jueves, diciembre 29, 2022

La comunicación distorsionada en la era digital, populismo y espectáculo

 Por Guillermo Mejía

La utopía de la democratización de la comunicación está vigente en tiempos digitales, porque conectividad no es comunicación, mensajería no es comunicación, tampoco acceso para observar o escuchar o retransmitir o producir sólo para estar presentes es comunicación; incluso prosumir es presumir comunicación.

Son conclusiones a las que arribó el comunicólogo boliviano Adalid Contreras Baspineiro, de la Fundación Latinoamericana Communicare, en su ensayo “De las redes a las (trans)mediaciones”, incluido en Saberes y Diálogos. Revista Boliviana de Estudios en Comunicación, en su última edición.

“En estos tiempos, la comunicación gana sentido en su capacidad para contribuir al encuentro desde las fragmentaciones, generando espacios para estar juntos, compartiendo, conviviendo. Y, en cualquier circunstancia, comunicación es la construcción, de/construcción y re/construcción de sentidos de sociedad, de cultura, de política y de espiritualidad”, agrega.

Según el autor, la cartografía comunicacional se ha complejizado y es necesario mantener las brújulas para orientar los recorridos por los mapas desde los medios a las mediaciones y desde las redes a las transmediaciones, antes que los robots y los algoritmos, que no tienen corazón, nos impongan sistemas de valores contabilizados en likes y no en sentipensamientos.

El ensayo, cuyo título y contenido expresan el homenaje del autor a la obra del maestro Jesús Martín Barbero, se propone recuperar la capacidad de pensar y hacer comunicación desde las mediaciones, en clave digital, en una transición de las redes a las transmediaciones o de la conectividad a la comunicación.

En esta oportunidad, de la amplitud del ensayo referido, he escogido una parte de las transiciones que se están dinamizando con la comunicación digital, en específico las transiciones culturales y políticas, los nuevos patrones de consumo y resignificación en contextos de polarización a fin de apreciar el fenómeno desde nuestra experiencia cotidiana.

A partir de la llegada de internet, los nuevos nativos en el planeta son digitales y el funcionamiento y desarrollo de las redes sociodigitales se da en estructuras compuestas por personas con intereses o valores comunes que se conectan desde distintos puntos de forma instantánea y modificando las formas tradicionales de comunicación y relación con su realidad.

“Las generaciones anteriores a la Web, a la que acabamos integrándonos no sin nostalgias por la era pre-digital, nos socializábamos presencialmente con la prensa, la radio y la televisión cumpliendo roles de receptores conceptualmente pasivos y en realidad activos, con capacidad de resignificar los mensajes”, afirma Contreras Baspineiro.

El autor nos ilustra sobre el nuevo panorama a partir de lo digital. A continuación, un resumen de sus palabras:

¿Audiencias líquidas?

Para comprender las articulaciones entre comunicación, cultura, sociedad y política, es necesario considerar que en el consumo contemporáneo, como dice Carlos Scolari “las audiencias, con el permiso de Zygmunt Bauman, se han vuelto líquidas”, puesto que cada consumidor elige qué ver, sin someterse a la oferta del medio, optando por temas, medios, dispositivos y modalidades como los streaming, descargas, podcast, Tik Toks y otros. Así es este mundo de ahora, donde ya no es el medio el que une las individualidades, sino una narrativa, una historia que puede circular en Youtube, o en WhatsApp, o un blog, o se puede descargar para verla en el ordenador, o conseguir el link para verla en imagen, o escucharla en audio, o leerla, con la posibilidad de repetirla, si se quiere, o frenarla a medio recorrido, rebobinarla o (des)arreglarla.

En la era digital las prácticas colectivas dan paso a accesos y apropiaciones individuales por las facilidades técnicas de consumo particularizado con el celular, tablets y ordenadores. El sujeto es el ser individual y no el comunitario. La radio o la televisión, operando como íconos de la reunión familiar, son figuras cada vez más lejanas o focalizadas en acontecimientos especiales como un buen partido de fútbol o una noticia importante. En los años precedentes, el consumo colectivo connotaba un interés creado también colectivo y un diálogo colectivo sobre un tema compartido.

Política pop

Políticamente, el procedimiento dominante con las tecnologías digitales es el politainmet, anglicismo compuesto por la politic o política y el entertainment o entretenimiento, por lo que se podría asumir que se trata de un quehacer de la política siguiendo las reglas del espectáculo y la popularidad. Conocido también como la política pop, se explica en tres dimensiones: i) en el traslado de la política a los sets de los medios masivos, y ahora a los espacios digitales, amoldándose a sus lenguajes de infoentretenimiento; ii) en la cultura del espectáculo; y iii) en la ralentización conceptual sobre el sentido del populismo.

Estamos hablando de sistemas de infoshow político, término que se le atribuye a Gianpiero Mazzoleno, quien argumenta que existe una tendencia a tratar con los cánones de la popularidad a hechos, actores, procesos, acontecimientos y palabras de la política que tradicionalmente se desarrollaban en núcleos especializados, acercándolos a los vericuetos de la vida cotidiana y a los enjambres mediáticos, en un proceso en el que la política y la cultura popular, la información y el entretenimiento, lo cómico y lo serio, lo real y lo surrealista, se unen en una especie de matrimonio entre la política y la televisión, y que provocan el efecto sound bites, a través del cual se intercalan “fragmentos de declaraciones, frases de efecto de este o aquel exponente político, citas breves que encajan a la perfección con el ritmo apremiante de las noticias televisivas”.

En esta relación, la televisión descubre que la política puede crear nuevas audiencias, entre nichos de mercado y jugosos ingresos, mientras que los políticos se dan cuenta que pueden llegar gustosamente a un amplísimo número de personas en diferentes contextos; y establecen un acuerdo de mutua conveniencia. El requisito para que esto funcione radica en que los políticos y la política se adapten a la lógica de la masividad, es decir de la popularidad combinada con los gustos, adoptando los lenguajes y estilos de entretenimiento, levedad, sensacionalismo, paternalismo y banalización a los que acuden los medios de comunicación y las redes sociodigitales ganados por afanes mercantiles.

Cultura del espectáculo

A esta cultura Gilles Lipovetsky denomina “cultura mundo”, que Vargas Llosa dice que aborrega al individuo y lo hace reaccionar de manera gregaria en una cultura del entretenimiento con recursos fabricados para la conquista de audiencias, ubicando posiciones de privilegio en el rating, socio principal del mercado, quien fija los valores de la sociedad en la civilización del espectáculo. En estas sociedades la primacía la tiene la diversión, la publicidad se convierte en el elemento ordenador de las conductas sociales y la trivialización gana estatuto estratégico en las campañas electorales.

En este ambiente, la organicidad social se hace con productos culturales fabricados por las industrias de la diversión para hacer olvidar todo aquello que perturba, angustia, convoca, genera criticidad, moviliza y dinamiza la exigibilidad de derechos. Con la masificación del consumo, las sociedades viven momentos de evasión y búsqueda de placer, como escapatorias de las preocupaciones y responsabilidades. Dada esta situación, distintos procesos electorales transcurren sin conocerse las apuestas de sociedad o programas de gobierno, de manera tal que los votos se licúan entre opciones que rebotan entre la simpatía y la antipatía que provocan los candidatos, los líderes y las organizaciones políticas.

Así dadas las cosas, y en línea de coherencia en esta tendencia, el campo político es ocupado por artistas, cantantes, presentadores de televisión, futbolistas influencers, opinólogos, empresarios y otros personajes populares que son elegidos no tanto por sus aptitudes en la política, sino por su reconocida presencia pública o posicionamiento, eclipsando en lugar y estilos que por siglos habían ocupado los intelectuales, los doctorcitos, los líderes sindicales, los políticos y los referentes éticos de una sociedad, a no ser que éstos se acomoden a los parámetros gustosos de show, demostrando sus habilidades para el baile, el canto, la cocina, los deportes y otros menesteres que operan como carnadas para captar votos.

Populismos sin populismo

Esta reflexión lleva a la consideración de otro referente de la “cultura pop”: el populismo que, en su acepción más general, se refiere a la tendencia política que pretende atraerse a las clases populares. Sin entrar en disquisiciones conceptuales, es menester aclarar que en la “cultura pop” no rigen las concepciones que consideran el populismo como una ideología que opone pueblos e élites con insurgencias sociales en la perspectiva de transformación del bloque histórico de poder. Tampoco se explica en los regímenes nacionalistas que proponen el desarrollo industrial con sustitución de importaciones. Por el contrario, su realización se produce en su sentido peyorativo que enfatiza en los líderes caudillistas, así como en el sentido degradante que identifica populismo con demagogia.

En definitiva, la combinación entre el poder de la imagen y la personalización de los liderazgos en la política cambia las formas de comunicación y las dinámicas de las organizaciones políticas. Se sacrifica en valor de las ideologías y de las militancias a cambio del espectáculo. El fin principal de la política ya no parece ser la construcción de formas de poder, sino la atracción de electores, el posicionamiento de líderes que asemejan superhéroes más que conductores políticos o el sostenimiento del posicionamiento de los poderes en sistemas de campaña publicitaria permanente.

En contextos de polarización como los que vivimos, los grupos políticos y ciudadanos están instalados en polos opuestos, con ideologías, orientaciones, actitudes, opiniones e intervenciones encontradas. Estas relaciones se alimentan de recursos poco comunicacionales avivados en tiempos de cultura digital. Uno de estos recursos, frecuentes en las redes sociodigitales, son los haters o discursos de odio, de enemigos, de odiadores, dirigidos a marcar acentuando las diferencias, para lo que no se limitan esfuerzos en ofender degradando a los oponentes. En línea con esta práctica desregulada de toda norma que sostienen las libertades de opinión y expresión, así como el derecho a la información y la comunicación, se naturalizan mecanismos dolosos como los fake news o mentiras comunicadas en sistemas de postverdad, así como desinformaciones intencionalmente expuestas para hacer daño.

Consejo: Haga una reflexión profunda sobre su realidad y note las coincidencias.

 

domingo, diciembre 04, 2022

Bukele, encuestas de opinión y atol con el dedo

 Por Guillermo Mejía

La suplantación de los fundamentos de la democracia por los resultados de las encuestas de opinión muestra un círculo vicioso que atrapa a la sociedad salvadoreña de mano de sus políticos, más allá de posturas ideológicas, a los que se suma una cobertura periodística acrítica y condicionada que les sirve de altavoz.

Las estrategias de marketing político afloran exitosas por parte de los expertos en la venta de ilusiones, tal cual régimen que impera, mientras la generalidad del sistema mediático nacional persiste, además de extender sus vías info-comunicacionales serviles, en la construcción de una agenda que excluye los temas que son de suma importancia para la sociedad.

Son artefactos que se han tecnificado a lo largo del siglo pasado y que se muestran mucho más sofisticados con la presencia de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación en la sociedad contemporánea. Lastimosamente, han usurpado el verdadero sentido que debe tener la democracia a través del debate de ideas y el ejercicio de la libertad.

De esa manera, se torna de sentido común, malicioso por supuesto, hacer creer a la colectividad que lo más importante son los niveles de aceptación/rechazo que revelan los resultados de sondeos y encuestas de opinión cuando en general son producto de estrategias de marketing político que implican manipulación deliberada por grupos de poder.

En ese sentido, nos ilustran los académicos argentinos Federico Rey Lennon y Alejandro Piscitelli Murphy sobre lo que llaman repercusiones sociopolíticas profundas de las encuestas de opinión, dada la tergiversación presente que impone la narrativa de equiparar los resultados de esos estudios con la participación democrática.

“Frecuentemente, los gobiernos justifican sus decisiones con el paraguas de los resultados de un sondeo. En lugar de hacerlo –conforme a la clásica concepción de la responsabilidad delegada al representante-, con base en una argumentación racional, un debate plural y unos dictámenes de especialistas que legitimarían provisionalmente una actuación más adelante ratificada o no en las urnas”, advierten.

Que más ejemplo de eso que la forma instituida en El Salvador, donde el presidente Nayib Bukele toma como base de sus actuaciones el hecho de sacar resultados positivos en cuanto a su imagen frente a sectores de oposición, además de lucir como éxito de su gestión la implementación del régimen de excepción y saborear su reelección.

En la actual coyuntura nacional, los resultados de las encuestas indican una imagen favorable del presidente Nayib Bukele -sostenida en el tiempo- con un promedio de no menos de 8.0 puntos, según las evaluaciones de la Universidad Francisco Gavidia. Y en las de la Universidad Centroamericana (UCA) más o menos ha ido igual.

Bukele se da el lujo de publicitar en las redes sociales que incluso en las encuestas “de la oposición”, según sus palabras, ha ganado el mandado. Hay otros temas, como la implementación fallida de la criptomoneda ante los cuales no da su brazo a torcer, incluso responde con decisiones a vista de muchos hasta temerarias.

A la vez, el presidente y su gobierno se caracterizan por ser de lo más cerrados en las últimas décadas con déficits manifiestos en niveles de transparencia y acceso a la información pública, que se suman a una relación amigo/enemigo con otros sectores, en especial de la oposición o de instancias de la sociedad civil ante quienes no hay posibilidades de encuentro.

Como nos dicen Rey Lennon y Piscitelli Murphy, con una apertura “ganarían la racionalidad y la transparencia sin que se resintiera la legitimación popular, con la ventaja añadida de que dicha ratificación popular se produciría tras la nada desdeñable ventaja de conocer los resultados de la decisión y poder identificar sin género de dudas a los auténticos responsables de la misma, castigándolos o premiándolos con el voto, en consecuencia”.

“En lugar de tan idílico proceso es corriente que los gobiernos establezcan en pequeños cenáculos o think tanks la decisión privada de hacer algo, congelando la publicidad de sus intenciones hasta poder contar con los resultados de una encuesta que sirvan para traspasar a un pueblo desinformado la responsabilidad de la medida”, agregan.

Obviamente, ese tipo de actitudes desde el poder es parte del diseño del marketing político, implementado por esos expertos de la oscuridad que incluso se llenan los bolsillos con fondos públicos, sin que den cuenta de ello, y que en la política contemporánea han optado por la vía del populismo como forma de gestión gubernamental, más allá del pensamiento ideológico.

Pero el cuadro quedaría incompleto sin que hagamos referencia a la forma en que son tratados estos temas a través de la generalidad del sistema mediático nacional, a la vez condimentado por las explosiones emocionales en las redes sociales, factor insoslayable en la sociedad contemporánea y que también se incluye en las estrategias del marketing político.

“Los medios de difusión suelen servir, tal vez de manera inconsciente, de acrítico altavoz de esas maquinaciones de laboratorio. Muchas veces los medios de difusión se contentan con la escueta noticia de los datos de una encuesta, induciendo a pensar que dicho dato es mucho más significativo que las argumentaciones no difundidas de las partes en conflicto”, señalan los catedráticos argentinos.

Y agregan: “Los periodistas no suelen corroborar la metodología aplicada en una encuesta, la más de las veces porque desconocen las reglas básicas del método científico”. A la cola hay otras condicionantes que se dan en las coberturas de los resultados de estudios demoscópicos que han suplantado el ejercicio de la democracia.

Nos recuerdan Rey Lennon y Piscitelli Murphy algunas de las mencionadas repercusiones sociopolíticas profundas de las encuestas de opinión pública:

v  Estímulo del pesimismo democrático. La política democrática se basa en la creencia de que las preferencias del público no están prefijadas de antemano: el pueblo es capaz y libre de cambiar sus opiniones, puede ser persuadido y también está abierto a la educación política. Por eso, uno de los peores enemigos de estas creencias básicas es el determinismo, el pensar que no vale la pena discutir nada, ya que la gente, reacia a cambiar o ir en contra de sus intereses, votará siempre en función de ellos y no variará su postura. Efectivamente, ese determinismo que lleva implícito un pesimismo o escepticismo acerca del diálogo público y la conveniencia de la discusión racional de distintas posturas es consustancialmente contrario a la vida democrática.

v  Fomento del populismo y del “cortoplacismo”. El incremento de las políticas populistas en los países democráticos guarda estrecha relación con la obsesión por las encuestas. Subir o bajas cinco puntos en el “barómetro de popularidad” es considerado como un auténtico éxito o desgracia política. Los medios de difusión se extienden en el comentario de estas cifras y los políticos parecen modificar declaraciones y actuaciones en función de cómo les vaya en esos “barómetros”. En tales circunstancias la política populista es la tentación más cercana. No perder puntos de “imagen” a corto plazo se convierte en una cuestión más importante que cumplir un programa de gobierno legitimado en las urnas, ya que los logros de esto sólo se verían a largo plazo. Por lo mismo, cualquier posibilidad de medidas racionales para resolver con profundidad problemas públicos está descartada si desde el primer momento no resulta popular.

v  El diálogo sustituido por el control de los sondeos. Dadas las similitudes formales con el ejercicio del voto, la encuesta puede convertirse en un medio de asociar los ciudadanos a las decisiones colectivas. Tal situación, según los defensores de las encuestas, puede instaurar un diálogo colectivo enteramente nuevo. Otros, en cambio, ven en ello un peligroso modo de pseudoparticipación, supresor a la larga de los mecanismos elementales del sistema democrático.

Romper ese círculo vicioso es un desafío y conlleva la toma de consciencia y participación de todos los sectores de la sociedad salvadoreña, inmersa –como tantas- en lo que llaman algunos “degeneración populista” y manoseada por los titiriteros del marketing político.

viernes, noviembre 18, 2022

La censura globalizada en la sociedad del siglo XXI

 Por Guillermo Mejía 

La apelación discursiva de políticos y empresarios al derecho a la libertad de expresión y difusión del pensamiento, así como a la libertad de pensamiento, se agota una vez en la práctica, dado la existencia de sofisticadas formas de manipulación, desinformación y control de los ciudadanos en la sociedad del siglo XXI.

Para el caso, mucho se ha dicho y escrito a partir de la compra de la red social Twitter por parte del multimillonario Elon Musk, quien ha dejado sentada su concepción del ejercicio de la libertad de expresión, al mejor estilo del ex presidente estadounidense Donald Trump, reconocido racista y adicto a la mentira.

“El peligro no es que tengamos un multimillonario truhan entre nosotros –eso ya ha ocurrido antes y volverá a ocurrir-, sino que tenga el control de lo que él mismo ha denominado, y con razón, nuestra ‘plaza central digital’”, escribió David Nasaw, profesor emérito de historia en el Centro de Posgrado de la Universidad de la Ciudad de Nueva York.

Musk ha logrado ser exitoso en su carrera empresarial utilizando no sólo su ingenio, sino aprovechándose de enormes subsidios y protección gubernamental, sin que existieran controles sobre su forma de proceder. De esa forma, la empresa de autos eléctricos Tesla, los contratos con la NASA y la industria de los satélites han ido viento en popa.

“La probable consecuencia de que Twitter sea ahora propiedad de Musk será una disrupción tanto política como económica. Al declarar que pretende permitir que Donald Trump regrese a la red social, ha dejado clara su oposición a la vigilancia de la información falsa y la desinformación política”, advirtió Nasaw en un artículo para The New York Times.

Musk se ha autoproclamado un “absolutista de la libertad de expresión” y ha repetido que se opone a la censura y la limitará, y que es probable que relaje las reglas de moderación de contenido, con lo que puede ser normal tuitear información falsa y desinformación, en especial contra sus adversarios, mientras coseche para él y su grupo, reconocimiento y ganancias.

“Lo que hace a Musk especialmente poderoso y posiblemente más peligroso que los magnates de la era industrial es su capacidad para promover sus negocios e ideas políticas con un tuit”, afirma Nasaw. Y agrega: “El efecto de esas comunicaciones instantáneas se ve reforzado por su sólida comprensión de la dinámica de los medios y del mercado en esta era de acciones meme, trading intradiario, comunicaciones instantáneas, información falsa y desinformación”.

Prohibido pensar

Para ampliar criterios sobre la temática, el periodista ucraniano Oleg Yasinsky, residente en Moscú, denuncia también la forma en que se ejerce censura en la industria mediática internacional cuando las fuentes o los relatos no están en sintonía con el poder globalizado, y en ese caso incluso se vio sorprendida por la censura de Twitter al ex presidente Donald Trump y a sus partidarios.

“No es que seamos admiradores del exmandatario estadounidense, pero no coincidía con nuestras rudimentarias creencias acerca de la libertad de expresión, sobre todo en un país que abajo la amenaza de las armas económicas y militares, se lo exige al mundo entero”, aclara. Aunque dice que con el conflicto armado en Ucrania entiende muy bien el problema.

Y explica: “En el mundo civilizado de ahora, está prohibido pensar. Es aceptado un solo punto de vista, es proyectado solo un tipo de imágenes, en gran medida ‘Fake News’, que ya es lo de menos, y cualquiera que trate de cuestionar las verdades superiores dictadas por los dueños de los grandes medios, en el mejor de los casos, solo perderán sus trabajos de periodistas y serán así cancelados”.

En ese marco, trae a cuenta, por ejemplo, que criticar a la OTAN en estos tiempos “es como poner en duda la existencia de Dios en tiempos de la Inquisición. Las hogueras para los herejes están ardiendo en todas las pantallas del planeta”, a la vez, “Usted puede conmoverse ante las víctimas civiles ucranianas y cuestionar la guerra como método, pero si con eso usted se atreve a reconocer la existencia de nazis en el Ejército ucraniano, usted automáticamente se convertirá en un agente de Putin, sin derecho a réplica ni a rehabilitación”.

Concluye el periodista Yasinsky: “Los poderosos medios de comunicación internacionales, que tan solo hace unos años se pudieron considerar serios y respetables, en cuestión de meses se transformaron en una especie de Goebbels colectivo, que apoyado por las últimas tecnologías de la imagen y de los estudios sicológicos se vuelven una verdadera arma de destrucción masiva de conciencias sin precedentes”.

El capitalismo de plataformas

En busca de contextualizar esas situaciones anómalas, es necesario traer a cuenta las condiciones en que ha quedado la sociedad a partir de la pandemia por coronavirus, que no se ve que afloje, sino se profundiza con la llegada paulatina de nuevas variantes, las últimas llamadas “Cancerbero” o “perro del infierno”.

El periodista Aram Aharonian, fundador de Telesur, señala que “El contexto de la pandemia de la COVID-19 creó las condiciones adecuadas para disponer de un marco institucional y normativo capaz de modificar mentalidades, costumbres y valores de nuestras sociedades… sobre todo imponiendo el modo de producción de la economía digital, de plataformas”.

Eso significa una nueva modalidad del capitalismo basada en la economía digital, la deslocalización del trabajo y la precarización laboral, acompañada de la vigilancia y el confinamiento permanente; por lo que es una organización del sistema.

“Este ahora llamado capitalismo de plataformas lo han bautizado con distintos nombres: inteligencia colectiva, web 2.0, capitalismo de vigilancia, feudalismo digital. No es una tecnología, ni una aplicación, sino del modelo de negocio, de la agricultura a la educación, del transporte a la administración pública, de la economía a la comunicación o la salud”, advierte.

“Los algoritmos procesan la información de cada individuo y la correlacionan con información estadística, científica, sociológica e histórica para generar modelos de comportamiento como herramienta de control y manipulación de masas”, explica. Y nos recuerda a George Orwell, en su famosa obra 1984: “Quien controla el presente controla el pasado, y quien controla el pasado controlará el futuro”.

Aharonian trae a cuenta la existencia de cinco tipos de infraestructuras digitales: plataformas publicitarias (Google, Facebook), que extraen información de los usuarios, la procesan y luego usan esos datos para vender espacios de publicidad; plataformas de la nube (Amazon Web Service, Salesforce), que alquilan hardware y software a otras empresas; plataformas industriales (General Electric, Siemens), que producen el hardware y software necesarios para transformar la manufactura clásica en procesos digitales.

Suma las plataformas de productos (Spotify, Rolls Royce), que transforman un bien tradicional en un servicio y cobran una suscripción o un alquiler, y de plataformas austeras porque carecen de activos: Uber no tiene una flota de taxis, Airbnb no tiene departamentos y Rappi no tiene bicicletas. Solo cuentan con su software y operan a través de un modelo hipertercerizado y deslocalizado.

Sin duda, la pandemia impulsó un inédito y profundo cambio social, “un gran salto cualitativo” (y cuantitativo), según el analista uruguayo, porque se está consolidando y legitimando la cuarta revolución tecnológica (4.0), de forma silenciosa y sin resistencia social. De ahí que se pregunta: ¿quién impulsó la pandemia?

Mientras los que están en el ajo conocen el para qué del asunto, los demás “Inmersos en la comodidad de nuestros dispositivos digitales (en especial nuestro teléfono más inteligente que nosotros) no tomamos consciencia de lo que está sucediendo y, por lo tanto, de la acción social”, reclama Aharonian.

viernes, octubre 21, 2022

El aparataje digital y la imposición de una “cultura patógena atencional”

Por Guillermo Mejía  

La presencia de las nuevas tecnologías, que desde una visión optimista representa un fenómeno histórico invaluable, cuenta también con su lado oscuro debido a la preocupante incapacidad del ser humano de mantener la atención hacia los temas que realmente le deben importar en su vida cotidiana.

La advertencia es de los intelectuales chilenos Nieves y Miró Fuenzalida, profesores universitarios de filosofía, ya que desde hace ya varios años los seres humanos nos hemos vuelto incapaces de prestar atención por algún tiempo a las cosas que importan y a las actividades que requieren formas más largas de concentración.

“No sería arriesgado decir que lo que estamos presenciando es el desarrollo de ‘una cultura patógena atencional’, como la han llamado algunos, un entorno en el que el enfoque sostenido y profundo es extremadamente difícil de sostener. Esto es algo que se nos hace y lo hacen fuerzas bien poderosas, incluyendo, antes que nada, el Big Tech”, afirman.

Refieren los filósofos que, según estudios científicos, los estudiantes universitarios (gringos) cambian de tarea una vez cada 65 segundos y que la cantidad mediana de tiempo en que se concentran en cualquier cosa fue solamente de 19 segundos, mientras un adulto que trabaja en una oficina se concentra, en promedio, en una sola tarea no más de tres minutos.

“Una vida llena de distracciones es una vida disminuida. Cuando no podemos prestar atención sostenida, no podemos lograr las cosas que deseamos lograr”, sentencian conforme al escritor y periodista británico Johann Hari, a la vez que consignan un estudio del profesor Michael Posner de la Universidad de Oregon que indica si uno está enfocado en algo y se nos interrumpe, en promedio toma 23 minutos en recuperar el foco.

“Y esto ocurre no sólo a nivel individual, sino también social. Esto es importante porque el intento de comprender la raíz de los tremendos problemas que hoy la sociedad enfrenta, requiere, obviamente, un foco sostenido por parte del mayor número de personas durante suficiente tiempo para separar la fantasía de los hechos”, señalan.

Según los filósofos chilenos, en América, Asia o Europa, entre otros lugares, “se toca el teléfono, en promedio, 2.617 veces” cada día y se preguntan, por ejemplo, ¿cuántas cosas, debido a esto, han quedado en el olvido, como tocar el piano o apasionadamente dedicarse a la conquista de un objetivo?, ¿indica esto que nuestra atención colectiva realmente está reduciéndose?

“La ventaja que las computadoras actualmente ofrecen es que tienen el potencial de ser mucho más persuasivas que las personas, al ser más persistentes, al ofrecer un mayor anonimato y al poder ir donde los humanos no pueden o no son bienvenidos”, afirman. Y recuerdan al sicólogo B.F. Skinner que en el pasado “encontró la manera de hacer que las palomas, las ratas y los cerdos hicieran lo que él quisiera ofreciéndoles los esfuerzos o recompensas adecuados a su comportamiento”.

“Tomando la idea del refuerzo, los estrategas de las compañías digitales diseñaron aplicaciones con refuerzo inmediato. Si deseas moldear el comportamiento del usuario, por ejemplo, asegúrate de que obtenga corazones y ‘me gusta’ de inmediato. El uso de estos principios da origen a Instagram para luego expandirse a Facebook, YouTube y otras empresas tecnológicas”, señalan.

Los intelectuales advierten que las corporaciones digitales miden el éxito por lo que se denomina “compromiso”, definido como minutos y horas de observación del producto, y en tanto mayor sea la participación tanto mejor. “Cuanto más tiempo la gente mire sus teléfonos, más publicidad se verá, y por tanto, más dinero hará la corporación. Más vibraciones, más alertas, más trucos”, afirman.

Y sentencian que las corporaciones digitales lo que “hacen es crear perfil tuyo para venderlo a los anunciantes o para ser usados eventualmente por las agencias de seguridad estatal, si la situación requiere. Cada vez que una de estas empresas proporciona algo gratis, es para mejorar el modelo que tienen de ti. ¿Por qué Google Maps es gratis: para saber dónde vas todos los días. ¿Por qué Amazon Echo se vende tan barato, mucho menos de lo que cuesta fabricarlo?: Para recopilar más información acerca de lo que dices en tu casa. Este es el modelo que construye y sostiene los sitios en lo que pasamos tanto de nuestras vidas.”

Los autores Nieves y Miró Fuenzalida nos muestran una cantidad de casos para ilustrar sus preocupaciones y concluyen lo siguiente:

“¿Es la llegada de la computadora y el teléfono inteligente lo que cambió la forma en que miramos las cosas? Por supuesto, cualquier tecnología de alguna manera cambia nuestras vidas. Pero, en verdad, gran parte del daño a nuestra capacidad de atención está siendo causada por algo más sutil. No por el teléfono o la computadora en sí mismos, sino por la forma en que están diseñadas las aplicaciones, tanto en uno como en el otro. Y el diseño no es inevitable, ¿cierto?”

“La cosa es que si continúa va a haber una clase de personas muy conscientes de los riesgos que corren y encontrarán formas de vivir dentro de sus límites y luego está el resto de la sociedad con menos recursos para resistir la manipulación que se sumirán cada vez más dentro de sus teléfonos para mejor ser observados y manipulados.”

Esa preocupante realidad nos debe mover a la reflexión y a la acción. La pregunta básica es ¿cómo se hace sentir en el caso de la situación salvadoreña? Aunque no tenemos una visión amplia del fenómeno, sí se advierte que, dado la crisis del sistema educativo, la deserción escolar y la presencia de jóvenes que ni estudian ni trabajan (nini), es agobiante.

Para comenzar, la matrícula de los alumnos en el sistema escolar va en descenso desde antes de la pandemia por el coronavirus: se registran 1.35 millones de estudiantes en 2019; 1.32 millones, en 2020; y 1.27 millones, en 2021. En 2014, fueron 1.64 millones de alumnos matriculados, lo que evidencia la gravedad del problema.

Según el ministerio de Educación, el año lectivo 2022 inició con 100.000 estudiantes menos, en otras palabras, con la presencia de 1.1 millones de estudiantes matriculados. Y eso se suma la presencia de más teléfonos celulares que habitantes –muchos conectados a la red de internet- cuyo uso es más de entretenimiento que de aplicación educativa. Manipulación a la carta.

En el nivel de la educación universitaria se registró una pérdida de al menos 20.000 estudiantes, en especial por la pandemia por coronavirus y la crisis económica. Con la gravedad de que hay menos bachilleres que continúen sus estudios y para el caso la Universidad de El Salvador (UES) vio disminuida la cifra de aspirantes para el año 2023.

Por otro lado, la presencia de los jóvenes “ninis” aumentó durante 2021, en el marco de la pandemia por coronavirus, de acuerdo con la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples, la última realizada por la desaparecida Dirección General de Estadísticas y Censos (Digestyc), ahora asumida por el Banco Central de Reserva (BCR).

En cifras, según el estudio, el 26.2 por ciento de los jóvenes de 15 a 24 años no estudió ni trabajó para el año 2021, dato que fue de 25.2 por ciento registrado en el año 2020; es decir, sumaron 296.987 jóvenes “ninis” que no tienen proyecto de vida conforme a los estándares internacionales.

Y, por si fuera poco, hay que consignar el efecto negativo de la pandemia por coronavirus en el sistema educativo nacional con la obligada virtualidad de la educación a fin de evitar el contagio de la COVID-19 en la modalidad presencial. Otra evidencia más del fracaso del sistema educativo nacional en tanto se debilitó el proceso de enseñanza-aprendizaje.