En memoria de los hermanos migrantes masacrados
Por Guillermo Mejía
No podemos mostrarnos indiferentes, nos sentimos afectados por el asesinato de los 72 hermanos migrantes en Tamaulipas, México, en días recientes. Ciudadanos de El Salvador, Honduras, Guatemala, Ecuador y Brasil fueron ejecutados por bandas armadas de los narcos en una simbiosis, en la que el Estado mexicano mismo tiene manchadas las manos de sangre.
Como manchadas las manos también las tienen los responsables de que nuestros conciudadanos se vean en la triste y lamentable condición del destierro, porque no hay manera –dentro del drama en que sobrevivimos- de que se realicen como seres humanos. De ahí que la migración de nuestra gente ha sido una salida obligada desde tiempo atrás.
El gobierno actual debería asumir lo que le corresponde en este problema nacional. Hoy más que nunca tiene la obligación de crear las condiciones para la reivindicación de la gente. Los políticos encantados de la cosa pública también deben asumir lo que les concierne, al igual que los grandes empresarios que se niegan a pagar lo que les toca en impuestos. Y la gente tiene que demandar sus derechos.
Retomar el camino del cambio es una necesidad impostergable. Si no estimaríamos que fue un fraude la apuesta por una nueva posibilidad de gobernar. Lástima que la izquierda, en especial la aglutinada en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (Fmln), aparece sin dientes y sumida en una lucha intestina en busca de mantener su condición de dirigentes o de empleados públicos. Qué desgracia.
Así que no podemos asumir demencia en esta hora en que el crimen nos golpea donde más duele, en nuestra gente que se expone en su integridad física y moral, para poder subsistir y lejos de sus núcleos familiares. Por eso tampoco es válido dejar fuera del análisis los otros costos de la emigración para estas sociedades, los renglones torcidos que nos recuerdan a nuestra floreciente delincuencia organizada.
Pese a las amenazas en esa ruta de la muerte, los centroamericanos y sudamericanos seguirán intentando llegar a la “pesadilla americana”, donde no les espera una tierra de paz y solidaridad, sino las muestras del racismo primitivo, la persecución policial y el crimen en las calles vueltas en escenarios de la frustración de otros desheredados que se muestran hostiles a los de otro color.
En memoria de nuestros hermanos centroamericanos y sudamericanos, vale traer las palabras del poeta salvadoreño Roque Dalton en su Poema de amor:
Poema de amor
Los que ampliaron el Canal de Panamá
(y fueron clasificados como "silver roll" y no como "gold roll"),
los que repararon la flota del Pacífico
en las bases de California,
los que se pudrieron en la cárceles de Guatemala,
México, Honduras, Nicaragua,
por ladrones, por contrabandistas, por estafadores,
por hambrientos,
los siempre sospechosos de todo
("me permito remitirle al interfecto
por esquinero sospechoso
y con el agravante de ser salvadoreño"),
las que llenaron los bares y los burdeles
de todos los puertos y las capitales de la zona
("La gruta azul", "El Calzoncito", "Happyland"),
los sembradores de maíz en plena selva extranjera,
los reyes de la página roja,
los que nunca sabe nadie de dónde son,
los mejores artesanos del mundo,
los que fueron cosidos a balazos al cruzar la frontera,
los que murieron de paludismo
o de las picadas del escorpión o de la barba amarilla
en el infierno de las bananeras,
los que lloraran borrachos por el himno nacional
bajo el ciclón del Pacífico o la nieve del norte,
los arrimados, los mendigos, los marihuaneros,
los guanacos hijos de la gran puta,
los que apenitas pudieron regresar,
los que tuvieron un poco más de suerte,
los eternos indocumentados,
los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo,
los primeros en sacar el cuchillo,
los tristes más tristes del mundo,
mis compatriotas,
mis hermanos.
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