Las ilusiones de la democracia digital
Por Guillermo Mejía
Las “ilusiones de democratización” que se han popularizado en la Internet desde hace años no han pasado de ser eso conforme la práctica cotidiana ha demostrado que se mantienen las asimetrías sociales, la concentración del poder y el control de las élites, según las reflexiones de Daniel Innerarity, catedrático de filosofía e investigador en la Universidad del País Vasco.
“Nos habían anunciado la accesibilidad de la información, la eliminación de los secretos y la disolución de las estructuras de poder, de tal modo que parecía inevitable avanzar en la democratización de la sociedad, renovando nuestra tediosa democracia o implantándola en sociedades que parecían protegidas frente a los efectos más benéficos de la red”, señala.
“Los resultados no parecen estar a la altura de lo anunciado y ya se formulan las primeras teorías de dicha desilusión que pretenden desmontar el mito de la democracia digital”, advierte de forma contundente el profesor español.
Nos recuerda Innerarity que los seres humanos nos ilusionamos con toda innovación tecnológica:
“Marx creyó que el ferrocarril disolvería el sistema de castas en la India; el telégrafo fue anunciado como el final definitivo de los prejuicios y las hostilidades entre las naciones; algunos celebraron el avión como un medio de transporte que suprimiría, además de las distancias, también las guerras; sueños similares acompañaron al nacimiento de la radio o la televisión”.
Sin embargo, “ahora contemplamos estas suposiciones con ironía y desdén, pero en su momento parecían una promesa verosímil”, añade.
De hecho, las tecnologías –ahí colocamos, por ejemplo, el despliegue de las redes sociales- son parte del fenómeno. Resulta lógico que las tecnologías empoderan, vinculan a las personas y facilitan el acceso al conocimiento, según el catedrático e investigador, por lo que despiertan esas ilusiones de emancipación democrática.
“Pasadas las expectativas exageradas, estamos en condiciones de desenredar esa ilusión y preguntarnos si realmente Internet ha aumentado la esfera pública, hasta qué punto ha hecho posible nuevas formas de participación, ampliando el poder de la gente frente al de las élites. Sin dejar de reconocer las capacidades de la red, podemos examinar críticamente las promesas del ciberutopismo, esa ingenua creencia en la naturaleza inexorablemente emancipadora de la comunicación on line que desconoce sus límites o incluso su lado oscuro”, dice Innerarity.
De acuerdo con el catedrático español, en el caso de las tecnologías de la información y la comunicación se constata que el entusiasmo ha simplificado la visión de sus efectos políticos, ha exagerado sus posibilidades y ha minimizado sus limitaciones. “Buena parte de nuestra perplejidad ante los límites o ambigüedades de los procesos sociales tecnológicamente posibilitados se debe a no haber entendido que cualquier innovación técnica se lleva a cabo en un contexto social y tiene unos efectos sociales que varían en función del contexto en que se despliegan”, afirma.
“La información no fluye en el vacío sino en un espacio político que ya está ocupado, organizado y estructurado en términos de poder. De haber tenido esto suficientemente en cuenta, no habríamos caído en la ingenuidad de pensar que una tecnología tan sofisticada como Internet produce idénticos resultados en países diversos”, agrega.
En la misma dirección, se constata que no es tan cierto que las redes sociales constituyen un movimiento contrario a la concentración de poder, que desequilibra la autoridad de las élites y tiende a anular las asimetrías establecidas.
Se pregunta Innerarity: ¿Hasta qué punto es tan abierta la arquitectura de Internet? ¿Es verdad que los ciudadanos son más escuchados en el ciberespacio, que las redes descentralizan las audiencias, favorecen la flexibilidad de las organizaciones y posibilitan la desintermediación de la actividad política?
“Los gatekeepers (que filtran en los canales de la información y condicionan nuestras decisiones) siguen formando parte de nuestro paisaje social y político. Hay quien sostiene, incluso, que la concentración de la audiencia es mayor en la red que en los medios tradicionales. No hay necesariamente más objetividad ni menos partidismo en el espacio abierto de Internet que en el de los medios tradicionales. El hecho de que el poder esté descentralizado o sea difuso, no significa que haya menos poder, que seamos más libres y la democracia de mejor calidad”, responde.
Otro sueño desmontado es el del supuesto que la red de Internet favorece siempre al oprimido, tan en boga en la actualidad.
“Internet no elimina las relaciones de poder sino que las transforma. En la red sigue habiendo asimetrías; es una ingenuidad pensar que Internet favorece siempre y necesariamente al oprimido frente al opresor. La razón más importante que explica la persistencia de relaciones de poder en la red es estructural, reside en su propia arquitectura”, asegura el autor.
“Para comprender la infraestructura del poder de Internet hay que tener en cuenta que su naturaleza conectiva determina el contenido que los ciudadanos ven, en virtud de lo cual no todas las elecciones son iguales. Esto no es debido a normas o leyes sino a las decisiones que están en el diseño de Internet y que determinan lo que les está permitido o no a los usuarios. La topología link que regula el tráfico de la red hace de Internet algo menos abierto de lo que se espera o teme. Existe una jerarquía estructural debida a los hyperlinks, una jerarquía económica de las grandes corporaciones como Google o Microsoft y una jerarquía social porque un cierto tipo de profesionales están sobrerrepresentados en la opinión on line”, añade.
En ese sentido, las opciones ya están definidas y superan a las alternativas. Es poca la gente que escapa al sistema. La inmensa mayoría está condicionada por hábitos dirigidos que se configuran dentro de una ideología.
“El valor supremo de esta ideología es la ‘libre expresión’ y guarda un sospechoso parecido con los valores de la desregulación, la libertad de circulación o la transparencia entendidos de manera neoliberal. Y por eso mismo esos valores son difícilmente asumibles en otras culturas, pero también en países democráticos que, como Francia y Alemania, tratan de impedir el acceso, por ejemplo, a páginas antisemitas”, señala el catedrático español.
Nos alecciona sobre dos hechos trascendentes: en el primer caso, las revueltas árabes ponen de manifiesto que derribar no es construir, que la descentralización no es suficiente para el éxito de las reformas políticas; en el segundo caso, que Barak Obama haya sido mejor candidato que presidente debería servir para controlar la fascinación que la red ha ejercido sobre quienes han olvidado que ganar unas elecciones no es lo mismo que gobernar.
“El hecho de que la red esté destruyendo barreras, debilitando el poder de las instituciones y los intermediarios, no debería llevarnos a olvidar que el buen funcionamiento de las instituciones es fundamental para la preservación de las libertades”, advierte Innerarity. En fin, Internet puede facilitar derribar el autoritarismo, pero eso no significa que sea eficaz a la hora de consolidar la democracia.
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