Por Guillermo Mejía
Es innegable el papel de los medios de comunicación social en la configuración de actitudes y comportamientos individuales y grupales, así como en el establecimiento de las agendas por donde vehiculan las temáticas sobre las que desean que los consumidores presten su atención y las lleven a la discusión pública.
Esas son ideas del profesor español José Luis Dader, especialista en opinión pública y comunicación política, que también critica el proceder de muchos periodistas que en razón de la falta de una selección rigurosa de su materia prima y poca inversión de tiempo en esa búsqueda, entre otros males, banalizan una profesión tan necesaria como importante.
“El periodista se convierte en efecto en un ‘aduanero’ que mediante su selección temática cotidiana establece qué temas, problemas, personas o instituciones van a ser expuestas a la luz pública, convirtiéndose así en motivo de comunicación pública y resorte de las diferentes manifestaciones de las corrientes de opinión”, afirma el autor.
Por tal razón, “la misma rutina y celeridad con que han de ejercer la decisión precipitada de qué temas cubrir, a qué personajes entrevistar, a qué fuentes informativas prestar atención, acaba por desdibujarles subjetivamente la repercusión sociopolítica y cultura de su actividad”, añade Dader.
El periodista no es consciente del papel que le corresponde, pues tiene en sus manos la decisión de dar relevancia pública a personas o acontecimientos, al grado que se convierte –sin pensarlo a cabalidad- en un nuevo “Rey Midas”, “capaz de convertir, no en oro, sino en público, todo lo que toca”.
Dader pone como ejemplo: El “Rey Midas” no convierte en públicos infinidad de problemas padecidos de forma crónica y persistente por importantes colectivos humanos, pero, por el contrario, otros asuntos de relieve social objetivo muy inferior, adquieren con facilidad los favores de la atención pública.
El problema de fondo es que existe un “modelo de mentalidad periodística” que se transmite mediante las rutinas periodísticas y que “corresponde literalmente al de un hombre gris, común y corriente… en cierta medida podría decirse que ahí reside mucha de la grandeza, pero también mucha de la miseria, de la condición profesional del periodista”.
El periodista “suele asumir precisamente el ideal de juzgar e interpretar los múltiples asuntos que le ocupan como si fuera un ciudadano medio más, es decir, alguien desinteresado por los detalles y los matices, apenas interesado en los datos elementales de las cuestiones a simple vista más impactantes”, señala Dader.
“Gracias a su identificación innata con el sentido popular medio –y mediocre-, consigue precisamente detectar con éxito qué temas, personas y tratamientos resultan en cada momento más apetecibles e interesantes –más comerciales-, para los consumidores de sus informaciones. El éxito personal e industrial queda así asegurado”, precisa el profesor español.
“Pero en la misma medida en que se ata a la mentalidad roma del no especializado, se impide a sí mismo –y a través de él a todo el público anónimo, espectador del espacio público-, la comprensión, escudriñamiento o la percepción siquiera, de múltiples aspectos de la realidad social, decisivamente influyentes, pero al mismo tiempo incomprensibles o indetectables”, añade.
Lamenta el maestro español la manía de los periodistas de asemejarse con el común denominador de todas las gentes, al contrario de otros expertos que son celosos con su conocimiento, con lo que evitan los aspectos complejos. Predomina en los periodistas el repudio a la sofisticación intelectual, el conocimiento especializado, aridez conceptual o esfuerzo perceptivo.
“Mientras el periodista –no todos, pero sí buena parte de este colectivo-, se limite a administrar su poder de ‘Rey Midas’ de manera aleatoria, intuitiva y despreocupada –o preocupada exclusivamente por criterios de rentabilidad comercial o ideológica-, estará configurando ineludiblemente un ‘espacio público’. Pero dicho espacio o esfera de lo público difícilmente estará cumpliendo la función sociopolítica y cultural que demandaría la formación de una opinión pública plural, racional y consciente de las auténticas prioridades de una comunidad”, sentencia Dader.
En consecuencia, los periodistas construyen un espacio público irregular, sin ninguna garantía de estar reflejando las cuestiones que, provenientes de la esfera social o la privada, requieran más incuestionablemente un análisis público. Este espacio público es el que simplemente deciden los periodistas, sin que ni siquiera ellos mismos sean conscientes.
Dader nos recuerda lo que él llama “pecados capitales” de los periodistas en su construcción de lo público: Corporativismo, complicidad en el secretismo, intromisión ante lo privado y descrédito de la transparencia, el abrazo al poder y la opacidad pública de las instituciones, anquilosamiento mental, simplicidad, el agobio de la celeridad, insensibilidad para con los sujetos anónimos e incomprensibilidad de los informado.
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