jueves, junio 07, 2018

La información sobre el dolor y el morbo mediático

Por Guillermo Mejía

De forma continua observamos a través de los medios de comunicación el irrespeto hacia las víctimas, sus familiares y las audiencias en general, con la exposición de imágenes truculentas que explotan el morbo en función de capturar a los públicos, sin que importe las normas de la profesión periodística.

Es grave que estos espacios noticiosos incumplan con la ética y resulta también preocupante cuando llegan al extremo de retomar textualmente situaciones que exponen usuarios de redes sociales que –desde la perspectiva de la ética periodística- actúan sin pensar en las consecuencias de sus actos sobre todo por desconocimiento.

Hay que agregar la proliferación de cantidad de páginas web, blogs, cuentas de Facebook y Twitter, entre otros, que pregonan ser lugares de ejercicio periodístico cuando no es cierto: O son espacios de personas que cuelgan cualquier producto en la red o forman parte de estratagemas propagandísticas de intereses varios, es especial de políticos sin escrúpulos.

Es ahí donde cabe pensar críticamente sobre estas conductas. Desde la profesión periodística se asume que el dolor y el sufrimiento se tornan de interés informativo, aunque una cosa es informar con honestidad y otra actuar de forma irresponsable. Basta ver la forma de informar sobre los crímenes que a diario se comenten en El Salvador, la tragedia en Guatemala o la situación convulsa en Nicaragua.

“El sufrimiento puede pasar a formar parte de la intimidad del sujeto, en mayor medida cuanto más considere que afecta a su identidad, a su yo”, dice la profesora española María del Mar López Talavera, de la Universidad Antonio de Nebrija, de Madrid.

La catedrática López Talavera nos da una guía de lo que sería una forma responsable de informar sobre el dolor y el sufrimiento:

En primer lugar, además de las exigencias que afectan a cualquier profesional, el informador –ante el dolor- debe mostrar un escrupuloso sentido de discernimiento y discreción en la selección de sus mensajes. No debe olvidar el respeto a la persona que sufre, minimizando el daño de la información que ofrezca, mostrándose claramente humano en su espíritu de servicio.

En segundo lugar, el periodista ha de ser muy severo en el proceso de selección del material informativo que se haya recogido; para eso ha de tener muy claro qué es lo que pretende con su mensaje; cuál es la finalidad de la información y cuáles las partes que se pueden ver afectadas por su difusión.

En tercer lugar, el comunicador debe anteponerse a las consecuencias previsibles que sus decisiones tendrán en los ya debilitados dolientes. Resulta, por ello, muy útil intentar predecir algunas de las posibles reacciones de las víctimas, de modo que el informador sepa en todo momento cómo actuar en caso que se produzcan.

“Será la compasión, el sentido común y el buen hacer profesional del periodista lo que decidirá la conveniencia de difundir o no esa comunicación involuntaria del dolor. La meta del comunicador debería ser minimizar siempre el daño, nunca aumentarlo con su labor informativa, al tiempo que procure hacer todo el bien que le sea posible”, advierte la profesora López Talavera.

Tal como vemos el tratamiento de la violencia delincuencial, la tragedia en Guatemala o la violencia política, muchos de los principios esgrimidos desde la academia parece que no importan. Esta reflexión intenta poner en situación una especie común de mala praxis que vulnera la dignidad de la persona.

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