viernes, abril 19, 2024

La desinformación creciente en una sociedad entretenida

Por Guillermo Mejía

La sociedad del presente navega en las aguas tormentosas de la desinformación, situación que debería movilizar a sectores políticos consecuentes y organizaciones de la sociedad civil con esfuerzos que contrarresten ese fenómeno que se fortalece con la ausencia de pensamiento crítico y la despolitización de la ciudadanía.

Paradójicamente, la digitalización que supuestamente traería más amplitud y calidad informativa ha acelerado el problema en cuanto más que la promoción y acceso a ese bien social, lo que se experimenta es el abandono paulatino de los espacios informativos de calidad a cambio del infoentretenimiento.

Caminamos conforme a los programas de las corporaciones que ahora nos envuelven en el ensueño de la inteligencia artificial, con la manipulación emocional que persigue fines políticos y mercantiles, mientras explotan sin rubor la información que dócil y sin conocimiento de su significado colocamos en internet, en especial a través de las redes sociales.

La publicación digital The Conversation acaba de exponer las opiniones de un grupo de académicos sobre dicho fenómeno y sus efectos políticos, en un texto titulado “¿Vivimos enganchados a la desinformación?”, que ilustra muy bien un problema globalizado y que es necesario apreciar algunas de esas intervenciones.

El académico Raúl Magallón, profesor del Departamento de Comunicación de la Universidad Carlos III, afirma que “Hemos pasado de un mundo caracterizado por la falta de información pública a un mundo donde la sobreinformación puede ser vista como una nueva forma de censura, pero también de apatía, puesto que no estamos preparados para filtrar y seleccionar tanta información”.

“Paralelamente, las redes sociales funcionan como actores políticos en la medida en que forman parte del espacio de debate de la opinión pública y pueden condicionar la conversación en procesos electorales de democracias consolidadas”, añade. Magallón considera, a la vez, que los actores buscan aprovechar las debilidades del sistema en su beneficio.

Por su parte, la maestra Concha Pérez Curiel, profesora de Periodismo y Comunicación Institucional y Política de la Universidad de Sevilla, sostiene que “El impacto de la desinformación sigue siendo un tema preocupante en cualquier ámbito de la sociedad. Los ciudadanos desconfían de la política y de los medios de comunicación, buscan información en las redes sociales y carecen de recursos para comprobar si se trata de noticias falsas o bulos”.

Según ella, no acaba ahí el problema, sino que “Todo se complica con el mal uso que proporcionan las herramientas de la inteligencia artificial, Chat GPT y otras. Los organismos internacionales no consiguen poner freno a esta ‘infodemia’, que proliferó durante la covid-19 y que sigue creciendo”.

El planteamiento se enriquece con las aportaciones de la maestra Marta Montagut, profesora del Departamento de Estudios de Comunicación de la Universitat Rovira i Virgili, que nos recuerda que “Las mentiras interesadas, las populares fake news, han sido una constante en política a lo largo de los siglos, pero lo que las hace especialmente nocivas en el siglo XXI es su mutabilidad y su virilidad”.

“El problema no es que no haya información online fiable, sino cómo se consume esa información, qué grado de accesibilidad tiene, cómo de atractiva resulta para que su consumo sea masivo y qué grado de legitimidad tiene la fuente que le emite”, dice. Y agrega: “Desprestigiar la ciencia o el periodismo, deslegitimar sus aportaciones y priorizar las explicaciones simples, las opiniones personales o las emociones nos hace vulnerables. Nuestra responsabilidad es llevar una buena dieta mediática para no ‘infoxicarnos’”.

La maestra Paula Herrero Diz, profesora del Departamento de Comunicación y Educación en la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Loyola Andalucía, aclara que “Unas veces somos víctimas de la desinformación conscientemente, porque nos gusta acomodar la información a nuestra ideología y a nuestros gustos, y otras porque caemos en ella por las prisas o por la falta de exigencia a quien respalda la información que consumimos. Estamos construyendo realidades personalizadas, una verdad creada por la algoritmización”.

Considera también que “El motivo por el que cada vez hay más desinformación es porque es mayor el número de creadores de contenidos que el de periodistas. Por eso es tan importante que haya más profesionales y mejor formados. Sin su intermediación estaremos consumiendo contenidos de los que podremos adquirir conocimiento, por supuesto, pero la información valiosa está en los hechos y las fuentes. Y a estas solo tiene acceso el profesional de los medios”.

El consumo local de medios y la desinformación

La última encuesta de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA), referida al segundo año de la imposición del Régimen de Excepción, arroja algunos datos acerca del consumo de medios en El Salvador, que nos permiten acercarnos al análisis e interpretación del fenómeno de la desinformación.

En ese sentido, los salvadoreños dicen que se informan sobre el quehacer del gobierno del presidente Nayib Bukele a través de redes sociales (59.6%); televisión (29.5%); periódicos digitales (4.1%); radio (2.5%); periódicos impresos (1.9%); y otros (2.5%).

Hay cambios sustanciales con respecto al consumo de medios que reveló la encuesta de la UCA cuando se cumplió el primer año de la imposición del Régimen de Excepción, en 2023: redes sociales (46.8%); televisión (44.0%); periódicos digitales (3.9%); radio (2.9%); y periódicos impresos (1.8%).

En el estudio de opinión de la UCA anterior al del 2023 citado, que midió la opinión sobre el derecho humano al agua, fue la televisión (45.3%) y las redes sociales (42.9%) los espacios privilegiados para informarse por los ciudadanos. Como podemos observar, pues, en 2024 se refleja la forma en que las redes sociales se van imponiendo en el consumo mediático y, por ende, estamos más expuestos a la desinformación.

En otras ocasiones he expuesto que es necesario, por un lado, apostarle a la ciudadanización de la política a fin de apropiarse de ese derecho secuestrado por grupos de poder, mientras, también hay que apostarle a la ciudadanización de la comunicación. En otras palabras, participar de ese derecho a la par que el sistema mediático potencie el traslado de la información y se abra a la pluralidad de voces en el espacio público.

Que la sociedad se apropie de la comunicación con la alfabetización mediática y la alfabetización digital. Receptores educados en el manejo de los medios, además alfabetizados en el uso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) y que cuenten con acceso a la red de redes, para ejercer ciudadanía.

Pasar de ser simples consumidores de los espacios mediáticos a constructores de sus propios discursos, aprovechando las posibilidades que ofrecen las TIC.

El comunicólogo boliviano Carlos A. Camacho Azurduy cree necesaria la participación ciudadana en el sistema mediático y para eso hay dos formas concretas: Que los medios brinden una oferta informativa noticiosa de calidad “para que los ciudadanos viertan opiniones argumentadas capaces de establecer diálogos y generar debates públicos para llegar a consensos sobre lo que es común a todos (asuntos públicos)”.

En segundo lugar, “(…) También se debe procurar la educación para la recepción, en el sentido de ayudar a las personas a desarrollar sus propias capacidades y habilidades para apropiarse, usar y re-significar la información y, fundamentalmente, impulsar su capacidad crítica y argumentativa para formarse una opinión propia y sustentada y, de este modo, generar corrientes de opinión dominantes y promover acciones transformadoras”.

Ese binomio comunicación y política es de suma importancia para la sociedad. Los ciudadanos, a la vez consumidores de información, deben contar con las herramientas para acercarse de manera crítica a la oferta mediática, local y global, y la toma de conciencia parte de reconocer la forma en que se da el fenómeno en la realidad. Un buen antídoto contra la desinformación.

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