Cotidianas en el paraíso que espera a Barack Obama
Por Guillermo Mejía
Los pandilleros siguen súper conectados en los penales. Recientemente, desde uno de esos centros, contactaron con varios colegas periodistas para anunciar sus medidas reivindicativas que incluyeron una visita de sus familiares a la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos donde denunciaron las condiciones infrahumanas en que se encuentran.
Algunas fuentes policiales admiten que los integrantes de las maras “hacen conferencias” telefónicas a plena luz del día con sus pares distribuidos en otros centros de detención, similares a las convocatorias a la prensa que se están volviendo comunes, y que eso pasa en las barbas de las autoridades respectivas.
El gobierno del presidente Mauricio Funes, aunque aceptó un día de estos que los crímenes han aumentado, se ha mantenido con el discurso que las cosas mejoraron con los controles en los penales, sobre todo por la presencia de la Fuerza Armada, y dada la efectividad los pandilleros han optado por la eliminación de soldados y policías en represalia.
El accionar de las maras nos sugiere que no están de brazos cruzados. Además del control territorial que ejercen en las comunidades y las extorsiones, se han dispuesto a “comprar voluntades” de diversas formas, en especial de quienes trabajan en las instituciones que pertenecen a la seguridad pública, el ejército, los penales, en fin, en el corazón del sistema.
Los especialistas consideran que los pandilleros han logrado emular formas de organización y operación de grupos irregulares, aunque es un hecho que carecen de propuestas políticas. El contacto con carteles de la droga les ha significado un salto cualitativo. Estiman que unos 4.500 mareros están semi armados.
En esa misma dirección, desde muchos sectores de la sociedad salvadoreña se resiente que el territorio nacional sirve para el tránsito de la droga que mueven los carteles con la complicidad de personas y personitas de los más diversos estratos, incluida gente vinculada con la institucionalidad del país.
De nuevo, cualquiera con dos dedos de frente se preguntará qué pasa con la seguridad pública. Hay muchas cosas tan obvias sobre las que no se necesita mayor instrucción para concluir que algo anda mal o ¿será que no se entienden?, ¿o no están interesados?, ¿o resulta que la infiltración de la institucionalidad por el crimen organizado es un éxito?
Cuando afirman en el gobierno que los carteles de la droga y el crimen organizado “anda explorando” las condiciones para su desarrollo en El Salvador uno piensa en un chiste de mal gusto. Si el país no es una isla, sino es parte del enclave de la droga que socava a nuestra región, además de México y Colombia. Decir que no andamos tan mal como otros es consuelo de tontos.
Esa es la cotidianeidad que espera al presidente estadounidense, Barack Obama, en su visita programada para estos días. Muchas cosas se andan diciendo del porqué escogió a El Salvador, junto a Brasil y Chile, para su gira latinoamericana. Pero, en especial, a nuestro país en tiempos de tráfico y violencia descarnada.
Está claro que hay temas de cajón como, por ejemplo, la necesidad de una reforma migratoria que favorezca a los compatriotas en Estados Unidos, donde viven más de dos millones de salvadoreños, la presencia de bases en nuestro suelo, los tratados comerciales, lo que pasa en el país y la región, etcétera. Sin embargo, hay cosas que quedarán en las penumbras.
En ese marco, aceptar la condición que tenemos es elemental para la sociedad salvadoreña. Dejémonos de mentiras y hagamos bien las cosas. Ya no robemos cámara, no desgastemos los instrumentos que nos pueden servir para encontrarle rumbo al país. Sería mejor, eso sí, si la ciudadanía tuviera presencia real en la construcción de su destino.
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