El encanto de la seducción continua
Por Guillermo Mejía
“¿Cómo llamar a esa mar de fondo característica de nuestro tiempo, que en todas partes substituye la coerción por la comunicación, la prohibición por el placer, lo anónimo por lo personalizado, la reificación por la responsabilización y que en todas partes tiende a instituir un ambiente de proximidad, de ritmo y solicitud liberada del registro de la Ley?”.
Es la interrogante del filósofo y sociólogo francés Gilles Lipovetsky en su obra “La era del vacío” (Editorial Anagrama) sobre la condición posmoderna de la sociedad actual, en la cual todo el carácter fuerte ha ido abriendo paso al carácter débil, de mutación de rostro, aunque en el fondo no sea cierto pero es políticamente correcto si no las consecuencias son fatales.
“Se ha definido la sociedad posindustrial como una sociedad de servicios, pero todavía de manera más directa, es el auto-servicio lo que pulveriza la antigua presión disciplinaria y no mediante las fuerzas de la Revolución sino por las olas radiantes de la seducción”, afirma el profesor francés. La seducción tiende a regular todo en nuestro alrededor.
Nos recuerda que con la categoría del espectáculo los situacionistas anunciaban del algún modo esa generalización de la seducción, si bien con una restricción: el espectáculo designaba la “ocupación de parte principal del tiempo vivido fuera de la producción moderna” (cita a G. Debord)
“Liberada del guetto de la superestructura y de la ideología, la seducción se convertía en relación social dominante, principio de organización global de las sociedades de la abundancia. Sin embargo, esa promoción de la seducción, asimilada a la edad del consumo, pronto revelaba sus límites; la obra del espectáculo consistía en transformar lo real en representación falsa, en extender la esfera de la alienación y de la desposesión”, explica.
Lipovetsky parte del mundo del consumo donde hay una “profusión lujuriosa” de productos, imágenes y servicios, con el hedonismo que induce, con su ambiente eufórico de tentación y proximidad. Sin embargo, la seducción no se reduce al espectáculo de la acumulación, se identifica con la sobremultiplicación de elecciones de los individuos en un mundo abierto.
Más allá del pensamiento moderno, del individuo libre, autónomo y semejante a los demás, se instauró la idea de la economía libre, al igual que los regímenes democráticos, mas puntos sólidos como el modo de vida, la sexualidad, el individualismo, han ido desquebrajándose con rapidez frente a la sorpresa de ideologías, instituciones y costumbres muy tradicionales.
“El proceso de personalización impulsado por la aceleración de las técnicas, por la gestión de empresas, por el consumo de masas, por los mass media, por los desarrollos de la ideología individualista, por el psicologismo, lleva a su punto culminante el reino del individuo, pulveriza las últimas barreras”, afirma el autor.
“La sociedad posmoderna, es decir, la sociedad que generaliza el proceso de personalización en ruptura con la organización moderna disciplinaria-coercitiva, realiza en cierto modo, en lo cotidiano y por medio de nuevas estrategias, el ideal moderno de la autonomía individual, por mucho que le dé, evidentemente, un contenido inédito”, agrega.
Lipovetsky considera que la política tampoco está exenta de la seducción: Empezando por la personalización impuesta de la imagen de los líderes occidentales –dice el profesor francés- con simplicidad ostentosa, el hombre político se presenta en tejanos o jersei, reconoce humildemente sus límites o debilidades, exhibe su familia, sus partes médicos, su juventud.
“No nos engañemos, el florecimiento de los nuevos mass media, la tele en particular, por importante que sea, no puede explicar fundamentalmente esa promoción de la personalidad, esa necesidad de confeccionarse semejante imagen de marca”, advierte. Emergen valores como: la cordialidad, las confidencias íntimas, la proximidad, la autenticidad y la personalidad.
El filósofo y sociólogo francés sentencia:
“La seducción: Hija del individualismo hedonista y psi, mucho más que el maquiavelismo político.
¿Perversión de las democracias, intoxicación, manipulación del electorado por un espectáculo de ilusiones? Sí y no, ya que si bien es cierto que existe marketing político programado y cínico, también lo es decir que las estrellas políticas no hacen más que conectar con el hábitat posmoderno del homo democraticus, con una sociedad ya personalizada deseosa de contacto humano, refractaria al anonimato, a las lecciones pedagógicas abstractas, al lenguaje tópico de la política, a los roles distantes y convencionales”.
Excelentes reflexiones de Gilles Lipovetsky para la coyuntura electoral salvadoreña, donde las fuerzas políticas tradicionales de derecha e izquierda se parecen, tanto en sus prácticas cotidianas como en sus ilusiones hacia el electorado. Y, obviamente, con un conglomerado susceptible a “comprar” cualquier producto seducido por los envoltorios.
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