viernes, diciembre 15, 2023

Bukele, la ilusión del marketing y la ausencia de debate

 Por Guillermo Mejía

Camino hacia las elecciones generales de 2024, cuando se elegirán presidente, vicepresidente, alcaldes y diputados, los ciudadanos fueron relegados otra vez de la posibilidad de participar del debate de los candidatos a los cargos respectivos, en especial la presidencia de la República, contrario a lo debería ser dentro de una democracia.

En el actual sistema electoral, controlado por los mismos políticos contendientes, nunca se ha considerado la necesaria confrontación de ideas y programas de los candidatos como sucede en otros países, donde al menos temas tan cruciales como los políticos, económicos y sociales son abordados en el espacio público.

Y, como es usual, aún muchos ciudadanos están adormecidos con que la “mejor arma es el voto” y que basta acudir “cívicamente” a las urnas en cada período de elecciones, para olvidarse luego del hacer/deshacer de los gobernantes que en general privilegian intereses particulares por encima de los de las amplias mayorías.

Sin embargo, esa penosa situación tiene su explicación.

Por una parte, el debate de ideas y programas en realidad no es prioridad en los contendientes, mucho menos el que se siente seguro del triunfo electoral, que sigue los consejos de los gurús del marketing político sobre la negativa al encuentro con los demás, ya que su asistencia oxigena a los adversarios políticos.

Para el caso, ni cuando triunfó en las elecciones presidenciales de 2019 ni en la actual campaña electoral, el presidente Nayib Bukele ha asumido la necesidad del debate de ideas y programas, mientras sus adversarios en aquella ocasión y ahora -diezmados y sin acceso a la deuda política por parte del Estado- tímidamente han invitado a la discusión pública.

Al contrario de la apertura al debate, Bukele dirige su acción política a través de las redes sociales, pero sin descuidar su participación en los medios tradicionales. A su campaña en medios estatales se une la presencia de su discurso en medios privados afines e incluso últimamente utilizó frecuentemente las obligatorias cadenas de radio y televisión.    

El problema es que más allá de las expectativas de los contendientes dentro del proceso electoral se entiende que en una democracia el soberano tiene que recibir los insumos adecuados, para que sabedor de las propuestas políticas, económicas y sociales, entre otras, emita un voto más razonado frente a la manipulación emocional.

Por otra parte, existe la domesticación de los ciudadanos frente al discurso dominante de los políticos y estrategas del marketing político, con la complicidad del sistema de medios de difusión, en creer a pie juntillas que los resultados de las encuestas de opinión encierran lo de por sí complejo de la generación de la opinión pública.

Se imprime la idea de si las “encuestas hablan” por supuesto que no es necesario, mucho menos legítimo, que exista el debate de ideas y programas por parte de los candidatos, a la vez que no existe una postura crítica dentro de la sociedad frente a las posibilidades y limitantes de esos estudios, en especial la forma en que son construidos.

Al grado que la suplantación de los fundamentos de la democracia por los resultados de las encuestas de opinión muestra un círculo vicioso que atrapa a la sociedad salvadoreña de mano de sus políticos, sin que importen sus posturas ideológicas, a lo que se suma una cobertura periodística acrítica y condicionada que les sirve de altavoz.

De esa manera, se torna de sentido común, malicioso por supuesto, hacer creer a la colectividad que lo más importante son los niveles de aceptación/rechazo que revelan los resultados de sondeos y encuestas de opinión cuando en general son fruto de estrategias de marketing político que implican manipulación deliberada por grupos de poder.

Dentro del actual proceso electoral, la sociedad salvadoreña debería asistir y participar en el debate de temas de importancia como la legitimidad de la reelección presidencial, el Régimen de Excepción, el negocio de los políticos con las pandillas, la transparencia y acceso a la información pública, la situación precaria de las pensiones que implica ciudadanos de primera y segunda categoría, los alicaídos sistemas de salud y educación, el imparable endeudamiento del Estado, entre otros.

Algo o mucho tienen que decir los candidatos a los cargos públicos sobre esos temas y más. Y claro significa debatir con letras mayúsculas; es decir, ir más allá de otras posibilidades como los foros que, sin bien son legítimos, no implican una confrontación profunda de ideas y programas. Además, la presencia y participación de los ciudadanos debe ser de primer orden.

Una forma de reivindicar este tipo de propuesta es la denominada ciudadanización de la comunicación, que necesariamente implica la ciudadanización de la política; en otras palabras, el involucramiento y participación de los ciudadanos en el marco del derecho a la comunicación y a la información, para ser constructores de sus proyectos de vida.

En ese sentido, la presencia ciudadana amerita ir más allá del ensueño de las redes sociales y otras posibilidades que facilitan las nuevas tecnologías, que por cierto son bienvenidas, pero que a la par de que implican esfuerzos que se pierden en su caducidad instantánea no necesariamente significan una educación política con carácter por parte de la ciudadanía.

Ciudadanizar la comunicación implica que el sistema mediático asuma también el compromiso por apostarle a esa educación política y promueva el involucramiento ciudadano en los espacios mediáticos, para coadyuvar al fortalecimiento de la comunicación y la información, a la par de –ahora sí- la acción comunicativa aprovechando, por ejemplo, las nuevas tecnologías.

En ese marco, podemos imaginarnos la forma en que se pueden vivenciar los procesos electorales, en los cuales ya no solo asiste el ciudadano como un espectador del quehacer político o consumidor de espacios o programas, sino partícipe de los mismos y donde queda establecido su ejercicio ciudadano.

La comunicadora colombiana Ana María Miralles, experta en comunicación ciudadana, nos recuerda las posibilidades de este tipo de proyectos comunicativos: la instauración de procesos de deliberación sobre agendas de temas surgidas precisamente de los ciudadanos, a la vez que la confrontación de ideas y programas por parte de los actores políticos con la participación de los públicos.

Miralles explica: “Dar voz pública a la ciudadanía, pasa necesariamente por procesos deliberativos de formación de opinión pública, que se constituyen en toda una práctica pedagógica, con un sentido renovado de la política que ya no estará exclusivamente en manos de los ‘políticos profesionales’ y que no necesariamente tiene que pasar por la instituciones creadas en sistemas representativos, sino que se mueve en espacios más abiertos y definidos desde un punto de vista predominantemente cultural, más cerca de los sistemas simbólicos de la gente”.

Llegar a ese estadio significaría un cambio radical en la forma como se asume el papel de los ciudadanos, tanto en la comunicación como en la política, además del compromiso de parte de los mismos políticos y el sistema de medios de difusión frente a la ciudadanía. El golpe de timón, pues, obliga a ciudadanos, políticos profesionales y comunicadores/periodistas.

De lo contrario, el ciudadano seguirá de simple espectador y consumidor de las estratagemas de los encantadores de serpientes.

viernes, octubre 20, 2023

Israel vs. Hamás: La desinformación como arma de guerra

Por Guillermo Mejía

Resulta preocupante la forma en que se ha instituido la desinformación en la sociedad contemporánea donde se da el rebote de las mentiras y embustes, en redes sociales y medios de comunicación colectiva, pero que en muchos casos se origina en directrices de grupos de poder y gobiernos de turno, y con la complicidad de las plataformas digitales.

Este fenómeno sico-social y político se ha explotado hasta la saciedad, en el marco de la lucha por la conquista de la opinión pública a nivel planetario, y caben los ejemplos del conflicto entre Rusia y Ucrania, y en la coyuntura a través de la activación de la confrontación entre israelíes y palestinos, donde la población civil sigue poniendo las víctimas.

A partir de lo que está ocurriendo en el enfrentamiento entre Israel y Hamás –milicia palestina radical-, la explosión de otros choques armados en esa zona y el papel de la desinformación, el periodista y profesor español Miquel Pellicer considera que “La desinformación se construye a partir de las verdades alternativas”.

“No solo es una amenaza para los medios de comunicación sino para los ciudadanos y su toma de decisiones en procesos vinculados a la salud democrática. A nivel diplomático, los gobiernos se convierten en el principal objetivo de la guerra de información en línea entre Israel y Hamás”, afirmó en un artículo recién publicado.

Pellicer presenta cuatro ideas para aclarar el tema:

Primero: -si bien su artículo no es una reflexión especializada en el conflicto- es una aproximación desde la comunicación digital y las redes sociales. Y existe una conexión clara de, por lo menos, la historia de Oriente Próximo desde el siglo XIX hasta el siglo XXI. Las aproximaciones geopolíticas son totalmente necesarias para contextualizar los orígenes y el desarrollo de este conflicto. Aquí los periodistas tenemos que ayudar en los análisis.

Segundo: Hay que analizar la cobertura de los medios de comunicación, la propaganda política y el desarrollo de la estrategia de desinformación en las redes sociales.

Tercero: En el contexto actual a nivel de comunicación vivimos el desarrollo de la IA generativa (GenAI) y los modelos que crean contenidos de textos, vídeos, fotografías de forma automatizada y que pueden servir como difusores de contenidos no verificados. Aunque no siempre es una cuestión de engañar.

Un dato al respecto, CBS ha examinado más de 1.000 vídeos de la guerra entre Israel y Hamás, y sólo el 10% son utilizables, según explicó la presidenta y directora ejecutiva de CBS News, Wendy McMahon, recientemente en una conferencia de Axios. El ataque de Hamás en Israel muestra cómo los deppfakes (fake news audiovisuales) y la desinformación llegaron a las redacciones “a un nivel de sofisticación que será asombroso”, dijo McMahon.

Cuarto: Estamos en una evolución del ecosistema de medios con, sobre todo, una nueva fase en la evolución de una red social como Twitter (ahora X) que ha sido fundamental para el ciberactivismo que ha movilizado las llamadas primaveras árabes, en un primer término, y fundamental en los cambios políticos en otros momentos políticos y electorales.

Para Pellicer, la desinformación es una estrategia de guerra, control de la narrativa y un negocio.

“En primer término, la desinformación es una estrategia más de la guerra. Forma parte de las acciones bélicas de los dos bandos y es una forma más de intentar controlar el relato para vencer también en los medios de comunicación y las redes sociales. Además, la desinformación también es un negocio, desde el sentido de acción de monetización por parte de muchos ciberactivistas que quieren sacar rédito de la atención de los usuarios”, afirma.

“Junto con informes creíbles sobre el conflicto que se está desarrollando, la información errónea sobre los incidentes atribuidos a ambas partes se ha distribuido ampliamente en plataformas digitales. Los saben muy bien los analistas de fake news. El colectivo Bellingcat de investigación y análisis forense de contenidos digitales en zonas de conflicto, por ejemplo, ha identificado un gran número de publicaciones en las redes sociales (que) han presentado imágenes de hace años de antigüedad, o imágenes ubicadas en otras zonas y que no son la franja de Gaza”, agrega.

Pellicer considera que la desinformación es un negocio al que las empresas, los usuarios y las grandes tecnológicas se abonan y ahí ubica, por ejemplo, el momento de X, la línea evolutiva de Twitter con Elon Musk al frente. En ese salto de una a la otra se han dado cambios en la red social, pero que no van en línea de proteger a los usuarios frente a la desinformación y los discursos de odio.

“Uno de ellos tiene que ver con la verificación de perfiles y el programa Premium (antes, Twitter Blue). Gracias al algoritmo que favorece a los usuarios que optan por pagar ocho dólares mensuales por una membresía Premium, las entradas de aquellos con el distintivo de verificación azul se muestran prioritariamente en los feeds de noticias para aquellos que buscan detalles sobre el conflicto”, asegura.

Según el especialista, la desinformación sobre el conflicto en Israel y Gaza tiene un enfoque multiplataforma: “No es que X y Elon Musk tengan toda la culpa. Las estrategias de desinformación en redes sociales tienen un comportamiento multiplataforma. Facebook, TikTok, YouTube, Instagram o Telegram también se han convertido en ventanas de fake news”.

Tras una serie de ejemplos sobre ese conflicto, Pellicer afirma que “Nada es fácil para los medios de comunicación y los periodistas. Los bulos se multiplican y se generan de forma exponencial. Las plataformas sociales retroalimentan esta desinformación, la IA puede potenciar los contenidos de ficción y las rutinas de producción añaden prisas y poca contrastación”.

Y, sin duda, ante tal panorama sumamente preocupante, cobran importancia los medios especializados en verificación de contenidos, así como encontrar fuentes de información fiables y honestas, de acuerdo con el periodista y profesor español.

Para contextualizar, vale la pena traer a colación las reflexiones del escritor y militar español Pedro Baños, especialista en geoestrategia internacional, al referirse al conflicto Rusia-Ucrania y la participación de Estados Unidos y la OTAN: “Antes se decía que el cuarto poder eran los medios de comunicación, pero para mí hay un quinto poder que son ahora mismo las redes sociales”.

En esos espacios es “en donde actúan, y de manera cada vez más activa, tanto los ejércitos como los servicios de inteligencia, precisamente para intentar imponer sus narrativas y también para condicionar a todos los usuarios. Pensemos que cada día en el mundo se conectan a alguna red social más de 4.000 millones de personas, por tanto, el interés en condicionar a todas esas personas es masivo”, añadió.

¿Vivimos en una aldea global ya en todos los sentidos?, preguntó el Diario de Ávila, de España, y él contestó: “Totalmente, queramos o no estamos completamente entrelazados unos con otros, sólo pensemos en lo que significa algo tan sumamente novedoso y que nunca había existido como es esta hiperconexión que permiten los medios, lo cual hace que estemos viviendo lo que sucede en la otra punta del planeta prácticamente como si lo tuviésemos aquí al lado”.

A partir de la aventura de la guerra a lo largo de la historia, “pues no aprendemos nada porque los seres humanos al final estamos sometidos o condicionados por nuestras pasiones, nuestras emociones, nuestros pecados capitales, y uno de ellos clarísimamente es el ansia de poder”, advirtió Baños, para quien un estratega lee a Maquiavelo, y luego reinterpreta y actualiza sus consejos en la obra El Príncipe.

viernes, octubre 06, 2023

Suecia le apuesta a la militarización ante ola delincuencial

Por Guillermo Mejía

La crisis delincuencial que agobia a Suecia se ha desbordado, al grado que el gobierno de derecha asegura que la forma más adecuada de combatirla es apostándole a la participación de los militares en actividades de seguridad pública, algo inconstitucional, aunque para eso harán la reforma respectiva.

El Primer Ministro sueco Ulf Kristersson, del partido Moderado, tuvo una reunión de trabajo con las jefaturas de la Policía y el ejército, dado la preocupación que existe por el fenómeno social. El mandato es que esas instituciones tienen que trabajar juntas, para solventar el problema que, por ejemplo, ha significado 36 asesinatos y 124 explosiones en lo que va del año.

En medios europeos se destaca que incorporar a los militares a funciones de seguridad pública está prohibido en la legislación sueca, que solo lo faculta para casos de atentados terroristas o de situación de guerra. La solución al inconveniente será una reforma legal, que propondrá el gobierno, dado la situación imperante.

En ese sentido, el Primer Ministro señaló que el cambio en la ley es necesario para “permitir una mayor participación militar en labores de seguridad” y afrontar “situaciones de zona gris en las que no es obvio qué tipo de amenaza enfrenta Suecia”, según las publicaciones periodísticas.

Kristersson asume que, mientras se da el cambio legal, las fuerzas armadas suecas pueden ayudar a la policía “en casos en lo que las habilidades especializadas del ejército puedan ser de ayuda”. Ambos cuerpos pueden trabajar a la par en rubros como logística, informática forense y análisis de explosivos, algo ya incluido en la legislación actual.

Resulta impensable que suceda eso en Suecia, sociedad que se ha caracterizado por tolerante, solidaria con otros pueblos a los que ha brindado asilo y con un sistema social que ampara a sus ciudadanos. Sin embargo, hay que ver esa situación en el marco del deterioro progresivo de muchas naciones europeas que se han vuelto conservadoras e intolerantes.

Desde esta parte del mundo de inmediato nos cae la cuenta del significado de la militarización de la sociedad y de la seguridad pública, en particular, por las experiencias que se han vivido y viven, donde hay que traer a colación muchas acciones que riñen con los derechos humanos, en especial del Régimen de Excepción que va en camino de cumplir dos años.

Salta a luz la reciente violación de una menor de 13 años, por parte de un militar salvadoreño y con la complicidad de otros elementos de tropa, así como los vejámenes y amenazas que sufrieron otras personas que la acompañaban en la zona costera del occidente del país. ¿Cuántas víctimas sollozan en silencio por posibles actos de este tipo?, es pregunta obligada.

Otros pormenores del caso sueco

Según el Primer Ministro, la ola delincuencial por la que atraviesan no tiene precedentes en Suecia ni en Europa; es decir, “ningún otro país tiene una situación como la nuestra”, advirtió ante los periodistas. Al grado que, desde diciembre de 2019, el mes pasado ha sido el más mortífero con 12 asesinatos, incluido una persona víctima de bomba.

Las razones que aducen las autoridades para el problema en Suecia, que el año pasado sumó 62 crímenes, son la mala integración de los inmigrantes, el aumento de la brecha entre ricos y pobres, y el narcotráfico. Hay que ver el grado de responsabilidad del gobierno de derecha por mantener una agenda de trabajo menos social que en el pasado, situación que se repite en muchos países europeos.

Reseñan medos europeos que uno de los problemas que enfrentan las autoridades es el que se conoce como “niños soldados”, reclutados por grupos de crimen organizado para cometer crímenes. Son jóvenes que acaban siendo peones de las bandas organizadas que buscan gobernar el hampa en ese país escandinavo.

Henrik Häggström, analista en la Academia Sueca de Defensa, dijo a periodistas que “la situación de los niños de las bandas criminales en Suecia es muy similar a la de los que son reclutados en conflictos armados”.

Las condiciones que facilitan el reclutamiento de los niños son similares: pobreza, familias desestructuradas y pocas esperanzas de tener un buen futuro. Y, además, la promesa de tener armas, dinero, protección y, sobre todo, estatus. La manipulación de la niñez es evidente y resulta ser caldo de cultivo.

El drama sueco y la respuesta de militarizar la seguridad pública no debe alegrarnos como sociedad, bajo la perspectiva de que la sociedad salvadoreña ha dado el ejemplo, sino más bien nos obliga a reflexionar sobre cómo estas sociedades han dado un paso atrás en su humanidad y qué nos depara a nosotros en el futuro.

viernes, septiembre 22, 2023

El conservadurismo radicalizado y la trampa del populismo

 Por Guillermo Mejía

Son un grupo de políticos que se presentan como seres extraordinarios, mesiánicos, guías hacia el futuro, y comparten estrategias que potencian el populismo y encarnan posturas políticas que se instalan en lo que se denomina conservadurismo radicalizado. Se escucha en el ambiente nombres como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Javier Milei y Nayib Bukele.

Son un fenómeno que experimentamos en la vida política cotidiana y sobre el que vale la pena reflexionar bajo la óptica de la politóloga austríaca Natascha Strobl, autora del libro La nueva derecha: análisis del conservadurismo radicalizado (KATZ, 2022), quien lo define y advierte sobre sus efectos.

“En tanto el conservadurismo radicalizado apuesta por una polarización permanente y se sostiene sobre líderes fuertes, rompe parte de las estructuras partidarias de cambio y renovación permanentes”, afirmó Strobl en una entrevista publicada en la revista especializada Nueva Sociedad.

“El conservadurismo radicalizado pone a los partidos al servicio del líder, y no al revés. La figura del líder refleja un ‘nosotros’ que se presenta de forma homogénea, mientras que las estructuras partidarias dan cuenta, por lo general, de una cierta diversidad”, advirtió la politóloga austríaca.

Según ella, cuando los partidos conservadores se radicalizan y apuestan por un tipo de liderazgo de este tipo, rompen parte de lo que fue su tradición después de la Segunda Guerra Mundial. Al contrario de los políticos mencionados, en aquel momento –a pesar de las diferencias- se asumía que los líderes servían al partido.

“Cuando el conservadurismo se radicaliza, y siempre lo hace a través de una figura de liderazgo fuerte y unificador, son los partidos los que sirven al líder”, reiteró. Puso de ejemplo el caso de Trump que, pese a las resistencias que provocó en el partido Republicano, al final disciplinó a otros líderes y logró lo que quería.

Al hablar sobre el cambio que imprime el conservadurismo radicalizado al conservadurismo clásico, Strobl señaló que el segundo antagonizaba de forma democrática con sus adversarios, y el primero desarrolla un antagonismo contra enemigos que no siempre son directamente identificables. Es la cacería de lo que creen que es una red global progresista.

Para ella, “El conservadurismo radicalizado se coloca, en tal sentido, en la posición de ‘la gente común’, la ‘gente trabajadora’, apelando a un sentido según el cual, ‘los otros’, los que quedan fuera de ese esquema, constituyen el enemigo. Hay gente que hace un ‘trabajo real’ y otra que no” con lo que “(…) apela a una polarización más profunda que el conservadurismo clásico, sobreexcitando a la sociedad en un antagonismo permanente”.

Según la autora, el punto sustancial es que los conservadores radicalizados pretenden que ese antagonismo permanente se constituya como una nueva normalidad. Trump y este tipo de personajes transforman, de hecho, la forma de debate con la oposición política, en tanto ya no buscan llegar a acuerdos (como en el caso del conservadurismo tradicional) ni establecer mediaciones. Su intención es fidelizar mayorías.

“A esto se suma un segundo elemento: ya no solo tienen un enemigo político institucional (los partidos opositores), sino que buscan construir un enemigo extraparlamentario. Eso se vuelve muy evidente en el modo en que Trump se refería, por ejemplo, a Antifa o al movimiento Black Lives Matters”, señaló. La maniobra iba dirigida a solidificar sus vínculos con sus seguidores.

“Creo que un aspecto fundamental para entender al conservadurismo radicalizado es tener en cuenta que su forma de antagonizar con los opositores proviene del repertorio de la extrema derecha. No solo los partidos tradicionales de la izquierda, sino también los medios, los intelectuales, los trabajadores culturales, son puestos en el lugar del ‘mismo poder’, de un ‘establishment progresista’. Esto construye un nuevo tipo de polarización, con adversarios políticos identificables y grupos más porosos”, afirmó Strobl.

La responsabilidad de la izquierda

De acuerdo con la autora, ninguno de los líderes del conservadurismo radicalizado cayó del cielo. Durante demasiado tiempo, conservadores y socialdemócratas se parecieron, y se instaló una dinámica en la que parecía que ningún otro tipo de cambio era posible. Esa idea de una imposibilidad de cambios llevó a considerarse como “postdemocracia”.

“Al no producir cambios sustanciales, los socialdemócratas fueron vistos como parte de un sistema que, en sí mismo, se había vuelto conservador. La radicalización de los conservadores y su apelación a cambios y transformaciones modificó un panorama político anquilosado en algo peor”, señaló.

“Pero, ciertamente, existe una responsabilidad de las fuerzas de la izquierda partidaria que, durante años, han ocupado un lugar en el sistema político sin desarrollar una serie de políticas coherentes desde el propio poder. Pero a este respecto, me gustaría decirle algo: volver para atrás tampoco es la solución”, agregó.

El sistema político está cambiando de forma notable –según Strobl- y el estado que yo conocí, y sobre todo el que conocieron mis padres, no existe más. Y recordó que desde 1945, socialdemócratas y conservadores, estabilizaron el sistema político, desarrollaron una economía social de mercado y buscaron una conciliación de intereses.

Natascha Strobl concluye:

“Pero los partidos conservadores claramente no están hoy en esa posición. Los socialdemócratas intentan, de un modo u otro, volver a esa ‘vieja normalidad’. Si la socialdemocracia no quiere estabilizarse como una fuerza conservadora, tiene que plantear un horizonte diferente. ¿Cuál es el camino que puede proponer hacia adelante? Esa es la gran pregunta y debe atreverse a hacérsela.”

viernes, septiembre 08, 2023

La generación de opinión crítica en función de la democracia

Por Guillermo Mejía

La generación de una opinión pública crítica frente al común denominador caracterizado por la manipulación vía marketing político, la falacia de creer que los resultados de encuestas y sondeos sustituyen automáticamente la complejidad del sentir y pensar colectivo, es el reto de toda sociedad que se asume formalmente como democrática.

Por supuesto, hablamos de un país en que –como en muchos- las bases son de una democracia burguesa, con sus falencias y potencialidades, donde el ensueño del ejercicio del poder en función ciudadana es gran medida solo eso, como ha quedado demostrado a lo largo de la historia nacional.

De ahí que los errores y abusos que se le señalan a la forma de conducción de las instituciones en manos de fuerzas que gravitan alrededor del presidente Nayib Bukele, son la continuidad de prácticas nefastas de quienes antes han gobernado y traficado con sus figuras y marcas más allá de supuestos principios ideológico-políticos. Bukele mismo proviene de esa estructura.

En otras palabras, ni ahora ni antes la soberanía ha radicado en el pueblo, más bien éste es y ha sido víctima de las élites económicas y políticas. A la par, se da un agotamiento del modelo liberal, crisis que se extiende en el mundo, en medio de la rapacidad de esos sectores de poder globalizados que atentan contra la humanidad.

Frente a esa realidad tan deprimente, lo peor es bajar la guardia, así que partamos de la posibilidad de hacer de la comunicación social –y el periodismo en particular- una verdadera herramienta que potencie la ciudadanización de la comunicación y de la política a través del compromiso por la generación de una opinión pública crítica.

Si bien mucho de este esfuerzo radica en que se fortalezca el trabajo informativo y de investigación de los periodistas, en medio de condiciones adversas, falta de acceso a la información pública y transparencia en el ejercicio del poder, también urge corregir la forma en que se asume la opinión a través de los espacios mediáticos.

Como contexto, en teoría se asume que en la sociedad hay una dualidad entre una opinión pública crítica y una opinión pública manipulada y, según el intelectual Jürgen Habermas, la primera es la que éticamente justificaría y produciría una sociedad auténticamente democrática y, la segunda, es la que florece cotidianamente y donde impera la manipulación y la idiotez colectiva.

Si los medios, los empresarios y los periodistas asumieran el compromiso que pregonan en sus tribunas es hora de fortalecer el periodismo de opinión, a la par de no desmayar en el periodismo informativo y de investigación. Para generar opinión crítica se necesita información de calidad y potenciar el debate, el análisis y la interpretación con opinión plural y de calidad.

En ese marco, hay que salir del esquema obsoleto que impera en el sistema mediático donde la opinión es relegada a segundo plano con rasgos como materiales de relleno, el espacio cedido al compadrazgo por intereses político-ideológicos, la dispersión temática y una producción que se relaciona más con sesgos e imaginación, menos con soporte informativo.

Trabajar la opinión pública crítica implica hacerlo en dos planos: en primer lugar, la educación política de la ciudadanía, el establecimiento de prácticas de participación ciudadana en los espacios mediáticos y potenciar la deliberación sobre la realidad, especialmente sobre aquellos temas de interés público. En segundo lugar, extender la participación de expertos en esos diferentes temas de interés público, bajo la óptica de la pluralidad de voces y el derecho a la expresión y difusión del pensamiento. Sin duda, la calidad de la producción es el reto.

Para enriquecer el planteamiento comparto que recientemente la Academia Prodavinci de Venezuela –que tiene una revista digital del mismo nombre- dentro de su programa de formación de periodistas presentó al periodista venezolano Boris Muñoz, fundador y editor de la sección de opinión del New York Times en español, quien disertó sobre reinventar el periodismo de opinión en América Latina.

Muñoz realizó una investigación para el Woodrow Wilson International Center en el que analizó 207 medios y 552 artículos de opinión en 12 países de la región latinoamericana, incluido El Salvador, y concluyó que el periodismo de opinión necesita más periodismo y menos opinión. Es decir, está atascado en el siglo XX y no ha logrado avanzar hacia el siglo XXI, ya que le falta innovación y adaptación ante las nuevas realidades que exige la sociedad y la tecnología.

En su exposición, el periodista venezolano señaló la importancia del periodismo de opinión de calidad en la sociedad: Contribuye al desarrollo de una ciudadanía informada y crítica; ayuda a contrarrestar la desinformación y las noticias falsas; puede influir en la toma de decisiones políticas y sociales; fortalece la transparencia y el Estado de Derecho; y contribuye al debate de temas de interés público.

A la vez, hizo las siguientes recomendaciones para hacer un buen periodismo de opinión:

 

v  Hay que se proactivos. Las secciones de opinión tienen que proponer debates públicos a partir de una agenda propia.

 

v  Hay demasiada opinión, pero muy poca opinión de calidad. Hay que establecer estándares informativos con rigor, experticia e imaginación que garanticen que la opinión sea de calidad.

 

v  La opinión tiene que salir de la dicotomía economía-política que marca la agenda en América Latina. Hay muchas formas de acercarse a la realidad. Desde el amor y las relaciones interpersonales, hasta el cambio climático, los avances científicos y los movimientos sociales, el abanico de temas es muy amplio y está poco explorado.

 

v  La opinión debe generar agenda. De eso se trata buscar la proactividad y la creatividad. Las secciones de opinión tienen que ser imaginativas.

 

v  Hay que renovar la tradición de la opinión en América Latina superando una forma de verla centrada exclusivamente en el autor e incorporando elementos de una tradición utilitaria basada en el punto de vista y el argumento. Esto permitirá opiniones más sofisticadas y creativas.

 

v  Se necesita curaduría en la opinión desde la elección de los temas, perspectivas, autores, agenda, las imágenes que se publican con los textos… La curaduría es esencial para mejorarla.

 

v  Hay que crear secciones de opinión que se adapten a las necesidades de los lectores. Esto permitiría elevar la calidad del periodismo de opinión y aumentar su alcance.

 

v  Las secciones de opinión deben contar con editores profesionales y capacidad para generar ideas innovadoras y relevantes para la audiencia. En cuanto a nuevos temas, formatos y estilos. Hay que fomentar una mayor colaboración entre articulistas y editores.

 

v  Las secciones de opinión deben contar con articulistas que tengan un conocimiento profundo sobre los temas.


v  Usar tecnologías digitales para enriquecer la capacidad de presentar argumentos en distintos formatos, así como utilizar las redes sociales de manera inteligente para expandir la difusión de los contenidos de opinión.

En síntesis, “(…) una opinión de calidad puede ser el salvavidas que un lector necesita para navegar a través del ruido informativo al brindarle una comprensión más precisa del tema que les permita tomar una posición informada a esos lectores y ciudadanos”, afirmó Muñoz en su disertación. Y, aclaro, lo hace desde una perspectiva tradicional sobre la función de los medios en una democracia burguesa, no desde una opción de comunicación popular y alternativa.

viernes, agosto 11, 2023

La crisis del periodismo y la urgencia de un golpe de timón

 Por Guillermo Mejía

En las actuales circunstancias y a nivel planetario, donde campean la incertidumbre, el desastre ecológico, el relativismo y la posverdad, la crisis también afecta a la comunicación social, medios y periodistas, dado que han quedado en duda los presupuestos de ese quehacer ligado al pensamiento ilustrado y urge dar un golpe de timón.

Para reflexionar en torno a esas preocupantes condiciones qué mejor que escuchar los planteamientos del periodista y editor estadounidense Martin “Marty” Baron, ahora retirado del oficio, pero con una obra trascendente que incluye su paso por medios de la industria cultural como Washington Post, Miami Herald, Boston Globe y New York Times, entre otros.

Recientemente, Baron fue entrevistado por María Ramírez, subdirectora de elDiario.es y corresponsal internacional con base en Reino Unido, sobre muchos aspectos, incluidos los que mueven a reseñar este artículo, ya que asistimos a una serie de problemas que aquejan al periodismo.

Consultado sobre la mayor presión de los periodistas, Baron dijo que “Hay tantas presiones diferentes… Obviamente, estamos lidiando con presiones financieras implacables. Muchos medios carecen de los recursos que necesitan para hacer su trabajo correctamente. Y eso es una presión enorme”.

“Pero más allá de los números, el mayor problema es que estamos en un ambiente donde las personas no comparten un conjunto común de hechos. Y por ello hay una profunda sospecha sobre la información de los principales medios. Hay una gran difusión de información falsa, a menudo deliberadamente falsa”, agregó.

Pero, de hecho, abundó “es peor que no compartir un conjunto común de hechos: ni siquiera podemos ponernos de acuerdo sobre cómo establecer que algo es un hecho. Estamos en una época en la que mucha gente confunde las creencias con los hechos, no puede o no quiere distinguir entre ambos. Eso es un gran desafío”.

También, se refirió a las redes sociales y el uso por parte de los periodistas: “Es una presión autoimpuesta. No es algo a lo que necesariamente tengamos que someternos. Esto requiere autodisciplina por parte de los periodistas. Por desgracia, demasiados periodistas no están ejerciendo la autodisciplina: no tienen cuidado ni moderación en sus publicaciones en las redes sociales”.

Pese a que hay una larga historia del periodismo activista en el mundo, Baron es del parecer que no es lo que deben ser los principales medios de comunicación, al contrario, dijo “debemos ser aliados de la verdad. Debemos ser aliados de los hechos. Debemos ser aliados del contexto. Debemos ser aliados del periodismo minucioso, de la idea de tener una mente abierta a medida que avanzamos en nuestra labor de reporterismo”.

“Eso no impide que lleguemos a conclusiones. No nos impide averiguar cuáles son los hechos y decirle a la gente sin pestañear cuáles son esos hechos, lo que hemos descubierto. Pero ir impulsivamente a las redes sociales a expresar opiniones, a menudo de manera sarcástica, no es útil para nosotros”, añadió Baron.

Esa forma de actuación, según el periodista y editor, va en contra del deber ser del periodismo: que se haga sistemáticamente información abierta, minuciosa y completa después de hablar con personas expertas, mirar documentos relevantes, recopilar toda la información posible y decirle a la gente lo que los periodistas han aprendido sobre los hechos.

“Descubrir la verdad es un proceso, no se hace instantáneamente en cuestión de segundos y minutos. Lleva tiempo, dedicación y compromiso. Y las redes sociales van en contra de eso porque fomentan reacciones instantáneas e impulsivas”, señaló Baron. “Las redes sociales han alentado a las personas a participar en comportamientos que son inútiles y, de hecho, van en contra de los principios del mejor periodismo”, remató.

En la misma dirección, la periodista María Ramírez le preguntó a Baron: ¿Los periodistas no deberíamos tuitear?, y él respondió:

“Me parece bien tuitear. Yo he tuiteado, aunque también he estado mucho tiempo en silencio. Los periodistas deben tener cuidado con sus tuits. Antes de tuitear algo, yo lo leía cinco veces sólo para asegurarme de que estaba diciendo lo que quería decir, para que no pudiera ser malinterpretado por ningún ser humano razonable, y para preguntarme si era útil decir algo y qué tipo de impacto tendría mi propio tuit en la reputación de nuestro medio. Ese es un proceso que la mayoría de los periodistas deberían hacer por sí mismos: ¿Es demasiado pronto para comentar sobre esto? ¿Sé realmente lo que creo que sé? ¿Qué tipo de impacto tendrá mi tuit para mi medio? ¿Es apropiado comentar sobre ese tema en particular? Los periodistas deben ejercer la autodisciplina, con cuidado y moderación. Desafortunadamente, muchos no lo hacen”.

Otro de los puntos a destacar son las valoraciones de Baron acerca de la objetividad y si esa palabra define lo que deben hacer los periodistas.

“Creo que es una buena palabra. Y nunca hemos tenido problemas para usarla al aplicarla a otras profesiones. No nos parece confusa cuando decimos que necesitamos jueces o investigadores científicos objetivos. Sólo tenemos dudas cuando se nos aplica la palabra”, dijo.

“La objetividad no es lo mismo que el equilibrio, no es una falsa equivalencia. Nunca lo ha sido. Es un buen estándar para nuestra profesión reconocer que cada uno tiene sus puntos de vista preexistentes, sesgos y prejuicios. Es importante que reconozcamos cuáles son desde el principio. Y que no hagamos nuestro trabajo sólo tratando de reforzarlos, sino teniendo muy en cuenta que tenemos esas opiniones y que debemos tener una mente abierta”, agregó.

“Si no aprendes cosas que no sabías antes, entonces no sé a qué te refieres con el reporterismo. ¿Qué es el reporterismo sino salir a buscar respuestas a las preguntas? Y si tus preguntas son sólo un ejercicio para confirmar tus puntos de vista preexistentes, entonces no estás haciendo el trabajo del reportero de verdad. Solo estás incurriendo en un sesgo de confirmación”, sentenció Baron.

Sirvan estas consideraciones para fortalecer la reflexión acerca de una profesión tan importante como necesaria, pero a menudo vilipendiada, especialmente por sectores ligados al poder, donde tienen una idea prostituida del periodista y lo sustituyen por personajes que explotan las redes sociales y, a la vez, a cualquier oportunista lo revisten de “analista político”.

viernes, julio 14, 2023

El dilema entre ser ciudadanos o títeres de los políticos

 Por Guillermo Mejía

Caminamos tal cual marionetas manejadas al antojo de intereses políticos, económicos, entre otros, movidos de manera muy fina y astuta por los estrategas del marketing político, al grado que estamos gobernados por líderes de cabeza hueca, escasa preparación intelectual, que no aguantan una conversación sostenida sobre asuntos de interés ciudadano.

“Lo que sucede (es) que efectivamente nuestra mente es nuestro punto más sensible, nuestro punto más débil, es nuestro talón de Aquiles, porque si te lo atacan lo primero es que no nos demos cuenta de que estamos siendo atacados”, afirmó recientemente al canal Abismo de España, el escritor Pedro Baños.

Como prueba el intelectual agregó “si hubiera un ataque físico, tanto personal como colectivo, imagínate estuvieran invadiendo con carros de combate, con aviones, nos daríamos cuenta, pero lo saben hacer muy bien y hoy lo permite la tecnología… nos convertimos en verdaderos títeres, nos llevan por el camino que quieren”.

Al grado que es difícil ser consciente de que somos afectados por las artimañas, las estratagemas mentales que son muy bien planeadas y pensadas, para condicionarnos y con la seguridad de que adoptemos decisiones tomadas o dejemos de tomar otras que nos convienen en función de beneficiar a los encantadores de serpientes.

“Que les demos todo el poder como ciudadanos, que les entreguemos parte de nuestra seguridad, parte de nuestra libertad, parte de nuestro voto, precisamente para que ellos consigan sus objetivos y que es (quienes) hacen estas acciones son personas tremendamente capaces, hay sicólogos, antropólogos, expertos en marketing político”, señaló Baños.

Según el ex militar y geoestratega español, tenemos técnicas de dominio mental de época antigua, lo único que cambia es la tecnología o los medios que se emplean, pero la mentalidad y la finalidad son las mismas. Por ejemplo, las pintas en las paredes que se hacían en la época romana para descalificar a personas o conseguir apoyo, eso no lo hemos inventado en estos tiempos.

Aunque, hay que ver la diferencia: Una cosa es el número de personas que pasaban por aquellas calles romanas y ahora que “nos han trasladado la pinta, la pinta la tenemos en nuestros móviles, en nuestros ordenadores, en nuestras tabletas, porque ahora vivimos en una serie de condicionantes absolutamente novedosos y una de ellos es la hiperconexión”, dijo.

“Y esta hiperconexión lo que hace es que efectivamente nunca haya sido tan fácil manipularnos de manera universal. Y, entonces, lo mismo que se pretendía, por ejemplo, destruir a una persona, asesinarla socialmente, además de los asesinatos que entonces se cometían físicamente, hoy en día se hace de manera instantánea a través de las redes sociales”, agregó.

Estamos inundados de “mensajes machacones”, repetidos muchas veces por personas con teórico prestigio, que muchas veces son inventados, para que lleguemos a convencernos de que esos mensajes son correctos y que, además, son los mensajes que piensa la inmensa mayoría, al grado que los que pensamos lo contrario no nos atrevemos a manifestarlo.

Recordó Baños que estas formas se perfeccionaron a partir de la Primera Guerra Mundial, que es cuando se desarrolla a plenitud la propaganda de guerra. Ahora estamos inundados de propaganda, hay sistemas muy sofisticados en el marco de lo que se llama la “guerra cognitiva”, que va dirigida a nosotros y ya no solo a los soldados en el campo de batalla.

“La propaganda va dirigida a los ciudadanos para convencernos y nos pongamos en manos de nuestros dirigentes, que les permitamos incluso realizar cualquier tipo de tropelía porque nos han convencido de que es lo positivo para nosotros. Estamos expuestos, entonces, a un dominio mental”, afirmó -ya sea para un grupo o para otro.

Sin duda, la ventaja es de los que tienen acceso, por ejemplo, al sistema mediático, además de contar con redes de Bots, repetitivas, predefinidas y automatizadas, o en las redes sociales, en especial Twitter, o cuentan con Influencers con gran eco mediático capaz de convencer a los incautos incluso sobre situaciones irreales o ilógicas.

Los políticos cabeza hueca

Esas artimañas las encontramos sobre todo en la política donde, según Baños, “ya no hay oradores, se ha perdido la oratoria, la elocuencia, hay lectores… se limitan a leer, no son oradores, son lectores de algo que les han preparado con extremo cuidado midiendo absolutamente cada una de las palabras”.

Y añadió: “Si tienen la oportunidad de hablar con alguno de estos grandes políticos, que les parecen personas muy ilustradas, muy capaces, con una profundidad intelectual, cuando hablen con ellos y les sacan de los mantras, de eso que saben repetir como papagayos, se darán cuenta que muchos de ellos son personas sin cultura, son personas que valen muy poco, pero a las que alguien ha tenido el interés en prepararlas por imagen o para que lleguen al puesto a través de estos mensajes mentales para convencernos a los ciudadanos que es la persona idónea para dirigir nuestras vidas”.

En un reciente artículo, donde también consideré como una de las fuentes al intelectual español Pedro Baños, inserté la pregunta elemental de cara a este problema crucial en la sociedad contemporánea: ¿qué pueden hacer los ciudadanos ante tal panorama?

Pedro Baños: “Lo primero es que tenemos que ser muy críticos, dudar de toda la información que nos llega, intentar abastecernos de información de fuentes muy variadas, porque la crítica es al final la que nos ha hecho sabios, como decía Descartes. También hay que tener en cuenta que cuando hay una noticia que nos emociona mucho debemos dudar de ella porque a lo mejor es totalmente intencionada; y asimismo, debemos ser conscientes de que no podemos perder nuestros valores fundamentales, en el sentido de que en una democracia los ciudadanos debemos ser los que llevemos la batuta, y para llevar la batuta lo que tenemos es que empezar por elegir a verdaderos líderes que se preocupen por la sociedad, que no se preocupen por su propia supervivencia o la de su partido político, porque necesitamos al mejor al timón de nuestra nave, una nave que si no puede correr el riesgo de chocar contra los arrecifes”.

Hay que buscar los libros de Baños, entre ellos El dominio mental (Ariel, 2020) a fin de ver el problema desde una perspectiva crítica, porque no hay nación que se escape, incluido El Salvador con su fauna política, los titiriteros políticos y la masa de incautos.

viernes, junio 16, 2023

El periodismo independiente frente a la polarización y desinformación

 Por Guillermo Mejía

La respuesta necesaria e inteligente de los medios de comunicación social es la independencia periodística, en especial por la presencia preocupante de tantas amenazas como los altos niveles de polarización y desinformación en la sociedad, exacerbados por el tráfico de las redes sociales y el terreno conquistado por la posverdad.

Eso se desprende de las reflexiones del periodista Arthur Gregg Sulzberger, presidente y editor de The New York Times, en su ensayo “El valor esencial del periodismo”, publicado recientemente por la revista estadounidense Columbia Journalism Review, en el marco del debate sobre la objetividad en el periodismo.

El periodismo independiente “es el tónico exacto que más necesita el mundo en un momento en el que la polarización y la desinformación están sacudiendo los cimientos de las democracias liberales y socavando la capacidad de la sociedad para afrontar los retos existenciales de la época, desde la desigualdad a la disfunción política pasando por la aceleración del cambio climático”, dice.

Según el autor, dado los momentos aciagos, la gente se decanta contra la independencia periodística, y suele escucharse “Elige un bando. Únete a los justos. Declara que estás con nosotros o contra nosotros. Pero la historia demuestra que lo mejor es que los periodistas desafíen y compliquen el consenso con preguntas inteligentes y nueva información.”

“Porque los hechos comunes, la realidad compartida y la voluntad de comprender a nuestros conciudadanos más allá de las fronteras tribales son los ingredientes más importantes para que una sociedad diversa y plural se una para autogobernarse. Para ello, necesitamos periodistas independientes y con principios”, agrega.

Sulzberger admite que la independencia es el compromiso periodístico cada vez más cuestionado, pero que asegura el seguimiento de los hechos dondequiera que conduzcan, pues sitúa la verdad –y su búsqueda con una mente abierta pero escéptica- por encima de lo demás. Y, aunque suene anodino, en esta era hiperpolarizada el periodismo independiente y sus valores se han convertido en una búsqueda radical.

“La independencia pide a los periodistas que adopten una postura de búsqueda, más que de conocimiento. Exige que reflejemos el mundo tal y como es, no el mundo tal y como nos gustaría que fuera. Exige que los periodistas estén dispuestos a exonerar a alguien considerado un villano o a interrogar a alguien considerado un héroe”, afirma.

“Insiste en que compartamos lo que aprendemos –de forma completa y justa- independientemente a quién pueda molestar o cuáles puedan ser las consecuencias políticas. La independencia exige exponer claramente los hechos, aunque parezcan favorecer a una de las partes en litigio. Y exige transmitir cuidadosamente la ambigüedad y el debate en los casos más frecuentes en que los hechos no están claros o su interpretación es objetivo de disputa razonable, dejando que los lectores capten y procesen la incertidumbre por sí mismos.”, añade.

El enfoque se opone a la certidumbre del “con nosotros o contra nosotros” de este momento polarizado y recuerda que el periodismo independiente eleva los valores basados en la humildad -justicia, imparcialidad y (por usar quizás la palabra más tensa y discutida en periodismo) objetividad- como ideales que deben perseguirse, aunque nunca puedan alcanzarse perfectamente.

“Y lo que es más importante, el periodismo independiente se basa en una confianza subyacente en el público; confía en que la gente merece conocer toda la verdad y en que, en última instancia, se puede confiar en que la utilizará sabiamente”, acota.

La independencia en la práctica periodística

En la práctica periodística, la independencia incluye una serie de aspectos que Sulzberger explica con detalles, aunque acá expongo de manera sintética.

En primer lugar, dar prioridad al proceso. Según su experiencia, el ingrediente más importante es tratar la independencia como una disciplina, respaldada por procesos y una ética diseñados para fomentarla. El objetivo trazado es publicar sólo lo que se sabe, para no equivocarse, además de utilizar múltiples fuentes para confirmar la información, entre otros, como no caer en apoyos partidarios en el tratamiento informativo.

En segundo lugar, atenerse a los hechos. A su juicio, el periodismo independiente puede ser moralmente sencillo y satisfactorio. Los periodistas piden cuentas al poder denunciando la corrupción y los abusos. Los periodistas revelan la injusticia y la desigualdad. Su trabajo suele conducir a una sociedad más libre, más equitativa y más justa.

Recuerda que la independencia protege al periodismo de ser distorsionado por incentivos empresariales, la independencia protege al periodismo de ser distorsionado por la presión gubernamental y la independencia protege al periodismo de ser distorsionado por diversas formas de interés propio.

En tercer lugar, cubrir la incertidumbre. Aunque no siempre sea popular, la disciplina de seguir los hechos dondequiera que conduzcan es mucho más sencilla que enfrentarse a las cuestiones delicadas que surgen cuando los hechos no pueden establecerse por completo. El papel de los periodistas independientes en estos casos es ayudar al público a comprender y examinar la gama más amplia posible de posiciones intelectualmente honestas.

En cuarto lugar, gestionar las críticas. La crítica es una parte natural e importante del proceso periodístico. Esto se debe en parte a que el periodismo independiente, con su compromiso de exponer los problemas y pedir cuentas al poder, a menudo molesta a las personas de las que trata, así como a sus partidarios. También se debe a que la toma de este tipo de decisiones editoriales, especialmente en los plazos establecidos, es un trabajo imperfecto.

Según el autor, la salvaguarda más importante de una prensa independiente es una prensa fuerte y sostenible: es necesario crear un modelo de negocio para el periodismo de información, garantizar la protección jurídica de los reporteros y sus fuentes para asegurar el libre flujo de información al público, y hacer frente a la represión de periodistas a nivel local e internacional.

En esos esfuerzos, Sulzberger expone dos tareas fundamentales:

Los periodistas deben recordar que nuestro principal objetivo, como he venido diciendo, es seguir los hechos dondequiera que nos lleven, incluso cuando preferiríamos que no fueran ciertos, y representar con imparcialidad a las personas y las perspectivas, incluso cuando no estemos de acuerdo con ellas. Cualquier compromiso en este sentido es probable que erosione aún más la ya vacilante confianza del público en el periodismo y, en última instancia, merme la capacidad de los periodistas para servir a una sociedad desesperadamente necesitada de información fiable.

Los periodistas debemos volver a comprometernos con la información como el servicio más valioso que prestamos al público. La información –no los comentarios ni la agregación- es el ingrediente esencial de las nuevas ideas y las nuevas perspectivas, y permite que florezca todo el ecosistema periodístico. Esto requiere que los periodistas salgamos de nuestras burbujas.

Si bien el ensayo de Sulzberger profundiza en la experiencia de su periódico y centra su atención en aspectos de la sociedad estadounidense, no descuida el contexto de la sociedad del siglo XXI. Sus reflexiones son oportunas para sociedades como la nuestra ante los desafíos que enfrentan los periodistas en tiempos de confrontación, autoritarismo y represión.

viernes, mayo 19, 2023

La soberanía informacional frente al abuso de las plataformas digitales

Por Guillermo Mejía

El abuso y negocio que hacen las plataformas digitales sobre los contenidos que exponen los ciudadanos de todo el mundo a través de sus autopistas en la red de Internet abrió la discusión y reflexión sobre la necesidad de ejercer mecanismo de regulación, donde se reflejen los derechos de las sociedades, a fin de garantizar la soberanía informacional.

En Brasil existe una batalla sobre la pertinencia de esos mecanismos que propone el proyecto de ley conocido como PL 2.630/2020, que establece una ley de Libertad, Responsabilidad y Transparencia en la Internet, para evitar que a través de esos sistemas se cometan, por ejemplo, delitos como racismo, intento de golpe de Estado, terrorismo o violencia de género.

Como era obvio, las plataformas digitales se oponen a estos mecanismos de regulación bajo el argumento que son “neutrales” sobre la circulación de los contenidos de personas o grupos a través de sus autopistas, como si no se conociera el involucramiento de redes sociales a favor de intereses económicos o políticos determinados.

Un grupo de asociaciones académicas de comunicación brasileñas sostiene que “La regulación democrática de las empresas de plataformas de comunicación, como Alphabet, Meta, TikTok/Bytedance, Telegram, entre otras, es una medida urgente y necesaria para asegurar la libertad de expresión ciudadana”.

“La libertad fue privatizada por esos grupos empresariales que monopolizan el flujo de información en el mundo. Para que Brasil se convierte en una democracia de hecho, es necesario garantizar su soberanía informacional. La Internet, en vez de un espacio amplio y democrático, se convirtió gradualmente en un espacio privatizado y monopolizado por las formas de negocio de esas y de otras plataformas”, advierten.

Critican que la finalidad de esas empresas es actuar como medio de comunicación: ellas extraen la producción de contenido de sus usuarios como producto a ser organizado y ofertado en flujo de datos. Esos datos son extraídos de los contenidos producidos y también de las identidades de los usuarios (llamados metadatos). Esas informaciones son procesadas y vendidas en lotes para el mercado publicitario (publicidad programática). De esa manera, cuanto más un contenido se expande en la red, más atención alcanza, y, por tanto, más datos son colectados, mayor es el lucro.

“Es necesario resaltar que los datos colectados no integran apenas lotes de perfiles anónimos, producen, sobre todo, perfiles individualizados, cuyos ciudadanos son localizables e identificables, inclusive, con sus preferencias culturales, políticas y vínculos emocionales. Las denuncias sobre las campañas electorales de (Donald) Trump y (Jair) Bolsonaro demostraron esas funcionalidades”, añaden.

Para el profesor brasileño Marcos Dantas, especialista en comunicación e Internet, Alphabet, dueña de YouTube, o Meta, dueña de Facebook e Instagram, pueden recolectar minuto a minuto, datos de 2 a 3 billones de personas en todo el mundo diariamente, para ellas los datos son una auténtica mina de oro o –según The Economist- el petróleo del siglo XXI (eso sí inagotable).

Si bien las mineras pueden extraer petróleo u oro obedeciendo leyes específicas: “Alphabet, Meta o TikTok extraen su oro, o petróleo, sin haber recibido ninguna autorización y mucho menos recaudan impuestos a la altura de sus ganancias en todo el mundo”, afirma Dantas. Para el caso, el lucro líquido de Alphabet fue de 60 billones y de Meta de 23,2 billones, en 2022.

En tanto las plataformas digitales estén fuera de cualquier control social o estatal, “Ejercen el poder exclusivo de decidir, a través de sus algoritmos, lo que cada individuo puede ver u oír, configurando comportamientos individuales y sociales, incluidos los políticos e ideológicos”, advierte Dantas.

“Desde Estados Unidos pueden decidir –y han decidido- elecciones. Si los datos son el ‘petróleo del siglo XXI’, recordemos que el petróleo era (sigue siendo) no solo una fuente de riqueza sino también de poder. Se cometieron guerras, golpes de Estado, inclusive asesinatos para decidir quién controlaba las fuentes de petróleo”, agrega.

Las plataformas como reguladoras del discurso público

En otra oportunidad me he referido al peligro que significa el que las plataformas digitales, como las mencionadas, controlen el ejercicio de la libertad de expresión de los ciudadanos, siendo privadas y que están más allá del papel que debe jugar el Estado y las organizaciones de la sociedad civil.

Para ello retomé las advertencias de los académicos argentinos Martín Becerra y Silvio Waisbord en su artículo “La necesidad de repensar la ortodoxia de la libertad de expresión en la comunicación digital”, publicado en Desarrollo Económico. Revista de Ciencias Sociales, Vol. 60, número 232, correspondiente a mayo de 2021, en Buenos Aires.

Basados en la experiencia del flujo de informaciones y opiniones durante la pandemia Covid-19, entre otros eventos, los especialistas afirman que “varias decisiones de las plataformas dominantes generaron enormes controversias sobre su posición descollante y la atribución de ser las grandes editoras del discurso público”.

Recuerdan la decisión de Twitter de remover “posteos” del presidente Jair Bolsonaro, de Brasil, y suspender las cuentas de funcionarios del ministerio de Salud Pública, de Venezuela, y la Revista Crisis, de Ecuador. Además, de Facebook, de ocultar mensajes de Bolsonaro o silenciar a periodistas y activistas de Túnez.

“Los ejemplos previos –y el posterior bloqueo a Trump en las vísperas del fin de su mandato– dejan a las claras que las compañías actúan de hecho como reguladoras del discurso público según, en principio, lineamientos de conducta corporativos”, advierten los académicos argentinos.

“Son decisiones problemáticas por varias razones. Una de ellas es su discrecionalidad, en tanto que no son aplicadas estandarizada o sistemáticamente en todos los casos cuando determinados ‘posteos’ van contra sus propias reglas. Los casos mencionados no son los únicos en los que supuestamente gobiernos o medios de información producen contenidos contrarios a los términos y condiciones de cada plataforma”, agregan.

Por si fuera poco, las decisiones de las plataformas sociales digitales son opacas, ya que no suelen explicar las razones que tienen para aplicar la censura o intentan involucrar a varios actores públicos en la definición de áreas problemáticas de discurso y respuestas necesarias. Gozan de una enorme autonomía frente al Estado, sociedad civil y otros actores.

Nos dicen Becerra y Waisbord que “los objetos y prácticas que tenían como referencia directa los trabajos señeros sobre libertad de expresión, de los que las leyes del siglo XIX hasta mediados del siglo XX fueron su representación normativa, ya no funcionan como antaño ni vehiculizan la mayor parte de los intercambios de noticias y opiniones en las sociedades contemporáneas”.

“Nuevas prácticas, masivas y globales, colocan los estándares sobre libertad de expresión en una zona de incomodidad para satisfacer con respuestas claras y expeditas a problemas de reciente aparición: la discriminación y el acoso sistemático de Trolls contra una persona o grupo de personas en plataformas digitales puede acabar con su reputación y amenazar su vida misma antes de que se sustancie el correspondiente trámite judicial que demandaría la lógica pensada en tiempos en los que la prensa, la radio y la televisión contaban con responsabilidad editorial sobre sus emisiones y rutinas productivas que hoy parecen parsimoniosas en comparación con el vértigo de las redes”, añaden.

En ese marco, según los autores, la libertad de expresión asentada en principios del liberalismo moderno, especialmente la noción del “mercado de ideas” como principio rector, es insuficiente para definir lo que entendemos como “comunicación democrática” de acuerdo al paradigma universalista sobre el derecho a la expresión cristalizado por la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 y los estándares que, desde entonces, fueron instituidos en el mundo.

“La maximización de la expresión de una voz más poderosa –ya sea el Estado o el mercado– que limita la intervención de cualquier actor produce fenómenos contrademocráticos que atentan contra derechos humanos fundamentales para la vida pública, como el derecho a la vida, la no discriminación, la privacidad, y la protección de datos. La versión maximalista, que rechaza cualquier tipo de regulación o cortapisa a la presunta absoluta libertad individual de expresión en su dimensión individual, entra en cortocircuito con otros derechos fundamentales para la democracia desde las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial”, agregan.

Frente a los desafíos de ese control de hecho de las corporaciones que dominan las plataformas sociales digitales, Becerra y Waisbord concluyen:

“Si reconocemos que tanto el discurso del odio como otras formas de expresión contrarias a una comunicación democrática, como la desinformación y el acoso digital son ingobernables, no queda claro cuáles son las posibles intervenciones sociales y opciones regulatorias. ¿Cómo regular lo aparentemente imposible de regular? ¿Qué hacer frente al discurso violento destinado a negar la humanidad de otros, eliminar reglas básicas de la comunicación en democracia y socavar las bases de lo público? ¿Cómo proteger al mismo tiempo el derecho a la expresión y los derechos múltiples que las democracias deben garantizar a la ciudadanía?”

“Estos interrogantes son medulares en la estructuración del espacio público (y en el reposicionamiento del espacio privado) de comunicación y, por ello, la vocación democrática del proceso elegido para la búsqueda de respuestas condicionará no solo su posterior eficacia, sino su legitimidad. Dejar en manos de unas pocas corporaciones esta tarea, por el contrario, le restará ambos atributos, con los efectos ya conocidos y padecidos en materia de derechos civiles y políticos”.

En nuestra latitud, el problema no trasciende a la discusión pública por parte de los políticos o las organizaciones de la sociedad civil, muchos de ellos impresionados –o más bien fascinados- con el acceso a las redes sociales para exponer sus puntos de vista frente al concierto de opiniones diversas sobre infinidad de tópicos.

Mucho menos se ve con preocupación en la ciudadanía, ya que parece ser que se han tragado la píldora que con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación realmente se puede hablar de la “democratización” de la sociedad, ante la cual tienen una gran deuda los medios de comunicación tradicionales por las barreras que imponen.

Y, por supuesto, mucho menos se escucha un discurso crítico frente a esa intervención desproporcionada de las compañías trasnacionales por parte de gobernantes de turno, como el presidente salvadoreño Nayib Bukele, que se muestra cómodo en ese espacio virtual desde donde “postea” cualquier información, comentario e incluso desinformación.

Al menos, cada vez se escuchan más voces que advierten sobre el problema que amerita una respuesta inmediata, pues si estamos viendo la impunidad de las plataformas digitales, que hacen negocio redondo con nuestros datos y regulan para sí el discurso público, ¿qué se puede esperar con la propagación de los mecanismos de la Inteligencia Artificial? Les dejo la inquietud.