El dolor y el sufrimiento humano como negocio mediático
Por Guillermo Mejía
El incendio que consumió parte de la granja-penal de Comayagua, Honduras, y que dejó al menos 361 reos muertos en días recientes ha sido motivo de controversia debido a que los medios de comunicación locales y extranjeros revivieron el dilema ético en torno al derecho a la información, el respeto a la dignidad de las personas y la mercantilización de las noticias.
El afán de la información como negocio hizo que la Agencia de Noticias Reuters enviara a sus clientes cinco fotografías que no correspondían al siniestro sino a otro incendio que se produjo en el año 2004, todo por la angustia de los foto-periodistas y editores de sacar la primicia a como diera lugar sin tomar en cuenta las normas éticas profesionales.
Según se conoció en círculos de prensa, un foto-periodista hondureño contratado por la agencia de noticias para retratar el incidente no estuvo en el tiempo preciso y decidió sin miramientos enviar a los editores las cinco fotografías del otro incendio con lo que abusó de la confianza de los editores a quienes también evidenció por su falta de rigor periodístico.
“Atención editores, Reuters ha tenido conocimiento de que estas fotografías no fueron tomadas en el incendio de la cárcel como así se afirmaba, ya que corresponden a un incidente anterior. Por favor, eliminen estas imágenes de sus sistemas. Lamentamos los inconvenientes”, comunicó la agencia de noticias posteriormente.
Sin embargo, el daño estaba hecho. Varios medios de comunicación publicaron en sus portadas –incluida la red de Internet- las fotografías.
Un foto-periodista salvadoreño que cubrió el incendio de la granja-penal para la prensa extranjera y que prefirió omitir su identidad, me comentó al respecto que si bien ese embuste es un caso sonado, también le causó mucha indignación y tristeza el evidente espectáculo mediático montado por la mercantilización periodística, en especial con el sufrimiento de los familiares de las víctimas.
Según el colega, los periodistas llegaron al extremo de sugerir a los familiares de las víctimas que “actuaran” a fin de lograr las mejores escenas, luego enviaron sus materiales y lograron impactar en los medios y, por supuesto, en los receptores. El denunciante dijo sentirse mal al ver cómo el interés comercial socava el deber ser del periodismo.
Todos sabemos que esa situación se repite a diario en la lógica mercantil de la información dentro de la sociedad de masas, que bajo el pretexto de informar espectaculariza los hechos cotidianos a fin de lograr mayores audiencias y ganancias. Estos casos se reproducen en especial en situaciones de dolor y sufrimiento, algo repudiable desde una perspectiva ético-moral.
En tal sentido, la profesora española María del Mar López Talavera, de la Universidad Antonio de Nebrija, Madrid, reflexiona en torno al hecho de que si bien no se puede esconder la realidad “también es cierto que existe una tendencia generalizada por parte de los editores de los medios a considerar el drama humano intenso como un importante atributo o característica de las noticias”.
“A veces, los informadores seleccionan situaciones de sufrimiento y dolor, no por el interés informativo que tales noticias tienen para el público, sino porque son imágenes que provocan un fuerte impacto emocional, además de gozar de un poder extremo para atraer la atención de los receptores. Y eso para el medio de comunicación es económicamente rentable”, advierte.
La catedrática López Talavera nos recuerda la manera de informar en esos casos:
En primer lugar, además de las exigencias que afectan a cualquier profesional, el informador –ante el dolor- debe mostrar un escrupuloso sentido de discernimiento y discreción en la selección de sus mensajes. No debe olvidar el respeto a la persona que sufre, minimizando el daño de la información que ofrezca, mostrándose claramente humano en su espíritu de servicio.
En segundo lugar, el periodista ha de ser muy severo en el proceso de selección del material informativo que se haya recogido; para eso ha de tener muy claro qué es lo que pretende con su mensaje; cuál es la finalidad de la información y cuáles las partes que se pueden ver afectadas por su difusión.
En tercer lugar, el comunicador debe anteponerse a las consecuencias previsibles que sus decisiones tendrán en los ya debilitados dolientes. Resulta, por ello, muy útil intentar predecir algunas de las posibles reacciones de las víctimas, de modo que el informador sepa en todo momento cómo actuar en caso que se produzcan.
“Será la compasión, el sentido común y el buen hacer profesional del periodista lo que decidirá la conveniencia de difundir o no esa comunicación involuntaria del dolor. La meta del comunicador debería ser minimizar siempre el daño, nunca aumentarlo con su labor informativa, al tiempo que procure hacer todo el bien que le sea posible”, asegura la profesora española.
Al final, muchos de los colegas que dieron cobertura al incendio de la granja-penal salieron con la suya, los editores dieron un respiro frente a la demanda informativa en tiempo real y los empresarios periodísticos continuaron el negocio. Como siempre, las víctimas y sus familiares volvieron a ser invisibles. Y el culpable del siniestro fue un cigarro encendido, ¿creen eso?
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