miércoles, julio 06, 2016

El pop-ulismo por encima de la ideología

Por Guillermo Mejía

Los periodistas persiguen a los políticos, los políticos buscan la atención de los periodistas más allá de que los adulen o critiquen, en un espectáculo continuo donde la imagen y los discursos vacíos atiborran a los públicos que mantienen la sintonía, aunque renieguen de la política y carezcan de certezas ideológicas.

Son apreciaciones en torno al libro Política pop: De líderes populistas a telepresidentes (Ariel, 2016) de la profesora e investigadora argentina Adriana Amado, recientemente presentado en Buenos Aires, y que –como era de esperarse- ha sido bien recibido en círculos intelectuales y periodísticos.

“Cuando Andy Warhol, el rey de la cultura pop, sentenció que en estos tiempos todos tendrían derecho a sus quince minutos de fama no imaginaba que la forma más expedita para lograrlo era convertirse en político. O, más precisamente, en presidente, de esos que usan dinero de los ciudadanos para cumplir el sueño de ser celebridades con programa propio”, reza el prólogo.

“Hasta el más revolucionario sucumbe a la seducción de verse en pantalla aclamado por multitudes y adulado en campañas publicitarias que repiten incansablemente que son los líderes que la patria necesita. Llegan a contratar encuestas que dibujan números que ratifican el encantamiento”, agrega.

“Para colmo, no nos dejan ni ver tranquilos la televisión, tan empeñados en interrumpir la programación a cualquier hora con aviso de autoelogios o cadenas oficiales. Así los políticos se comen sus mentiras mientras los ciudadanos se indigestan de mensajes edulcorados o mastican sin tragar, su desencanto”, denuncia.

Según declaraciones de la autora a los periodistas, América Latina ha sido propicia para los políticos populistas obsesionados por sus apariciones públicas “que diseminan una millonaria red de relaciones públicas sostenida con recursos estatales”, lo cual evidencia que la comunicación es prioridad en el ejercicio del poder y en la búsqueda de gobernabilidad.

En su afán ha estudiado la comunicación gubernamental en Argentina, Colombia, Ecuador, México, entre otros países: “Y vi que era una forma de gobernar que no se restringía a una cuestión ideológica. Encontré rasgos comunes entre Uribe y Cristina. O entre Peña Nieto y Ollanta Humala en cuanto a cómo se comunicaba”.

Se propuso analizar cómo las políticas estuvieron marcadas por la lógica del espectáculo: “Esta lógica es poderosa porque genera mucha adhesión y entusiasmo pero al mismo tiempo es vacía y efímera. Esto explica por qué estos líderes que tenían una adhesión que parecía mayoritaria y prometían cambios estructurales terminaron diluyendo su capital político”.

“Estos líderes populistas que analizo en el libro tienen rasgos comunes: Dedican más tiempo a comunicar que a gestionar, gastan más dinero en medios de comunicación que en educación y suponen que los medios pueden cambiar las sociedades cuando en realidad es la sociedad la que transforma a los medios”, señaló Amado a los periodistas.

“En lo pop entra el Papa, que es la gran estrella pop de este siglo, y no es casual que se haya forjado en la Latinoamérica de siglo XXI. El toma todos esos grandes recursos. De hecho, todas sus espontaneidades están grabadas y eso es muy cercano a esa narrativa de los medios de comunicación de este siglo, de ese reality show, o del You Tube, o de la supuesta viralización, que parece espontánea…”, afirmó la investigadora argentina.

Caudillos pop y periodistas pop

“Los periodistas se convirtieron en groupies que siguen a la celebridad de turno como si fueran estrellas del espectáculo. Una inauguración aquí, un desfile allá, selfies con el pueblo invitado al acto nuestro de cada día, no menos de tres discursos diarios, si no televisados, por lo menos registrados por un séquito con rango de secretarios de Estado que asiste semejante exigencia escénica”, se lee en el ensayo.

“El líder pop necesita una prensa que lo venere o lo critique pero que jamás lo ignore, y que hable más de su imagen que de sus hechos. El caudillo obtiene del periodista repercusión y el periodista, del caudillo, temas de qué hablar. El periodista pop alardea de ser intérprete privilegiado de la voz de la gente igual que el caudillo pop se erige como vicario del pueblo”, se añade.

Como si pueblo y gente no fueran las mismas personas, según la obra referida, estos políticos y periodistas son oportunistas, acomodadizos a los cambios de clima, personalistas de esos que suponen que después de ellos solo viene el diluvio, efímeros –como demuestra la historia reciente- e inocultablemente ambiciosos, tanto más sensibles son a la conveniencia que a las ideologías. Como cualquier popstar.

Los políticos invierten más tiempo en comunicar que en gestionar, y a invertir más dinero en medios que en escuelas. ¿Y los ciudadanos?: “Los hay encantados de presenciar el espectáculo más importante que hayan visto y de ser parte de un grupo exultante. Hay otros inmunizados o fastidiados de tantos mensajes que contrastan con sus realidades cotidianas”, se advierte.

Los tiempos del pop-ulismo

“El populismo latinoamericano resulta, casi siempre, pop-ulismo: El personalismo que usa la demagogia y el espectáculo para encantar a multitudes que se miden en votos o índices de audiencia, según corresponda. El pop-ulismo es lo popular mediático al servicio de la construcción del político-celebridad, la comunicación política como una de las industrias culturales más promisorias de estos tiempos.

“Su maquinaria de comunicación es un gran negocio para medios, periodistas y consultores que se convierten en principales beneficiarios del régimen mediático, generoso para sus defensores y funcional para sus detractores. La política pop construye una máquina que se autolegitima para garantizar su subsistencia.

“No hay en Latinoamérica artista o empresa que maneje un presupuesto tan alto como el que insume la comunicación del líder pop ni que disponga de la cantidad de medios para divulgarlo. Sin embargo, el éxito del político pop-ular se explica mejor por la apropiación de los ritos globales del consumo, la religión, la exclusión, la ignorancia, que disimulan con mensajes insustanciales pero irresistibles.

“El caudillo pop cimienta su popularidad en la ritualidad de las prácticas sociales como el espectáculo y el entretenimiento; aunque en apariencia reñida con las pretensiones revolucionarias de estos líderes, resultan más efectivas que los mensajes publicitarios”.