El poder ausente
Por Guillermo Mejía
Conforme se profundiza la crisis política en el país, a raíz de la aprobación del decreto 743, es notable la ausencia de un poder que en toda sociedad debe ser central: el de la ciudadanía consecuente, crítica y rectora de su destino, como eje del ejercicio de la institucionalidad que sigue secuestrada por la partidocracia.
Aún hace falta recorrer camino en la sociedad salvadoreña, para que de forma solidaria y con visión política se haga sentir la indignación popular. Es obvio que desde posturas conservadoras nunca se posibilitará este tipo de acción política, pero resulta más que decepcionante el comportamiento de la izquierda que ha sacado la peor parte de la crisis.
El partido Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), tomando en cuenta las declaraciones de sus dirigentes, se ha enredado en una postura que desdice de lo que supuestamente debe ser su credo político, el derecho de los ciudadanos para hacerse valer y sentir en las cuestiones relacionadas con la cosa pública.
Por eso es lamentable ese poder ausente, aunque es comprensible ante la falta de democracia que nos ha acompañado en el devenir histórico como producto de un ejercicio de poder despótico. Como lamentable resulta también la oportunidad perdida en el marco de la firma de la paz, en 1992, ocasión que bien pudo ser aprovechada para enrumbar al país.
El hecho de que haya llegado el Presidente Mauricio Funes, con el partido FMLN, resultó para mucha gente una esperanza que por una serie de razones, de todos conocidas, se ha ido desfigurando al grado que existe decepción, máxime con la sanción del mandatario al nefasto y antidemocrático decreto 743.
Nos hace falta mucha cultura política, nos hace falta mucha educación cívica en la sociedad. Tanto así que es palpable el desentendimiento ciudadano por los temas que debería de importarle, anomalía que se profundiza a partir de la oferta, sujeta a la espectacularidad y el sensacionalismo, que impera en los medios de comunicación.
La condición posmoderna que vivimos a nuestra manera, también es otra de las limitantes que notamos para ese empoderamiento ciudadano. Con individuos privatizados, individualizados, insolidarios y hedonistas, nos dirigimos cuesta arriba hacia la construcción de otra sociedad que sea participativa, democrática, donde se establezca la justicia y la verdad.
Vamos a ver hasta dónde aguanta la pita. Qué bueno que diéramos un salto con ese necesario despertar de la ciudadanía que nos condujera a esa otra manera de vivenciar la política y que contáramos desde nuestra profesión periodística con instrumentos que posibilitaran el encuentro de los salvadoreños a partir del diálogo social.
Por cierto, como el 28 de junio se cumplieron dos años del fatídico golpe de Estado que depuso al Presidente Manuel Zelaya Rosales, en Honduras, es preciso remembrar las jornadas populares y cívicas que sirvieron para denunciar y condenar la maniobra golpista que pretendió socavar la propuesta en dirección a conquistar espacios de democracia participativa.
No importaron los atentados y asesinatos contra los miembros de la resistencia contra el golpe, tampoco la forma en que se comportó, y se comporta, el coro mediático hondureño ante la urgencia de construir una nueva Honduras donde instaure una sociedad de nuevo tipo que también se necesita en El Salvador.
Ojala despierte ese poder ausente.
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