sábado, septiembre 01, 2007

La formación de opinión pública como instrumento de democratización

Por Guillermo Mejía

Hablar a estas alturas de los procesos de formación de opinión pública es harto complejo, dado las sofisticaciones de la sociedad actual y de los medios de comunicación colectiva como vehículos idóneos para que las ideas se difundan en el entramado de intereses y anhelos de la población y sus líderes.

En ese contexto, creo oportuno ahondar en esta ocasión en la urgente necesidad de que esos procesos de formación coadyuven a la profundización de la democratización a partir de la presencia de un sujeto consciente, preocupado por el interés público y partícipe de la opinión ciudadana crítica.

Un Estado democrático (o en vías de democratización) tiene la obligación de garantizar el libre acceso a la información pública, así como es deber ciudadano demandar ese libre acceso para contar con el parangón de posturas políticas, sociales, económicas, culturales, etc., que sirvan para la consecuente toma de decisiones en la sociedad.

En el caso salvadoreño, lamentablemente, lo anterior aún no es una preocupación del ciudadano común, salvo los más interesados o políticamente comprometidos, al grado que pareciera ser un tema que no trasciende más allá de los líderes de opinión, editores y periodistas, y de las reflexiones puntuales en las academias.

El ciudadano de a pie todavía está condicionado por la gama de necesidades básicas que tiene que solventar de alguna manera y pareciera que las virtudes ciudadanas, sus derechos y obligaciones en la sociedad, son cuestiones de segundo nivel. Al final, resulta más efectivo olvidarse de su situación en medio del bombardeo mediático adormecedor.

Los fenómenos de opinión pública

Cuando nos referimos a los fenómenos de opinión pública cabe destacar las múltiples definiciones –algunas muy simplistas- de esos procesos añejos que se instalaron a partir de “la existencia de grupos, comunidades, sociedades y pueblos, cuyos miembros mantienen relaciones entre sí (relaciones horizontales)”. (Monzón; 1996: 20)

También, que “en toda comunidad siempre ha existido algún tipo de autoridad que se impone, se acepta o dirige a la población (relaciones verticales)”, según Monzón, y el hecho de que “siempre ha existido la posibilidad, aun cuando en algunas sociedades haya sido pobre o ejercida por una minoría, de contestación y participación del pueblo en los asuntos públicos”.

Al hacer una revisión histórica cabe considerar el estudio de Dader (1992) que ubica en la Grecia Clásica la utilización del término “dogma poleon”, para referirse a lo que comúnmente conocemos como opinión pública. Además, cita a Ortega y Gasset, con Protágoras que en el siglo V a. De J.C. usó como traducción “la creencia de las ciudades” o “la creencia pública”.

“Pero si todavía pretendiéramos delimitar el fenómeno de la opinión pública en las coordenadas de las sociedades occidentales modernas, tendríamos que reconocer también que el término profusamente empleado hoy aparece por primera vez en los ‘Essais’ de Michael de Montaigne, en 1588, con la expresión directa de ‘opinion publique’. Dicho término empieza a popularizarse con la utilización, en un sentido social, popr Rousseau, a partir de 1744, y en un sentido político por Mercier de la Riviere, en 1767.” (Dader; 1992: 96)

Más acá, Kimball Young en su obra “La opinión pública y la propaganda” (Paidos Studio; 2001) asegura que “el concepto de opinión pública ha sido empleado en forma muy vaga y con distintos sentidos. A menudo no es más que un estereotipo agitado por oradores y escritores cuando discuten sobre problemas políticos y económicos”.

“La opinión pública consiste en las opiniones sostenidas por un público en cierto momento. Sin embargo, si examinamos las distintas discusiones sobre este problema, hallamos dos tipos de enfoques. Uno considera a la opinión pública como algo estático, como un compuesto de creencias y puntos de vista, un corte transversal de las opiniones de un público, las cuales, por otra parte, no necesariamente concuerdan entre sí en forma completa. El otro enfoque toma en cuenta el proceso de formación de la opinión pública; su interés se concentra en el crecimiento interactivo de la opinión, entre los miembro de un público.” (Young; 2001: 11-12)

Para cerrar el apartado creo de importancia reseñar a través de los estudiosos del fenómeno psicosocial que conocemos como opinión pública las diferentes visiones teóricas en juego:

-Visión racionalista: que pertenece y arranca de la concepción liberal tradicional del hombre y la sociedad. De acuerdo con la tesis fundamental de la Ilustración, los hombres nacen libres e iguales, dotados de racionalidad, y por consiguiente tienen derecho a sustentar diversos puntos de vista sobre las cuestiones que les afectan. Supuesta la racionalidad innata del hombre, en la discusión abierta del cúmulo de opiniones diferentes sobre un mismo tema, aquella que obtenga un mayor número de adhesiones acabará revelándose como la más adecuada. Si honestamente todos buscan la verdad, la coincidencia del mayor número tenderá a coincidir con la propuesta más racional. Autores: Gino Germani y Robert Park, entre otros.

-Visión irracionalista: Diametralmente opuesta a la anterior, plantea que la opinión pública o la faceta de ella que más fuertemente adquiere categoría de presión social es la que surge de prejuicios irracionales e intransigentes, escasamente basados en la realidad de los hechos y sin embargo comúnmente compartidos por la mayoría de la comunidad de modo visceral. Esta interpretación ha sido sostenida por autores temporal o ideológicamente tan dispares como Maquiavelo, Locke o Stuart Mill, los cuales, en la totalidad o parte de sus escritos, no dudaron en describir la “Voz del Pueblo” como ignorante, egoísta, caprichosa, voluble, intransigente y al mismo tiempo fácil de manipular. Autores: Walter Lippmann y Elisabeth Noelle-Neumann (La espiral del silencia), entre otros.

-Visión de la superestructura ideológica de clase: Está a mitad de camino entre las visiones racionalista e irracionalista. La posición dentro de la estructura de producción, el momento histórico, etc. Determinan el tipo de pensamiento y de ideología que expresará cada individuo por tendencia natural. En dicho esquema es lógico que la ‘ideología burguesa’ corresponda a la visión y posición en el mundo de la ‘clase burguesa’. La opinión pública, entonces, no proviene del debate racional entre todos los hombres libres e iguales –como señalaba el liberalismo clásico- sino que constituye el resultado fragmentado horizontalmente de las distintas clases que conforman la sociedad. Autores: Carlos Monzón, Silvia Molina, entre otros.

-Visión intelectualista, institucionalista y funcionalista: Comparando las tesis que sobre el papel e importancia de los intelectuales aportan la “sociología del conocimiento” y el radicalismo meritocrático orteguiano, puede establecerse una clara convergencia: Tanto si procede de una variante “izquierdista” como de una “conservadora de derechas”, la visión intelectualista preconiza la salvaguarda racionalista de la opinión pública sólo en el caso de limitarse o estar influida por las corrientes de opinión emanadas de los intelectuales. La institucionalista, versión más reciente y pragmáticamente mediocre del intelectualismo, sostiene que la cristalización o representación genuina de la opinión pública es el Parlamento. El funcionalismo, cuyo autor más representativo es Niklas Luchmann, es una visión dualista: institucional y funcional. La “función” que cumplen en el sistema social diversos elementos de simplificación es justamente preservar la cohesión del propio sistema.

-Visión crítica o industrial: El espacio público abandonado a las tendencias de la sociedad industrial y consumista estará dominado por corrientes de opinión irracionales, fácilmente persuadibles por los técnicos del marketing o la propaganda. Las corrientes de opinión racionales, capaces de purificar lo anterior, sólo podrán surgir cuando se instaure un estilo y unas condiciones de debate en libertad y con esfuerzo comprometido de todos los intervinientes por alcanzar acuerdos sólidamente racionales. Autores: Jürgen Habermas y la Escuela Crítica de Frankfurt. (Dader; 1992: 109-122)

Los procesos de opinión pública

De acuerdo con Young (2001) dentro de una democracia se parte de supuestos que se remontan a los griegos: 1. La comunidad y los controles políticos descansan en un cuerpo compuesto por los ciudadanos adultos y responsables de la comunidad; 2. estos adultos tienen el derecho y el deber de discutir los problemas públicos con la vista puesta en el bienestar de la comunidad; 3. de esta discusión puede resultar cierto grado de acuerdo; 4. el consenso será la base de la acción pública.

A continuación, el mismo autor describe las cuatro etapas básicas del proceso de formación de opinión pública con una quinta etapa de acción manifiesta:

En primer lugar, algún tema o problema comienza por ser definido por ciertos individuos o grupos interesados, como un problema que exige solución. (...) la esencia de esta primera etapa es un intento de definir la cuestión en términos tales que permitan la discusión por parte de individuos y grupos.

En segundo lugar, vienen entonces las consideraciones preliminares y exploratorias. ¿Cuál es la importancia del problema? ¿En éste el momento de encararlo? ¿Es posible darle solución? Estos aspectos pueden ser explorados en charlas, debates abiertos, crónicas y editoriales en la prensa, debates o comentarios radiales, y por otros medios de comunicación.

En tercer lugar, de esta etapa preliminar pasamos a otra en la cual se adelantan soluciones o planes posibles. Apoyos y protestas están a la orden del día, y se produce a menudo una acentuación de las emociones. Puede aparecer, en considerables proporciones, la conducta de masas, y frecuentemente los aspectos racionales se pierden en un diluvio de estereotipos, slogans e incitaciones emocionales. Esta etapa es importante porque en ella la cuestión se bosqueja con caracteres bien marcados y al tomar decisiones los hombres están controlados no sólo por valores racionales, sino también por valores emocionales. En otras palabras, en la formación de opinión, en las sociedades democráticas, intervienen a la vez consideraciones racionales e irracionales.

En cuarto lugar, de las conversaciones, discursos, debates y escritos, los individuos alcanzan cierto grado de consenso. (...) El consenso no significa un completo acuerdo entre todos.

En quinto lugar, la puesta en práctica de la ley aprobada, o el empleo del poder por parte de funcionarios elegidos, cae, estrictamente hablando, fuera del proceso de formación de opinión. En la realidad, en un sistema representativo, la minoría puede naturalmente seguir presionando para obtener una modificación. A través de la radio, la prensa, las asambleas y otros instrumentos de discusión pública, individuos o grupos con intereses especiales pueden hacer llegar nuevas sugerencias. (Young; 2001: 15-17)

Cabe señalar, a la vez, como el mismo autor estima al igual que Rivadeneira Prada (1995), que se debe tomar en cuenta que no ocurre lo mismo en todas las sociedades: las sociedades que viven dentro de una democracia representativa tendrán mayores posibilidades de interacción que las sociedades de masas.

“En la sociedad de masas –advierte Young- han desaparecido casi totalmente las formas comunicativas directas; se han modificado las relaciones personales, por el crecimiento de las ciudades, la división del trabajo, las estructuras del Estado moderno, las exigencias culturales, etc., y, sobre todo, por el auge de los medios de comunicación social”. (Rivadeneira Prada; 1995: 131)

De esa forma, vale reconocer que las distintas visiones teóricas acerca del fenómeno pueden sintetizarse en que en las complejas relaciones que se dan en las sociedades y el papel de los medios de comunicación, también sofisticados, confluyen los aspectos racionales e irracionales del ser humano.

En otras palabras, somos expresión de la dualidad entre la opinión pública-juicio, es decir, las corrientes de opinión que pretenden imponerse por la racionalidad, y la opinión pública-matriz, o sea los climas de opinión mediados por valoraciones culturales profundas y estereotipadas.

Un merecido cambio de timón

Para lograr que la formación de opinión pública sirva de instrumento democratizador debemos precisar el papel de los ciudadanos y el de los medios de comunicación social dentro de un proceso político. Y, valga la aclaración, considerando -como decía antes- que somos un compuesto de reflexión y emociones.

La ciudadanía debe poner toda su esfuerzo en el compromiso responsable, socialmente hablando, con el desarrollo con justicia y pasar de ser un sujeto pasivo a un sujeto activo y crítico de su realidad, más allá de la visión de mundo que sostenga. Es decir, en el espacio cabemos todos.

Los medios de comunicación deben estar orientados a la formación de opinión pública crítica, al igual que los ciudadanos, situación que puede comenzar a cambiar a partir de nuevas formas de comunicación y periodismo que tenga entre ceja y ceja a la ciudadanía.

En ese sentido, la formación de opinión pública crítica, en el caso salvadoreño, desde la comunicación y el periodismo pasa por trabajar con la gente desde una forma de inclusión, significa un compromiso en la construcción de ciudadanía: “El medio de difusión como garante de la expresión popular bajo criterios de responsabilidad frente a derechos y deberes”. (Mejía; 2005: 22)

Sería concretar en la realidad mediática los postulados de la comunicación política en cuanto a ese proceso de mediación simbólica que coloca en similares circunstancias a gobernantes y gobernados en función de la construcción democrática.

Pareciera ser que estaríamos pidiendo “peras al olmo”, por las mismas condiciones en que se desarrolla, por un lado, la política, y por otro, la función comunicativa y periodística, aunado a la falta de un papel activo y crítico de la ciudadanía en general.

Sin embargo, la construcción de ciudadanía y de una opinión pública crítica también se sustenta en un papel activo desde los diversos grupos que promueven el cambio en el país, independiente de su naturaleza de actuación, en ese marco cabemos los periodistas, los maestros, los ecólogos, los religiosos, etcétera.

Dentro de un proceso de democratización tenemos presente que: “Dar voz pública a la ciudadanía, pasa necesariamente por procesos deliberativos de formación de opinión pública, que se constituyen en toda una práctica pedagógica, con un sentido renovado de la política que ya no estará exclusivamente en manos de los ‘políticos tradicionales’ y que no necesariamente tiene que pasar por las instrucciones creadas en el sistema representativo (tales como el parlamento, las asambleas o los concejos), sino que se mueve en espacios más abiertos y definidos desde un punto de vista predominantemente cultural, más cerca de los sistemas simbólicos de la gente”. (Miralles: 1998)

A la vez, según el uruguayo Javier del Rey Morató (1996): “En la democracia mediática se abre y se consolida una especial e inédita legitimidad para los periodistas, que tiene su origen y su referente legitimador en la distinción que nos recordaba Sartori, entre la atribución nominal del poder y el ejercicio de ese poder: la atribución nominal del poder corresponde al demos, y su ejercicio a las elites elegidas por el demos”.

Y agrega: “Y si la sociedad, que no los gobernantes, es titular del poder, y lo delega por un período determinado de tiempo a sus representantes, esa reducción perceptiva que llamamos sujeto receptor es una figura compleja: es contribuyente, es titular del poder, es titular de la información sobre ese poder; es decir, receptor de mensajes que le informan sobre la política. El contribuyente y titular del poder y de la información se asoma a los medios de comunicación, desde los cuales los periodistas le ofrecen un relato sobre comportamientos y decisiones relacionados con ese poder cuya titularidad ostenta”. (Morató; 1996: 548)

Los ciudadanos, en general, tenemos el derecho a la información y los periodistas además gozamos del derecho de información. Es responsabilidad del Estado, donde también estamos todos, garantizar esos derechos inalienables que –en muchos casos- son violentados desde el ejercicio del poder y del periodismo.

Luchar por el fiel cumplimiento de esos derechos ciudadanos, que nos corresponde a todos, abriría la posibilidad de que la formación de opinión pública, mediante procesos adecuados y justos, coadyuve a la democratización de la sociedad salvadoreña.


Fuentes consultadas:

-Dader, José Luis (1992) “El periodista en el espacio público”, Barcelona, Editorial Bosch.

-Habermas, Jürgen (1986) Historia y crítica de la opinión pública, México, Ediciones Gustavo Gili.

-Mejía, Guillermo. “La ciudadanía como referencia hacia un cambio en el periodismo”. En: Revista Humanidades, número 7, año 2005, Facultad de Ciencias y Humanidades, Universidad de El Salvador.

-Miralles, Ana María. “El periodismo cívico como comunicación política”, En: Revista Nómadas, edición 9. Septiembre de 1998. Bogotá, Colombia.

-Monzón, Carlos (1996) “Opinión pública, comunicación y política: La formación del espacio público”, Madrid, Editorial Tecnos.

-Morató, Javier del Rey (1996) “Democracia y posmodernidad: Teoría general de la información y comunicación política”, Madrid, Editorial Complutense.

-Rivadeneira Prada, Raúl (1995) “La opinión pública: Análisis, estructura y métodos para su estudio”, México, Trillas.

-Young, Kimball (2001) “La opinión pública y la propaganda”, México, Paidos Studio.

Guillermo Mejía, periodista y profesor universitario. Este ensayo fue publicado en la Revista Humanidades, Número 10, 2007, de la Facultad de Ciencias y Humanidades, Universidad de El Salvador (UES).

martes, julio 31, 2007

Periodismo salvadoreño:
Entre la responsabilidad, las ataduras y las pasiones

Por Guillermo Mejía

De entrada creo oportuno decir como preocupación central de estas reflexiones el hecho de constatar que desde los años 80 –en plena guerra civil- hasta la actualidad nuestro periodismo ha estado marcado por el tutelaje de sectores de poder.

Si bien es cierto que hubo en este período de tres décadas mucho desarrollo tecnológico, en medios de importancia una apertura hacia temas como emigración salvadoreña, desarrollo socio-económico y político, etc., la censura y autocensura han estado presentes.

Muy al contrario de lo que pretenden hacernos ver y creer, especialmente en la prensa tradicional, el tutelaje mediático ha imposibilitado ganar espacios en el flujo pluralista de la información, la presencia de los sujetos anónimos y la construcción de ciudadanía crítica.

Querámoslo o no, las visiones ideologizadas, o sea las visiones sectarias, en general, no han contribuido a generar procesos de opinión pública que ventilen nuestros problemas y que enriquezcan el debate para encontrar soluciones que beneficien a la ciudadanía.

Son escasos y modestos los esfuerzos por hacer algo diferente, en espacios de información y de opinión, aunque siempre ha existido la tentación de las visiones ideologizadas, que es parte de nuestro desenvolvimiento en la historia.

Con anterioridad, en otro encuentro de comunicadores, afirmé que a estas alturas los principios de responsabilidad, independencia y visión crítica que sustentan el trabajo profesional de la prensa, aparecen débiles o ausentes por la confluencia de varios factores que atentan, a la vez, contra la democratización de la sociedad salvadoreña:

En primer lugar, la presencia de intereses sociales, económicos y políticos de grupos de poder que imponen sus reglas al ejercicio periodístico en detrimento de la ciudadanía. Lo podemos observar cotidianamente en muchas coberturas, pero es tan obvio especialmente en períodos como, por ejemplo, los procesos electorales. La actual coyuntura nos ha permitido constatar una vez más esas perversiones en el tratamiento del caso de Mario Belloso Castillo y también el proceso de los capturados en Suchitoto.

En segundo lugar, en general, los periodistas somos un grupo de la sociedad caracterizado por la falta de cohesión profesional, dispersión social, es decir no asumimos un papel responsable frente a la ciudadanía, y somos proclives a los encantos del poder. En otras palabras, apenas bosquejados, los periodistas optamos por vías más fáciles de sobrevivencia.

En tercer lugar, la ciudadanía, también en general, y especialmente por falta de instrucción y compromiso con el cambio, carece de las herramientas necesarias para hacer valer su derecho a la comunicación. Dentro de la sociedad aún no se conoce a plenitud sobre derechos y deberes en materia de comunicación.

En resumen, como escribí en otra oportunidad, resulta más que urgente y necesario que los periodistas y la sociedad tomemos conciencia sobre el imperativo de desmontar las prácticas mañosas, los discursos añejos y los miedos trasnochados que impiden un ejercicio periodístico que nos ayude a la consolidación democrática y el Estado de derecho.

Desde otra perspectiva que se asume más crítica de sectores de poder y con compromiso más ciudadano también es justo decir que la agenda y los actores principales han estado monopolizados por representantes en especial de oposición con lo que también la ciudadanía ha sido relegada.

En otras palabras, aún nos hace falta mucho camino por recorrer para asegurar la construcción de ciudadanía crítica -buen elixir para desmontar la polarización política y mediática- lo que nos ha llevado a privilegiar las visiones ideologizadas en detrimento del ejercicio periodístico que nos ayude a crecer en humanidad y comunicación.

Una apuesta por la ciudadanía

En otros espacios he expuesto que trabajar con la gente en la práctica periodística, desde una forma de inclusión, significa un compromiso en la construcción de ciudadanía; es decir, el medio de comunicación como garante de la expresión popular bajo criterios de responsabilidad frente a derechos y deberes.

En la actualidad, la relación medios-ciudadanos es al revés: la presencia muy pasiva de la gente a expensas de una oferta mediática adormecedora propuesta por periodistas que trabajan en una dirección. Difícilmente se puede hablar de intercambio o comunicación por la razón de que los medios descargan desde el poder –cualquiera que sea- y bajo los criterios e intereses de ese poder.

Como bien explica la comunicóloga colombiana Ana María Miralles, trabajar desde la gente sería “tener más en cuenta el punto de vista de los ciudadanos para hacer la agenda informativa y ofrecer elementos para que esos temas de iniciativa ciudadana encuentren canales hacia la acción, a partir de la información y la convocatoria de los medios a la deliberación pública”.

En ese sentido, uno de los presupuestos es que al que se le delega poder tiene que ejercerlo, pero en función de la gente. La profundización de la democracia necesita de información que otorgue vida no que cause frustración, apatía, indiferencia, fatalismo o conformismo. Los medios, en general, alineados con el poder, donde se conjugan funcionarios y expertos, han producido indiferencia, alejamiento y cinismo en la ciudadanía.

Ejercer desde la ciudadanía equivaldría a sacarla de su condición de espectadora y pasarla a la condición de actora de su destino, mediante la participación activa en la búsqueda de un mejor porvenir.

Es más que contrastar promesas políticas con obras cumplidas como algunos medios de difusión conciben su papel frente a la ciudadanía. Es darle voz en todo momento a la gente, que tiene el derecho de participar en la comunicación.

Es un modelo que tiene que irse construyendo paulatinamente con la presencia de la ciudadanía. El avance que en algunos espacios presenciamos aún no ha pasado de abrir cierto debate con participación de diversas corrientes políticas o de expertos consagrados por esos mismos medios. De ahí que hemos observado opiniones diversas pero, sobre todo, de quienes ejercen poder a partir de una entidad que ha sido legitimada por los periodistas. La gran ausente es la ciudadanía de a pie.

En síntesis, buscar el sentido renovado de la política que ya no estará exclusivamente en manos de los “políticos profesionales” y que no necesariamente tiene que pasar por las instrucciones creadas en el sistema representativo (tales como el parlamento, las asambleas o los concejos), sino que se mueve en espacios más abiertos y definidos desde un punto de vista predominantemente cultural, más cerca de los sistemas simbólicos de la gente, de acuerdo con los especialistas.

Los procesos de formación de opinión pública para la democratización

Hablar a estas alturas de los procesos de formación de opinión pública es harto complejo, dado las sofisticaciones de la sociedad actual y de los medios de comunicación colectiva como vehículos idóneos para que las ideas se difundan en el entramado de intereses y anhelos de la población y sus líderes.

En ese contexto, creo oportuno ahondar en la urgente necesidad de que esos procesos de formación coadyuven a la profundización de la democratización a partir de la presencia de un sujeto consciente, preocupado por el interés público y partícipe de la opinión ciudadana crítica.

Un Estado democrático (o en vías de democratización) tiene la obligación de garantizar el libre acceso a la información pública, así como es deber ciudadano demandar ese libre acceso para contar con el parangón de posturas políticas, sociales, económicas, culturales, etc., que sirvan para la consecuente toma de decisiones en la sociedad.

En el caso salvadoreño, lamentablemente, lo anterior aún no es una preocupación del ciudadano común, salvo los más interesados o políticamente comprometidos, al grado que pareciera ser un tema que no trasciende más allá de los líderes de opinión, editores y periodistas, y de las reflexiones puntuales en las academias.

El ciudadano de a pie todavía está condicionado por la gama de necesidades básicas que tiene que solventar de alguna manera y pareciera que las virtudes ciudadanas, sus derechos y obligaciones en la sociedad, son cuestiones de segundo nivel. Al final, resulta más efectivo olvidarse de su situación en medio del bombardeo mediático adormecedor.

Para lograr que la formación de opinión pública sirva de instrumento democratizador debemos precisar el papel de los ciudadanos y el de los medios de comunicación social dentro de un proceso político.

La ciudadanía debe poner toda su esfuerzo en el compromiso responsable, socialmente hablando, con el desarrollo con justicia y pasar de ser un sujeto pasivo a un sujeto activo y crítico de su realidad, más allá de la visión de mundo que sostenga. Es decir, en el espacio cabemos todos.

Los medios de comunicación deben estar orientados a la formación de opinión pública crítica, al igual que los ciudadanos, situación que puede comenzar a cambiar a partir de nuevas formas de comunicación y periodismo que tenga entre ceja y ceja a la ciudadanía.

Sería concretar en la realidad mediática los postulados de la comunicación política en cuanto a ese proceso de mediación simbólica que coloca en similares circunstancias a gobernantes y gobernados en función de la construcción democrática.

Pareciera ser que estaríamos pidiendo “peras al olmo”, por las mismas condiciones en que se desarrolla, por un lado, la política, y por otro, la función comunicativa y periodística, aunado a la falta de un papel activo y crítico de la ciudadanía en general.

Sin embargo, la construcción de ciudadanía y de una opinión pública crítica también se sustenta en un papel activo desde los diversos grupos que promueven el cambio en el país, independiente de su naturaleza de actuación, en ese marco cabemos los periodistas, los maestros, los ecólogos, los religiosos, etcétera.

Los ciudadanos, en general, tenemos el derecho a la información y los periodistas además tenemos el derecho de información. Es responsabilidad del Estado, donde también cabemos todos, garantizar esos derechos inalienables que –en muchos casos- son violentados desde el ejercicio del poder y del periodismo.

Luchar por el fiel cumplimiento de esos derechos ciudadanos, que nos corresponde a todos, abriría la posibilidad de que la formación de opinión pública, mediante procesos adecuados y justos, coadyuve a la democratización de la sociedad salvadoreña.

Conclusión

Sin pretender englobar una respuesta a la difícil relación de la ética con el ejercicio periodístico en el país donde todavía evidenciamos expresiones autoritarias, atraso en términos de formación, estándares profesionales deficitarios, y empresarios y editores atrincherados por perversiones ideológicas, entre otras falencias, estimo conveniente:

Primero, el fortalecimiento del gremio periodístico nacional con base en una auténtica toma de conciencia, centrada en la perspectiva ética y la construcción de ciudadanía, donde coadyuven periodistas, universidades y otras instancias de la sociedad civil, que fructifique en la promulgación de un estatuto profesional del periodista como ley de la República. Por ejemplo, eso incluye, además del secreto profesional que no potencie impunidad, la cláusula de conciencia. Otro elemento importante es asumir el Código de Etica de la Prensa Salvadoreña.

Segundo, los esfuerzos pertinentes de periodistas, universidades y otras instancias de la sociedad civil en busca de fortalecer la educación ciudadana, para el estudio, comprensión y demanda efectiva del derecho a la comunicación en el país a fin de que los salvadoreños demanden responsabilidad, veracidad y pluralismo a los medios de comunicación, a la vez que hagan escuchar su expresión. Uno de las conquistas podría ser el procurador para la defensa del perceptor de medios.

Tercero, la instalación de observatorios de medios de comunicación por parte de instancias de la sociedad civil, entre estos académicos y periodistas, para que los ciudadanos analicen las ofertas mediáticas y se pronuncien frente a productos periodísticos adulterados, tergiversados o manipuladores de la conciencia, porque eso atenta contra el derecho humano a la comunicación y la ética periodística.

En síntesis, que los periodistas, en particular, y los ciudadanos, en general, hagamos un esfuerzo de construcción de un nuevo carácter de la comunicación salvadoreña, es decir, una nueva forma políticamente comprometida de experimentar la comunicación que posibilite los cambios postergados. La sociedad salvadoreña ya no debe consumir periodismo chatarra y, por ende, impregnado de toxinas.

[Ponencia presentada en el Foro: "Rumbo del periodismo salvadoreño: ¿Avance o agotamiento?", celebrado en la Universidad Centroamericana (UCA), el 24 de julio de 2007]

miércoles, junio 27, 2007

La apertura mediática en el ejercicio democrático

Por Guillermo Mejía

Cualquiera dirá que aún falta mucho camino por recorrer, para llegar a las elecciones generales del 2009; sin embargo, desde ya es saludable para la construcción democrática salvadoreña que recordemos la necesidad de una apertura mediática que posibilite el conocimiento y debate de las diversas plataformas partidarias.

La experiencia salvadoreña nos ha mostrado cuán ausente ha estado esa posibilidad de debate político a lo largo del tiempo. Generalmente, las posturas conservadoras han tenido espacio de sobra no solo para dar a conocer sus ideas, sino la deformación de la realidad frente a los planteamientos de oposición.

La construcción democrática nos demanda que la ciudadanía tenga el ramillete de expresiones partidarias, para escoger, a su conveniencia, las personas que tenga a bien que la gobiernen y, en el caso del 2009, desde el Ejecutivo, el Legislativo y los concejos municipales. En ese sentido, la ausencia de alguna de esas expresiones no abona a la democracia.

Cuando hablamos de presencia de todas las fuerzas partidarias en el espacio mediático nos referimos a un trabajo periodístico que va más allá de la simple pauta informativa, manipulable por cierto, o la simple presencia en entrevistas matutinas que saturan la mayoría de veces con los mismos personajes legitimados por los medios.

La comunicación política nos posibilita un trabajo riguroso que contrasta los discursos políticos con la realidad y no solamente a partir de las obras de algún ente administrador del Estado, sino en cuanto que esos discursos políticos también tienen sus referentes en las actitudes que tienen sus gestores.

Por ejemplo, mucho nos dice a los ciudadanos si apreciamos el discurso mediático del gobierno de turno que nos recuerda que trabaja por las sectores desposeídos, mientras constatamos que muchos de sus fervientes patrocinadores evaden impunemente los impuestos que les corresponde cancelar. El gobierno no tiene mano dura para esos evasores.

Y si hablamos de democracia al interior de las fuerzas políticas, nos encontramos con que ninguna de ellas ofrece participación real a sus correligionarios, para escoger a sus dirigentes o candidatos. A pesar de haber dado el salto cualitativo en su momento, el partido de izquierda Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (Fmln) cerró autoritariamente esa posibilidad en detrimento de la construcción democrática. El conservadurismo tiene diversos tintes ideológicos.

Cuando hablamos de cobertura mediática de los asuntos políticos lo que constatamos, en general, es la persistente miopía periodística que no ve más allá de la presencia de fuerzas democráticas o antidemocráticas, pero no en el sentido de la posibilidad o ausencia de ese desarrollo democrático, sino ideológico.

A partir de esa experiencia periódica en el país se puede decir que una de las formas más sencillas de evidenciar la ausencia de periodismo responsable –y cuando los periodistas se ven muy limitados en su quehacer profesional- es la cobertura de los tiempos electorales (campaña y desarrollo de los comicios).

El sesgo ideológico en el tratamiento informativo de los discursos políticos nos niega el derecho a conocer de lleno los planteamientos y las argumentaciones, especialmente de los sectores de la oposición que, al igual que los conservadores, ameritan el espacio mediático para dirigirse al conglomerado.

El Salvador dista mucho de que la ciudadanía tenga los elementos necesarios, para contar con el conocimiento adecuado que le permita tomar decisiones responsables de cara a los asuntos públicos. Resulta pedir demasiado aún que se regule, por ejemplo, la propaganda electoral o que las diversas fuerzas políticas tengan asegurado espacios en los medios del Estado.

La Radio El Salvador, Radio Cuscatlán y Canal 10 deberían abrir los espacios, para que las diversas fuerzas políticas se dirijan a la ciudadanía en iguales condiciones, pero aquí todavía es impensable. Esos medios de comunicación públicos son o pueden ser manipulados por el gobierno de turno, cuestión que pone en crisis la naturaleza de los medios del Estado.

En síntesis, la sociedad salvadoreña urge de la presencia de procesos de opinión pública democráticos, para afianzar el camino de la construcción de una sociedad más justa y solidaria. Por el momento, se nota la ausencia de compromisos ciudadanos por parte de los medios de comunicación, en general, pero la campaña del 2009 es buena oportunidad para el cambio.

martes, mayo 01, 2007

La urticaria que produce Mauricio Funes en sectores de poder

Por Guillermo Mejía

Desde que gente del mismo partido de izquierda Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (Fmln) aseguró que el periodista Mauricio Funes es el virtual candidato presidencial, para las elecciones generales de 2009, comenzó la picazón en la derecha gobernante.

Funes, que dirige su programa de entrevistas en Megavisión, aún no se define públicamente al respecto, y asegura que mientras no se decida tiene derecho a permanecer en su espacio periodístico. Sus detractores –muchos apertrechados en los medios conservadores- quieren su descabezamiento.

Como en los anteriores comicios de alcaldes y diputados, el presidente Elías Antonio Saca ya se metió de lleno a la iniciada campaña electoral del 2009, cuestión que –todos conocemos- violenta la Constitución de la República en tanto es el presidente de la República.

En esa dirección, Saca dijo ante la prensa que Funes debería renunciar a su labor periodística porque riñe con la ética, ya que es el candidato de la izquierda ex guerrillera y recordó la decisión que tomó –como parte del medio- cuando fue designado candidato presidencial.

Desde días atrás, Funes ha estado en la comidilla de periodistas de los medios derechistas, incluso fue atacado por uno de los funcionarios de la presidencia de la República en un artículo de opinión, mientras hasta redimidos de la izquierda también lo vilipendiaron.

La ética periodística es bien precisa al respecto: Funes aún no es el candidato oficial de la izquierda a optar por la presidencia y mientras no esté oficializado puede permanecer en su trabajo periodístico. Eso aunque sea amargo para la derecha gobernante.

En medio de esos dimes y diretes, Funes contestó a las exigencias de Saca en la antesala de la entrevista matutina (del 30 de abril) y, según denunciaron fuentes cercanas al periodista, hubo una protesta de parte del mandatario y la repetición del programa en horas nocturnas fue cancelada por órdenes de los dueños de Megavisión.

Así las cosas, por mal camino vamos. Se repiten nuevamente los golpes bajos hacia el periodismo independiente, las represalias y las influencias del poder hacia los empresarios periodísticos. Paradójicamente, las acciones contra Funes se dan cuando se conmemora el 3 de mayo el Día de la Libertad de Prensa en el mundo.

La sociedad en general y los periodistas en particular no merecemos ese trato de sectores que ejercen el poder. Para acercarnos al caso, vale la pena leer la denuncia contundente que Mauricio Funes expuso contra el presidente Saca y que dio pie a la suspensión de la retransmisión de la entrevista:

Mauricio Funes: “La semana anterior el presidente saca me exhorto para que renuncie a la conducción del espacio de la entrevista que desde hace dos años vengo transmitiendo por los canales del grupo Megavisión... La base de su argumento es que el ejercicio periodístico no es compatible con la participación política en un proceso electoral...

“Según han publicado los medios de prensa, el Fmln se encuentra en un proceso de consulta interna para la definición de su fórmula presidencial... Ni ha tomado aún una decisión al respecto y ni tampoco me han hecho una oferta concreta para integrarla... Cuando el Fmln concluya este proceso y en caso decida invitarme a formar parte de su fórmula presidencial, entonces, tomaré una decisión sobre ello... Antes no puedo ni debo hacerlo...

“No es cierto, por tanto, como asegura el presidente Saca, que estoy participando de este proceso que es propio y exclusivo de la dirección y la base del Fmln... Su exigencia en el sentido que debo renunciar a la dirección y conducción del espacio de la entrevista no tiene ninguna base ética y menos legal...

“Quien debería considerar renunciar a la presidencia del partido oficial es el presidente Saca, en la medida que su condición de presidente del Ejecutivo le inhibe desde el punto de vista constitucional prevalerse de su cargo para hacer política partidista...

“El país no puede darse el lujo de contar con un presidente que divide su tiempo entre la atención a los problemas de la nación y los problemas y necesidades que enfrenta su partido... La pobreza, la falta de empleo, la inseguridad ciudadana, entre otros, son problemas de tal complejidad que demandan de una presidencia a tiempo completo, las 24 horas del día, los siete días de la semana, y no de 8 de la mañana a 4 de la tarde y solo de lunes a viernes...

“El presidente Saca, y no yo, es quien debería decidirse si es presidente de la República o presidente de su partido... Además, en tanto presidente de la República es también comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, las cuales de conformidad con la Constitución no pueden ser deliberantes y sus miembros, mientras están activos en el servicio, están inhibidos a participar en política partidista...

“El presidente Saca da un mal ejemplo a la tropa y al país entero cuando asume la conducción de la campaña electoral de su partido, en forma anticipada y violando la ley, que establece periodos específicos para el proselitismo electoral...

“En una de sus intervenciones públicas, el presidente me desafía a renunciar y además a actuar con valentía como él dice que lo hizo cuando decidió participar como precandidato del partido Arena...

“Mi situación no es la del presidente cuando fue candidato... yo no hago propaganda a través de mi programa de entrevistas... En este espacio se abordan de manera seria y responsable los problemas que más aquejan a la población y se intenta, convocando a los más variados sectores políticos y sociales del país, incluyendo a miembros de Arena, encontrar soluciones viables y sensatas...

“Mi programa nada tiene que ver con la sátira política que el presidente Saca dirigía mientras era locutor de una de las radios de su propiedad... Radios que incluso una vez siendo elegido presidente reciben propaganda del gobierno que él preside...

“En buenas cuentas, presidente Saca, agradezco su interés por el futuro de mi trabajo periodístico... pero le sugiero dedicarse a atender los problemas que el país enfrenta en lugar de estar preocupado por la entrevista que dirijo y por las candidaturas de los partidos políticos de oposición...”

Tal vez algo muy importante para el periodista Funes sea que piense bien si traspasará esa delicada línea entre el ejercicio periodístico y la política partidarista, porque –aunque tenga legitimado ese derecho ciudadano- luego de tomar esa decisión ya no será igual.

En especial, en una sociedad víctima de la intolerancia, la demagogia, el atraso y el menosprecio por los derechos humanos. Es más, una sociedad enredada en una partidocracia dirigida por serviles y oportunistas, sin importar su adhesión ideológica, si no veamos las instancias de poder.

Paradójicamente, la quemada de Mauricio Funes en cuanto a que es el elegido por la dirección del Fmln salió, precisamente, de gente del mismo partido de izquierda, porque de la noche a la mañana fue primicia. Que recuerde: Con esa gente lidiará si le logran sacar el “sí de la niña”.

sábado, enero 27, 2007

La prensa salvadoreña atrapada en mañas del pasado

Por Guillermo Mejía

Aún no existe claridad específica sobre hasta dónde llegamos a construir otro país tras la firma de la paz, el 16 de enero de 1992. Los gobernantes de turno dicen a los cuatro vientos que somos ejemplo para el mundo, la izquierda y otros sectores críticos aseguran que los Acuerdos de Paz fueron saboteados.

La crisis que nos agobia en todos los órdenes no se puede ocultar. Que la izquierda participe del ejercicio del poder no garantiza que las cosas mejoren, al contrario tiene una forma antidemocrática de hacer política con autoritarismo y clientelismo al igual que la derecha gobernante.

Esos son algunos razonamientos que se derivan del proceso que ha vivido la sociedad salvadoreña a lo largo de 15 años que callaron las armas, momento vivido entre diciembre de 1991 y febrero de 1992 cuando la sociedad salvadoreña se regocijó por la conquista de la paz y la esperanza de un país con futuro.

Pasado ese tiempo, los periodistas también estamos en la obligación de echar un vistazo a las condiciones en que nos encontramos al final de tres lustros. Pasamos del periodismo en la guerra al periodismo en una sociedad que de hecho subsiste en un ambiente de paz ausente.

En ese devenir, ¿qué ocurrió con la prensa?, ¿cuáles son sus puntos clave de modernización?, ¿se instituyó el refresco informativo en cuanto a temas, protagonistas, puntos de vista, enfoques?, ¿se configuró el conocimiento del mundo a partir del ejercicio periodístico?, ¿se sumó a la lucha por la democratización?

Cada una de las interrogantes encierra una variedad de elementos que nos permitiría arribar al estado actual de la prensa nacional. En el presente artículo me parece de suma importancia tocar lo referente al papel de la prensa en la lucha por la democratización de la sociedad. Creo que lo demás se entenderá por estar concatenado.

Cuando hablamos de la “prensa salvadoreña” tenemos que ubicar en su verdadera dimensión lo que significan los grandes medios de comunicación como La Prensa Gráfica y El Diario de Hoy, los canales de televisión como los de Telecorporación Salvadoreña 2, 4 y 6, y el Canal 12. De las radios entra la YSKL.

Es decir, son los medios que más influyen en los procesos de opinión pública por contar con mayor presencia en la población y recursos. Después muy modestamente encontramos los demás periódicos, los otros canales y la cantidad de emisoras de radio que tienen sus espacios noticiosos o de opinión, entre ellos los que se dicen medios alternativos. Que conste que algunos de estos medios son extensiones del discurso oficial.

En general, los periodistas y figuras del entramado político muy interesados en vendernos el “nuevo país” luego de los Acuerdos de Paz confunden, algunos con muchísima malicia, la apertura mediática con la presencia esporádica de sectores críticos y de izquierda en la pauta periodística. Como si solo con entrevistas a dirigentes o funcionarios del FMLN o representantes de algunas ongés bastaría para gozar de democracia informativa.

El problema que enfrentamos con respecto a los medios de comunicación salvadoreños y la lucha por la democracia es más de fondo, puesto que persiste –como en el pasado reciente antes y durante la guerra- la presencia de ciertos discursos añejos que imposibilitan que las audiencias tengan un acercamiento adecuado a los fenómenos que ocurren a su alrededor.

Para ejemplificar lo anterior pongo algunos casos que me parecen obvios:

Uno: La prensa salvadoreña de influencia se mantiene atrincherada ideológicamente, situación que se verifica cada vez que existen eventos donde supuestamente se pone en riesgo la “vivencia democrática del sistema”, como en cada período electoral, o cuando ocurren hechos que fácilmente relacionan con “violencia política”, como los sucesos del 5 de julio de 2006 frente a la Universidad de El Salvador (UES). Sobre el último caso, es curiosa la queja del jefe de información de La Prensa Gráfica, Héctor Silva Avalos, ante la acusación que recibieron por acuñar al hecho 5-J que, obviamente escrito así, cualquiera lo relaciona con 11-S de Estados Unidos, el de los atentados contra las torres gemelas y, por ende, parte de la “confabulación terrorista internacional”. Silva Avalos niega que haya existido tal interés, pero queda la duda; por eso es bueno recordar el sentido periodístico responsable que nos sugiere el uso adecuado de los términos. En la conciencia de Silva Avalos queda si las cosas son como defiende, aunque en El Salvador el uso ideológico de las connotaciones es un recurso mediático utilizado hasta la saciedad.

Dos: Bajo el supuesto de que vivimos en una democracia entendemos que en la lucha por el poder cabemos todos, sin importar nuestras creencias o puntos de vista (toda vez que no atentemos contra los derechos de los demás). Sin embargo, es una cuestión que va, como dice la sabiduría popular, del diente al labio. El discurso mediático del poder nos dice cuando cree pertinente que en la sociedad salvadoreña existen malos (izquierda) y buenos (derecha), que existen enemigos de la libertad (Cuba-Venezuela-Bolivia-FMLN) y luchadores por la libertad (Estados Unidos-Colombia-Arena, etc.) y que estamos en permanente “amenaza comunista” con el eje Castro-Chávez-Morales-Ortega al grado que en cada elección se corre el riesgo de que si ganan los “demonios” lo primero que ya no vendrá son las remesas (y esto no es invento porque los medios periodísticos lo explotan religiosamente).

Tres: Por consiguiente, en medio de la perenne amenaza a la patria como nos dicen, la sociedad salvadoreña es víctima de una cobertura periodística tendenciosa, en la que no cuenta con todos los elementos necesarios para tener claridad sobre lo que ocurre y eso se da tanto en los hechos locales como internacionales. A partir de esa mala praxis periodística el salvadoreño promedio no puede decir que se forma el sentido del palpitar cotidiano al asomarse a la ventana mediática. Los discursos rancios acaparan la atención de las personas que se exponen a los productos periodísticos de esos medios de influencia con el agravante de que aún no existen medios que sean alternativa periodística de peso. Las experiencias rescatables aún son muy modestas, a las que se suman otras que sirven a la izquierda con las mañas desinformativas de la derecha. Paradójicamente, la izquierda nunca logró tener un proyecto periodístico serio en un país donde esa opción política sí tiene gente.

A partir de lo expuesto podemos inferir que en ese período de 15 años la prensa que realmente influye en los procesos de opinión pública no le ha apostado a la profundización de la democracia, al contrario en su atrincheramiento ideológico violenta los cánones de la excelencia periodística.

A la precariedad de contenido responsable donde deberíamos palpar el reflejo del acontecer cotidiano se suman las posturas editoriales que constatamos con muchísima preocupación, porque es escasísima la presencia de columnistas que abonen al cambio. Ni qué decir de algunos editoriales donde incluso se externan mentiras, calumnias y hasta racismo.

En ese sentido, la carrera vertiginosa de algunos medios de comunicación por contar con tecnología de punta y opciones multimedia –por supuesto, nada despreciable- choca con la ausencia de compromiso con la lucha por la democracia, la justicia y la soberanía nacional.

Es decir, en 15 años hemos tenido más de lo mismo con algunos repellos (ahora no matan periodistas sino que les echan bola negra, ya no ponen bombas a los medios que no les gustan sino que los castigan con la falta de publicidad, etc.). En algunos espacios que en su momento mostraron mayor apertura informativa y opinativa, en especial con entrevistas matutinas, se aprecia ahora mayor presencia del discurso oficial, mientras las noticias se contaminan con labores de relaciones públicas (lo hicieron con Anda y el Fovial).

En conclusión, resulta imperativo que los periodistas y la sociedad salvadoreña, en general, tomemos conciencia sobre la necesidad de desmontar esos discursos añejos y esos miedos trasnochados que imposibilitan un ejercicio periodístico que coadyuve en la construcción de la democracia y el Estado de derecho.

No es posible creer que en una sociedad donde muchas cosas andan mal algunos pretendan vender la idea de que la prensa camina del todo bien. Con eso damos a entender el difícil trabajo de los periodistas salvadoreños y los retos que atañen no sólo al gremio, sino a esa sociedad que también es responsable de la construcción de su destino. Y, claro, la prensa anda en crisis no sólo en El Salvador, pero eso no debe ser consuelo de tontos.

[Artículo publicado en Revista Rumbo, edición 5, San Salvador, El Salvador, enero de 2007]

domingo, noviembre 12, 2006

Una sociedad fragmentada

Por Guillermo Mejía

Cuando se llegó a la conclusión de que una victoria militar era imposible por alguna de las partes en contienda durante 12 años, se allanó el camino a la paz que firmaron rebeldes y gobernantes con auspicio de las Naciones Unidas en Chapultepec, México, el 16 de enero de 1992.

Resultó un hecho trascendental en la historia nacional. Lo que vendría a continuación –según la teoría- era la apertura democrática, el combate a la injusticia estructural y el desmantelamiento del autoritarismo que pesaba por decenios.

Con poco los Acuerdos de Paz pasaron del ambiente eufórico, romántico, del fin de la guerra a la dura realidad cotidiana de falta de voluntad de cumplimiento, especialmente por la parte oficial, con lo que mucho de lo pactado quedó en letra muerta.

Si bien muchas cosas de ese pacto nacional existen, quizás más mal que bien por mezquindades, la cuestión de fondo que aún se percibe en los ambientes es que no se le dio oportunidad a la concertación para resolver los problemas que nos aquejan.

En ese contexto, el devenir nacional en los 14 años posteriores ha mostrado que desde cualquier ámbito, económico, social, político o cultural, las definiciones de los grupos de interés o de presión siguen cautivas por cuestiones particulares y, en muchos casos, de visiones de mundo.

La angustia y desesperanza que abate a los salvadoreños debido a la escalada delincuencial resulta un laboratorio de primer nivel que nos muestra, otra vez, que subsistimos en una sociedad fragmentada que se conduce a la deriva.

No hay tales de plan de nación, no existe una madura política criminal integral que, a la vez que penalice a los malhechores, conlleve esfuerzos concretos para corregir la injusticia estructural que sirve de caldo de cultivo para la generación de violencia.

Las preocupaciones mostradas por sectores empresariales, políticos –tanto de derecha como de izquierda- y ciudadanía en general son una buena señal, para que ahora sí vayamos en serio en la búsqueda del pacto nacional que nos garantice un desenvolvimiento con justicia y seguridad.

Estamos en la prueba de fuego. La Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP) llamó a la unidad nacional frente a la delincuencia, pero para que esa actitud tenga coherencia también es urgente que como empresarios pongan su cuota social para con los desamparados y marginados.

La clase política, en general, que co-gobierna las diferentes instancias del Estado, debería hacer un esfuerzo, coherente y sincero, para coordinar las acciones pertinentes que nos saquen de la vorágine que nos golpea.

Estamos frente a una nueva oportunidad para enrumbar los destinos de la nación. Sería muy lamentable que socavemos el esfuerzo de concertación o de pacto nacional que se torna una oportunidad valiosa luego de la desesperanza que vino en la posguerra. El tiempo es el enemigo. [Análisis publicado en la revista salvadoreña Rumbo, edición 3, octubre de 2006]

sábado, octubre 21, 2006

Renglones torcidos de la Independencia centroamericana

Por Guillermo Mejía

Muy al contrario de lo que aún se enseña en las aulas, se difunde por los medios de comunicación o se repite en las calles sobre la Independencia centroamericana –que cumplió 185 años el 15 de septiembre- considero oportuno puntualizar algunas situaciones.

El objetivo primordial de estos señalamientos pasa por la necesidad que tengo como centroamericano de que corrijamos los renglones torcidos de la historia de nuestra Patria bañada por dos inmensos mares y cruzada por una cadena volcánica.

I

El 15 de septiembre no conmemoramos la Independencia de El Salvador, ni de Honduras, ni de Guatemala, ni de Nicaragua, ni de Costa Rica, como repúblicas separadas, sino que de una región que estaba integrada por un territorio distribuido en lo que tiempo después fue parcelado. La historia nos cuenta que la audiencia de Guatemala, en ese entonces, se extendía desde la línea que divide los Estados mexicanos de Chiapas y Oaxaca hasta lo que ahora es una zona cercana a la frontera entre Costa Rica y Panamá. La capital de la audiencia era la ciudad de Santiago de Guatemala.

Desde 1823 se conoce la integración de un nuevo Estado nombrado Provincias Unidas de Centroamérica, aunque ya mutilado por la separación del territorio de Chiapas, por un lado, y el territorio de Belice ocupado por ingleses. Estos últimos tenían gran presencia en la despoblada región atlántica del istmo donde tenían tiempo de incursión. La República Federal de Centroamérica tuvo su capital en la ciudad de Guatemala, hasta 1834, y posteriormente fue San Salvador.

Las añejas disputas interesadas de los sectores de poder de las provincias unidas dieron al traste con la república federal. En 1838 el congreso federal emitió el decreto que permitió a los Estados integrantes organizarse como les pareciera mejor, aunque deberían mantenerse dentro de la federación. Empero, Honduras, Nicaragua y Costa Rica se convirtieron en Estados separados en 1838, y El Salvador y Guatemala en 1839. Como repúblicas aparecen Guatemala en 1847; El Salvador, 1856; Honduras, 1864; Nicaragua, 1854; y Costa Rica, 1848.

II

Resulta controvertido cómo los sistemas de los Estados Centroamericanos que una vez estuvieron integrados en la federación insistan hasta en el parcelación nacionalista de las personas que conocemos en nuestra historia como los próceres de la emancipación del yugo español y la aventura del destino común de los centroamericanos.

De esa forma, por ejemplo, nos han vendido la idea de que José Matías Delgado tenía la nacionalidad salvadoreña, al igual que Manuel José Arce, y que Francisco Morazán –el caudillo integracionista- ostentaba la nacionalidad hondureña como también el intelectual José Cecilio del Valle. A la lista agreguemos toda la pléyade que era conocida y se asumía como centroamericanos si bien habían nacido en algún territorio de la región que hoy conocemos parcelada en repúblicas. Al grado que resulta común llamar extranjeros, en cualquier país del área, al originario de otro Estado que un día fue parte de la federación y que, por ende, es centroamericano y compatriota.

Las añejas disputas de los sectores de poder aún siguen presentes, aunque en la parte formal se hable de un proceso de integración regional que ahora abarca a Belice y Panamá en busca de presentar la unidad centroamericana ante el mundo.

III

La errada concepción patriotera con que se asume la conmemoración del 15 de septiembre como Independencia en cada república. Más que desfiles y demostraciones militaristas, el pueblo centroamericano necesita mayor conocimiento e interpretación del movimiento emancipador y la aventura de república común. Del sueño truncado de los pueblos y el carácter instrumental de las clases dirigentes que, aunque digan lo contrario, siguen empecinadas en sus localismos como lo hicieron en el pasado.

Resulta inaudito que los sistemas educativos, además de los errores históricos que reproducen, obliguen a las nuevas generaciones de centroamericanos a malgastar el tiempo en esos desfiles con bandas de guerra, eufemísticamente llamadas ahora bandas de paz, que solo sirven para reproducir el militarismo, especialmente en países donde los militares tienen un oscuro pasado como es el caso de El Salvador.

La construcción del ser centroamericano pasa por el compromiso de todos los originarios de esta región del mundo en el reconocimiento de nuestro pasado y la pertinencia de un modelo más humano y justo en el presente a fin de asegurar un mañana digno, donde al fin estemos juntos sin esas fronteras que nos empequeñecen. [Publicado en Revista Rumbo, edición 2, septiembre, 2006. San Salvador, El Salvador, C.A.]

domingo, julio 02, 2006

La mediatización de la religión

Por Guillermo Mejía

Resumen:
La mediatización de la religión es un hecho. Trasciende a la pauta periodística de los medios de comunicación, ya que las iglesias han aprovechado cada vez más su presencia mediática a partir de la creación de sus propios espacios en radio, televisión e impresos, con la ventaja de que trabajan en el campo especializado de la fe.

La religión está inmersa en un proceso de mediatización, similar al de la política, donde sus actores y exposiciones se han trasladado del lugar público hacia ese espacio virtual construido en el marco de la cultura mediática.

Vale aclarar que no significa el desaparecimiento total del lugar tradicional de encuentro, al igual que le ocurre a los políticos que de vez en vez irrumpen en las calles, sino que la revolución tecnológica los insertó en el rincón más privado de la persona.

Tomando en cuenta el modelo de la argentina María Cristina Mata, de la Universidad Nacional de Córdoba, propongo que mediatización de la religión implicaría el papel preponderante de los medios de comunicación en la lógica de construcción de la fe.

De esa forma, encontramos, cada vez más, la mediación de esos comunicadores entre los encargados del culto y los creyentes. Obviamente, las posturas conservadoras –al igual que en la política- gozan de privilegios en la difusión de su discurso.

También, han asumido una postura espectacular en la búsqueda de mentes y corazones en el conglomerado, situación que les lleva a disputar espacio con los representantes del ocio tradicional (encuentros masivos, luces, música en vivo, entre otros).

Pero, van más allá. Al contrario de la ausencia de alternativas de comunicación –por desconocimiento o menosprecio- que se verifica en las fuerzas políticas que dicen estar por el cambio, los religiosos sí le han apostado a sus propios medios.

El punto acá no es tanto que dentro de su feligresía consigan los fondos necesarios para su manutención o que reciban ayuda internacional, sino la comprensión de que a estas alturas de la historia todo proyecto debe ir acompañado de la comunicación.

En El Salvador, aún muchos dirigentes y cuadros políticos de oposición se conforman con recordar –especialmente en procesos electorales- lo que significan para el aparato de difusión de la derecha, sobre todo los grandes diarios y los canales tradicionales.

Sin embargo, y luego de los años aciagos de la guerra civil que dejó no menos de 75 mil muertes, la sociedad salvadoreña no cuenta con un tan solo medio de comunicación que desate las amarras de la prensa tutelada por el poder.

De los medios de comunicación de la derecha muy poco o nada se puede esperar, en la búsqueda del cambio. De ahí la necesaria apuesta por la construcción de una estrategia comunicativa alternativa, pero es imprescindible comprender ese proceso.

El concepto de las iglesias

Las diferentes denominaciones religiosas presentes en el país sí vienen trabajando en esa dirección desde tiempo atrás. Las iglesias católica y protestante, especialmente, se han insertado en la cultura mediática con buenas ganas.

Los católicos han desarrollado proyectos educativos-comunicativos cuyas características han sido: por un lado, asistencialistas y, por otro, en función de su crecimiento como grey frente a la competencia de otras religiones.

Cabría mencionar, en medio de esos proyectos tradicionales, la presencia de otros programas educativos-comunicativos asociados con posturas críticas de cara a la realidad socio-económica y política de los salvadoreños.

Uno de los comunicadores por excelencia que ha tenido la iglesia católica es el Arzobispo de San Salvador, Monseñor Oscar Arnulfo Romero, asesinado en marzo de 1980, luego de su denuncia incansable por la defensa de los derechos humanos.

En ese contexto, innumerables veces fue dinamitada la emisora YSAX, donde Monseñor Romero difundía su homilía dominical y sus palabras reconfortantes a sus feligreses noche a noche. Paradójicamente, ahora hasta a la emisora le cambiaron nombre.

En esa inserción mediática también han proliferado otras emisoras católicas en frecuencias AM y FM, a la vez que cuentan con, al menos, dos señales de televisión como Canal 8 y Canal 57. Se suman algunos medios impresos.

Su contraparte, la iglesia protestante va creciendo en la preferencia de los cristianos aunque todavía es minoría -como lo admite con preocupación el Arzobispo Auxiliar de San Salvador, Monseñor Gregorio Rosa Chávez.

Este prelado, otro de los comunicadores católicos, sí entiende esa necesaria participación del pueblo salvadoreño en la comunicación, pero de todos es conocida su condición muy marginal frente a las autoridades eclesiásticas.

Los evangélicos, como se les conoce a los protestantes, tienen emisoras en frecuencias AM y FM, y señales de televisión como los canales 17, 25, 65, entre otros. También cuentan con medios impresos.

Uno de los reverendos que ha aprovechado el proceso de mediatización es el pastor Edgar López Beltrán, del Tabernáculo Bíblico Bautista “Amigos de Israel”, quien incluso supo sacar ventaja de una falta judicial en Estados Unidos.

El “hermano Toby”, como es conocido, presentó documentación falsa para tratar de ingresar a una pequeña hija a la nación del Norte, en mayo de 2005, estuvo un tiempo en la cárcel y luego liberado por orden de un juez.

Su hijo, Toby Jr., también pastor en la Bautista, mostró sus descontento con los periodistas, en medio del proceso, y con sus fieles lanzó una campaña de regalar un huevo a quienes preguntaran sobre el caso para que entendieran lo que significa “meterse” con ellos.

Al final, en la sociedad salvadoreña ese punto es muy folklórico, aunque lleno de símbolos. Pero fue mucho más impactante, en el marco de la cultura mediática, el retorno del “hermano Toby” en un jet privado.

Sus fieles fueron a su encuentro, en el grupo sobresalieron algunos cuadros dirigentes de la Policía Nacional Civil (PNC), quienes lo recibieron con júbilo. Más allá, en la iglesia, lo esperaban cientos de hermanos que, en medio de vítores y llantos, escucharon por tiempo indefinido al pastor.

Una y otra vez, López Beltrán, aceptó que sí mintió, pero que le había servido incluso para evangelizar en la cárcel. El mensaje quedó: su salida triunfal era prueba firme de que gozaba de la gloria y era digno ejemplo para su grey.

El “hermano Toby” fue dueño de portadas de periódicos, señales en vivo de radio y televisión, al grado que se dio el lujo de regañar con nombre y apellido a algunos de ellos, por ejemplo a La Prensa Gráfica, por lo que consideró cobertura amañada de su caso.

Al contrario, felicitó a El Diario de Hoy, por haber sido consecuente y muy profesional en su tratamiento periodístico, y agradeció públicamente a diputados del Partido de Conciliación Nacional (PCN) por haber sido los únicos políticos que le acompañaron en su juicio.

Mas nadie de los medios de comunicación levantó la voz frente a la regañada pública del pastor. El “hermano Toby” ganó la competencia, fortaleció su proyecto y robó los espacios mediáticos una vez más.

Por lo que aquí nos ocupa vale la interrogante: ¿Era totalmente necesario estar en los lugares precisos? Para nada. La mediatización se encargó de llevar los discursos al rincón más privado del hogar, el dormitorio, como lo hace día con día con la figura que desea mostrar.

Una cuestión que debo reiterar en este artículo es esa comprensión de la importancia de la comunicación en todo proceso de la vida. Más allá de los medios tradicionales, es mucho más fuerte el impacto si se cuenta con los propios instrumentos. El caso de López Beltrán es elocuente.

La comunicóloga María Cristina Mata sugiere que en la realidad existe un espacio palpable –por ejemplo, la iglesia- y también existen los medios –los comunicadores- y entre ellos ese espacio virtual que se va construyendo en el imaginario social como lugar público y referente de la acción pública.

En ese sentido, religiosos o políticos, como figuras públicas, se ven urgidos en “saber actuar”, para acarrear más fieles o más adeptos. A la vez, volcados “a pelear” sus espacios frente a las otras figuras públicas que disputan la espectacularidad cotidiana.

Y entre esa actuación y disputa de las figuras públicas también encontramos cantidad de incongruencias, inmoralidades y golpes de mano.

Religión y medios

El profesor de periodismo Stewart M. Hoover, de la Universidad de Colorado, asegura que existe una antigua convergencia entre religión y medios de comunicación.

“En épocas anteriores a la modernidad, la religión orgánica o auténtica se expresó, se representó y se entendió a través de los ‘medios’ de la época –la palabra hablada, el drama, la música y las artes creativas- pero lo que llamamos ‘los medios’ vino después”, dice el académico estadounidense.

Según Hoover, con la imprenta se dio un cambio revolucionario puesto que tipógrafos y editores participaron en la reorganización del poder social, cultural y estatal en la modernidad, al grado que se acepta que las “industrias de la conciencia” –como se les llama a los medios- ocuparon un lugar casi muy prominente como el de la iglesia antes de la reforma.

“De este modo dichas industrias han venido a desafiar el poder y la autoridad legitimante de la iglesia y el Estado, y esas tres instancias (religión, medios y Estado) existen, ahora, en una especie de alianza negociadora inquietante en Occidente y en el ámbito global”, refiere Hoover.

Para él, aunque no sustancialmente, los medios de comunicación han cambiado a partir de que incluyen nuevas voces, dado las exigencias de las audiencias, mientras, la religión ha cambiado porque ha tomado más en cuanta la individualidad de las personas y su búsqueda incesante de significado.

En la actualidad, tomando en cuenta la vertiginosidad de las nuevas tecnologías y la presencia de internet, la relación religión-medios es mucho más inquietante, por cuanto a la velocidad de transmisión de la información, con imágenes, sonidos, etc., se une la presencia de los usuarios en tiempo real.

El comunicólogo español Jesús Martín Barbero advierte sobre el caso que los medios en América Latina están contribuyendo a reencantar el mundo y dar sentido a la vida de la gente: “Proponen nuevos modos mediáticos para que las personas se congreguen”.

“Iglesia electrónica, fenómenos de sectas, fundamentalismos e integrismos de diversa índole, se extienden principalmente en iglesias protestantes, donde los medios –la radio más que la televisión- aparecen como mediaciones modernas, fundamentales y masificadoras de la experiencia religiosa”, agrega.

Según un estudio de Zenit, grupo editorial vinculado con la Iglesia Católica, está comprobado que cada vez hay más gente que consulta cuestiones religiosas en internet que la que busca sitios pornográficos o de otra índole.

“No menos del 21% de quienes navegan en la red, en números redondos unos 20 millones de personas, ha buscado información espiritual o religiosa. En cambio, solamente el 18% ha realizado operaciones bancarias en la red y el 15% ha participado en subastas vía Internet”, afirma Zenit.

El estudio, llamado “Wired Church, Wired Temples: Taking Congragations and Missions Into Cyberspace”, ha realizado un seguimiento en la red de más de 1.300 congregaciones y revela que, cada día, más de dos millones de estadounidenses buscan información religiosa o espiritual en la red.

En consecuencia, las instituciones religiosas están integrando internet de manera creciente en el uso cotidiano. El 91 por ciento señaló que el e-mail permitía mayor comunicación con sus iglesias, mientras que el 63 por ciento afirmó que les ayuda a conectarse con sus comunidades.

Aparte de que las religiones se han trasladado a buscar clientes para sus productos especializados, otra de las tareas en que trabajan arduamente es en la conquista de las vocaciones dentro de los jóvenes. Al menos 25 diócesis de Estados Unidos han creado sitios en busca de jóvenes que deseen ser sacerdotes.

El padre John Acrea, coordinador de la pastoral vocacional en Des Moines, Iowa, afirmó a la prensa que “internet es donde la gente joven busca información, de manera que tenemos que estar allí”.

El sacerdote aseguró a los periodistas que los modos tradicionales de búsqueda de vocaciones, tales como la conocida presencia en escuelas católicas e iglesias locales, ha disminuido con los años, una tendencia que atribuyó a la creciente movilidad social.

En ese marco, hay que subrayar a la vez que las iglesias protestantes son las que más han desarrollado la capacidad de utilizar los medios, para afianzar mentes y corazones dentro del conglomerado.

La televangelización, por ejemplo, cuenta con mucha experiencia desde su aparición en Estados Unidos. Es conocida la presencia mediática del reverendo Pat Robertson, del Club 700, quien incluso pidió recientemente la eliminación física del presidente venezolano, Hugo Chávez Frías, por considerarlo parte del eje del mal.

Aunque se disculpó luego por su postura, después acusó al mandatario de haberle dado fondos al musulmán Osama Bin Laden, enemigo número uno de los estadounidenses.

En síntesis, en tiempos posmodernos las iglesias también se han adaptado a los nuevos retos de las comunicaciones. Con la ventaja de que trabajan en el espacio de la fe, que es milenario, y que, pase lo que pase, subsiste en cualquier parte de la humanidad.

Noam Chomsky advirtió en un artículo de opinión sobre el papel de los medios de comunicación de la necesaria presencia de la iglesia en la vida de las personas, con lo que se demuestra que nunca dejará de existir.

Según él, la crisis política en Centroamérica fue conocida por los norteamericanos a partir de que la iglesia sirvió de enlace, para que, por ejemplo, activistas salvadoreños denunciaran las atrocidades que sucedían en la década de los 80.

En ese sentido, iglesia más medios es un binomio impactante frente a las audiencias. La mediatización tiene mucho terreno ganado en la religión, a la par de la política.

Fuentes consultadas: Chomsky, Noam (1993) El control de los medios de comunicación. Editorial Open Magazine Pamphlets, Estados Unidos.

Mata, María Cristina (1991) Política y comunicación. Ponencia presentada en el seminario “Política y comunicación: ¿Hay un lugar para la política en la cultura mediática?”, realizado en Buenos Aires, Argentina.

Diversos números de la Revista Signo y Pensamiento, editada en la Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia.

Diversos ejemplares de los diarios salvadoreños El Diario de Hoy y La Prensa Gráfica.

Artículo publicado en la Revista Humanidades, de la Facultad de Ciencias y Humanidades, Universidad de El Salvador (UES) donde el autor es docente.

sábado, junio 03, 2006

Tony Saca cumple segundo año

Por Guillermo Mejía

Como era de esperar, el presidente Elías Antonio Saca puso como desafíos para lo que falta de su gestión la precaria situación socioeconómica de los más humildes y la vorágine en que se debate la nación en medio de la delincuencia.

La parte novedosa de su informe de segundo aniversario resultó ser que pidió “disculpas” al pueblo salvadoreño por las promesas que no ha cumplido, que obviamente se refieren a lo mismo pues la gente está cansada de soportar la crisis y contar los muertos cotidianos.

Los estudios de opinión pública que antecedieron al aniversario, realizados por diversas entidades privadas, demostraron lo advertido antes y supusieron que la gente en general le otorga una nota de aprobación de entre 6.2 y 6.4, baja tomando en cuenta sondeos de otros períodos de la gestión.

Sería hablar de más traer a colación lo referido por el presidente Saca en torno a avances en atención en salud, interconectividad carretera y cibernética, atención en educación, etcétera, cosas que a diario es publicitado en los medios de comunicación.

Mejor es detenerse en la forma en que se vislumbra el panorama para lo que resta del mandato del partido Alianza Republicana Nacionalista (Arena), donde el Ejecutivo tiene que rebuscarse para lograr gobernabilidad con un Legislativo con posibilidad real de entramparle las cosas.

En una democracia madura, donde los intereses del pueblo están realmente representados en el quehacer de la clase política –algo muy lejano en El Salvador-, pues no causaría ningún problema una composición tal, porque el balance de poder ayuda a la profundización de la democracia.

En El Salvador una composición como esa sirve para congelar al país, ya que cada fuerza mayoritaria representada jala para su lado, inclusive en asuntos que son de interés del pueblo. Al revés también se cae en algo mucho peor porque se vuelve a la dictadura del partido en el poder.

De esa forma, el pueblo salvadoreño está en la encrucijada entre formas de gobernar que en nada le producen bienestar, ni seguridad, ni esperanza (aunque digan lo contrario) y lo orillan hacia alternativas cada vez más difíciles como buscar camino hacia Estados Unidos.

Así las cosas, como decimos. Vamos hacia otro período sin mayores perspectivas de cambio sino más bien a la profundización de las crisis socioeconómica y los niveles de delincuencia frente a fuerzas políticas preocupadas sobre todo en resolver sus problemas de grupo o de estómago.

La gente aparece como pretexto, pero en el fondo no existe en las agendas de la derecha y la izquierda tradicionales que co gobiernan El Salvador y que, por ejemplo, no niegan sus votos para auto recetarse “aumentos” o “plazas” como sucedió en la Asamblea Legislativa.

Al contrario, arman alharacas ante problemas de interés como la crisis de la basura en que sucumbió la Alcaldía de San Salvador, gobernada por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), cuya alcaldesa Violeta Menjívar se molestó porque los otros le tocaron “su basura” ante un caso patético de inoperancia.

Lo más triste de actos bochornosos como los citados anteriormente es que tanto Arena como FMLN se llenan la boca de estribillos desgastados como voluntad de diálogo, capacidad de negociación, interés en la concertación, etcétera, pero nada más como estratagema.

Como bien dice el chiste añejo, durante la creación a El Salvador lo dotaron de volcanes, playas bonitas, lagos, montañas, gente buena onda, pero algo tenía que fallar, algo tenía que ser inservible: para ser justos frente a las demás naciones nos enviaron a una clase política de tal calaña.

lunes, febrero 27, 2006

Deudas del periodismo salvadoreño

Por Guillermo Mejía

El ensayo titulado: Deudas del periodismo salvadoreño frente al proceso democrático, escrito por mi persona y el colega salvadoreño Raúl Gutiérrez, constituye una incursión en el papel que desarrollan los medios de comunicación nacionales y los posibles efectos en el llamado proceso democrático.

Los autores, que hacen una combinación de teoría con práctica profesional, examinan desde distintos ángulos la forma en que trabajan esos medios de comunicación en el país centroamericano en cuanto a su papel de mediadores entre el poder y la ciudadanía.

Este esfuerzo intelectual es la culminación de una preocupación que existe en algunos sectores de la sociedad salvadoreña que tienen una visión crítica sobre el desarrollo de un periodismo que aún no muestra mayores compromisos en su responsabilidad social.

De esa forma, se presente una visión crítica de los investigadores sobre los medios, basada en un escrutinio sobre su trayectoria y funcionamiento, en información y valoraciones de distintas publicaciones nacionales sobre éstos, y en la propia experiencia periodística de los autores.

El ensayo comienza con un acercamiento al papel del periodista en la sociedad contemporánea, los retos que afronta, y la difícil conciliación entre el deber de informar y los intereses particulares de propietarios y editores de medios de comunicación.

¿Será que en El Salvador los propietarios de los medios de comunicación están dispuestos a reconocer los nuevos desafíos del periodismo y permitir que sus periodistas actúen con ética y responsabilidad?

Y, además, ¿será que los periodistas salvadoreños están preparados para enfrentar estos retos con gallardía y desarrollar un periodismo con responsabilidad? Son dos interrogantes que ameritan respuestas.

Luego, el ensayo se enriquece con la relación que se hace entre la prensa salvadoreña y la democracia. Los autores reseñan los puntos críticos en que el papel del periodista frente a la ciudadanía se ve opacado por intereses de grupos de poder.

Para ilustrar los problemas detectados entregan una caracterización de los medios de comunicación salvadoreños y cómo éstos se han comportado con relación al proceso democrático y al de construcción de ciudadanía en el país.

A continuación, como prueba de la validez de los planteamientos, analizan de forma cualitativa dos casos paradigmáticos sobre cómo los dos periódicos de mayor circulación e influencia en el país: La Prensa Gráfica y El Diario de Hoy, trataron dos temas de gran trascendencia nacional: las elecciones presidenciales de marzo del 2004 y la Ley Antimaras. Debe advertirse que el análisis de estos casos no es la base del presente ensayo sino apenas una muestra de lo argumentado a lo largo del documento.

El análisis de estos dos casos permite adentrarse en las circunstancias en que los periodistas salvadoreños ejercen su labor de comunicadores y las deudas manifiestas para mediar entre el poder y la ciudadanía

El ensayo, además, propone una serie de retos que los medios de comunicación y los periodistas salvadoreños deberán enfrentar si se aspira a construir una sociedad democrática, pluralista y participativa.

Y tal como se insiste a lo largo de este documento, semejantes retos difícilmente se lograrán sin una ciudadanía crítica, interesada en participar y que demande un periodismo independiente, responsable y ético.

Dentro de las reflexiones finales, los autores estiman que con un periodismo como el salvadoreño es difícil la construcción de ciudadanía, porque se coarta la participación activa de la población en el afianzamiento de la democracia. En otras palabras, a los salvadoreños les falta más energía para enfrentar el reto de hacer de la comunicación una práctica ciudadana.

jueves, febrero 02, 2006

La fiscalización ciudadana

Por Guillermo Mejía

Desde tiempo atrás –no mucho por cierto en nuestros países- se ha llegado a la conclusión de que en la democracia liberal en que subsistimos es sumamente importante la fiscalización ciudadana de cara al ejercicio de los políticos.

Si viviéramos, por ejemplo en un régimen que se definiera por ser fiel representante del centralismo democrático, pues de poco valdría tal aseveración, por cuanto se entiende que el régimen coopta a la sociedad civil.

Pero, entrando en materia, en el esquema en que nos desenvolvemos –muy débil por cierto- esa sociedad civil es categorizada como la representación de la actividad social voluntaria (que se realiza bajo ninguna obligación impuesta por el Estado).

Tal como lo asevera Michael Walzer, en su “The idea of Civil Society”, se define como “el espacio de asociación humana sin coerción política y también como el conjunto de cadenas o redes de relación –formadas para el bien de la familia, la creencia, el interés y la ideología- que llena este espacio”.

Por eso es importante que entendamos, una vez por todas, la importancia de los movimientos que se agrupan en torno a esa sociedad civil. Allí encontramos a ecologistas, periodistas, estudiosos de las diversas materias, empresarios, en fin una constelación de intereses que deben ubicarse, necesariamente y pese a sus propuestas propias, afuera de las representaciones partidarias.

En ese marco, resulta pobre, bochornoso, vergonzoso, que personas particulares con intereses políticos predeterminados, por ejemplo de los partidos tradicionales, vengan a cuestionar el esfuerzo de los entes de esa sociedad civil que se pretenden fortalecer.

Ahí encontramos, por definición, a quienes defienden los derechos de la niñez, de la tercera edad, de las prostitutas, de los estudiantes, de los maestros, etcétera, que no están pensando en que llegue a la presidencia de la República un representante partidario. En ese esfuerzo ciudadano, al fin y cuentas, sale sobrando quién llegue a ocupar la silla presidencial, lo importante es que esos movimientos civiles, y que pretenden ser democráticos, lo que buscan es que los políticos correspondan a los derechos ciudadanos.

Pensar diferente, bajo consignas políticas partidarias, significa ser reacios al cambio. Es decir, comprobado una vez más, reaccionarios frente a las necesidades urgentes de la ciudadanía que amerita una responsabilidad social de los administradores de turno que, lamentablemente, lo que han demostrado en tanto tiempo es lo contrario. Si no veamos el uso y abuso que han hecho en nombre del ejercicio del poder.

Históricamente, la sociedad civil la heredamos de los romanos que hablaban de societas civilis. Pero lo más importante, en este marco, se da cuando se concibe a la sociedad civil en separación del Estado. Como señalan diversos autores, significó ver a esa sociedad como un espacio social y sicológico en el que el individuo, por sí mismo o asociado con otros, podría ver los actos de los políticos en ejercicio desde una perspectiva fiscalizadora.

“La separación del Estado y la sociedad en el pensamiento político liberal confeccionó una justificación teórica poderosa para limitar los poderes del Estado frente a sus ciudadanos. En el pensamiento liberal la sociedad ocupa una posición de superioridad moral en sus relaciones con el Estado. El Estado es meramente la extensión y el sirviente de la sociedad”, afirma Charles F. Bahmueller, del Center for Civic Education, en Calabazas, California.

Ante eso, y frente a la ignorancia reinante, cómo me puedo explicar que cualquier hijo de vecino, que ostente un mínimo o máximo de poder en la esfera estatal, se de el lujo de menospreciarme pese a que como ciudadano tengo mis derechos y, lo que no sucede en nuestra realidad, también tengo que pelearlos a capa y espada porque como ciudadano me corresponden.

Por eso insisto en que es importante en que desarrollemos nuestro proyecto como sociedad civil. Si alguien está encantado con el actual ejercicio de los políticos también es su derecho inalienable. Nosotros no nos podemos conformar con tan poco, es necesario que levantemos nuestra bandera ciudadana y reclamemos nuestros derechos. Nuestros deberes, obviamente, tenemos que cumplirlos.

Una sociedad civil organizada –no cooptada por algún partido político- es un arma especial que no podemos desaprovechar. El cambio tiene que ser generado desde esa instancia civil, la política tiene que respetarnos y no existe mejor forma de hacerlo si en cada decisión que piense tomar o tome, en primer lugar tiene que corresponder con los derechos inalienables que nos corresponden como ciudadanos.

Saltar hacia otra estadio correspondería cristializar lo que el dirigente izquierdista italiano Antonio Gramsci consideró como transitar de una sociedad política con sociedad civil hacia una sociedad civil sin sociedad política, o sea la autodirección de los ciudadanos.

Esa concepción gramsciana fue más allá tanto del liberalismo como de la izquierda estatalista, dado que hizo visible los nexos estatales en la sociedad civil; es decir, que en ésta se genera y se prolonga el poder del Estado.

"La seperación tajante es rechazada por esta visión gramsciana que coloca la imbricación entre ambas esferas, que sólo se rompe transitoriamente en momentos de crisis orgánicas, para restablecerse posteriormente, a no ser cuando se pueda lograr revolucionariamente una plena emancipación de lo estrictamente estatal", afirma el antropólogo mexicano Jorge Alonso.

Demos vida, ejerzamos nuestros derechos ciudadanos.

miércoles, enero 04, 2006

El derecho a la información

Por Guillermo Mejía

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, de 1948, establece en su Art. 19: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.

Muchos de los que participamos del fenómeno comunicativo, ya sea como periodistas, relacionistas, propagandistas, publicistas, académicos, entre otros, estamos familiarizados con ese concepto jurídico que otorga a cualquier ciudadano la titularidad del derecho a la información, sin importar edad, raza, bienes, condición, nacionalidad o profesión.

Ahora bien, y al revisar el caso centroamericano, aún ese derecho se ve limitado por una conjugación de variables -autoritarismo, ignorancia, desprecio, etc.- por lo que resulta incómodo a la mayoría de medios de comunicación, así como a sectores que ostentan poder económico y político, tener que dar cuentas a la ciudadanía.

¿Cómo podrán asumir de la noche a la mañana, las empresas periodísticas, que todas las personas tienen la facultad de investigar, la facultad de difundir y la facultad de recibir información?, ¿cómo podrán asumir los que ostentan poder y que se sirven de la cosa pública que están obligados a responder por sus actuaciones?

Piensen un momento sobre la obligación que tienen esos medios de respetar a sus audiencias y dejar una vez por todas de manosear la información, incluso respetarlas en su editorial y, a cambio de las frecuentes invenciones y calumnias, consignar datos, ideas, argumentos. Es más, que hicieran posible la pluralidad.

De ahí la pregunta, ¿por qué en estos países no se ha avanzado después de más de medio siglo de firmada esa Declaración Universal? El problema radica en que los empresarios de la prensa, en particular, y muchos periodistas, en general, aún persisten en la libertad de expresión y la libertad de información, esencialmente, para sí.

Y esa concepción instrumental es la que caducó a partir de la etapa universalista de la información, la etapa de los derechos humanos. En la pobre defensa que hacen los medios de difusión se escucha hablar de una libertad básicamente de empresa, de la prensa como entidad privada, sin que aparezca el verdadero titular.

Se llega al grado de afirmar, como defendiera en su oportunidad Eduardo Ulibarri, director del diario La Nación, de Costa Rica, que la libertad del ciudadano frente a los medios de difusión estriba en “la libertad de decidir” qué radio, televisión, diario o revista desea consumir en el mercado, si no le parece ninguno pues que no se haga bolas. Lógico, a lo que apela Ulibarri es a la “democracia del zaping”: podemos cambiar, porque con seguridad todos repiten el mismo discurso.

Contraria a esa postura mercantilista, el periodista y académico español Tito Drago demanda de la ciudadanía y los periodistas luchar porque “exista la pluralidad -que haya muchas voces, que los medios no estén controlados ni por el sector público ni por el privado, que defendamos cualquier política antimonopolio- y que nos opongamos a la manipulación, que podamos dar y recibir información”.

La información pertenece a los ciudadanos, no es patrimonio de empresarios o periodistas. El cumplimiento del derecho a la información implica hacer justicia en el acto de informar, aplicarse en el hecho que, más que un poder de los empresarios o periodistas, la información es un derecho y un deber. Un profesional de las comunicaciones actúa en virtud de un mandato general, social y tácito de la ciudadanía y no de alguna consigna.

Pero, ¿cómo lograr el cumplimiento del derecho a la información? En cuanto a los medios de difusión hay dos posturas encontradas: por un lado, como se da en la actualidad en estos países, dejar hacer según sus propios criterios profesionales, es decir mediante la autorregulación; por el otro lado, poner a disposición de la sociedad la regulación jurídica para que esos medios de difusión sean responsables de cara a la ley.

Tal como se practica el periodismo en estas sociedades, amerita hacer una revisión adecuada y regular aquellas partes del derecho a la información que simplemente no se pueden cumplir sin contar con un instrumento jurídico, especialmente en cuanto a la impunidad periodística, el tráfico de influencias y, obviamente, asegurar para los mismos periodistas -como a la ciudadanía- el combate certero de la corrupción.

Está comprobado el papel vital que cumple el procurador de los derechos de los consumidores de los medios, en algunos casos conocido como del lector, en la sociedad. Los centroamericanos necesitamos con urgencia que se legisle en función de contar con este personaje. Los medios también deberían apostarle y crear su propio ombudsman.

El editor y académico mexicano Raúl Trejo Delarbre afirma que “los medios, en fin, son demasiado importantes para dejarlos sin reglamentaciones modernas y completas. No se trata con ello de restringir libertad alguna, sino de garantizar la libertad de la sociedad para ser algo más que receptora de los medios más influyentes”.

“La mejor defensa de la libertad de expresión”, agrega, “la hacen los periodistas que mantienen un desempeño profesional, que ofrecen y comentan hechos y no rumores, que no confunden los acontecimientos públicos con los privados, que no requieren del escándalo para ganar lectores o televidentes”.

En ese sentido, asegurar el ejercicio del derecho a la información pasa por despolitizar la agenda de los medios de difusión. Los periodistas debemos lograr que la carga, especialmente política y económica, sea regulada de cara a que no solamente existen los sectores de poder como parte central de la información, sino que se escuchen otras voces.

Frente a la toma del espacio por los políticos tradicionales y sus protegidos hay que poner en escena temas de importancia ciudadana como: el combate a la pobreza, educación, defensa de los derechos humanos, cultura, fortalecimiento de la sociedad civil, asistencia a discapacitados, tercera edad, niños, mujeres, etc., y especiales como ecología, laborales, academia.

Por eso, en el libro “Ética para periodistas” (TM editores, 1998), María Teresa Herrán y Javier Darío Restrepo afirman que el derecho a la información “(...) no es un producto de la democracia sino una condición indispensable para que haya democracia; es el punto de partida para que haya civilización”.

Eso da pie para pensar que en la región hay que hacer bastante, para que se cumpla el derecho a la información. En las actuales circunstancias, la concentración del poder económico, en abierta componenda con el poder político, hacen imposible tener acceso a medios de difusión que se comprometan con los ciudadanos.

Tampoco podemos entender como cumplimiento de ese derecho el que se someta a la población a una especie de “rueda de caballitos” de los políticos, algunos sinvergüenzas reconocidos, a través de la mayoría de canales de televisión y radios noticiosas del área. La verdad es que no hay mayor aporte, aunque sí espectáculo dador de prestigio y dinero a los empresarios.

En la era de las comunicaciones, cuando es indispensable el papel del periodista como mediador, todavía estamos en deuda. Pero los centroamericanos, en general y por diversos motivos, también todavía creen en el periodista. Entonces, ¿para quién trabaja ese periodista?, es la interrogante a partir del derecho a la información.

martes, diciembre 27, 2005

Periodistas y políticos

Por Guillermo Mejía

Los periodistas y los políticos experimentan, por tradición, una de las peores relaciones que se dan dentro de la sociedad, independientemente que sea de países metrópolis –como Estados Unidos- o periféricos –como Centroamérica. Los políticos condenan, atacan, fustigan o, al revés, lisonjean, condecoran, premian.

Que en nuestro caso sea más salvaje es cierto, porque la prensa, en general, es una extensión de grupos de poder, especialmente los que se acomodan alrededor de gobiernos, y elites que utilizan al periodismo como una forma de presión o ideologización en detrimento de un servicio a la colectividad y el bien común.

Sin embargo, un vistazo a la que se considera la prensa seria de Estados Unidos, por ejemplo, también deja un sinsabor en cuanto a que responde a sectores dominantes, monopolios de la industria cultural y son la viva voz de un imperio que, aunque sofisticado, tampoco es la panacea. Si no veamos los reality shows tan en boga, donde la cursilería y la intrascendencia se vuelcan hacia la conquista de la masas en una relación mercantilista que obviamente deja millonarias ganancias, mientras aleja a la gente de su toma de conciencia ante los problemas que la abaten.

Cada vez más, y eso está muy documentado por intelectuales como Noam Chomsky, la prensa estadounidense va cediendo terreno al área de la publicidad y algo que a uno lo deja estupefacto es que ya nos podemos encontrar con reportajes donde los periodistas se desviven en alabanzas a empresas o productos (conocidos como publirreportajes).

De eso estamos cansados en Centroamérica. En Estados Unidos parecía que ya no existía tal práctica, pero la realidad indica lo contrario. Y en esas decisiones editoriales y empresariales encontramos la mano de los políticos, con nombre y apellido, sobre todo en lugares del planeta donde ostentar esa figura requiere tener dinero.

Y quienes gobiernan los medios de comunicación, en ese contexto, fácilmente sucumben ante los encantos del poder político que entre sus maravillas está el desborde de centavos en la compra de espacios en diarios, revistas, radios, televisoras, etc. a cambio de cobertura, adecuada a sus intereses, o al menos un trato equitativo.

Por eso encontramos en las salas de los medios, incluso en Estados Unidos, a periodistas que pretenden hacer su trabajo desde una trinchera profesional y en concordancia con la ética, así como a tantos (quizás la mayoría) que, a pesar de tener en su último sueño un desencanto, pasaron de periodistas a voceros de los políticos.

Dependiendo del grado de intromisión, al político le puede bastar una simple llamada telefónica, para quitarse del camino a un periodista molesto. O, al contrario, simples tres pesos para congraciarse con el periodista que le sirve en su función, en especial en tiempos de campaña o, para silenciarlo, en momentos de tensión por cualquier hecho que le afecte.

Pero independiente de que el periodista y el político lleguen a un acuerdo infame, asqueroso y denigrante, siempre existirá ese desprecio mutuo que se sienten por cuanto, en primer lugar, el periodista se vende al mejor postor –por infinidad de razones- y, en segundo lugar, al político le desencanta llenarle el buche para tenerlo tranquilo.

De ahí que luego de una cena de transacciones el político llegue al extremo de contar la cantidad de comida y guaro que se atraganta el periodista. Y, el periodista, también llegue al extremo de contar que el político es tan agarrado que quizás no valga la pena seguirle ayudando.

¿Y en Estados Unidos? Es la misma historia, pero con matices. Para el caso, un periodista estadounidense no podría caer en la desgracia de darse a conocer tan vilmente frente a sus compañeros, en la búsqueda de una transa con el político. Es decir, el mecanismo es más sofisticado, aunque al final la razón siempre sea la del que tiene el poder.