miércoles, mayo 08, 2019

La degradación de la política en las redes sociales

Por Guillermo Mejía

Las advertencias sobre la pérdida de la capacidad de debate y argumentación en las redes sociales por el derroche de posturas irracionales se hace cada vez más frecuente en la sociedad contemporánea y las vicisitudes de la política muestran la contaminación de lo superfluo y egocéntrico frente al ejercicio de la reflexión.

“Los textos más pausados y pensados, también a menudo más extensos –en los que una tesis se desdobla en párrafos argumentales, ejemplos, estudios, consecuencias lógicas y conclusiones-, nos son frecuentes en Twitter y Facebook. Ni los límites de extensión en la primera ni la dinámica en ambas lo permiten”, afirmó hace poco el escritor argentino-canadiense Alberto Manguel.

“Y es que las redes obedecen a una lógica de la ocurrencia y no a una de debate sustancial. Hay una paciencia en el desarrollo de los textos de largo aliento (no todos y no siempre) que implica un valioso ejercicio intelectual que corre el riesgo de perderse con la brevedad ingeniosa y la inmediatez que recompensan las redes sociales”, escribió en The New York Times.

“Este no es, o no quiere ser, un lamento nostálgico por el pasado”, agregó Manguel, “pero sí un llamado de atención sobre los riesgos que entrañan las formas de comunicación que caracterizan nuestro siglo: la brevedad y la falta de argumentación puede reducir la conversación a una frase tuitable. ¿Qué peligros hay en una sociedad de lectores de formas tan sucintas, a menudo vehementes y generalmente escasas de argumentos y datos verificados? Los 280 caracteres que permiten los tuits pueden simplificar la complejidad de una reflexión y, por lo tanto, empobrecer el debate público”.

Según el autor, las reglas retóricas en las redes sociales han masificado la tendencia al desarrollo de argumentos remplazado por el filo de la condensación, frases muchas veces ingeniosas pero casi siempre vacías o triviales, al grado que el prestigio de la labor intelectual se ha erosionado y se ha tendido a desdeñar los ejercicios que implican pensar y argumentar.

Manguel pone como ejemplos de esas prácticas preocupantes en la política a algunos presidentes como el estadounidense Donald Trump, el mexicano Andrés Manuel López Obrador y el brasileño Jair Bolsonaro: “Estos políticos han sabido entender bien la dinámica del lenguaje de las redes: menos propuestas estructurales y más declaraciones lapidarias”, sentenció.

Y agregó: “Sus discursos incitan a la reacción irreflexiva y visceral de los ciudadanos y menosprecian la labor analítica de sus críticos, a los que llaman ‘fifis’ o ‘enemigos del pueblo’. Estos gobernantes populistas se benefician del empobrecimiento del debate público que las redes facilitan: la crítica se debilita, el debate se dispersa. Como el eslogan del franquismo: ‘¡Muera la inteligencia, viva la muerte!’”.

Qué decir en El Salvador. Por lo que venimos observando desde antes del triunfo del presidente electo Nayib Bukele, éste ha privilegiado las redes sociales para dirigirse al conglomerado y, a su favor, encender la confrontación con sus adversarios y parte de los periodistas a quienes acusa de andar en el búsqueda de “el pelo en la sopa”.

La estrategia de marketing político diseñada incluye que sus oponentes y los periodistas molestos caigan en su tela de araña para desatar, con frases contundentes y que apelan a la irracionalidad, la furia de su ejército de seguidores dispuestos a destruir a quien se atreva a criticar la figura de su líder.

¿La solución? Manguel no cree necesario abandonar las redes sociales, pero sí retomar la lectura: leer ficción, leer periodismo, leer más. Pero no solo eso: debemos evitar la tentación de reproducir la dinámica de las redes sociales que funciona a partir de la indignación y el instinto en los debates de nuestra vida política, económica y social. Manos a la obra, pues.

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