viernes, agosto 30, 2013

Las elecciones marchitas

Por Guillermo Mejía

El ambiente que rodea a las elecciones presidenciales de febrero de 2014 no es para nada optimista, pues sin mayor esfuerzo se constata en la gente el desencanto, la desesperanza y el temor por vivir inmersa en una crisis de inseguridad y de bolsillos. Para rematar, las figuras políticas de la contienda más bien parecen tizones apagados.

Los ánimos están caídos, más allá del ilusionismo de las encuestas de opinión, los seudo debates mediáticos que se instituyen y la cantidad de promesas –ya fallidas por recicladas- que se marchitan una vez salen de los labios de los contrincantes que en realidad son representantes de corporaciones mercantiles.

Recordemos el espíritu que inyectaron las promesas de cambio del 2009, que sacudieron a esta sociedad conservadora pero cansada de tanta frustración, y comparemos la negatividad que embarga a la ciudadanía con vistas a los comicios donde ni Norman Quijano, ni Salvador Sánchez Cerén, ni Elías Antonio Saca logran sacar chispa.

Inmenso reto enfrentan los especialistas en el marketing político para levantar a los partos del hielo, gran esfuerzo de seducción tienen que hacer a fin de resucitar a estos personajes que ya estuvieron o están el poder, sin que dieran resultados, frente al huevo de tres yemas del azote del crimen y la crisis económica –preocupa que ningún partido tiene proyectos serios y viables.

Para coadyuvar al debate de ideas en torno al proceso que ya inició –aquí la ley sale sobrando y el Tribunal Supremo Electoral (TSE) es un espanta pájaros- aprovecho la ocasión para recordar algunas ideas expuestas en coyunturas anteriores, pero que no pierden actualidad, porque nuestros problemas parecen congelados en el tiempo:

La participación ciudadana en un proceso electoral no se puede conformar con tan sólo ser objeto de encuestas de opinión, información genérica sobre candidatos y partidos políticos, promesas de campaña y las condiciones de infraestructura básica para asistir al evento.

Quedarse ahí forma parte de la concepción tradicional sobre la participación de los ciudadanos en la elección de sus autoridades; sin embargo, solamente asegura que esos electores ejerzan su soberanía con tan sólo emitir su voto no así que se vean involucrados en el proceso desde su génesis, o sea en escoger candidatos y definir los temas de debate desde las bases.

Si bien no se pueden negar cambios en los procesos electorales desde el fin de la guerra civil –acordémonos de la cultura del fraude- aún falta una perspectiva cívica con esa participación que vaya más allá de los sondeos de opinión, de las decisiones verticales de las cúpulas partidarias y de la concentración del Tribunal Supremo Electoral (TSE) en manos de los mismos políticos.

Considerando que la política se observa y reconoce a través del sistema mediático, por eso es tan importante asumir los retos de la comunicación política, una forma conciente desde la comunicación colectiva conlleva una perspectiva ciudadana que privilegie la participación del conglomerado mediante prácticas deliberativas que impacten en la escena pública.

La autora y catedrática colombiana, Ana María Miralles, afirma que dar voz a la gente pasa “por procesos deliberativos de formación de opinión pública, que se constituyen en toda una práctica pedagógica, con un sentido renovado de la política que ya no estará exclusivamente en manos de los ‘políticos profesionales’ y que no necesariamente tiene que pasar por las instituciones”.

Al contrario, esa experiencia democrática “se mueve en espacios más abiertos y definidos desde un punto de vista predominantemente cultural, más cerca de los sistemas simbólicos de la gente”, agrega Miralles, “es un reto político y educativo frente al predominio del sistema de la representatividad que ha hecho del ciudadano un sujeto que delega en otros la iniciativa”.

En ese sentido, el periodismo ciudadano o cívico puede convertirse en una buena herramienta, para que ese ciudadano sea interpelado y de esa forma recupere el control de la agenda temática superando la idea tradicional de que lo público es sinónimo del Estado como si no fuese la persona el eje de la acción política.

“Construir o reconstruir un sentido de lo público como un sistema de comunicación democrática, con la presencia de diversos actores, discursos, opiniones y acciones para la vida colectiva, supone re-educar al ciudadano; es decir, adelantar estrategias de pedagogía política que si bien no pasan solamente por lo medios de comunicación, encuentran en ellos uno de sus principales escenarios”, explica la profesora colombiana.

Como práctica comprometida, los periodistas deben involucrar al ciudadano en el proceso y no solamente –como es la tradición- encantarlo para que emita el voto. Es preciso que el ciudadano se encuentre con los candidatos sobre temas de gobierno más allá de los temas de campaña, en otras palabras realmente significa sentar las bases de un foro mediático.

“Es más que una técnica: encierra toda una filosofía que pretende recobrar el sentido del proceso electoral y de paso recordar que más que electores se debe hablar de ciudadanos que pueden construir una agenda temática alrededor de la cual los candidatos se pronuncien para conectarse con los intereses y necesidades” del pueblo y hacer sus propuestas”, señala Miralles.

La acción política de los periodistas no significa que se está desplazando a los políticos de por sí, sino que se trata de hacer más viable la democracia en las actuales sociedades de masas, ya que se ponen a los medios de comunicación a disposición del diálogo social con la puesta en escena de tres agendas: la de los políticos, la de los medios y la de la ciudadanía.

Para aclarar el punto, la profesora colombiana explica que los sondeos de opinión –tan comunes en los procesos electorales- deben realmente servir, para la construcción de la agenda ciudadana, o sea ir más allá del enfoque tradicional que los utiliza sólo para medir los índices de popularidad de los candidatos. La agenda ciudadana debe servir para escoger a los candidatos.

“La campaña ocuparía solamente un espacio del espectro y probablemente podría ser entendido como mecanismo de difusión y no de construcción de ideas. Lo problemático de poner como centro del cubrimiento electoral los temas de campaña, es que la opinión pública está cediendo la iniciativa a quienes compiten por un puesto y con ello se les da el control del proceso”, advierte.

En resumen, el proceso electoral debe “ciudadanizarse”, sacarlo del control de los partidos políticos, en un juego donde la agenda ciudadana necesariamente va a competir con la de los políticos y también la de los medios de comunicación que no son simples testigos de dicho proceso electoral. Una comunicación comprometida con la ciudadanía puede ser la diferencia.