Por Guillermo Mejía
Desde diversos sectores se han levantado alertas ante la posibilidad de que la Asamblea Legislativa apruebe una controversial legislación especial de delitos informáticos y conexos, denominada por sus detractores como ley mordaza, especialmente porque podría coartarse la libertad de expresión.
Bajo el ropaje de combatir la calumnia, la difamación y la injuria, entre otros delitos contra el honor de la persona, no es nueva la tentación de cercenar libertades por parte de las instancias respectivas, sin dejar de lado las estratagemas de los políticos de todos los colores que se muestran reacios a la crítica ciudadana y se tornan impunes.
Sin embargo, tampoco se puede negar que en nombre del ejercicio del derecho a expresar una opinión se cae en el libertinaje, sobre todo con el uso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación y la red de internet, hecho constatable en las redes sociales, blogs, medios digitales, entre otros, además en los mismos medios de comunicación tradicionales.
La ciudadanía debe prestar mucha atención a los alcances de esa legislación especial, sobre todo en cuanto al ejercicio de la libertad, pero sin perder de vista lo concerniente a los deberes como sujetos socialmente responsables. Otros aspectos del proyecto de ley especial son menos controversiales, inclusive necesarios dado la incursión de la sociedad en la plataforma digital.
Si bien un Estado tiene que garantizar derechos y deberes con el fortalecimiento legal, no es tan cierto que con más leyes se asegure el respeto y la convivencia social. El Estado está en la obligación de procurar la toma de conciencia a partir de inculcar el buen proceder de la gente en sintonía con otras instituciones sociales.
Es de hacer notar que con la llegada de las nuevas tecnologías y la revolución de Internet no pocos especialistas han insistido en la necesidad de armar un modelo ético de cara al libertinaje que representa para muchos el acceso y difusión en la red de redes. Los planteamientos éticos se enfrentan al desafío de la velocidad de los cambios que muestra la plataforma digital.
Para el caso, el maestro Juan Pedro Ortuño, de la Facultad de Teología San Dámaso, de Madrid, advierte que “más que un ente dinámico, la ética es un modelo (o modelos) permanente de referencia. Independientemente del progreso o avances tecnológicos, la persona sigue siendo ser trascendente y sujeto de dignidad en sí mismo considerado”.
En ese sentido, el catedrático español señala algunos retos éticos que plantea Internet:
-La difusión inmediata de noticias sin estar debidamente contrastadas. Este hecho que venía dándose ya en todo el periodismo conforme mejoraban las tecnologías, ahora se ve acentuado. Internet supone un flujo constante de información, mucha de ella con errores.
-La difusión de pornografía y la apología del racismo. El problema de controlar los contenidos. De hecho, en Internet es posible encontrar prácticamente de todo. Unido a este hecho, está que Internet se ha convertido en un mercado para adquirir cualquier cosa.
-El problema de la privacidad y el anonimato. Una parte de este problema está claro por su carácter delictivo. El tratamiento ético debería ser el mismo que el que se daría a quien interviniera un teléfono.
-La realidad virtual. Internet está siendo objeto de experimentación de simulaciones de la realidad. La realidad virtual puede sumergir a la persona en una ilusión funcional de lo real –a diferencia de las representaciones clásicas, que sólo adoptan la forma de su modelo.
“Internet es una buena herramienta. Y más que plantear nuevos retos éticos, o una ‘contemporización’ de la ética a las nuevas tecnologías, de lo que se trata es de la práctica de una mayor responsabilidad por parte del usuario. El uso de Internet está modificando a la sociedad”, señala el profesor Ortuño.
“Hay problemas que empiezan a vislumbrarse de forma dramática, como puede ser la progresiva analfabetización de la población, la denigración en el uso del lenguaje, la pérdida de contenidos culturales sólidos, y una cada vez mayor cultura del juego o ‘cultura espectáculo’ (…) Internet sirve para trabajar con mayor eficiencia, pero también para perder multitud de horas en navegaciones absurdas”, agrega el catedrático español.
Ortuño nos orienta sobre cómo podemos actuar con responsabilidad frente a la red de redes:
Así, llama a estar atentos a las verdaderas necesidades que puedan surgir en nuestro entorno vital como usuarios de Internet. A la vez, detectar y organizar contenidos, personalmente o en común con otros usuarios, con transparencia. Y analizar y discernir algunas de las realidades presentes en Internet, desde una visión constructiva de la sociedad y del bien común.
También, colaborar con la tarea educativa y formativa, existente ya desde plataformas universitarias u otro tipo de escuelas, y que garantizan el desarrollo integral de la persona. Discernir con claridad si los contenidos divulgados en Internet son acertados en conformidad al bien común social y crear grupos de noticias y foros para el conjunto de contenidos en Internet.
“Los grandes principios éticos universales pueden ser aplicados a Internet, sin necesidad de inventar una ética de carácter ‘virtual’; es decir, inexistente, o sujeta al libre capricho de los que ostentan el poder económico o político coyunturalmente”, sentencia el maestro Ortuño sobre la base del respeto a la dignidad de la persona.
En ese contexto, hay que resaltar en el caso salvadoreño la urgente necesidad de combatir con particular interés la impunidad en todos los órdenes, una deuda histórica por la cual incluso hubo una guerra civil (1980-1992) y que lamentablemente aún sigue –quizás con mayor fuerza- sin que los actores principales hayan hecho algo en el pasado reciente o en la actualidad.
Irónicamente, el comisionado para la Seguridad del gobierno, Franzi Hato Hasbún, consideró que no es necesario crear una comisión especial para investigar la impunidad –el mal de males de la sociedad contemporánea. El ex presidente Mauricio Funes, su anterior jefe, pidió una instancia en su oportunidad, aunque después asumió demencia.
La impunidad es una de las raíces de la injusticia estructural y el caldo de cultivo de la situación imperante, donde se experimenta una violencia que dejó cerca de 700 asesinatos en junio –considerado el mes más violento de la postguerra. El Salvador sigue en los primeros lugares de los países más violentos del mundo, lógico, en El Salvador se le rinde culto a la impunidad.
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