Por Guillermo Mejía
La Oración a la bandera salvadoreña es un símbolo patrio que surgió en el marco del plan oficial de las últimas décadas del siglo XIX y principios del Siglo XX, bajo la concepción modernista de la sociedad, donde cobró impulso el desarrollo de la caficultura en desmedro de la posesión indígena de la tierra y se instituyó el mestizaje en el imaginario colectivo.
La pieza, presente en toda celebración cívica como, por ejemplo, la conmemoración de 204 años de la Independencia de Centroamérica, el 15 de septiembre, fue concebida por el intelectual salvadoreño David J. Guzmán, en 1916, y decretada como símbolo patrio por la Asamblea Legislativa, en 2001.
Si bien es importante profundizar sobre ese proyecto modernista de corte liberal en su conjunto y que significó el traslado de los valores europeos sobre el desarrollo de la sociedad, por parte de las élites económicas e intelectuales salvadoreñas, en esta ocasión el énfasis cae sobre todo en el esfuerzo por imponer el mestizaje como símbolo del ser salvadoreño.
En ese sentido, nos recuerdan el historiador José Heriberto Erquicia y la antropóloga Marielba Herrera que “El proyecto de nación de los gobernantes salvadoreños de finales del siglo XIX y comienzos del XX era el de homogenizar las diversidades étnicas de todos los pobladores de la incipiente nación y volverlos ciudadanos de un Estado-nacional, mediante la idea de ‘dejar de ser indígena, negro o mulato’, por ser ‘moderno’, ‘educado’, ‘escolarizado’ y ‘civilizado’. La visión fundamental era que para modernizarse y ‘avanzar’ había que dejar de ser indio, negro y mulato, y pasar a ser mestizo.”
De esa forma, de acuerdo con el planteamiento de estos intelectuales, el proyecto decimonónico celebraba el mestizaje como un discurso del nacionalismo salvadoreño, que iba de la mano de prácticas de invisibilización y negación de las comunidades no mestizas. El mestizaje plantea una ideología de “homogenización étnica” o de “mezcla racial”; excluye a los que se consideran no mezclados y adopta el “blanqueamiento cultural” como la manera de volverse más urbano, cristiano, civilizado, menos rural, indígena y negro.
Precisamente, uno de los referentes intelectuales de esa empresa fue David J. Guzmán, creador de la Oración a la bandera salvadoreña, que fue político, médico, escritor, entre otros, y el primer director del Museo Nacional de El Salvador, en 1883, antecedente del Museo Nacional de Antropología, que lleva su nombre, en 1945. Él fue ferviente admirador de los valores liberales europeos que asumió como propios en su formación académica que incluye su doctorado en Medicina, en París, Francia.
Para el caso, David J. Guzmán fue uno de los principales escritores que participó en la elaboración del Libro Azul de El Salvador (1916), el mismo año que escribió la Oración a la bandera salvadoreña, cuyo compilador y editor fue L.A. Ward, publicado por la Latin American Publicity Bureau e impreso en la Imprenta Nacional de El Salvador.
Para muestra del pensamiento dominante racista, discriminativo, excluyente en cuanto a lo que llamaron razas y costumbres de la nación salvadoreña presento a continuación algunos fragmentos del referido libro, en el que Guzmán fue el principal recolector y productor de los contenidos:
En cuanto a los indígenas: “El semblante de nuestros indios es angular, serio, taciturno, sin simetría en la forma. Tienen un color bronceado obscuro; talla baja y cuerpo muy sólido, pelo liso y negro, barba escasa o ninguna. Las mujeres son más pequeñas; su tipo original no es interesante y cuando son viejas extraordinariamente feo. Así es que, salvo en las regiones mexicanas donde los conquistadores afirman haber encontrado bellezas, lo que es aquí no deben haber sido cautivados los corazones de los dominadores.
“Los indios son pertinaces en su empeño de no mezclarse con el elemento blanco; se resisten a comunicar a los extranjeros y nacionales noticias sobre sus descendientes, sobre su lengua, usos y costumbres.
“Aún se ven en las ciudades más pobladas y dotadas ya del movimiento del progreso, en los suburbios, indios que viven en miserables ranchos de paja exhibiendo sus antiguas costumbres.” (Págs. 46-47)
Más adelante, se advierte que “Solo el espíritu realmente liberal y humanitario de nuestras instituciones, puede sacar a nuestro indígena de la apatía, instruirle en la fé republicana y en la moral cristiana, e incorporarlo así en el torrente del moderno progreso.” (Pág. 49)
Sobre los mestizos de español e india: “Esta casta estuvo bastante deprimida durante la dominación española y por lo general no se les permitía el ejercicio de ningún cargo público de importancia. Las leyes y las costumbres de entonces los tenían relegados en una situación que los hacía casi odiosos y réprobos a la sociedad.
“A pesar de esta depresión de la raza mixta, el número de mestizos ha crecido considerablemente, formando una clase de hombres, en general, inteligentes y trabajadores, aunque por su ignorancia han sido con frecuencia un elemento de trastorno para la República, cuando sus cabecillas se han inspirado en innobles propósitos de dominación y granjerías.
“Los ladinos o mestizos son de una constitución fuerte y sana; activos, inteligentes, de perseverancia notable en todo lo que emprenden. Son los que ejercen las artes mecánicas, las industrias liberales y los oficios domésticos. Su color trigueño oscuro que caracteriza, su piel comienza a desaparecer en las sucesivas alianzas con los blancos de la segunda a la tercera generación, como sucede también con la mezcla del blanco con el negro cuya tez obscura desaparece a la quinta generación. Los mestizos son los hombres de resistencia a todas las intemperies de nuestro clima cálido, los que ejercen las artes y los oficios, los mejores soldados de la República. Ilustrados, son los mejores y desinteresados patriotas, y un elemento útil al progreso del país.
“Las mujeres ladinas son bien conformadas, de talla fina y flexible, con un modo elegante y lleno de gracia al andar; su donaire y gentileza ha sido admirada por los visitantes extranjeros. Su piel es trigueña y pálida, pero todo el semblante lo animan unos ojos, mezcla de la pasión española y del ensueño indígena.
“Los mestizos forman la clase que más fraterniza con los elementos blancos de nuestra sociedad, cuando estos que forman el núcleo civilizado del país, se inspira en los nobles propósitos del engrandecimiento de la patria.” (Págs. 49-50)
En referencia a los que denominan zambos señalan: “La última mezcla que de las razas que habitan nuestro suelo resulta, es la de los Zambos. El Zambo es el producto de indio con negra. Son de una rara fealdad sobre todo cuando llegan a viejos. En cuanto a sus facultades intelectuales sacan el término medio de ambas razas. Los que llegan a instruirse son hombres a veces muy superiores y han figurado en nuestra sociedad de manera culminante. Desgraciadamente la mayoría de zambos de baja condición, sin elementos de instrucción y moralidad forman un nivel intelectual muy bajo, y presentan el prototipo de la abyección y de la miseria, y por tanto, entre ellos pululan los malvados y fascinerosos. Esta clase es muy escasa en El Salvador; y ya sea que han venido de otras partes o que algunos han nacido en el país, no pueden computarse como formando una clase.
“El Zambo tiene la tez casi obscura; los cabellos encrispados; los labios espesos; la cara redonda y de gruesos perfiles; el cuerpo suele ser de baja talla y mal formado. En 1853 apenas si formaba el 2 por 1,000 de nuestra población, cuando los indios eran 150 por 1,000; blancos y criollos 55 por 1,000; mestizos 400 por 1,000; negros 3 por 1,000.” (Págs. 51-52)
Más adelante, dejan por sentado que “Los progresos que el país va realizando son poderoso elemento de fusión de las razas que actualmente pueblan la República. El elemento dirigente de la sociedad es el blanco o criollo, el cual tiende con medidas de previsión y altruismo a igualar todas las clases, dictando leyes como la Constitución de 1871 y la del 86 que hacen desaparecer las desigualdades de raza y tienden a elevar a la raza desheredada a nivel de ciudadanos de una República liberal y progresista.” (Pág. 52)
Para el historiador Erquicia y la antropóloga Herrera, “el mestizaje formó parte fundamental de la ideología nacionalista, que permitió a los intelectuales de la década de 1920 desempeñar un papel importante en la formación de la nación, inventando y creando símbolos antiimperialistas, además de imágenes simbólicas de la nación mestiza, que permitió la inclusión de grupos subalternos (campesinos, proletarios y pequeños comerciantes), en detrimento de un racismo que eliminó las categorías étnicas, invisibilizando a las comunidades no mestizas.”
Y prueba de ello es que, según los intelectuales citados, hacia 1930, cuando se realizó el Censo Nacional de Población, todavía aparecía la categoría Raza (etnia); sin embargo, a partir de dicho censo, el Estado salvadoreño no volvería jamás a contar a su población por categoría étnica, asumiendo –errónea y deliberadamente- que todos eran salvadoreños, mestizos, sin diferencias de razas. (Hay que agregar que, en los censos de población y vivienda desde el 2007, se incluyeron ante requerimientos internacionales)
Como detalle adicional, el historiador Pedro Escalante Arce aseguró en una ocasión que dado ese mestizaje impuesto ha perdurado un porcentaje de la población salvadoreña que lleva sangre mulata en sus venas, pero “en la casi totalidad de esos casos sin tener en absoluto conocimiento del ancestro, al cual comentaristas e historiadores y el sentimiento popular sumieron en el olvido y callaron el mensaje”.
Con respecto a la actualidad, Erquicia y Herrera lamentan que en la sociedad aún se continúan reproduciendo los discursos de negación, racismo, discriminación racial, xenofobia y otras formas conexas de exclusión que van contra la población étnico-cultural diversa, y se ha vuelto difícil tratar de cambiar esas representaciones y acciones que se encuentran en el imaginario colectivo salvadoreño.
Ante ello, afirman, “el Estado, junto con sus instituciones, la academia y otros agentes son los llamados y los responsables de velar porque cambie esta situación. En fin, se pretende que con el aporte de los estudios socioculturales se contribuya al conocimiento, entendimiento y valoración étnico-cultural de la sociedad salvadoreña, y con ello se promuevan políticas que conlleven al desarrollo humano en términos de equidad, solidaridad y respeto de dicha diversidad”.
A continuación, la Oración a la bandera salvadoreña:
“Oración a la bandera salvadoreña”
-David J. Guzmán-
Dios te salve, Patria Sagrada,
en tu seno hemos nacido y amado;
eres el aire
que respiramos,
la tierra que nos sustenta,
la familia que amamos,
la libertad que nos defiende,
la religión que nos consuela.
Tú tienes
nuestros hogares queridos,
fértiles campiñas,
ríos majestuosos,
soberbios volcanes,
apacibles lagos,
cielos de púrpura y oro.
En tus campos
ondulan doradas espigas,
en tus talleres vibran los motores,
chisporrotean los yunques,
surgen las bellezas del arte.
Patria,
en tu lengua armoniosa
pedimos a la Providencia que te ampare,
que abra nuestra alma al resplandor del cielo,
grabe en ella dulce afecto al Maestro y a la Escuela
y nos infunda tu santo amor.
Patria,
tu historia,
blasón de héroes y mártires,
reseña virtudes y anhelos;
tú reverencias el Acta que consagró la soberanía nacional
y marcas la senda florida
en que la Justicia y la Libertad nos llevan hacia Dios.
¡Bandera de la
Patria,
símbolo sagrado de El Salvador,
te saludan reverentes las nuevas generaciones!
Para ti el sol
vivificante de nuestras glorias,
los himnos del patriotismo,
los laureles de los héroes.
Para ti el respeto de los pueblos
y la corona de amor
que hoy ceñimos a tus inmortales sienes.