Un esfuerzo por la educación ciudadana
Por Guillermo Mejía
El haber aprobado el decreto que obliga al sistema educativo nacional a dar un espacio a la lectura de la Biblia en las aulas puede deberse a dos cosas: ignorancia o desesperación de los llamados “padres de la Patria”. En el primer caso, porque parecen no comprender el significado histórico de la separación del Estado y la Iglesia, y en el segundo, desesperados ante el fracaso de la sociedad frente al crimen.
Parece una idea compartida el hecho que está muy bien el papel que desempeña la Iglesia y sus distintas denominaciones, pero que lo haga donde corresponde, mientras se tiene que dejar al sistema educativo nacional desarrollarse dentro de lo que establece la formación integral científica de los alumnos. Claro, ambos universos pueden ser –y deberían ser- complementarios.
No es posible que tras varios siglos de lucha constante por el establecimiento de un Estado laico, en El Salvador se vaya como el cangrejo, hacia atrás. No se puede entender, por mucho que en algunas mentes de la sociedad la idea sea bien vista de cara al futuro incierto de nuestros jóvenes, que abramos puertas ya cerradas.
Por eso cuesta entender cómo el gobierno y la persona del presidente Mauricio Funes no asumen el papel que les corresponde y, de una vez por todas, descartan esa posibilidad que muy poco contribuiría a combatir el estado de violencia que padecemos. Si bien se comprenden las buenas intenciones, no es cierto que nos resuelva el problema.
Así que hay que agradecerles a los pastores al preocuparse por la grey, pero resulta más útil que sigan su trabajo espiritual desde sus iglesias y con sus programas sociales. Por otro lado, hay que tomar en cuenta que, aunque microcosmos, El Salvador ya no solo se contempla cristiano sino que existen otras denominaciones, como por ejemplo los musulmanes, que no pueden ser discriminados por la ley.
En cuanto a la necesidad de potenciar el sistema educativo nacional, donde cabe la posibilidad de impartir de nuevo la asignatura Moral y Cívica, sería oportuno que las autoridades no cayeran en la visión tradicional sobre los valores, sino que se conceptualizara a partir de la época que nos toca vivir en el siglo XXI y la urgencia de nuevos paradigmas.
De esa forma, cabe recordar las reflexiones de la filósofa húngara Agnes Heller acerca de las virtudes cívicas que tienen que orientar el desarrollo de los ciudadanos en esta nueva sociedad, post-moderna e intimista, que permanece abierta al pensamiento débil frente a la caducidad del pensamiento fuerte.
Con relación a los valores, Heller propone: tolerancia radical, valentía cívica, solidaridad, justicia, y las virtudes intelectuales de la disponibilidad a la comunicación racional y fronesis (prudencia). “La práctica de tales virtudes hacen que la ‘ciudad’ sea lo que debe ser: la suma total de todos sus ciudadanos”, dice la intelectual europea.
La ciudadanización de la sociedad es el imperativo, para lograr el anhelado cambio en libertad, justicia y democracia. El sistema educativo nacional debe apostarle a la formación integral de los salvadoreños considerando esa nueva realidad. Y. en esa dirección, no se puede dejar de lado la educación o “deseducación” que se promueve dentro del sistema mediático.
En suma, muy sano sería para nuestro país y Centroamérica en general que las iglesias y los sistemas educativos hicieran su labor cívica, pero a la vez que desde los que tienen poder de decisión y usufructan la riqueza se haga lo que corresponde para atender a los respectivos pueblos y pensemos en Estados humanizados.
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