viejo quizás se hubiera muerto con el terremoto. Para qué seguir sufriendo’”.

Hilarión Juárez escribió después:
“Al ver que la damnificada había hablado, empezaron las demás a hablar, y lo que yo oí, copié y guardé en la bolsa vacía de mi tiesa chaqueta de Cabo de La Siberia, lo tengo para el libro que con Guillermo hemos pensado publicar con el título “La ayuda que desayuda”, de unas mil páginas ilustradas con San Jacinto y otros barrios “en el suelo”, y unas lecciones de primer grado para los que están dando lecciones de kinder, diciendo que son periodistas y maestros de los reporteros y de todos los corresponsales”.

Y, en ese mismo contexto, había escrito:
“Guillermo anda a paso cansino, como si no le dieran de comer, y se nutre a puro humo de cigarro, con la irreverencia de que me lo echa encima, para que a mis pulmones no les falte el del tabaco, ya que de bus tienen de sobra y mis órganos respiratorios parecen piso de huesera”.

Hay tantas cosas que recordar de don Cris y don Fito, este último que en medio del cierre de edición de pronto se enrolló las mangas, se me cuadró y me dijo “si querés démonos verga, cabrón”. Jajaja, recuerdo que le contesté “no se pele, don Fito, tranquilo”, al tiempo que se metió mi profesor René Contreras.

El enojo de “el indio” Vásquez duró un par de semanas nada más, al final nos echamos una gaseosa y recuerdo que me dijo, con un caluroso abrazo, “puta, Memito, si nosotros somos cheros… olvídate de esas pendejadas”. Jajaja, nos hicimos más amigos aún, siempre resuenan sus palabras “mire, cherito… puta cherito…”

Me quedó grabada también la vez que don Cris me salvó de que un miembro del Estado Mayor de la Fuerza Armada me fregara, porque a él lo regañó el ya fallecido presidente Napoleón Duarte por andar abriendo la boca más de la cuenta. Y don Cris precisamente eso le dijo, peor abrir la boca frente a un periodista.

Diario El Mundo recién cumplió 50 años, me alegra que –como lo establecieron esos viejos periodistas don Cris y don Fito- siempre por su sala de redacción siguen desfilando estudiantes universitarios de Periodismo, especialmente de mi Universidad de El Salvador (UES). Vayan por otro tostón de años más.

jueves, enero 19, 2017

Más deudas que esperanzas a 25 años de firmada la paz

Por Guillermo Mejía

Un estudio de opinión de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas reveló que en más de la mitad de salvadoreños persiste una idea negativa del desarrollo democrático de la sociedad, tras un cuarto de siglo de haberse firmado la paz, y que sería oportuno buscar un nuevo acuerdo que favorezca la unidad nacional.

“La pesquisa reveló que solo una minoría considera que los Acuerdos de Paz se cumplieron mucho (11%), mientras que uno de cuatro cree que fueron cumplidos en algo (24%). Un balance similar se encuentra cuando se consulta de manera específica por algunos de los principales objetivos establecidos en los Acuerdos”, señala el estudio.

Al consultarle a los ciudadanos qué tanto se ha cumplido el objetivo de impulsar la democratización del país, el 66.5% de los indagados asegura que se cumplió poco o nada con ese propósito, mientras solo uno de cada tres cree que la democratización del país se logró en algo o mucho.

“Una evaluación todavía más desfavorable se encuentra cuando se consulta sobre el objetivo de reunificar a la sociedad salvadoreña. El 73.5% consideró que este objetivo se cumplió poco o nada, el 19.6% dijo que se logró en algo, mientras que solo el 6.9% asegura que la reunificación de la sociedad como un objetivo de los Acuerdos de Paz se cumplió mucho”, dice.

“Estos significa que, a 25 años de firmada la paz, la mayoría de la gente señala un pobre cumplimiento de los principales propósitos que buscó aquel proceso de negociación política. En esa misma línea, al preguntar sobre la situación actual del país respecto a hace 25 años, cerca de la mitad de la población (48.3%) asegura que el país está peor que antes, una tercera parte de los encuestados dijo que el país está mejor que antes que se firmara la paz. El grupo que sostiene que el país está peor que antes, lo adjudica principalmente a que hay más violencia y a que hay una nueva guerra con las pandillas (66.4%)”, agrega.

A fin de enriquecer los puntos de vista acerca de tan trascendente hecho histórico para la sociedad salvadoreña, tras 12 años de guerra fratricida con su secuela de sangre y destrucción, presento a continuación las posturas de personalidades del campo periodístico, académico y de las letras:

Veinticinco años después
(Fragmento)

Por Jacinta Escudos

Veinticinco años después todo es diferente, aunque no necesariamente mejor. Al inicio, recién terminada la guerra en El Salvador, vivimos la euforia de la esperanza de un nuevo comienzo, pese a que los acuerdos firmados provocaron en algunos una sensación de pérdida al no realizarse las transformaciones sociales necesarias para solucionar las desigualdades económicas y sociales que perviven en nuestro país, y que fueron, han sido y seguirán siendo la base de nuestros conflictos, el germen de nuestra sempiterna violencia.

Nadie nos advirtió de la dureza y de los peligros de la posguerra. No estábamos preparados para ello. Las esperanzas y las buenas intenciones se diluyeron demasiado pronto. La realidad nos abofeteó día a día. La violencia renació con otros rostros, otros bandos, en otros territorios, con otras consignas. Es una violencia rabiosa, cruel, más inclemente que la vivida en la guerra. Más desesperanzadora porque aparenta no tener objetivo, solución ni final. Un enfrentamiento con trincheras y fronteras invisibles. Un paso en falso y estás muerto.

Veinticinco años después de la firma de los Acuerdos de Paz de 1992, no habría que menospreciar o subvalorar sus logros. Examinado en perspectiva, ese evento es un punto coyuntural importante en las transformaciones históricas del país. Pero sería absurdo pensar que a partir de aquello íbamos a ser felices para siempre, como en los cuentos infantiles de antaño, y que todos, absolutamente todos nuestros problemas de país, que son numerosos y complejos, iban a solucionarse de forma rápida y sencilla.

Supongo que se espera que una escritora formule palabras de aliento en un aniversario como este, pero la verdad es que no las tengo. Tampoco voy a repetir las frases que la solemnidad o la corrección política exigen. No las siento. Veo cómo está el país en diferentes aspectos y me entristece mucho. Hay que ser muy mezquino o muy ciego para no sentir preocupación por el estado actual del país.

En vez de decir algo, en vez de balbucear un inútil y falso optimismo, prefiero detener el momento para pensar en los muertos de la guerra, en los desaparecidos, en los niños que fueron vendidos a familias en el extranjero, en los masacrados, en los amigos que murieron, en los indígenas y campesinos asesinados en 1932, en los que se volvieron tan locos que encontraron y encuentran placer en el acto de matar, en Monseñor, en los que siguen muriendo, en los que siguen matando y muriendo, en todos nosotros.

Que la paz nos habite pronto.

(Jacinta Escudos, escritora salvadoreña, es columnista de Séptimo Sentido, La Prensa Gráfica)

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Esos trillados nuevos acuerdos de paz

Por Irvin Marroquín

Soy de la generación de la postguerra, una generación que nos enteramos sobre las atrocidades cometidas durante la guerra civil a través de la literatura, noticias, internet y los testimonios de los que no formaron parte de esos más de 75,000 asesinados o esos más de 5,000 desparecidos, por decir algunos números.

25 años han pasado desde que se firmaron los Acuerdos de Paz que propiciaron la participación política incluyente real de todos los actores de la época. Entendimientos que permitieron una refundación institucional del Estado. La refundación de un El Salvador que no castigará a la palabra con la muerte, tal cual ocurrió con Monseñor Romero, los jesuitas de la UCA y tantos otros que a través de su voz denunciaron las violaciones a los derechos humanos.

A pesar de ello, en estos 25 años, mi generación ha visto la consolidación de un modelo económico excluyente, un país que expulsa entre 300 y 400 salvadoreños para que en otra nación encuentren lo que no les puede dar su patria, un país en donde se mató a más de cinco mil ciudadanos el año pasado. Hemos visto convertirse en pandilleros a nuestros familiares, vecinos o conocidos, a la fuerza o de manera voluntaria.

A los actores de los Acuerdos de Paz les debemos la renovación del Estado salvadoreño, pero también nos deben a esta generación los problemas actuales y no solo a ellos, sino que a ese poder económico que sigue empecinado en mantener estas estructuras económicas injustas, que ni si quiera permite tener un salario mínimo legal digno para los que trabajan en la formalidad puedan acceder a la canasta básica.

En los Acuerdos de Paz, se dejaron de lado los problemas económicos y sociales, no se podía incluir todo en estos acuerdos. Era una deuda que se debía enfrentar después del conflicto armado, deuda que todavía se mantiene frente a otros problemas que han surgido en este último cuarto de siglo.

En estos 25 años de la firma de los Acuerdos de Paz hemos visto pasar a un FMLN con un discurso antiimperialista, de justicia social y económica; contra la corrupción y de justicia para las víctimas del conflicto, a un partido en el Gobierno pragmático, tolerante en algunos casos de corrupción y de abandono a las víctimas.

Por otra parte, hemos visto la transformación de un partido ARENA que intenta abanderar la lucha contra la corrupción y criticando la manera pragmática de gobernar del FMLN, cuando por dos décadas hicieron en mayor escala esas acciones que hoy critican.

Desde hace unos años he escuchado esta frase de construir unos nuevos acuerdos de paz, casi siempre en el marco del aniversario de la firma de los entendimientos de 1992. Lo he escuchado tanto, que ya parece un estribillo trillado y no es porque no sean necesarios, sino que simplemente suenan a frases o planteamientos que se deben de hacer solo en esa fecha.

En estos 25 años de la firma de los Acuerdos de Paz ha surgido nuevamente el planteamiento de unos nuevos entendimientos, los cuales serán organizados por la ONU para buscar soluciones a los problemas reales de El Salvador. Ojalá que esto no sea nuevamente un discurso retórico trillado.

Si eso es no es así, que en estos nuevos acuerdos se escuchen y se atiendan a las personas de las comunidades que sufren la violencia de las pandillas y de los cuerpos de seguridad pública, a los excluidos de este modelo económico; a las víctimas de ese conflicto que siguen pidiendo justicia; y a esta generación.

Para ello, es indispensable que los grupos económicos y políticos de la izquierda y la derecha abandonen sus intereses mezquinos que han propiciado la exclusión económica y política de las grandes mayorías. Si esto no es así, de nada vale ese monumento a la reconciliación y ese concierto a la paz en donde solo fueron invitados unos cuantos.

(Irvin Marroquín, periodista salvadoreño, es director de InformaTVX.com)

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Conmemoración a la desmemoria

Por Rodolfo Cardenal

La finalización de la guerra en 1992 mediante una negociación política es trascendental y amerita ser conmemorada. Pero una conmemoración realista no es autocomplaciente. Por lo tanto, no exalta a sus protagonistas ni sus anécdotas, sino que rinde homenaje a los caídos, a los que entregaron su vida, a los que no vieron la victoria ni disfrutaron de ventajas políticas y económicas. Una conmemoración realista coloca en el centro a las víctimas y les restituye su dignidad, arrebatada por los violadores de derechos humanos. Pero los caídos y las víctimas son los grandes ausentes en la conmemoración de este año, olvidados por unos sobrevivientes interesadamente desmemoriados, malagradecidos y poco generosos.

El triunfalismo de la celebración, orquestado tanto por el Gobierno como por las empresas mediáticas, oculta el alcance real de aquellos acuerdos. Aparte de terminar con la guerra, no pusieron fin a la militarización del país, de nuevo militarizado por otra guerra, tan perniciosa como aquella; no sometieron a la Fuerza Armada al poder político, pues ninguno de sus comandantes en jefe ha podido mandarla desde 1992, ni siquiera Cristiani, que encubrió los asesinatos en la UCA y detuvo la depuración de su oficialidad para evitar un golpe militar; la reforma de la cúpula del sistema judicial ha resultado insuficiente, porque todavía depende de intereses espurios como las cuotas partidarias; la Policía, que debiera haber sido civil y comunitaria, se encuentra cada vez más enfrentada con la ciudadanía a la que debía proteger, abusa de su fuerza y de nuevo favorece la operación de escuadrones de la muerte. La conmemoración ofrecía una oportunidad para redimensionar el alcance de los acuerdos de 1992, para reconocer los fallos en su cumplimiento y comprometerse a corregir el rumbo adoptado. Lo demás es simple autocomplacencia.

Es muy fácil levantar corpulentos monumentos a la reconciliación. Pero de nada sirven si no se hace justicia a las víctimas de violaciones a derechos humanos. Los discursos ni siquiera se detuvieron en ellas. Por eso, la conmemoración sufre de falsedad. Sin la verdad sobre lo ocurrido, sin justicia y sin reparación, no existe posibilidad alguna de reconciliación. Todos los Gobiernos han pactado con la impunidad. Ninguno ha tenido el coraje ni la entereza para derogar la ley que protegía a los criminales. Al contrario, han hecho todo lo posible para preservarla hasta que la Sala de lo Constitucional, para su consternación, la declaró nula. La fecha era propicia para comprometerse políticamente con el tránsito de la mentira a la verdad y de la impunidad a la justicia. Por eso, el voluminoso monumento a la reconciliación tiene fundamentos de barro. Las primeras demandas judiciales, como la de El Mozote, son el pedrusco que lo derrumbará.

La fijación en un pasado ya ido privó a la conmemoración de contenido sustancial. En los eventos y en los medios solo descollaron los protagonistas sobrevivientes. El pueblo salvadoreño fue el gran ausente, así como también lo fue en la negociación de los acuerdos. Mientras funcionarios, políticos, diplomáticos y unos cuantos estudiantes celebraban, la gente bregaba con un tráfico infernal, pues no le dieron el día feriado. El único toque de realismo fue el anuncio de una nueva negociación, de nuevo solo entre cúpulas partidarias, para intentar alcanzar un acuerdo sobre cómo superar la crisis financiera del Estado. La racionalidad, la sensatez y el sentido político básico brillan por su ausencia como hace veinticinco años. Por eso, los políticos han vuelto a recurrir a la mediación internacional.

Mientras los festejantes se vestían de pulcro blanco para celebrar el pasado, el pueblo salvadoreño viste de luto por los homicidios causados por la guerra social que devasta al país. Esta grave cuestión no parece figurar en la agenda de la negociación anunciada, pese a la propuesta presentada por una de las pandillas. Los argumentos gubernamentales para rechazar dicha propuesta son idénticos a los que hace poco más de veinticinco años aducían militares y políticos para descartar como absurda la negociación del final de la guerra con una guerrilla, decían, desleal, criminal y terrorista. Otro caso de desmemoria.

La celebración tiene mucho de conmemoración de la desmemoria. Olvido de los caídos y los veteranos de guerra; olvido de las víctimas de violaciones a derechos humanos y de sus asesinos; olvido del pueblo salvadoreño, reducido a concepto vago, y su lucha para sobrevivir; olvido del absurdo de la solución represiva y violenta. Cómo invocar la reconciliación con tantos olvidos.

(Rodolfo Cardenal, es sacerdote jesuita, director del Centro Monseñor Romero)

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La cultura de postguerra: Decálogo discrecional y arbitrario

Por Amparo Marroquín Parducci

Ese pensador místico y pesimista que fue Walter Benjamin dijo, una vez, que aunque parezca muy bueno luchar por la cultura, hay que evitar que esta nos lleve a construir documentos de barbarie, de imposición. Para escapar un poco de ello, invita a cepillar la historia a contrapelo y sacar las historias que no habíamos visto. Quizá así la cultura sea (por fin) de todos.

Me interesa que esa propuesta benjaminiana sea mi punto de partida, al identificar algunos sucesos de los últimos veinticinco años de historia cultural salvadoreña.

1992 fue declarado por la Naciones Unidas como el Año Internacional del Espacio. Un nombre que puede convocar muchos sentidos. Para la ONU, la idea era reflexionar sobre el uso del espacio ultraterrestre con fines pacíficos. La sociedad salvadoreña no lo hizo.

1992 fue un año de permitirse la esperanza. Fue un año de alumbramientos. Apenas teníamos acceso a computadoras, el Internet empezaba, los noticieros eran los programas más vistos en la televisión nacional y la finca El Espino era todavía un pulmón verde donde los pericos descansaban cada tarde. Los años que siguieron vieron nuevas propuestas, al regreso del exilio, mujeres y hombres salvadoreños crearon sueños como Tendencias, Primera Plana, o Sentir con la Iglesia. Duraron poco. ¿Las esperanzas? Esas se fueron desgastando.

Pero estos veinticinco años nos han dejado todavía algunos desafíos, sueños, certezas, provocaciones… yo escojo diez de manera arbitraria, a contrapelo de las historias protagonistas. Y recuerdo que en este país la cultura ha entrado muchas veces por la puerta de atrás. Divido este arbitrario listado en dos: algunos acontecimientos significativos y otros que faltan, como provocaciones posibles para seguir avanzando.

Acontecimientos
El primer suceso que coloco tiene que ver con contar la memoria. En 1993, la Comisión de la Verdad publicó un informe y recomendó al Estado salvadoreño construir un monumento para la reconciliación. El novelista Robert Musil dijo alguna vez que “no hay nada tan invisible como un monumento”, y parece que al gobierno le pareció muy bien esta reflexión, porque hasta hoy poco se ha ocupado de colocar altares, huellas, monumentos que sean, para todos, rememoración e historia. Han sido otros, como Probúsqueda, el Museo de La Palabra y la Imagen, o investigadoras como Georgina Hernández y Evelyn Galindo Pohl, quienes construyen con empeño estas memorias. Un movimiento desde la sociedad civil fue quien, después de muchos esfuerzos, consiguió inaugurar en 2003 el Monumento a la memoria y la verdad. Situado en el Parque Cuscatlán, es uno de los pocos monumentos vivos de nuestra capital. Dice, convoca, junta en un mismo movimiento víctimas civiles de todos los espectros políticos. He visitado muchas veces el monumento y siempre encuentro gente que va ahí como se va a un cementerio. A rendir un homenaje, a dejar una flor, a rezar, a estar simplemente. Si hay un muro que no divide, sino que une; si hay un muro indispensable es este, el que nos nombra.

Mi segundo acontecimiento recoge a su vez una larga sucesión vinculada al arte en el país. Varias de las manifestaciones que hubo en la década de 1970, como ha investigado Ricardo Roque, se silenciaron durante la guerra. Pervivieron en otro tipo de proyectos estéticos, a veces más militantes. Mi primera experiencia después de los Acuerdos la formaron las sucesivas ediciones de los Festivales Centroamericanos de Teatro, que cada año lanzaban propuestas y contaminaban de entusiasmo a muchos municipios, cuando la Caravana de Teatro se volvió una realidad.

El tercer acontecimiento que rescato en la construcción de procesos de simbolización cultural es la incipiente industria cultural. A pesar de los procesos adversos, la industria de la música y el cine se ha venido posicionando lentamente. Una nueva generación de cineastas emerge y promete contar nuestras propias historias en voz alta, con nuestros propios miedos y acentos.

El cuarto acontecimiento voy a denominarlo la irrupción de lo popular. En realidad, no es algo nuevo, pero es una persistencia que muchas veces no queremos ver. Durante estos años, lo popular ha adquirido visos de legitimidad en el canon cultural nacional. Más allá de festividades religiosas, estas décadas trajeron iniciativas novedosas. El INAR consiguió institucionalizar en 2001 el Museo de Arte Popular, y desde el Ministerio de Turismo se impulsaron festivales gastronómicos y otros aportes de lo local a lo nacional. En 2011, Elena Salamanca y Javier Ramírez convocaron apoyos y terquedades para llevar a cabo el Festival Ecléctico de las Artes (FEA), que desde la calle, el performance, la música o la memoria visibilizó formas de simbolización, gusto y consumo de la sociedad salvadoreña. Y lo popular sigue ahí.

El quinto acontecimiento es mucho más cotidiano y al mismo tiempo global. Ha cambiado las formas de comunicarnos, decirnos, imaginar nuestro mundo y habitarlo: la llegada del celular y su instalación al centro de nuestra vida. Ya en 2009, las estadísticas de la SIGET mostraron que había más celulares registrados que habitantes. Algunos estudios muestran que las personas entran en pánico, si piensan que han perdido su celular. Esta pequeña tecnología se ha colocado al centro de nuestra vida y define mucho de lo que somos. Desde ahí significamos. Nosotros hacemos mucha más cultura con un celular que con un piano. Y esta constatación debería ser un punto de partida para pensar nuestro sistema educativo.

Desafíos
Mi decálogo coloca cinco procesos más que aún no son, pero que en este contexto se vuelven urgentes.

Primero. El Salvador ha enfrentado procesos de urbanización acelerada, y el primer desafío que coloco es el de transformar nuestras ciudades en un proyecto educativo, convirtiéndolas en un texto para ser descifrado. Un reto podría ser que algunas de nuestras ciudades formaran parte de la Asociación Internacional de Ciudades Educadoras . Hay mucho por inventar e intervenir.

Segundo desafío: debemos trabajar intencionadamente por recuperar el tejido social. ¿De qué sirve una ley de cultura, si no nos vuelve capaces de mirarnos a los ojos y reconocernos? Hace más de diez años, Miguel Huezo Mixco y William Pleitez señalaron que la cultura debía llevarnos al encuentro del nuevo nosotros. Todavía estamos en camino.

Tercer desafío de la cultura: crearnos nuevas razones para la esperanza. Toda sociedad necesita creer y crear. Tener voz. Soñar. El arte juega un papel fundamental; si bien ya hay un camino, todavía falta mucho más. Los movimientos sociales son otro espacio para creer, desde el #YoSoy132 mexicano, pasando por la #NuitDebout francesa, hasta el #JusticiaYa de Guatemala. Los movimientos ciudadanos dan razones para soñar, aunque aquí seguimos sin encontrar una voz potente que, desde las calles y las redes sociales, reclame derechos que son de todos.

Un cuarto desafío es volver a la educación. Una educación que abandone el autoritarismo y apueste por la tolerancia y el diálogo. Que deje de preocuparse por la memorización de los conceptos y muestre que debemos enfrentarnos al mundo con mirada crítica. Sigue pendiente esa reforma educativa, la que nos enseñe a simbolizar, la que no piensa solo en contenidos, sino en maneras de aprender-saboreando, esa raíz común de saber y sabor que parecemos haber olvidado.

Finalmente, es necesario enfrentar este país en fuga que cada día pierde ciudadanos formados, soñadores. Los expertos llaman a este proceso fuga de cerebros, y quizá deberíamos hacer la operación contraria, la de un anclaje de cerebros. Jóvenes que estén en muchos sitios, pero que sepan dónde está su raíz y mantengan un vínculo activo. El desafío es esa ciudadanía nueva.
Todo listado es siempre discrecional, arbitrario. Así es el mío; pero es, además, un sueño. Que los próximos veinticinco años las maneras de construir cultura sean capaces de darnos abrigo, memoria, esperanza.

(Amparo Marroquín Parducci es profesora e investigadora en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas. El artículo apareció en el periódico digital El Faro)

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La perspectiva de Horacio Castellanos Moya
(Fragmento)


–¿Cómo es tu relación política y literaria con El Salvador?
–Es una relación un poco lejana, porque si bien sigo en la prensa lo que sucede, voy poco. El Salvador actual como materia literaria no es mi propósito; yo sigo escribiendo sobre el país de los 80 y 90, el de hoy me produce mucha tristeza porque siento que hay un aspecto de inviabilidad, es como un perro que da vueltas para morderse la cola. Hubo una guerra civil y una guerra revolucionaria para deshacerse de sesenta años de régimen militar. Es un país donde se lograron unos acuerdos de paz admirables, que permitieron construir una institucionalidad democrática muy buena, con alternancia en el poder donde las dos fuerzas beligerantes políticas –armadas– se convirtieron en fuerzas políticas. Resolvieron sus problemas por la vía pacífica y democrática, la división de poderes, la alternancia. Sin embargo, el país no sólo no sale de su circuito de violencia, sino que se intensifica. Ya no es política, sino que es una violencia absurda, de las pandillas, de las maras, del crimen. Hay un asunto que yo no logro entender que tiene que ver con esa cultura del crimen: todos los esfuerzos políticos rebotan porque no tienen un sustento cultural, es algo que da mucha tristeza. Es un país que produce tantos crímenes ahora como durante la guerra civil, o más. Sólo que ahora son crímenes absurdos, nada más por la criminalidad. No sé si una muerte ocurrida de una manera es mejor que una muerte de otra, pero no importa. La violencia con un sentido es más fácil de entenderla; la irracional no, es muy difícil de comprender.

–Aquí en Guadalajara participás de una mesa titulada: “De dolor también se escribe...”.
–Sí, sí, un título bastante particular. Se escribe desde el dolor, pero se vive desde el dolor. Es decir, yo creo que cuando uno nace, llora no para jalar aire, llora porque no hubiera querido quedarse ahí adentro. Llora por el desarraigo, por venir al mundo. Al mundo se entra llorando, con dolor. Todo despertar y todo nacimiento es doloroso. Y el dolor sigue siendo el factor, el gran fantasma del hombre, que está ahí, recurrimos a toda la ciencia y la tecnología para evitarlo, pero el dolor y la muerte, que es su jefe, son parte de nuestra humanidad. En los momentos alegres, felices tratamos de olvidar el dolor, pero luego vuelve. ¿Verdad? Nos inventamos las drogas que sean para poder subsanar, para poder olvidar el dolor, para poder curarlo. Pero el mayor dolor es la muerte y ahí no hay manera, estamos absolutamente vencidos. La literatura occidental está escrita desde el dolor. Por eso en la base de la literatura occidental están los dos poemas épicos griegos y la tragedia: la mejor representación del dolor.

–Norman Manea hablaba de la necesidad de recurrir al humor para superar diversas situaciones...
–Un escape, una válvula. El humor es una válvula. Y no es una válvula literaria. Se infiltra en la literatura si pertenece a la vida. Allí, uno se burla del dolor en una sociedad opresiva, tremenda. El humor permite relativizar las cosas horribles que nos pasan, es un mecanismo de resistencia ante las crueldades de la vida que padece el ser humano desde siempre, que se inflige a sí mismo. En mi caso el humor se infiltra en la literatura. Yo no quiero ser humorístico, es una forma de ser en mi país seguramente, uno se burla de las cosas que le pasan y eso lleva a cierto tipo de actitud sardónica ante la vida. Pero evidentemente el humor significa que la crueldad y la dureza con que la vida trata al ser humano ya se ha convertido en una rutina. El primer choque de la crueldad, del dolor, de la dureza de la vida, de la violencia, no se responde con humor, se responde con otro tipo de emoción. Pero una vez que estos sistema spolíticos autoritarios, dictatoriales, en los que se produce esta actitud ya como algo cultural nacional, ese impacto de la vida que se convierte en rutina, entonces el mecanismo para hacerle frente es el humor, la sátira, la ironía.

–En relación con el pasado reciente de la región, ¿uno puede tomarse con humor a los narcos, las maras, las fuerzas de seguridad?
–Hay muchos seres humanos que para vivir en poblaciones controladas por la mara tienen que reírse de alguna manera de la vida, o hacer chistes, poner apodos al poder, burlarse. Porque el poder es la mara. La verdad es que el ser humano utiliza el humor como un mecanismo de defensa y de resistencia ante el poder, pero el poder no necesariamente es el Estado. El poder puede ser una pandilla que controla una zona, un grupo de narcos que controla otra. Puede ser poder formal del Estado o un poder construido a partir de la informalidad. Es así.

(Entrevista al escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya por Héctor Pavón, publicada en Revista Ñ, Diario Clarín, Argentina)