lunes, febrero 27, 2006

Deudas del periodismo salvadoreño

Por Guillermo Mejía

El ensayo titulado: Deudas del periodismo salvadoreño frente al proceso democrático, escrito por mi persona y el colega salvadoreño Raúl Gutiérrez, constituye una incursión en el papel que desarrollan los medios de comunicación nacionales y los posibles efectos en el llamado proceso democrático.

Los autores, que hacen una combinación de teoría con práctica profesional, examinan desde distintos ángulos la forma en que trabajan esos medios de comunicación en el país centroamericano en cuanto a su papel de mediadores entre el poder y la ciudadanía.

Este esfuerzo intelectual es la culminación de una preocupación que existe en algunos sectores de la sociedad salvadoreña que tienen una visión crítica sobre el desarrollo de un periodismo que aún no muestra mayores compromisos en su responsabilidad social.

De esa forma, se presente una visión crítica de los investigadores sobre los medios, basada en un escrutinio sobre su trayectoria y funcionamiento, en información y valoraciones de distintas publicaciones nacionales sobre éstos, y en la propia experiencia periodística de los autores.

El ensayo comienza con un acercamiento al papel del periodista en la sociedad contemporánea, los retos que afronta, y la difícil conciliación entre el deber de informar y los intereses particulares de propietarios y editores de medios de comunicación.

¿Será que en El Salvador los propietarios de los medios de comunicación están dispuestos a reconocer los nuevos desafíos del periodismo y permitir que sus periodistas actúen con ética y responsabilidad?

Y, además, ¿será que los periodistas salvadoreños están preparados para enfrentar estos retos con gallardía y desarrollar un periodismo con responsabilidad? Son dos interrogantes que ameritan respuestas.

Luego, el ensayo se enriquece con la relación que se hace entre la prensa salvadoreña y la democracia. Los autores reseñan los puntos críticos en que el papel del periodista frente a la ciudadanía se ve opacado por intereses de grupos de poder.

Para ilustrar los problemas detectados entregan una caracterización de los medios de comunicación salvadoreños y cómo éstos se han comportado con relación al proceso democrático y al de construcción de ciudadanía en el país.

A continuación, como prueba de la validez de los planteamientos, analizan de forma cualitativa dos casos paradigmáticos sobre cómo los dos periódicos de mayor circulación e influencia en el país: La Prensa Gráfica y El Diario de Hoy, trataron dos temas de gran trascendencia nacional: las elecciones presidenciales de marzo del 2004 y la Ley Antimaras. Debe advertirse que el análisis de estos casos no es la base del presente ensayo sino apenas una muestra de lo argumentado a lo largo del documento.

El análisis de estos dos casos permite adentrarse en las circunstancias en que los periodistas salvadoreños ejercen su labor de comunicadores y las deudas manifiestas para mediar entre el poder y la ciudadanía

El ensayo, además, propone una serie de retos que los medios de comunicación y los periodistas salvadoreños deberán enfrentar si se aspira a construir una sociedad democrática, pluralista y participativa.

Y tal como se insiste a lo largo de este documento, semejantes retos difícilmente se lograrán sin una ciudadanía crítica, interesada en participar y que demande un periodismo independiente, responsable y ético.

Dentro de las reflexiones finales, los autores estiman que con un periodismo como el salvadoreño es difícil la construcción de ciudadanía, porque se coarta la participación activa de la población en el afianzamiento de la democracia. En otras palabras, a los salvadoreños les falta más energía para enfrentar el reto de hacer de la comunicación una práctica ciudadana.

jueves, febrero 02, 2006

La fiscalización ciudadana

Por Guillermo Mejía

Desde tiempo atrás –no mucho por cierto en nuestros países- se ha llegado a la conclusión de que en la democracia liberal en que subsistimos es sumamente importante la fiscalización ciudadana de cara al ejercicio de los políticos.

Si viviéramos, por ejemplo en un régimen que se definiera por ser fiel representante del centralismo democrático, pues de poco valdría tal aseveración, por cuanto se entiende que el régimen coopta a la sociedad civil.

Pero, entrando en materia, en el esquema en que nos desenvolvemos –muy débil por cierto- esa sociedad civil es categorizada como la representación de la actividad social voluntaria (que se realiza bajo ninguna obligación impuesta por el Estado).

Tal como lo asevera Michael Walzer, en su “The idea of Civil Society”, se define como “el espacio de asociación humana sin coerción política y también como el conjunto de cadenas o redes de relación –formadas para el bien de la familia, la creencia, el interés y la ideología- que llena este espacio”.

Por eso es importante que entendamos, una vez por todas, la importancia de los movimientos que se agrupan en torno a esa sociedad civil. Allí encontramos a ecologistas, periodistas, estudiosos de las diversas materias, empresarios, en fin una constelación de intereses que deben ubicarse, necesariamente y pese a sus propuestas propias, afuera de las representaciones partidarias.

En ese marco, resulta pobre, bochornoso, vergonzoso, que personas particulares con intereses políticos predeterminados, por ejemplo de los partidos tradicionales, vengan a cuestionar el esfuerzo de los entes de esa sociedad civil que se pretenden fortalecer.

Ahí encontramos, por definición, a quienes defienden los derechos de la niñez, de la tercera edad, de las prostitutas, de los estudiantes, de los maestros, etcétera, que no están pensando en que llegue a la presidencia de la República un representante partidario. En ese esfuerzo ciudadano, al fin y cuentas, sale sobrando quién llegue a ocupar la silla presidencial, lo importante es que esos movimientos civiles, y que pretenden ser democráticos, lo que buscan es que los políticos correspondan a los derechos ciudadanos.

Pensar diferente, bajo consignas políticas partidarias, significa ser reacios al cambio. Es decir, comprobado una vez más, reaccionarios frente a las necesidades urgentes de la ciudadanía que amerita una responsabilidad social de los administradores de turno que, lamentablemente, lo que han demostrado en tanto tiempo es lo contrario. Si no veamos el uso y abuso que han hecho en nombre del ejercicio del poder.

Históricamente, la sociedad civil la heredamos de los romanos que hablaban de societas civilis. Pero lo más importante, en este marco, se da cuando se concibe a la sociedad civil en separación del Estado. Como señalan diversos autores, significó ver a esa sociedad como un espacio social y sicológico en el que el individuo, por sí mismo o asociado con otros, podría ver los actos de los políticos en ejercicio desde una perspectiva fiscalizadora.

“La separación del Estado y la sociedad en el pensamiento político liberal confeccionó una justificación teórica poderosa para limitar los poderes del Estado frente a sus ciudadanos. En el pensamiento liberal la sociedad ocupa una posición de superioridad moral en sus relaciones con el Estado. El Estado es meramente la extensión y el sirviente de la sociedad”, afirma Charles F. Bahmueller, del Center for Civic Education, en Calabazas, California.

Ante eso, y frente a la ignorancia reinante, cómo me puedo explicar que cualquier hijo de vecino, que ostente un mínimo o máximo de poder en la esfera estatal, se de el lujo de menospreciarme pese a que como ciudadano tengo mis derechos y, lo que no sucede en nuestra realidad, también tengo que pelearlos a capa y espada porque como ciudadano me corresponden.

Por eso insisto en que es importante en que desarrollemos nuestro proyecto como sociedad civil. Si alguien está encantado con el actual ejercicio de los políticos también es su derecho inalienable. Nosotros no nos podemos conformar con tan poco, es necesario que levantemos nuestra bandera ciudadana y reclamemos nuestros derechos. Nuestros deberes, obviamente, tenemos que cumplirlos.

Una sociedad civil organizada –no cooptada por algún partido político- es un arma especial que no podemos desaprovechar. El cambio tiene que ser generado desde esa instancia civil, la política tiene que respetarnos y no existe mejor forma de hacerlo si en cada decisión que piense tomar o tome, en primer lugar tiene que corresponder con los derechos inalienables que nos corresponden como ciudadanos.

Saltar hacia otra estadio correspondería cristializar lo que el dirigente izquierdista italiano Antonio Gramsci consideró como transitar de una sociedad política con sociedad civil hacia una sociedad civil sin sociedad política, o sea la autodirección de los ciudadanos.

Esa concepción gramsciana fue más allá tanto del liberalismo como de la izquierda estatalista, dado que hizo visible los nexos estatales en la sociedad civil; es decir, que en ésta se genera y se prolonga el poder del Estado.

"La seperación tajante es rechazada por esta visión gramsciana que coloca la imbricación entre ambas esferas, que sólo se rompe transitoriamente en momentos de crisis orgánicas, para restablecerse posteriormente, a no ser cuando se pueda lograr revolucionariamente una plena emancipación de lo estrictamente estatal", afirma el antropólogo mexicano Jorge Alonso.

Demos vida, ejerzamos nuestros derechos ciudadanos.