lunes, mayo 30, 2022

Bukele y los frutos de la polarización afectiva

Por Guillermo Mejía

 

El presidente Nayib Bukele salió bien librado en las recientes encuestas de opinión pública, especialmente en la evaluación sobre el tercer escalón de su gestión realizada por el Centro de Estudios Ciudadanos (CEC) de la Universidad Francisco Gavidia (UFG), a partir de la cual el investigador Óscar Picardo consideró como inédito que el mandatario no baja de 8.0 de nota promedio a lo largo del tiempo.

 

Como señalan los especialistas, al principio de una presidencia se da una “luna de miel”, en la que la aprobación es muy fuerte; luego una etapa que inicia a partir de un declive en la aprobación presidencial, para finalizar en la tercera etapa donde vuelve a aumentar la popularidad del presidente a partir del uso político del presupuesto nacional. En el caso de Bukele, hasta ahora, no opera esa lógica.

 

Hay una variedad de explicaciones en torno al hecho de la popularidad del presidente, entre otras que es producto de la inversión publicitaria-propagandística que nos habla de una realidad inexistente o es el resultado de las malas gestiones presidenciales en los últimos 30 años, así como de las medidas del gobierno en el marco de la pandemia y del impacto de la sonada “guerra contra las pandillas”.

 

En el presente artículo considero pertinente explorar este fenómeno de opinión desde la perspectiva de la polarización afectiva, que no es lo mismo que la polarización ideológica y que es explotada por los políticos en especial a través de las redes sociales donde las descargas emocionales sustituyen al pensamiento crítico, en general.

 

Al respecto, el intelectual Franco Delle Donne, especialista en comunicación política, señala: “Por un lado, tenemos la polarización ideológica: esa que se genera en torno al posicionamiento que los partidos políticos y la ciudadanía adoptan sobre los grandes temas de debate en la sociedad. Se trata de algo que, hasta un cierto punto, puede considerarse parte del debate democrático”.

 

“Sin embargo, existe otro tipo de polarización. Se le denomina polarización afectiva. Esta no se basa en posiciones políticas, sino en identidades. Se rige por la lógica de la pertenencia y la exaltación del conflicto”, agrega. Se trata “de una polarización basada en visiones maniqueas y simplistas de los adversarios políticos (nosotros frente a ellos), a quienes se presenta y se percibe como enemigos a eliminar y a los que se les niega la legitimidad de su propia existencia”.

 

Precisamente, desde sectores críticos a Bukele -además de calificarlo como antidemocrático y autoritario- le reclaman apertura a la discusión pública de los temas de interés público, transparencia y acceso a la información pública, categorías que –obviamente- no son su fortaleza, porque desde la polarización afectiva lo que menos interesa es mostrarse como concertador.

 

Según Delle Donne, en un ambiente tóxico “muchos políticos tienen la tentación de tomar decisiones simples y simbólicas para los que consideran suyos. Buscando también generar rechazo del contrario. La polarización afectiva alimenta las posiciones políticas extremas, y estas alimentan la polarización afectiva. No es sencillo detener esta peligrosa dinámica”.

 

En ese sentido, desde el poder saben a quién se dirigen, dando el efecto reproductor de los mensajes y eslóganes en los adeptos que, como señalan otros especialistas, con la presencia de las redes sociales han pasado de ser seguidores del político a hinchas o fanáticos como los que inundan los escenarios deportivos o las iglesias fundamentalistas.

 

Para ejemplificar están los datos de la encuesta del CEC de la UFG. Los investigadores Óscar Picardo, Isabel Quintanilla y Óscar Luna interpretan que “Empresarios, clase media acomodada y académicos que posiblemente conformen el 3% de la sociedad, y que se podrían catalogar como opositora, disidente o en desacuerdo con el gobierno del presidente Bukele están EQUIVOCADOS en su análisis”. (Las mayúsculas son de ellos).

 

En ese estudio, “la gente encuestada califica al presidente con 8.34 (es el séptimo ocho y fracción en las últimas ocho encuestas desde enero 2020); 71.2% cree que el país va por buen rumbo; 72.4% está satisfecho con el presidente; el candidato de 2024 debe ser Bukele; 72.23% aprueba su reelección; y 81.12% señalan que con el presidente Bukele estamos mejor; entre otros datos”.

 

Afirman que “La pirámide socioeconómica de El Salvador es la clave de todo… A ver si se entiende la alegoría: tenemos una amplia base de pobreza y desigualdad; digamos no menor al 50% y en aumento según el Banco Mundial; gente que no tiene mucho que perder, que vive en subempleo, que no entiende de Derecho Constitucional ni de macroeconomía y que históricamente ha estado abandonada”.

 

“Una clase media dividida que está en modo de supervivencia; se trata más o menos de un 30% de la población con más escolaridad, muchos de ellos trabajando en plazas gubernamentales, profesionales, empresarios medianos; y finalmente un 20% de la clase acomodada, conformada por dos segmentos: empresarios medianos, nuevos ricos, la nueva clase política y las élites económicas; la mayoría muy entretenidos haciendo dinero…”, añaden.

 

En ese marco, “El gobierno de Bukele y sus acciones están impactando en la base de la pirámide socio-económica (50% a 60% de la población): Los US$ 300 y las canastas alimentarias que se entregaron en pandemia; los US$ 30 de la Chivo Wallet; las entregas de laptop y tablets; Chivo Pets; al Estado de Excepción y sus capturas; la mejora en los servicios de salud, son acciones que valora la gente de más escasos recursos y no la clase media o la élite económica”.

 

Señalan, entre otras cosas, que “Se ha creado una atmósfera enrarecida, pautada por el miedo y por la nueva estética del presidente. Sus escenografías son impecables y cuenta con un equipo de producción al mejor estilo de Hollywood. Mientras las élites económicas del país se han alejado de la política y están ensimismadas haciendo dinero y con miedo de una auditoría del Ministerio de Hacienda”.

 

Y agregan: “Hay otro problema: demasiada gente en el país tiene ‘la cola pateada’ o ‘techo de vidrio’; los gobiernos de ARENA y del FMLN crearon una considerable cantidad de vasos comunicantes de favores y corrupción. Así que calladitos se ven más bonitos”.

 

“Por si fuera poco, la maquinaria mediática, sobre todo en redes sociales, está controlada por la narrativa gubernamental. Parte de la estrategia comunicacional de este gobierno ha sido atacar y destruir a los medios tradicionales y a la oposición, hasta llegar a un nivel de nula incidencia y de baja confianza. Esto también se ha medido, You Tube y Tik Tok son la clave, Twitter es un espejismo”, afirman.

 

Ante la presencia de la figura de Bukele, según los investigadores, “Ya no somos un país, más bien parecemos una secta que tiene un líder, al que se le cree y no se le cuestiona, es un asunto de fe. Él es el principio y fundamento de todo; es una especie de oráculo y posee diversos círculos de extrema lealtad. Él señala el camino, define el futuro, nadie más puede competir o disentir con sus ideas”.

 

Sin embargo, “no todo es color de rosa, no está claro si las capacidades e ideas del presidente en torno a la economía podrán resolver los problemas futuros de aislamiento, riesgos, endeudamiento y promesas por cumplir; el Bitcoin sigue siendo rechazado por la gente, -sólo 2 de cada 10 personas lo apoya (…) las remesas tienden a disminuir y la balanza comercial está desequilibrada”, advierten.

 

El especialista Franco Delle Donne señala que los sectores políticos moderados son los que deben apostarle a desterrar la polarización afectiva de la sociedad: “En principio, un incentivo es la propia protección de la democracia. Y en ese marco es necesario aprender a valorar el pluralismo. Que haya gente que piensa distinto no solo es algo bueno sino necesario”.

 

“En esa batalla sería necesario contar con el concurso de los medios de comunicación, que en muchas ocasiones favorecen la polarización porque se nutren de ella”, dice. Lastimosamente, existe el problema de que “Las redes sociales también contribuyen al crecimiento de la polarización afectiva, sobre todo porque permiten el anonimato y las posiciones más radicales, pero también viralizan Fake News y desinformación”. Y el presidente Nayib Bukele, pues, cosecha los frutos de la polarización afectiva.