jueves, agosto 22, 2019

El travestismo periodístico

Por Guillermo Mejía

En tiempos posmodernos parece ser que el periodismo va decayendo al verse contaminado por prácticas emparentadas con la comunicación institucional, la publicidad o la propaganda, potenciadas por las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.

A su antojo, los funcionarios públicos o privados, representantes diplomáticos o de entidades no gubernamentales, entre otros, se dan el lujo de contar con “sus” periodistas –escogidos del mismo sistema de comunicación colectiva- con tan sólo ofrecerles condiciones de bienestar y la complicidad de las empresas periodísticas.

Para el caso, un grupo de comunicadores ha potenciado la imagen del alcalde de San Salvador, Ernesto Muyshondt, en su viaje a Washington, lo mismo que a los chinos continentales a lo largo de un año de relaciones diplomáticas con El Salvador. Antes le sirvió a China-Taiwán y desde siempre a los intereses gringos.

Al contrario de esa desviación, hay colegas y autores diversos que nos recuerdan el legado del periodismo en una sociedad democrática.

“El propósito principal del periodismo es proporcionar a los ciudadanos la información que necesitan para ser libres y capaces de gobernarse a sí mismos”, nos advierten Bill Kovach y Tom Rosenstiel en su libro Los elementos del periodismo (Ediciones El País, 2004) ante los retrocesos que se han dado en la profesión periodística.

Según los autores, son varias las razones para validar la teoría y la filosofía que definen a la información que surgen de la función que desempeñan las noticias:

“Los medios informativos nos ayudan a definir la comunidad y a elaborar un lenguaje y un conocimiento compartidos basados en la realidad. El periodismo también contribuye a identificar los objetivos de una comunidad, y reconocer sus héroes y villanos”.

“Los medios de comunicación actúan como un guardián, impiden que el ciudadano caiga en la complacencia y ofrecen voz a los olvidados.”

Agregan: “Esta definición ha mantenido su solidez a lo largo de la historia y ha demostrado estar tan profundamente incardinada en el pensamiento de aquellas personas que a lo largo de cualquier época han desempeñado el papel de transmisores de información, que casi nadie lo pone en duda”.

Como se nota, posturas muy alejadas de la conversión que, en muchos casos, se da en la práctica periodística por actividades que pertenecen a áreas de la comunicación institucional, la publicidad o la propaganda. Con la llegada de las nuevas tecnologías el cambio de casaca se ha facilitado en la lucha por las audiencias.

Recientemente, el periodista español Gervasio Sánchez, que cubrió las guerras civiles en Centroamérica, le dijo al periódico El Faro: “El periodismo está atravesando un momento muy crítico. Y hablo del periodismo en general, no de medios en particular. El periodismo que se hacía hace 40 o 50 años en Europa y en Estados Unidos era muchísimo mejor que el actual”.

Dado la inmensidad de intereses, que vienen a prostituir la función del periodista, hay una crisis de credibilidad que ha dañado la actitud crítica del ciudadano promedio. Según Sánchez: “Ese ciudadano está hoy peor informado, a pesar de la aparente gran avalancha de información. Hay una tendencia a no reflexionar sobre lo que se lee, a no profundizar en las historias”.

“Hay periodistas de las nuevas generaciones tan obsesionados con la presencia en redes sociales que a veces tienen una buena idea y, en vez de guardarla para escribir un buen reportaje, la airean en Twitter y la queman”, sentenció el periodista español.

El Faro le preguntó a Gervasio Sánchez:

“El Gobierno de China o el de Taiwán organizan un viaje con gastos pagados para periodistas. ¿Un periodista debería aceptarlo?”

Sánchez respondió: “Los diarios importantes, en sus libros de estilo, tienen delimitado que no se puede aceptar una invitación pagada por ningún país ni ninguna empresa si está implícito una especie de trabajo de relaciones públicas. Eso está escrito; otra cosa es cuántas veces el medio y los periodistas violan esa regla, porque muchas de las historias que se hacen hoy en día pasan por una invitación oficial de una fuente interesada. Y pasa igual con las oenegés. Lo lógico sería que los periodistas no viajaran invitados por las oenegés.”

Lamentablemente, la reflexión constante de periodistas y sociedad en general sobre una función social de primer nivel en una democracia parece ser materia olvidada por estos lares. El travestismo periodístico navega a sus anchas.










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