Reflexiones en el Día del Periodista
Por Guillermo Mejía
El 31 de julio celebramos el Día del Periodista, ocasión que permite hacer algunas consideraciones en torno a las condiciones en que se desarrolla la comunicación social y el papel de los profesionales del periodismo nacional. Conformes nunca podremos estar, sobre todo en una labor que exige aplicación cotidiana, apertura al cambio y reflexión constante.
Creo que con el paso del tiempo, pongámosle comienzo con la firma de los Acuerdos de Paz, en 1992, se ha confirmado que el espejismo publicitado de que la prensa había llegado a su mayoría de edad fue tan solo eso. Muchos vicios del pasado, condicionantes que imposibilitan el trabajo periodístico y la falta de asunción de responsabilidades en los medios siguen vigentes.
La presencia de poderes fácticos, de carácter económico o ideológico, continúa mancillando el derecho a la información y a la comunicación de la ciudadanía, con el agravante que existe analfabetismo mediático y esa ciudadanía -con excepciones, por supuesto- consume muchos productos mediáticos tóxicos al igual que comida chatarra.
En pleno Siglo XXI, aún se confunden los avances tecnológicos de los medios de comunicación con la democratización de esos espacios que ética y moralmente deben estar al servicio de la sociedad en general no de esos grupos fácticos que, además del negocio, mantienen a los ciudadanos en el anonimato y sin ofrecerles formas adecuadas para comprender la realidad.
Desde las autoridades de turno, es lamentable que persista la visión de gobiernos anteriores de manejar las relaciones con los medios a partir de conveniencias mutuas, en especial con la bolsa publicitaria, de ahí que muchos espacios informativos y opinativos nunca lograron acceder a ese “privilegio”; claro, privilegio con los fondos públicos, algo inaceptable.
El otro punto preocupante, que viene a sellar con broche de oro la situación planteada, es la forma vergonzante y humillante en que muchos colegas de los medios se ven sometidos por “políticas informativas” o “políticas editoriales” que menosprecian y ensucian la profesión periodística a partir de deseos corporativos o ideológicos.
Tal es el atraso que se experimenta en ese campo que cualquier “comisario” enviado por los jefes, de cualquier signo mercantil o ideológico, lesiona la dignidad de los periodistas, trastoca la función social que desempeñan y confunde el tratamiento informativo con campañas de publicidad o propaganda. Lean diarios, vean tele, oigan radios, accedan a páginas web y se darán cuenta.
La función del periodista es sumamente delicada. No se trata de un trabajo que se venda al mejor postor en busca del negocio redondo o la ganancia política a ultranza. En ese sentido, cobra fuera la necesidad de la responsabilidad de quienes participan en el proceso informativo de cara a la ciudadanía como dueña de la información.
A la vez, cobra fuerza la necesidad que desde los periodistas se asuma esa realidad tan incómoda y se cambie de actitud frente a la urgencia de establecer acciones organizativas y gremiales donde se reflexione, aclare y se tomen las medidas pertinentes para dignificar la profesión periodística. Al final, es un asunto social.
La otra pata de la mesa, obviamente, lo representa el carácter crítico y contestatario que deben tener los ciudadanos como dueños de la información y en consonancia con su derecho a la información y a la comunicación exigir una producción periodística honesta, democrática y respetuosa de la dignidad de la persona.
La sociedad amerita que periodistas, empresarios mediáticos, políticos, gobernantes de turno, etc., le demos a la comunicación social el lugar que le corresponde. Y, en especial, a periodistas y ciudadanos en general, el compromiso con la lucha por la conquista de un periodismo que privilegie a la gente.
De mi parte, colegas, les deseo un feliz Día del Periodista. La lucha persiste.
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