sábado, septiembre 01, 2007

La formación de opinión pública como instrumento de democratización

Por Guillermo Mejía

Hablar a estas alturas de los procesos de formación de opinión pública es harto complejo, dado las sofisticaciones de la sociedad actual y de los medios de comunicación colectiva como vehículos idóneos para que las ideas se difundan en el entramado de intereses y anhelos de la población y sus líderes.

En ese contexto, creo oportuno ahondar en esta ocasión en la urgente necesidad de que esos procesos de formación coadyuven a la profundización de la democratización a partir de la presencia de un sujeto consciente, preocupado por el interés público y partícipe de la opinión ciudadana crítica.

Un Estado democrático (o en vías de democratización) tiene la obligación de garantizar el libre acceso a la información pública, así como es deber ciudadano demandar ese libre acceso para contar con el parangón de posturas políticas, sociales, económicas, culturales, etc., que sirvan para la consecuente toma de decisiones en la sociedad.

En el caso salvadoreño, lamentablemente, lo anterior aún no es una preocupación del ciudadano común, salvo los más interesados o políticamente comprometidos, al grado que pareciera ser un tema que no trasciende más allá de los líderes de opinión, editores y periodistas, y de las reflexiones puntuales en las academias.

El ciudadano de a pie todavía está condicionado por la gama de necesidades básicas que tiene que solventar de alguna manera y pareciera que las virtudes ciudadanas, sus derechos y obligaciones en la sociedad, son cuestiones de segundo nivel. Al final, resulta más efectivo olvidarse de su situación en medio del bombardeo mediático adormecedor.

Los fenómenos de opinión pública

Cuando nos referimos a los fenómenos de opinión pública cabe destacar las múltiples definiciones –algunas muy simplistas- de esos procesos añejos que se instalaron a partir de “la existencia de grupos, comunidades, sociedades y pueblos, cuyos miembros mantienen relaciones entre sí (relaciones horizontales)”. (Monzón; 1996: 20)

También, que “en toda comunidad siempre ha existido algún tipo de autoridad que se impone, se acepta o dirige a la población (relaciones verticales)”, según Monzón, y el hecho de que “siempre ha existido la posibilidad, aun cuando en algunas sociedades haya sido pobre o ejercida por una minoría, de contestación y participación del pueblo en los asuntos públicos”.

Al hacer una revisión histórica cabe considerar el estudio de Dader (1992) que ubica en la Grecia Clásica la utilización del término “dogma poleon”, para referirse a lo que comúnmente conocemos como opinión pública. Además, cita a Ortega y Gasset, con Protágoras que en el siglo V a. De J.C. usó como traducción “la creencia de las ciudades” o “la creencia pública”.

“Pero si todavía pretendiéramos delimitar el fenómeno de la opinión pública en las coordenadas de las sociedades occidentales modernas, tendríamos que reconocer también que el término profusamente empleado hoy aparece por primera vez en los ‘Essais’ de Michael de Montaigne, en 1588, con la expresión directa de ‘opinion publique’. Dicho término empieza a popularizarse con la utilización, en un sentido social, popr Rousseau, a partir de 1744, y en un sentido político por Mercier de la Riviere, en 1767.” (Dader; 1992: 96)

Más acá, Kimball Young en su obra “La opinión pública y la propaganda” (Paidos Studio; 2001) asegura que “el concepto de opinión pública ha sido empleado en forma muy vaga y con distintos sentidos. A menudo no es más que un estereotipo agitado por oradores y escritores cuando discuten sobre problemas políticos y económicos”.

“La opinión pública consiste en las opiniones sostenidas por un público en cierto momento. Sin embargo, si examinamos las distintas discusiones sobre este problema, hallamos dos tipos de enfoques. Uno considera a la opinión pública como algo estático, como un compuesto de creencias y puntos de vista, un corte transversal de las opiniones de un público, las cuales, por otra parte, no necesariamente concuerdan entre sí en forma completa. El otro enfoque toma en cuenta el proceso de formación de la opinión pública; su interés se concentra en el crecimiento interactivo de la opinión, entre los miembro de un público.” (Young; 2001: 11-12)

Para cerrar el apartado creo de importancia reseñar a través de los estudiosos del fenómeno psicosocial que conocemos como opinión pública las diferentes visiones teóricas en juego:

-Visión racionalista: que pertenece y arranca de la concepción liberal tradicional del hombre y la sociedad. De acuerdo con la tesis fundamental de la Ilustración, los hombres nacen libres e iguales, dotados de racionalidad, y por consiguiente tienen derecho a sustentar diversos puntos de vista sobre las cuestiones que les afectan. Supuesta la racionalidad innata del hombre, en la discusión abierta del cúmulo de opiniones diferentes sobre un mismo tema, aquella que obtenga un mayor número de adhesiones acabará revelándose como la más adecuada. Si honestamente todos buscan la verdad, la coincidencia del mayor número tenderá a coincidir con la propuesta más racional. Autores: Gino Germani y Robert Park, entre otros.

-Visión irracionalista: Diametralmente opuesta a la anterior, plantea que la opinión pública o la faceta de ella que más fuertemente adquiere categoría de presión social es la que surge de prejuicios irracionales e intransigentes, escasamente basados en la realidad de los hechos y sin embargo comúnmente compartidos por la mayoría de la comunidad de modo visceral. Esta interpretación ha sido sostenida por autores temporal o ideológicamente tan dispares como Maquiavelo, Locke o Stuart Mill, los cuales, en la totalidad o parte de sus escritos, no dudaron en describir la “Voz del Pueblo” como ignorante, egoísta, caprichosa, voluble, intransigente y al mismo tiempo fácil de manipular. Autores: Walter Lippmann y Elisabeth Noelle-Neumann (La espiral del silencia), entre otros.

-Visión de la superestructura ideológica de clase: Está a mitad de camino entre las visiones racionalista e irracionalista. La posición dentro de la estructura de producción, el momento histórico, etc. Determinan el tipo de pensamiento y de ideología que expresará cada individuo por tendencia natural. En dicho esquema es lógico que la ‘ideología burguesa’ corresponda a la visión y posición en el mundo de la ‘clase burguesa’. La opinión pública, entonces, no proviene del debate racional entre todos los hombres libres e iguales –como señalaba el liberalismo clásico- sino que constituye el resultado fragmentado horizontalmente de las distintas clases que conforman la sociedad. Autores: Carlos Monzón, Silvia Molina, entre otros.

-Visión intelectualista, institucionalista y funcionalista: Comparando las tesis que sobre el papel e importancia de los intelectuales aportan la “sociología del conocimiento” y el radicalismo meritocrático orteguiano, puede establecerse una clara convergencia: Tanto si procede de una variante “izquierdista” como de una “conservadora de derechas”, la visión intelectualista preconiza la salvaguarda racionalista de la opinión pública sólo en el caso de limitarse o estar influida por las corrientes de opinión emanadas de los intelectuales. La institucionalista, versión más reciente y pragmáticamente mediocre del intelectualismo, sostiene que la cristalización o representación genuina de la opinión pública es el Parlamento. El funcionalismo, cuyo autor más representativo es Niklas Luchmann, es una visión dualista: institucional y funcional. La “función” que cumplen en el sistema social diversos elementos de simplificación es justamente preservar la cohesión del propio sistema.

-Visión crítica o industrial: El espacio público abandonado a las tendencias de la sociedad industrial y consumista estará dominado por corrientes de opinión irracionales, fácilmente persuadibles por los técnicos del marketing o la propaganda. Las corrientes de opinión racionales, capaces de purificar lo anterior, sólo podrán surgir cuando se instaure un estilo y unas condiciones de debate en libertad y con esfuerzo comprometido de todos los intervinientes por alcanzar acuerdos sólidamente racionales. Autores: Jürgen Habermas y la Escuela Crítica de Frankfurt. (Dader; 1992: 109-122)

Los procesos de opinión pública

De acuerdo con Young (2001) dentro de una democracia se parte de supuestos que se remontan a los griegos: 1. La comunidad y los controles políticos descansan en un cuerpo compuesto por los ciudadanos adultos y responsables de la comunidad; 2. estos adultos tienen el derecho y el deber de discutir los problemas públicos con la vista puesta en el bienestar de la comunidad; 3. de esta discusión puede resultar cierto grado de acuerdo; 4. el consenso será la base de la acción pública.

A continuación, el mismo autor describe las cuatro etapas básicas del proceso de formación de opinión pública con una quinta etapa de acción manifiesta:

En primer lugar, algún tema o problema comienza por ser definido por ciertos individuos o grupos interesados, como un problema que exige solución. (...) la esencia de esta primera etapa es un intento de definir la cuestión en términos tales que permitan la discusión por parte de individuos y grupos.

En segundo lugar, vienen entonces las consideraciones preliminares y exploratorias. ¿Cuál es la importancia del problema? ¿En éste el momento de encararlo? ¿Es posible darle solución? Estos aspectos pueden ser explorados en charlas, debates abiertos, crónicas y editoriales en la prensa, debates o comentarios radiales, y por otros medios de comunicación.

En tercer lugar, de esta etapa preliminar pasamos a otra en la cual se adelantan soluciones o planes posibles. Apoyos y protestas están a la orden del día, y se produce a menudo una acentuación de las emociones. Puede aparecer, en considerables proporciones, la conducta de masas, y frecuentemente los aspectos racionales se pierden en un diluvio de estereotipos, slogans e incitaciones emocionales. Esta etapa es importante porque en ella la cuestión se bosqueja con caracteres bien marcados y al tomar decisiones los hombres están controlados no sólo por valores racionales, sino también por valores emocionales. En otras palabras, en la formación de opinión, en las sociedades democráticas, intervienen a la vez consideraciones racionales e irracionales.

En cuarto lugar, de las conversaciones, discursos, debates y escritos, los individuos alcanzan cierto grado de consenso. (...) El consenso no significa un completo acuerdo entre todos.

En quinto lugar, la puesta en práctica de la ley aprobada, o el empleo del poder por parte de funcionarios elegidos, cae, estrictamente hablando, fuera del proceso de formación de opinión. En la realidad, en un sistema representativo, la minoría puede naturalmente seguir presionando para obtener una modificación. A través de la radio, la prensa, las asambleas y otros instrumentos de discusión pública, individuos o grupos con intereses especiales pueden hacer llegar nuevas sugerencias. (Young; 2001: 15-17)

Cabe señalar, a la vez, como el mismo autor estima al igual que Rivadeneira Prada (1995), que se debe tomar en cuenta que no ocurre lo mismo en todas las sociedades: las sociedades que viven dentro de una democracia representativa tendrán mayores posibilidades de interacción que las sociedades de masas.

“En la sociedad de masas –advierte Young- han desaparecido casi totalmente las formas comunicativas directas; se han modificado las relaciones personales, por el crecimiento de las ciudades, la división del trabajo, las estructuras del Estado moderno, las exigencias culturales, etc., y, sobre todo, por el auge de los medios de comunicación social”. (Rivadeneira Prada; 1995: 131)

De esa forma, vale reconocer que las distintas visiones teóricas acerca del fenómeno pueden sintetizarse en que en las complejas relaciones que se dan en las sociedades y el papel de los medios de comunicación, también sofisticados, confluyen los aspectos racionales e irracionales del ser humano.

En otras palabras, somos expresión de la dualidad entre la opinión pública-juicio, es decir, las corrientes de opinión que pretenden imponerse por la racionalidad, y la opinión pública-matriz, o sea los climas de opinión mediados por valoraciones culturales profundas y estereotipadas.

Un merecido cambio de timón

Para lograr que la formación de opinión pública sirva de instrumento democratizador debemos precisar el papel de los ciudadanos y el de los medios de comunicación social dentro de un proceso político. Y, valga la aclaración, considerando -como decía antes- que somos un compuesto de reflexión y emociones.

La ciudadanía debe poner toda su esfuerzo en el compromiso responsable, socialmente hablando, con el desarrollo con justicia y pasar de ser un sujeto pasivo a un sujeto activo y crítico de su realidad, más allá de la visión de mundo que sostenga. Es decir, en el espacio cabemos todos.

Los medios de comunicación deben estar orientados a la formación de opinión pública crítica, al igual que los ciudadanos, situación que puede comenzar a cambiar a partir de nuevas formas de comunicación y periodismo que tenga entre ceja y ceja a la ciudadanía.

En ese sentido, la formación de opinión pública crítica, en el caso salvadoreño, desde la comunicación y el periodismo pasa por trabajar con la gente desde una forma de inclusión, significa un compromiso en la construcción de ciudadanía: “El medio de difusión como garante de la expresión popular bajo criterios de responsabilidad frente a derechos y deberes”. (Mejía; 2005: 22)

Sería concretar en la realidad mediática los postulados de la comunicación política en cuanto a ese proceso de mediación simbólica que coloca en similares circunstancias a gobernantes y gobernados en función de la construcción democrática.

Pareciera ser que estaríamos pidiendo “peras al olmo”, por las mismas condiciones en que se desarrolla, por un lado, la política, y por otro, la función comunicativa y periodística, aunado a la falta de un papel activo y crítico de la ciudadanía en general.

Sin embargo, la construcción de ciudadanía y de una opinión pública crítica también se sustenta en un papel activo desde los diversos grupos que promueven el cambio en el país, independiente de su naturaleza de actuación, en ese marco cabemos los periodistas, los maestros, los ecólogos, los religiosos, etcétera.

Dentro de un proceso de democratización tenemos presente que: “Dar voz pública a la ciudadanía, pasa necesariamente por procesos deliberativos de formación de opinión pública, que se constituyen en toda una práctica pedagógica, con un sentido renovado de la política que ya no estará exclusivamente en manos de los ‘políticos tradicionales’ y que no necesariamente tiene que pasar por las instrucciones creadas en el sistema representativo (tales como el parlamento, las asambleas o los concejos), sino que se mueve en espacios más abiertos y definidos desde un punto de vista predominantemente cultural, más cerca de los sistemas simbólicos de la gente”. (Miralles: 1998)

A la vez, según el uruguayo Javier del Rey Morató (1996): “En la democracia mediática se abre y se consolida una especial e inédita legitimidad para los periodistas, que tiene su origen y su referente legitimador en la distinción que nos recordaba Sartori, entre la atribución nominal del poder y el ejercicio de ese poder: la atribución nominal del poder corresponde al demos, y su ejercicio a las elites elegidas por el demos”.

Y agrega: “Y si la sociedad, que no los gobernantes, es titular del poder, y lo delega por un período determinado de tiempo a sus representantes, esa reducción perceptiva que llamamos sujeto receptor es una figura compleja: es contribuyente, es titular del poder, es titular de la información sobre ese poder; es decir, receptor de mensajes que le informan sobre la política. El contribuyente y titular del poder y de la información se asoma a los medios de comunicación, desde los cuales los periodistas le ofrecen un relato sobre comportamientos y decisiones relacionados con ese poder cuya titularidad ostenta”. (Morató; 1996: 548)

Los ciudadanos, en general, tenemos el derecho a la información y los periodistas además gozamos del derecho de información. Es responsabilidad del Estado, donde también estamos todos, garantizar esos derechos inalienables que –en muchos casos- son violentados desde el ejercicio del poder y del periodismo.

Luchar por el fiel cumplimiento de esos derechos ciudadanos, que nos corresponde a todos, abriría la posibilidad de que la formación de opinión pública, mediante procesos adecuados y justos, coadyuve a la democratización de la sociedad salvadoreña.


Fuentes consultadas:

-Dader, José Luis (1992) “El periodista en el espacio público”, Barcelona, Editorial Bosch.

-Habermas, Jürgen (1986) Historia y crítica de la opinión pública, México, Ediciones Gustavo Gili.

-Mejía, Guillermo. “La ciudadanía como referencia hacia un cambio en el periodismo”. En: Revista Humanidades, número 7, año 2005, Facultad de Ciencias y Humanidades, Universidad de El Salvador.

-Miralles, Ana María. “El periodismo cívico como comunicación política”, En: Revista Nómadas, edición 9. Septiembre de 1998. Bogotá, Colombia.

-Monzón, Carlos (1996) “Opinión pública, comunicación y política: La formación del espacio público”, Madrid, Editorial Tecnos.

-Morató, Javier del Rey (1996) “Democracia y posmodernidad: Teoría general de la información y comunicación política”, Madrid, Editorial Complutense.

-Rivadeneira Prada, Raúl (1995) “La opinión pública: Análisis, estructura y métodos para su estudio”, México, Trillas.

-Young, Kimball (2001) “La opinión pública y la propaganda”, México, Paidos Studio.

Guillermo Mejía, periodista y profesor universitario. Este ensayo fue publicado en la Revista Humanidades, Número 10, 2007, de la Facultad de Ciencias y Humanidades, Universidad de El Salvador (UES).

martes, julio 31, 2007

Periodismo salvadoreño:
Entre la responsabilidad, las ataduras y las pasiones

Por Guillermo Mejía

De entrada creo oportuno decir como preocupación central de estas reflexiones el hecho de constatar que desde los años 80 –en plena guerra civil- hasta la actualidad nuestro periodismo ha estado marcado por el tutelaje de sectores de poder.

Si bien es cierto que hubo en este período de tres décadas mucho desarrollo tecnológico, en medios de importancia una apertura hacia temas como emigración salvadoreña, desarrollo socio-económico y político, etc., la censura y autocensura han estado presentes.

Muy al contrario de lo que pretenden hacernos ver y creer, especialmente en la prensa tradicional, el tutelaje mediático ha imposibilitado ganar espacios en el flujo pluralista de la información, la presencia de los sujetos anónimos y la construcción de ciudadanía crítica.

Querámoslo o no, las visiones ideologizadas, o sea las visiones sectarias, en general, no han contribuido a generar procesos de opinión pública que ventilen nuestros problemas y que enriquezcan el debate para encontrar soluciones que beneficien a la ciudadanía.

Son escasos y modestos los esfuerzos por hacer algo diferente, en espacios de información y de opinión, aunque siempre ha existido la tentación de las visiones ideologizadas, que es parte de nuestro desenvolvimiento en la historia.

Con anterioridad, en otro encuentro de comunicadores, afirmé que a estas alturas los principios de responsabilidad, independencia y visión crítica que sustentan el trabajo profesional de la prensa, aparecen débiles o ausentes por la confluencia de varios factores que atentan, a la vez, contra la democratización de la sociedad salvadoreña:

En primer lugar, la presencia de intereses sociales, económicos y políticos de grupos de poder que imponen sus reglas al ejercicio periodístico en detrimento de la ciudadanía. Lo podemos observar cotidianamente en muchas coberturas, pero es tan obvio especialmente en períodos como, por ejemplo, los procesos electorales. La actual coyuntura nos ha permitido constatar una vez más esas perversiones en el tratamiento del caso de Mario Belloso Castillo y también el proceso de los capturados en Suchitoto.

En segundo lugar, en general, los periodistas somos un grupo de la sociedad caracterizado por la falta de cohesión profesional, dispersión social, es decir no asumimos un papel responsable frente a la ciudadanía, y somos proclives a los encantos del poder. En otras palabras, apenas bosquejados, los periodistas optamos por vías más fáciles de sobrevivencia.

En tercer lugar, la ciudadanía, también en general, y especialmente por falta de instrucción y compromiso con el cambio, carece de las herramientas necesarias para hacer valer su derecho a la comunicación. Dentro de la sociedad aún no se conoce a plenitud sobre derechos y deberes en materia de comunicación.

En resumen, como escribí en otra oportunidad, resulta más que urgente y necesario que los periodistas y la sociedad tomemos conciencia sobre el imperativo de desmontar las prácticas mañosas, los discursos añejos y los miedos trasnochados que impiden un ejercicio periodístico que nos ayude a la consolidación democrática y el Estado de derecho.

Desde otra perspectiva que se asume más crítica de sectores de poder y con compromiso más ciudadano también es justo decir que la agenda y los actores principales han estado monopolizados por representantes en especial de oposición con lo que también la ciudadanía ha sido relegada.

En otras palabras, aún nos hace falta mucho camino por recorrer para asegurar la construcción de ciudadanía crítica -buen elixir para desmontar la polarización política y mediática- lo que nos ha llevado a privilegiar las visiones ideologizadas en detrimento del ejercicio periodístico que nos ayude a crecer en humanidad y comunicación.

Una apuesta por la ciudadanía

En otros espacios he expuesto que trabajar con la gente en la práctica periodística, desde una forma de inclusión, significa un compromiso en la construcción de ciudadanía; es decir, el medio de comunicación como garante de la expresión popular bajo criterios de responsabilidad frente a derechos y deberes.

En la actualidad, la relación medios-ciudadanos es al revés: la presencia muy pasiva de la gente a expensas de una oferta mediática adormecedora propuesta por periodistas que trabajan en una dirección. Difícilmente se puede hablar de intercambio o comunicación por la razón de que los medios descargan desde el poder –cualquiera que sea- y bajo los criterios e intereses de ese poder.

Como bien explica la comunicóloga colombiana Ana María Miralles, trabajar desde la gente sería “tener más en cuenta el punto de vista de los ciudadanos para hacer la agenda informativa y ofrecer elementos para que esos temas de iniciativa ciudadana encuentren canales hacia la acción, a partir de la información y la convocatoria de los medios a la deliberación pública”.

En ese sentido, uno de los presupuestos es que al que se le delega poder tiene que ejercerlo, pero en función de la gente. La profundización de la democracia necesita de información que otorgue vida no que cause frustración, apatía, indiferencia, fatalismo o conformismo. Los medios, en general, alineados con el poder, donde se conjugan funcionarios y expertos, han producido indiferencia, alejamiento y cinismo en la ciudadanía.

Ejercer desde la ciudadanía equivaldría a sacarla de su condición de espectadora y pasarla a la condición de actora de su destino, mediante la participación activa en la búsqueda de un mejor porvenir.

Es más que contrastar promesas políticas con obras cumplidas como algunos medios de difusión conciben su papel frente a la ciudadanía. Es darle voz en todo momento a la gente, que tiene el derecho de participar en la comunicación.

Es un modelo que tiene que irse construyendo paulatinamente con la presencia de la ciudadanía. El avance que en algunos espacios presenciamos aún no ha pasado de abrir cierto debate con participación de diversas corrientes políticas o de expertos consagrados por esos mismos medios. De ahí que hemos observado opiniones diversas pero, sobre todo, de quienes ejercen poder a partir de una entidad que ha sido legitimada por los periodistas. La gran ausente es la ciudadanía de a pie.

En síntesis, buscar el sentido renovado de la política que ya no estará exclusivamente en manos de los “políticos profesionales” y que no necesariamente tiene que pasar por las instrucciones creadas en el sistema representativo (tales como el parlamento, las asambleas o los concejos), sino que se mueve en espacios más abiertos y definidos desde un punto de vista predominantemente cultural, más cerca de los sistemas simbólicos de la gente, de acuerdo con los especialistas.

Los procesos de formación de opinión pública para la democratización

Hablar a estas alturas de los procesos de formación de opinión pública es harto complejo, dado las sofisticaciones de la sociedad actual y de los medios de comunicación colectiva como vehículos idóneos para que las ideas se difundan en el entramado de intereses y anhelos de la población y sus líderes.

En ese contexto, creo oportuno ahondar en la urgente necesidad de que esos procesos de formación coadyuven a la profundización de la democratización a partir de la presencia de un sujeto consciente, preocupado por el interés público y partícipe de la opinión ciudadana crítica.

Un Estado democrático (o en vías de democratización) tiene la obligación de garantizar el libre acceso a la información pública, así como es deber ciudadano demandar ese libre acceso para contar con el parangón de posturas políticas, sociales, económicas, culturales, etc., que sirvan para la consecuente toma de decisiones en la sociedad.

En el caso salvadoreño, lamentablemente, lo anterior aún no es una preocupación del ciudadano común, salvo los más interesados o políticamente comprometidos, al grado que pareciera ser un tema que no trasciende más allá de los líderes de opinión, editores y periodistas, y de las reflexiones puntuales en las academias.

El ciudadano de a pie todavía está condicionado por la gama de necesidades básicas que tiene que solventar de alguna manera y pareciera que las virtudes ciudadanas, sus derechos y obligaciones en la sociedad, son cuestiones de segundo nivel. Al final, resulta más efectivo olvidarse de su situación en medio del bombardeo mediático adormecedor.

Para lograr que la formación de opinión pública sirva de instrumento democratizador debemos precisar el papel de los ciudadanos y el de los medios de comunicación social dentro de un proceso político.

La ciudadanía debe poner toda su esfuerzo en el compromiso responsable, socialmente hablando, con el desarrollo con justicia y pasar de ser un sujeto pasivo a un sujeto activo y crítico de su realidad, más allá de la visión de mundo que sostenga. Es decir, en el espacio cabemos todos.

Los medios de comunicación deben estar orientados a la formación de opinión pública crítica, al igual que los ciudadanos, situación que puede comenzar a cambiar a partir de nuevas formas de comunicación y periodismo que tenga entre ceja y ceja a la ciudadanía.

Sería concretar en la realidad mediática los postulados de la comunicación política en cuanto a ese proceso de mediación simbólica que coloca en similares circunstancias a gobernantes y gobernados en función de la construcción democrática.

Pareciera ser que estaríamos pidiendo “peras al olmo”, por las mismas condiciones en que se desarrolla, por un lado, la política, y por otro, la función comunicativa y periodística, aunado a la falta de un papel activo y crítico de la ciudadanía en general.

Sin embargo, la construcción de ciudadanía y de una opinión pública crítica también se sustenta en un papel activo desde los diversos grupos que promueven el cambio en el país, independiente de su naturaleza de actuación, en ese marco cabemos los periodistas, los maestros, los ecólogos, los religiosos, etcétera.

Los ciudadanos, en general, tenemos el derecho a la información y los periodistas además tenemos el derecho de información. Es responsabilidad del Estado, donde también cabemos todos, garantizar esos derechos inalienables que –en muchos casos- son violentados desde el ejercicio del poder y del periodismo.

Luchar por el fiel cumplimiento de esos derechos ciudadanos, que nos corresponde a todos, abriría la posibilidad de que la formación de opinión pública, mediante procesos adecuados y justos, coadyuve a la democratización de la sociedad salvadoreña.

Conclusión

Sin pretender englobar una respuesta a la difícil relación de la ética con el ejercicio periodístico en el país donde todavía evidenciamos expresiones autoritarias, atraso en términos de formación, estándares profesionales deficitarios, y empresarios y editores atrincherados por perversiones ideológicas, entre otras falencias, estimo conveniente:

Primero, el fortalecimiento del gremio periodístico nacional con base en una auténtica toma de conciencia, centrada en la perspectiva ética y la construcción de ciudadanía, donde coadyuven periodistas, universidades y otras instancias de la sociedad civil, que fructifique en la promulgación de un estatuto profesional del periodista como ley de la República. Por ejemplo, eso incluye, además del secreto profesional que no potencie impunidad, la cláusula de conciencia. Otro elemento importante es asumir el Código de Etica de la Prensa Salvadoreña.

Segundo, los esfuerzos pertinentes de periodistas, universidades y otras instancias de la sociedad civil en busca de fortalecer la educación ciudadana, para el estudio, comprensión y demanda efectiva del derecho a la comunicación en el país a fin de que los salvadoreños demanden responsabilidad, veracidad y pluralismo a los medios de comunicación, a la vez que hagan escuchar su expresión. Uno de las conquistas podría ser el procurador para la defensa del perceptor de medios.

Tercero, la instalación de observatorios de medios de comunicación por parte de instancias de la sociedad civil, entre estos académicos y periodistas, para que los ciudadanos analicen las ofertas mediáticas y se pronuncien frente a productos periodísticos adulterados, tergiversados o manipuladores de la conciencia, porque eso atenta contra el derecho humano a la comunicación y la ética periodística.

En síntesis, que los periodistas, en particular, y los ciudadanos, en general, hagamos un esfuerzo de construcción de un nuevo carácter de la comunicación salvadoreña, es decir, una nueva forma políticamente comprometida de experimentar la comunicación que posibilite los cambios postergados. La sociedad salvadoreña ya no debe consumir periodismo chatarra y, por ende, impregnado de toxinas.

[Ponencia presentada en el Foro: "Rumbo del periodismo salvadoreño: ¿Avance o agotamiento?", celebrado en la Universidad Centroamericana (UCA), el 24 de julio de 2007]

miércoles, junio 27, 2007

La apertura mediática en el ejercicio democrático

Por Guillermo Mejía

Cualquiera dirá que aún falta mucho camino por recorrer, para llegar a las elecciones generales del 2009; sin embargo, desde ya es saludable para la construcción democrática salvadoreña que recordemos la necesidad de una apertura mediática que posibilite el conocimiento y debate de las diversas plataformas partidarias.

La experiencia salvadoreña nos ha mostrado cuán ausente ha estado esa posibilidad de debate político a lo largo del tiempo. Generalmente, las posturas conservadoras han tenido espacio de sobra no solo para dar a conocer sus ideas, sino la deformación de la realidad frente a los planteamientos de oposición.

La construcción democrática nos demanda que la ciudadanía tenga el ramillete de expresiones partidarias, para escoger, a su conveniencia, las personas que tenga a bien que la gobiernen y, en el caso del 2009, desde el Ejecutivo, el Legislativo y los concejos municipales. En ese sentido, la ausencia de alguna de esas expresiones no abona a la democracia.

Cuando hablamos de presencia de todas las fuerzas partidarias en el espacio mediático nos referimos a un trabajo periodístico que va más allá de la simple pauta informativa, manipulable por cierto, o la simple presencia en entrevistas matutinas que saturan la mayoría de veces con los mismos personajes legitimados por los medios.

La comunicación política nos posibilita un trabajo riguroso que contrasta los discursos políticos con la realidad y no solamente a partir de las obras de algún ente administrador del Estado, sino en cuanto que esos discursos políticos también tienen sus referentes en las actitudes que tienen sus gestores.

Por ejemplo, mucho nos dice a los ciudadanos si apreciamos el discurso mediático del gobierno de turno que nos recuerda que trabaja por las sectores desposeídos, mientras constatamos que muchos de sus fervientes patrocinadores evaden impunemente los impuestos que les corresponde cancelar. El gobierno no tiene mano dura para esos evasores.

Y si hablamos de democracia al interior de las fuerzas políticas, nos encontramos con que ninguna de ellas ofrece participación real a sus correligionarios, para escoger a sus dirigentes o candidatos. A pesar de haber dado el salto cualitativo en su momento, el partido de izquierda Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (Fmln) cerró autoritariamente esa posibilidad en detrimento de la construcción democrática. El conservadurismo tiene diversos tintes ideológicos.

Cuando hablamos de cobertura mediática de los asuntos políticos lo que constatamos, en general, es la persistente miopía periodística que no ve más allá de la presencia de fuerzas democráticas o antidemocráticas, pero no en el sentido de la posibilidad o ausencia de ese desarrollo democrático, sino ideológico.

A partir de esa experiencia periódica en el país se puede decir que una de las formas más sencillas de evidenciar la ausencia de periodismo responsable –y cuando los periodistas se ven muy limitados en su quehacer profesional- es la cobertura de los tiempos electorales (campaña y desarrollo de los comicios).

El sesgo ideológico en el tratamiento informativo de los discursos políticos nos niega el derecho a conocer de lleno los planteamientos y las argumentaciones, especialmente de los sectores de la oposición que, al igual que los conservadores, ameritan el espacio mediático para dirigirse al conglomerado.

El Salvador dista mucho de que la ciudadanía tenga los elementos necesarios, para contar con el conocimiento adecuado que le permita tomar decisiones responsables de cara a los asuntos públicos. Resulta pedir demasiado aún que se regule, por ejemplo, la propaganda electoral o que las diversas fuerzas políticas tengan asegurado espacios en los medios del Estado.

La Radio El Salvador, Radio Cuscatlán y Canal 10 deberían abrir los espacios, para que las diversas fuerzas políticas se dirijan a la ciudadanía en iguales condiciones, pero aquí todavía es impensable. Esos medios de comunicación públicos son o pueden ser manipulados por el gobierno de turno, cuestión que pone en crisis la naturaleza de los medios del Estado.

En síntesis, la sociedad salvadoreña urge de la presencia de procesos de opinión pública democráticos, para afianzar el camino de la construcción de una sociedad más justa y solidaria. Por el momento, se nota la ausencia de compromisos ciudadanos por parte de los medios de comunicación, en general, pero la campaña del 2009 es buena oportunidad para el cambio.

martes, mayo 01, 2007

La urticaria que produce Mauricio Funes en sectores de poder

Por Guillermo Mejía

Desde que gente del mismo partido de izquierda Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (Fmln) aseguró que el periodista Mauricio Funes es el virtual candidato presidencial, para las elecciones generales de 2009, comenzó la picazón en la derecha gobernante.

Funes, que dirige su programa de entrevistas en Megavisión, aún no se define públicamente al respecto, y asegura que mientras no se decida tiene derecho a permanecer en su espacio periodístico. Sus detractores –muchos apertrechados en los medios conservadores- quieren su descabezamiento.

Como en los anteriores comicios de alcaldes y diputados, el presidente Elías Antonio Saca ya se metió de lleno a la iniciada campaña electoral del 2009, cuestión que –todos conocemos- violenta la Constitución de la República en tanto es el presidente de la República.

En esa dirección, Saca dijo ante la prensa que Funes debería renunciar a su labor periodística porque riñe con la ética, ya que es el candidato de la izquierda ex guerrillera y recordó la decisión que tomó –como parte del medio- cuando fue designado candidato presidencial.

Desde días atrás, Funes ha estado en la comidilla de periodistas de los medios derechistas, incluso fue atacado por uno de los funcionarios de la presidencia de la República en un artículo de opinión, mientras hasta redimidos de la izquierda también lo vilipendiaron.

La ética periodística es bien precisa al respecto: Funes aún no es el candidato oficial de la izquierda a optar por la presidencia y mientras no esté oficializado puede permanecer en su trabajo periodístico. Eso aunque sea amargo para la derecha gobernante.

En medio de esos dimes y diretes, Funes contestó a las exigencias de Saca en la antesala de la entrevista matutina (del 30 de abril) y, según denunciaron fuentes cercanas al periodista, hubo una protesta de parte del mandatario y la repetición del programa en horas nocturnas fue cancelada por órdenes de los dueños de Megavisión.

Así las cosas, por mal camino vamos. Se repiten nuevamente los golpes bajos hacia el periodismo independiente, las represalias y las influencias del poder hacia los empresarios periodísticos. Paradójicamente, las acciones contra Funes se dan cuando se conmemora el 3 de mayo el Día de la Libertad de Prensa en el mundo.

La sociedad en general y los periodistas en particular no merecemos ese trato de sectores que ejercen el poder. Para acercarnos al caso, vale la pena leer la denuncia contundente que Mauricio Funes expuso contra el presidente Saca y que dio pie a la suspensión de la retransmisión de la entrevista:

Mauricio Funes: “La semana anterior el presidente saca me exhorto para que renuncie a la conducción del espacio de la entrevista que desde hace dos años vengo transmitiendo por los canales del grupo Megavisión... La base de su argumento es que el ejercicio periodístico no es compatible con la participación política en un proceso electoral...

“Según han publicado los medios de prensa, el Fmln se encuentra en un proceso de consulta interna para la definición de su fórmula presidencial... Ni ha tomado aún una decisión al respecto y ni tampoco me han hecho una oferta concreta para integrarla... Cuando el Fmln concluya este proceso y en caso decida invitarme a formar parte de su fórmula presidencial, entonces, tomaré una decisión sobre ello... Antes no puedo ni debo hacerlo...

“No es cierto, por tanto, como asegura el presidente Saca, que estoy participando de este proceso que es propio y exclusivo de la dirección y la base del Fmln... Su exigencia en el sentido que debo renunciar a la dirección y conducción del espacio de la entrevista no tiene ninguna base ética y menos legal...

“Quien debería considerar renunciar a la presidencia del partido oficial es el presidente Saca, en la medida que su condición de presidente del Ejecutivo le inhibe desde el punto de vista constitucional prevalerse de su cargo para hacer política partidista...

“El país no puede darse el lujo de contar con un presidente que divide su tiempo entre la atención a los problemas de la nación y los problemas y necesidades que enfrenta su partido... La pobreza, la falta de empleo, la inseguridad ciudadana, entre otros, son problemas de tal complejidad que demandan de una presidencia a tiempo completo, las 24 horas del día, los siete días de la semana, y no de 8 de la mañana a 4 de la tarde y solo de lunes a viernes...

“El presidente Saca, y no yo, es quien debería decidirse si es presidente de la República o presidente de su partido... Además, en tanto presidente de la República es también comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, las cuales de conformidad con la Constitución no pueden ser deliberantes y sus miembros, mientras están activos en el servicio, están inhibidos a participar en política partidista...

“El presidente Saca da un mal ejemplo a la tropa y al país entero cuando asume la conducción de la campaña electoral de su partido, en forma anticipada y violando la ley, que establece periodos específicos para el proselitismo electoral...

“En una de sus intervenciones públicas, el presidente me desafía a renunciar y además a actuar con valentía como él dice que lo hizo cuando decidió participar como precandidato del partido Arena...

“Mi situación no es la del presidente cuando fue candidato... yo no hago propaganda a través de mi programa de entrevistas... En este espacio se abordan de manera seria y responsable los problemas que más aquejan a la población y se intenta, convocando a los más variados sectores políticos y sociales del país, incluyendo a miembros de Arena, encontrar soluciones viables y sensatas...

“Mi programa nada tiene que ver con la sátira política que el presidente Saca dirigía mientras era locutor de una de las radios de su propiedad... Radios que incluso una vez siendo elegido presidente reciben propaganda del gobierno que él preside...

“En buenas cuentas, presidente Saca, agradezco su interés por el futuro de mi trabajo periodístico... pero le sugiero dedicarse a atender los problemas que el país enfrenta en lugar de estar preocupado por la entrevista que dirijo y por las candidaturas de los partidos políticos de oposición...”

Tal vez algo muy importante para el periodista Funes sea que piense bien si traspasará esa delicada línea entre el ejercicio periodístico y la política partidarista, porque –aunque tenga legitimado ese derecho ciudadano- luego de tomar esa decisión ya no será igual.

En especial, en una sociedad víctima de la intolerancia, la demagogia, el atraso y el menosprecio por los derechos humanos. Es más, una sociedad enredada en una partidocracia dirigida por serviles y oportunistas, sin importar su adhesión ideológica, si no veamos las instancias de poder.

Paradójicamente, la quemada de Mauricio Funes en cuanto a que es el elegido por la dirección del Fmln salió, precisamente, de gente del mismo partido de izquierda, porque de la noche a la mañana fue primicia. Que recuerde: Con esa gente lidiará si le logran sacar el “sí de la niña”.

sábado, enero 27, 2007

La prensa salvadoreña atrapada en mañas del pasado

Por Guillermo Mejía

Aún no existe claridad específica sobre hasta dónde llegamos a construir otro país tras la firma de la paz, el 16 de enero de 1992. Los gobernantes de turno dicen a los cuatro vientos que somos ejemplo para el mundo, la izquierda y otros sectores críticos aseguran que los Acuerdos de Paz fueron saboteados.

La crisis que nos agobia en todos los órdenes no se puede ocultar. Que la izquierda participe del ejercicio del poder no garantiza que las cosas mejoren, al contrario tiene una forma antidemocrática de hacer política con autoritarismo y clientelismo al igual que la derecha gobernante.

Esos son algunos razonamientos que se derivan del proceso que ha vivido la sociedad salvadoreña a lo largo de 15 años que callaron las armas, momento vivido entre diciembre de 1991 y febrero de 1992 cuando la sociedad salvadoreña se regocijó por la conquista de la paz y la esperanza de un país con futuro.

Pasado ese tiempo, los periodistas también estamos en la obligación de echar un vistazo a las condiciones en que nos encontramos al final de tres lustros. Pasamos del periodismo en la guerra al periodismo en una sociedad que de hecho subsiste en un ambiente de paz ausente.

En ese devenir, ¿qué ocurrió con la prensa?, ¿cuáles son sus puntos clave de modernización?, ¿se instituyó el refresco informativo en cuanto a temas, protagonistas, puntos de vista, enfoques?, ¿se configuró el conocimiento del mundo a partir del ejercicio periodístico?, ¿se sumó a la lucha por la democratización?

Cada una de las interrogantes encierra una variedad de elementos que nos permitiría arribar al estado actual de la prensa nacional. En el presente artículo me parece de suma importancia tocar lo referente al papel de la prensa en la lucha por la democratización de la sociedad. Creo que lo demás se entenderá por estar concatenado.

Cuando hablamos de la “prensa salvadoreña” tenemos que ubicar en su verdadera dimensión lo que significan los grandes medios de comunicación como La Prensa Gráfica y El Diario de Hoy, los canales de televisión como los de Telecorporación Salvadoreña 2, 4 y 6, y el Canal 12. De las radios entra la YSKL.

Es decir, son los medios que más influyen en los procesos de opinión pública por contar con mayor presencia en la población y recursos. Después muy modestamente encontramos los demás periódicos, los otros canales y la cantidad de emisoras de radio que tienen sus espacios noticiosos o de opinión, entre ellos los que se dicen medios alternativos. Que conste que algunos de estos medios son extensiones del discurso oficial.

En general, los periodistas y figuras del entramado político muy interesados en vendernos el “nuevo país” luego de los Acuerdos de Paz confunden, algunos con muchísima malicia, la apertura mediática con la presencia esporádica de sectores críticos y de izquierda en la pauta periodística. Como si solo con entrevistas a dirigentes o funcionarios del FMLN o representantes de algunas ongés bastaría para gozar de democracia informativa.

El problema que enfrentamos con respecto a los medios de comunicación salvadoreños y la lucha por la democracia es más de fondo, puesto que persiste –como en el pasado reciente antes y durante la guerra- la presencia de ciertos discursos añejos que imposibilitan que las audiencias tengan un acercamiento adecuado a los fenómenos que ocurren a su alrededor.

Para ejemplificar lo anterior pongo algunos casos que me parecen obvios:

Uno: La prensa salvadoreña de influencia se mantiene atrincherada ideológicamente, situación que se verifica cada vez que existen eventos donde supuestamente se pone en riesgo la “vivencia democrática del sistema”, como en cada período electoral, o cuando ocurren hechos que fácilmente relacionan con “violencia política”, como los sucesos del 5 de julio de 2006 frente a la Universidad de El Salvador (UES). Sobre el último caso, es curiosa la queja del jefe de información de La Prensa Gráfica, Héctor Silva Avalos, ante la acusación que recibieron por acuñar al hecho 5-J que, obviamente escrito así, cualquiera lo relaciona con 11-S de Estados Unidos, el de los atentados contra las torres gemelas y, por ende, parte de la “confabulación terrorista internacional”. Silva Avalos niega que haya existido tal interés, pero queda la duda; por eso es bueno recordar el sentido periodístico responsable que nos sugiere el uso adecuado de los términos. En la conciencia de Silva Avalos queda si las cosas son como defiende, aunque en El Salvador el uso ideológico de las connotaciones es un recurso mediático utilizado hasta la saciedad.

Dos: Bajo el supuesto de que vivimos en una democracia entendemos que en la lucha por el poder cabemos todos, sin importar nuestras creencias o puntos de vista (toda vez que no atentemos contra los derechos de los demás). Sin embargo, es una cuestión que va, como dice la sabiduría popular, del diente al labio. El discurso mediático del poder nos dice cuando cree pertinente que en la sociedad salvadoreña existen malos (izquierda) y buenos (derecha), que existen enemigos de la libertad (Cuba-Venezuela-Bolivia-FMLN) y luchadores por la libertad (Estados Unidos-Colombia-Arena, etc.) y que estamos en permanente “amenaza comunista” con el eje Castro-Chávez-Morales-Ortega al grado que en cada elección se corre el riesgo de que si ganan los “demonios” lo primero que ya no vendrá son las remesas (y esto no es invento porque los medios periodísticos lo explotan religiosamente).

Tres: Por consiguiente, en medio de la perenne amenaza a la patria como nos dicen, la sociedad salvadoreña es víctima de una cobertura periodística tendenciosa, en la que no cuenta con todos los elementos necesarios para tener claridad sobre lo que ocurre y eso se da tanto en los hechos locales como internacionales. A partir de esa mala praxis periodística el salvadoreño promedio no puede decir que se forma el sentido del palpitar cotidiano al asomarse a la ventana mediática. Los discursos rancios acaparan la atención de las personas que se exponen a los productos periodísticos de esos medios de influencia con el agravante de que aún no existen medios que sean alternativa periodística de peso. Las experiencias rescatables aún son muy modestas, a las que se suman otras que sirven a la izquierda con las mañas desinformativas de la derecha. Paradójicamente, la izquierda nunca logró tener un proyecto periodístico serio en un país donde esa opción política sí tiene gente.

A partir de lo expuesto podemos inferir que en ese período de 15 años la prensa que realmente influye en los procesos de opinión pública no le ha apostado a la profundización de la democracia, al contrario en su atrincheramiento ideológico violenta los cánones de la excelencia periodística.

A la precariedad de contenido responsable donde deberíamos palpar el reflejo del acontecer cotidiano se suman las posturas editoriales que constatamos con muchísima preocupación, porque es escasísima la presencia de columnistas que abonen al cambio. Ni qué decir de algunos editoriales donde incluso se externan mentiras, calumnias y hasta racismo.

En ese sentido, la carrera vertiginosa de algunos medios de comunicación por contar con tecnología de punta y opciones multimedia –por supuesto, nada despreciable- choca con la ausencia de compromiso con la lucha por la democracia, la justicia y la soberanía nacional.

Es decir, en 15 años hemos tenido más de lo mismo con algunos repellos (ahora no matan periodistas sino que les echan bola negra, ya no ponen bombas a los medios que no les gustan sino que los castigan con la falta de publicidad, etc.). En algunos espacios que en su momento mostraron mayor apertura informativa y opinativa, en especial con entrevistas matutinas, se aprecia ahora mayor presencia del discurso oficial, mientras las noticias se contaminan con labores de relaciones públicas (lo hicieron con Anda y el Fovial).

En conclusión, resulta imperativo que los periodistas y la sociedad salvadoreña, en general, tomemos conciencia sobre la necesidad de desmontar esos discursos añejos y esos miedos trasnochados que imposibilitan un ejercicio periodístico que coadyuve en la construcción de la democracia y el Estado de derecho.

No es posible creer que en una sociedad donde muchas cosas andan mal algunos pretendan vender la idea de que la prensa camina del todo bien. Con eso damos a entender el difícil trabajo de los periodistas salvadoreños y los retos que atañen no sólo al gremio, sino a esa sociedad que también es responsable de la construcción de su destino. Y, claro, la prensa anda en crisis no sólo en El Salvador, pero eso no debe ser consuelo de tontos.

[Artículo publicado en Revista Rumbo, edición 5, San Salvador, El Salvador, enero de 2007]