lunes, enero 10, 2011

Los retos para recuperar a los sujetos de la comunicación

Por Guillermo Mejía

Cuando perfilamos los problemas de la comunicación masiva, en general centramos nuestra atención sobre el papel de los medios y sus hacedores, editores, periodistas, reporteros, foto-periodistas, etc., en menoscabo de los sujetos centrales de la comunicación; es decir, los seres de carne y hueso que están en la otra punta de la línea.

De esa forma, se precisa –a partir de planteamientos teóricos- la invisibilización de los receptores, pues resulta “más interesante” conocer sobre las prácticas de los profesionales de la comunicación social, sin importar lo que pasa en la otra parte importante del proceso, donde se consume, procesa y se opta como rutina cotidiana.

Tal como se perfila desde el aparecimiento de la cultura de masas, los trabajadores de la comunicación, en especial los periodistas y presentadores, han trascendido como sujetos centrales de dicho proceso, aunque no de manera pedagógica –para educar a las audiencias- sino como estrellas del espectáculo que se plantan a la par de los actores de la vida socio-política, económica y cultural.

El maestro Isidro Catela Marcos, profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca, se hace las siguientes interrogantes al respecto: ¿Cómo prescindir de ese receptor en el análisis de la comunicación?, ¿cómo ignorarlo?, ¿cómo considerarlo y relegarlo si se muestra como la razón misma de la existencia de la comunicación?, ¿qué sentido hallaremos sin construcción conjunta?

“Hoy más que nunca es ese receptor el que pone en juego la dinámica de su subjetividad, sus ‘ruidos’, cargados de sus propias competencias culturales y simbólicas, sus juicios acerca de lo que lee, oye y ve, y por eso mismo el resultado de la comunicación exige tenerle en cuenta como constructor mismo del mensaje, pues realmente éste se completa en él, en el encuentro, en el complejo proceso de la recepción que no es sino creación misma de un nuevo mensaje”, responde.

Hay que enfatizar en el problema que de la esfera comunicativa se pasó a la esfera informativa, donde ese sujeto central es desplazado: “Si desde su origen la comunicación ha sido encuentro entre personas, la identificación posterior con todo aquello que pasa por los medios ha hecho que los propios conceptos se hayan ido transformando de manera muy significativa”.

Así, se encuentra una serie de términos que comienza en la persona y se convierte en ciudadano, receptor, audiencia, masa, usuario, consumidor y cliente.

El maestro español trae a memoria cómo la crisis de los paradigmas a partir de la década de los 80 vino a darle un vuelco a la consideración de la comunicación, sobre todo en tiempos de neoliberalismo y posmodernidad, época de relativización absoluta, además de la aparición de las nuevas tecnologías y la globalización económica que trastocaron nuestras vidas.

La visión desde el sujeto era imprescindible. Las ciencias sociales se trazaron la tarea y, en especial desde la comunicación, “se ha traducido por la recuperación del receptor. Se trata de un tipo de enfoques que presta gran atención a lo común, a lo aparentemente trivial e insignificante, a las rutinas cotidianas de los sujetos” que apuestan por la capacidad del receptor en la construcción de sentidos.

Lleva a entender al receptor como pieza clave y primera de la comunicación, según Catela Marcos, “sencillamente porque desde él se piensa, desde él tiene sentido y, en última instancia, su actividad decodificadora es interpretación, producción de significados”, aunque no se puede menospreciar la estructura misma del mensaje. En el juego participan productores, productos y receptores, en un contexto.

El maestro español reivindica a los Estudios Culturales, originados en la Escuela de Birmingham, Inglaterra, en los años cincuenta del siglo pasado, como una de las propuestas válidas para comprender el binomio comunicación y cultura, en otras palabras entender las prácticas del sujeto receptor en su propia realidad. En América Latina esa escuela ha dado frutos importantes, aunque desde relecturas.

Catela Marcos propone algunas consideraciones para reivindicar la comunicación a partir de sus preocupaciones por los sujetos centrales del proceso:

Uno, la ética de la recepción no ama las cifras. Porque no son suficientes en sí mismas para comprender la realidad comunicativa que nos rodea, porque prefiere querer a las personas, sin necesidad de que estén cifradas.

Dos, la comunicación es apertura, no cerrazón. Búsqueda y encuentro.

Tres, la comunicación es el soporte imprescindible de la información. Una pizca de comunicación vivida personalmente es básica para darle sentido a la información que nos satura desde diferentes instancias.

Cuatro, el receptor no existe sin formación. Subsistirá, dependerá de los otros, estará abocado a recibir y en su aceptación o negación cerrará el proceso, pero nunca saldrá de su papel pasivo, de su ingenuidad.

Cinco, formación es conocimiento interno de los medios. Exigir y preocuparse por saber cuáles son los grupos de poder que están detrás de los medios de comunicación para poder así interpretar la información, y contrarrestar ese poder real que consiste, no tanto en molestar al gobierno o al ayuntamiento de turno, cuanto en modelar conciencias y transmitir maneras de entender el mundo.

Seis, formación es conocimiento del lenguaje de los medios. Nos capacitará para una recepción mucho más activa y nos hará entender que la realidad presentada es polisémica, no tanto porque cualquier significado sea posible, sino porque un sentido unívoco será más bien improbable.

Siete, formación es tarea ética, educación moral que vaya más allá del normativismo imperante.

Ocho, la comunicación no existe sin receptor formado. La información reducida a mero estímulo no necesita respuesta cualificada, necesita simplemente una respuesta.

Nueve, el receptor formado es exigente. Consigo mismo y con los demás. Se exigirá, por ello, comprometerse y participar más con aquello que lee, escucha y ve.

Diez, la autorregulación es exigencia necesaria. El receptor que se exige, exigirá a los demás y trabajará por formar parte de ese proceso.

Once, la autorregulación es exigencia insuficiente cuando los propios mecanismos que la articulan (ombudsman, estatutos, consejos, libros de estilo, asociaciones de profesionales y usuarios) son concebidos como parapeto que salvaguarda la imagen de marca del medio o cuando se utilizan como canal que ha de preparar la estrategia de reacción a partir de un escándalo o de una metedura de pata sonada.

Doce, el receptor autorregulado debe reivindicar el carácter social de la propiedad de los medios. Es recuperar la lógica de servicio que la masificación de los medios y el desarrollo tecnológico nos han hecho olvidar.

Trece, la recepción no se agota en la exposición del receptor de los medios. Y el propio receptor debe ser consciente de ello para considerar la importancia que tienen las mediaciones (familia, escuela, amigos, etc.) que resultan fundamentales a la hora de interpretar el sentido conjunto de lo que se ha recibido.

Catorce, la recepción no se agota en una sola exposición. La realidad mediática es una realidad caleidoscópica, por eso, el receptor formado busca más de una fuente, se acerca todo lo que puede al manantial, porque sabe que allí está el agua más pura, no se conforma con una sola visión, pues está convencido de que mirar así terminará por empobrecerle.

Quince, la recepción crítica enlaza comunicación y educación. El receptor que analiza los filtros que criban la información que recibe y que se preocupa por acudir a múltiples fuentes de información es un receptor crítico, y es crítica le lleva a introducir valores, a proponer modelos, a preferir contenidos y a influir sobre los demás.

Dieciséis, la recepción crítica es recepción voluntaria. Nos cuesta aceptar que el medio puede dominarnos como nos puede llegar a dominar cualquier aspecto meramente impulsivo de nuestro organismo. En la medida en que la recepción sea intencionada y voluntaria, la persona se reafirma ante el medio y ante la masa anónima que a la misma hora desde otro sofá está viendo y deglutiendo lo mismo que él.

Así las cosas, la tarea es inmensa, pero fascinante.

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