Por Guillermo Mejía
El presidente Nayib Bukele cumplió su primer año de gobierno
en medio de la incertidumbre por la falta de entendimientos políticos con sus
adversarios, políticos, empresariales y mediáticos, en el marco de dos
emergencias nacionales debido a la pandemia por el coronavirus y las
inclemencias del invierno.
Si bien en una reciente encuesta de LPG-Datos
apareció respaldado con más del 90 por ciento de la población en su aniversario
y la conducción de la cuarentena por la covid-19, los discursos de sus
opositores presagian mayor calamidad para los salvadoreños debido a la
profundización de la crisis económica y los sueños autoritarios del mandatario.
Los motivos para tales señalamientos sobran debido a la forma en que se conduce
el presidente desde la toma de la Asamblea Legislativa, el pasado 9 de febrero,
hasta las descalificaciones públicas de los diputados a quienes ha llamado
delincuentes y sinvergüenzas, a la vez que ha desconocido la aplicación de la
ley.
¿Por qué se da este tipo de comportamiento político?, ¿por qué en este
tiempo impera más la espectacularización que el racionamiento en el ejercicio
del poder?, ¿cómo nos explicamos el hecho de que este fenómeno se repite en
muchos países alrededor del mundo?, son preguntas que urgen de respuestas.
Según
el profesor-investigador Manuel Alejandro Guerrero, de la Universidad
Iberoamericana, de México, el fenómeno se debe a que vivimos en la “era de la
ira” –expresión acuñada por el ensayista indio Pankaj Mishra- en la que el orden
global dominado por Occidente ha dado paso a un caos provocado por el enojo de
“los perdedores de la historia”.
“Esta condición se refleja, según Mishra, en
diferentes formas de violencia incubadas en discursos de odio y discriminación a
toda expresión de diferencia –religiosa, étnica, cultural, sexual, etc.- y ha
comenzado a manifestarse políticamente en movimientos como los que defendieron
el ‘Brexit’ en Gran Bretaña, en el repunte de la extrema derecha europea, en el
triunfo de Trump o en gobiernos que han tomado la bandera del chauvinismo y la
xenofobia…”
“…desde Polonia y Hungría en Europa, pero también India y Filipinas,
pasando por Rusia y Turquía. América Latina no ha quedado intocada por estas
tendencias: basta ver al infame Jair Bolsonaro en Brasil. Se trata, entonces, de
un fenómeno de alcance mundial”, expone Guerrero en su libro ¿El fin de la
razón?: La destrucción emocional de la democracia moderna (Siglo XXI, 2019).
Guerrero advierte que no se puede meter todo en el mismo costal, ya que hay
diferencias notables por sociedades y tiempos en que se ha dado el fenómeno. Sin
embargo, “aquello que, en cambio, sí parece común, al menos para el grueso de
las sociedades más modernas y con aspiraciones democráticas, son los elementos
detonantes de la ira, que son efectos particulares cada vez más visibles en la
vida cotidiana derivados de la coincidencia de tres grandes transformaciones de
las últimas décadas”.
Y lo expone así:
Primero, un desencanto ante las
democracias establecidas debido a la dificultad que han tenido para responder de
forma efectiva e incluyente a las crecientes demandas de amplios sectores de la
población, cuya calidad de vida ha disminuido considerablemente o simplemente no
ha mejorado.
Segundo, el surgimiento de una “civilización del espectáculo”
–retomando el título de la obra de Vargas Llosa- donde predomina lo divertido,
lo inmediato, lo polisémico del entertainment, características que se extienden
hoy cada vez más a lo informativo y en donde el papel vigilante y verificador de
los medios se ha diluido, lo que favorece “la invención de la verdad” y el
amarillismo descarado.
Y, tercero, una revolución de las tecnologías digitales
que ha abierto a los individuos posibilidades de interacción, interactividad,
producción y creación de sus propios contenidos a una escala nunca vista en la
historia, pero que por sus propios formatos también favorece el insulto y la
descalificación, así como la socialización de contenidos con fuerte carga
emocional, frecuentemente negativa. ¿Cuál debería ser la respuesta?, es la
pregunta obligada.
El profesor-investigador mexicano nos aclara el punto:
“…
periodismo y educación. Se piensa aquí en un periodismo para la solidaridad que
acoja los ideales y principios ya mencionados (responsabilidad pública y ética)
para una esfera pública más abierta, pluralista, tolerante y dialogante que
pueda extenderse –como ya sucede, pero aquí desde otra mirada- hacia temas de la
vida privada. Asimismo, se piensa en una educación para la solidaridad que
enfatice, no la adquisición mecánica mecánica y funcional de ‘conocimiento’
(skills) sino una formación amplia de personas capaces de entender, comprender y
ponerse en el lugar del otro, que abarque de lo privado a lo público”.
Sería el
“antídoto a la ira y al miedo que en nuestros días promueven la cerrazón”,
advierte Guerrero.
Cuando escuche las expresiones de bravura del presidente
Nayib Bukele con énfasis en delincuentes, sinvergüenzas o malditos con que
nombra a quienes considera sus adversarios políticos que son “más de lo mismo” y
que “en el 2021 van para afuera”, en alusión a las elecciones de diputados y
alcaldes, recuerde al maestro Guerrero en la “era de la ira”.
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