martes, julio 23, 2019

La prensa incómoda ante el ejercicio del poder

Por Guillermo Mejía

Son frecuentes los casos en que los gobernantes se molestan por el tratamiento informativo de los periodistas sobre lo que hacen o dejan de hacer –conforme a sus planes o vicisitudes del momento- cayendo en la tentación, muchas veces, de interpretar el papel de la prensa como una extensión del ejercicio del poder.

Es más, confunden el trabajo de los comunicadores con el de amanuenses al servicio del monarca, desde una visión maniquea, entre el bien y el mal, menospreciando el derecho a la información de las sociedades que requieren conocer a fondo los asuntos públicos, a la vez que tienen derecho a dar a conocer sus opiniones.

Hay que advertir que ese tipo de aberración no es de los últimos tiempos, ni tampoco una respuesta del poder a la presencia de las nuevas tecnologías en la vida cotidiana o la incursión de los medios de comunicación en la esfera digital, sino ha sido una vieja tentación que demuestra el menosprecio hacia la transparencia, el acceso a la información y el debate democrático.

Cuando nos referimos que hay casos frecuentes vale recordar el comportamiento de gobernantes como Donald Trump, en Estados Unidos; Nayib Bukele, en El Salvador; Andrés Manuel López Obrador, en México, entre otros, que, por ejemplo, adoptan posturas autocráticas, xenofóbicas, el primero; excluyentes y descalificadoras, el segundo; y mesiánicas, el tercero.

Eso sí, han sabido utilizar a su favor los recursos de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, en especial las redes sociales Twitter y Facebook, donde –hay que asumirlo de manera crítica- han “atrapado” a los periodistas, que convierten en noticia cualquier expresión, sin importar su trascendencia.

Desde el análisis de los medios de comunicación y el ejercicio del poder se ha llegado a concluir que las Fake News o noticias falsas (sobre todo difundidas por gobernantes u otros líderes de opinión) alcanzan mayor alcance gracias a que los mismos periodistas se encargan de sacarlas de las cuentas que las producen. Eso dice mucho de la práctica periodística que valdría una revisión a consciencia.

Recordemos que, además de escudriñar el ejercicio del poder, favorecer el debate sobre los temas de interés público y aclarar el rumbo de las sociedades, en el marco del ejercicio democrático, el periodismo honesto debe preocuparse por ser exacto, justo e incluyente. Y no puede caer en el error de sacrificar los postulados éticos en la carrera por la primicia.

Hay que decir, a la vez, que el comportamiento de los gobernantes de turno –como los que citamos- es planificado, de ninguna manera es improvisado, son prácticas en abierta sintonía con las estrategias del marketing político que ha venido a menospreciar los derechos ciudadanos en la búsqueda de ganar mentes y corazones del conglomerado.

Si no, no tendríamos a Donald Trump tuiteando ofensas a cualquier hora, sin importar las madrugadas; ni a Nayib Bukele hablando de su “gobierno 24/7” a la par de cualquier disparo en las redes sociales; ni a Andrés Manuel López Obrador, con sus “mañaneras” donde incluso se pelea con periodistas que se salen del guion de apostarle a “las transformaciones”.

Las sociedades actuales necesitan más que nunca el papel escrutador de los periodistas, para acercar a los ciudadanos a los temas de interés público y el ejercicio del poder que constitucionalmente les pertenece, ya que los funcionarios –comenzando por los presidentes de turno- son servidores públicos que tienen que dar cuenta de sus actos.

A las quejas de los gobernantes ante la prensa incómoda, pues, la única respuesta es que los periodistas profundicen su papel crítico ante el ejercicio del poder.

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