martes, junio 02, 2020

Nayib Bukele y la "era de la ira"

Por Guillermo Mejía

El presidente Nayib Bukele cumplió su primer año de gobierno en medio de la incertidumbre por la falta de entendimientos políticos con sus adversarios, políticos, empresariales y mediáticos, en el marco de dos emergencias nacionales debido a la pandemia por el coronavirus y las inclemencias del invierno.

Si bien en una reciente encuesta de LPG-Datos apareció respaldado con más del 90 por ciento de la población en su aniversario y la conducción de la cuarentena por la covid-19, los discursos de sus opositores presagian mayor calamidad para los salvadoreños debido a la profundización de la crisis económica y los sueños autoritarios del mandatario.

Los motivos para tales señalamientos sobran debido a la forma en que se conduce el presidente desde la toma de la Asamblea Legislativa, el pasado 9 de febrero, hasta las descalificaciones públicas de los diputados a quienes ha llamado delincuentes y sinvergüenzas, a la vez que ha desconocido la aplicación de la ley.

¿Por qué se da este tipo de comportamiento político?, ¿por qué en este tiempo impera más la espectacularización que el racionamiento en el ejercicio del poder?, ¿cómo nos explicamos el hecho de que este fenómeno se repite en muchos países alrededor del mundo?, son preguntas que urgen de respuestas.

Según el profesor-investigador Manuel Alejandro Guerrero, de la Universidad Iberoamericana, de México, el fenómeno se debe a que vivimos en la “era de la ira” –expresión acuñada por el ensayista indio Pankaj Mishra- en la que el orden global dominado por Occidente ha dado paso a un caos provocado por el enojo de “los perdedores de la historia”.

“Esta condición se refleja, según Mishra, en diferentes formas de violencia incubadas en discursos de odio y discriminación a toda expresión de diferencia –religiosa, étnica, cultural, sexual, etc.- y ha comenzado a manifestarse políticamente en movimientos como los que defendieron el ‘Brexit’ en Gran Bretaña, en el repunte de la extrema derecha europea, en el triunfo de Trump o en gobiernos que han tomado la bandera del chauvinismo y la xenofobia…”

“…desde Polonia y Hungría en Europa, pero también India y Filipinas, pasando por Rusia y Turquía. América Latina no ha quedado intocada por estas tendencias: basta ver al infame Jair Bolsonaro en Brasil. Se trata, entonces, de un fenómeno de alcance mundial”, expone Guerrero en su libro ¿El fin de la razón?: La destrucción emocional de la democracia moderna (Siglo XXI, 2019).

Guerrero advierte que no se puede meter todo en el mismo costal, ya que hay diferencias notables por sociedades y tiempos en que se ha dado el fenómeno. Sin embargo, “aquello que, en cambio, sí parece común, al menos para el grueso de las sociedades más modernas y con aspiraciones democráticas, son los elementos detonantes de la ira, que son efectos particulares cada vez más visibles en la vida cotidiana derivados de la coincidencia de tres grandes transformaciones de las últimas décadas”.

Y lo expone así:

Primero, un desencanto ante las democracias establecidas debido a la dificultad que han tenido para responder de forma efectiva e incluyente a las crecientes demandas de amplios sectores de la población, cuya calidad de vida ha disminuido considerablemente o simplemente no ha mejorado.

Segundo, el surgimiento de una “civilización del espectáculo” –retomando el título de la obra de Vargas Llosa- donde predomina lo divertido, lo inmediato, lo polisémico del entertainment, características que se extienden hoy cada vez más a lo informativo y en donde el papel vigilante y verificador de los medios se ha diluido, lo que favorece “la invención de la verdad” y el amarillismo descarado.

Y, tercero, una revolución de las tecnologías digitales que ha abierto a los individuos posibilidades de interacción, interactividad, producción y creación de sus propios contenidos a una escala nunca vista en la historia, pero que por sus propios formatos también favorece el insulto y la descalificación, así como la socialización de contenidos con fuerte carga emocional, frecuentemente negativa. ¿Cuál debería ser la respuesta?, es la pregunta obligada.

El profesor-investigador mexicano nos aclara el punto:

“… periodismo y educación. Se piensa aquí en un periodismo para la solidaridad que acoja los ideales y principios ya mencionados (responsabilidad pública y ética) para una esfera pública más abierta, pluralista, tolerante y dialogante que pueda extenderse –como ya sucede, pero aquí desde otra mirada- hacia temas de la vida privada. Asimismo, se piensa en una educación para la solidaridad que enfatice, no la adquisición mecánica mecánica y funcional de ‘conocimiento’ (skills) sino una formación amplia de personas capaces de entender, comprender y ponerse en el lugar del otro, que abarque de lo privado a lo público”.

Sería el “antídoto a la ira y al miedo que en nuestros días promueven la cerrazón”, advierte Guerrero.

Cuando escuche las expresiones de bravura del presidente Nayib Bukele con énfasis en delincuentes, sinvergüenzas o malditos con que nombra a quienes considera sus adversarios políticos que son “más de lo mismo” y que “en el 2021 van para afuera”, en alusión a las elecciones de diputados y alcaldes, recuerde al maestro Guerrero en la “era de la ira”.

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