viernes, septiembre 22, 2023

El conservadurismo radicalizado y la trampa del populismo

 Por Guillermo Mejía

Son un grupo de políticos que se presentan como seres extraordinarios, mesiánicos, guías hacia el futuro, y comparten estrategias que potencian el populismo y encarnan posturas políticas que se instalan en lo que se denomina conservadurismo radicalizado. Se escucha en el ambiente nombres como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Javier Milei y Nayib Bukele.

Son un fenómeno que experimentamos en la vida política cotidiana y sobre el que vale la pena reflexionar bajo la óptica de la politóloga austríaca Natascha Strobl, autora del libro La nueva derecha: análisis del conservadurismo radicalizado (KATZ, 2022), quien lo define y advierte sobre sus efectos.

“En tanto el conservadurismo radicalizado apuesta por una polarización permanente y se sostiene sobre líderes fuertes, rompe parte de las estructuras partidarias de cambio y renovación permanentes”, afirmó Strobl en una entrevista publicada en la revista especializada Nueva Sociedad.

“El conservadurismo radicalizado pone a los partidos al servicio del líder, y no al revés. La figura del líder refleja un ‘nosotros’ que se presenta de forma homogénea, mientras que las estructuras partidarias dan cuenta, por lo general, de una cierta diversidad”, advirtió la politóloga austríaca.

Según ella, cuando los partidos conservadores se radicalizan y apuestan por un tipo de liderazgo de este tipo, rompen parte de lo que fue su tradición después de la Segunda Guerra Mundial. Al contrario de los políticos mencionados, en aquel momento –a pesar de las diferencias- se asumía que los líderes servían al partido.

“Cuando el conservadurismo se radicaliza, y siempre lo hace a través de una figura de liderazgo fuerte y unificador, son los partidos los que sirven al líder”, reiteró. Puso de ejemplo el caso de Trump que, pese a las resistencias que provocó en el partido Republicano, al final disciplinó a otros líderes y logró lo que quería.

Al hablar sobre el cambio que imprime el conservadurismo radicalizado al conservadurismo clásico, Strobl señaló que el segundo antagonizaba de forma democrática con sus adversarios, y el primero desarrolla un antagonismo contra enemigos que no siempre son directamente identificables. Es la cacería de lo que creen que es una red global progresista.

Para ella, “El conservadurismo radicalizado se coloca, en tal sentido, en la posición de ‘la gente común’, la ‘gente trabajadora’, apelando a un sentido según el cual, ‘los otros’, los que quedan fuera de ese esquema, constituyen el enemigo. Hay gente que hace un ‘trabajo real’ y otra que no” con lo que “(…) apela a una polarización más profunda que el conservadurismo clásico, sobreexcitando a la sociedad en un antagonismo permanente”.

Según la autora, el punto sustancial es que los conservadores radicalizados pretenden que ese antagonismo permanente se constituya como una nueva normalidad. Trump y este tipo de personajes transforman, de hecho, la forma de debate con la oposición política, en tanto ya no buscan llegar a acuerdos (como en el caso del conservadurismo tradicional) ni establecer mediaciones. Su intención es fidelizar mayorías.

“A esto se suma un segundo elemento: ya no solo tienen un enemigo político institucional (los partidos opositores), sino que buscan construir un enemigo extraparlamentario. Eso se vuelve muy evidente en el modo en que Trump se refería, por ejemplo, a Antifa o al movimiento Black Lives Matters”, señaló. La maniobra iba dirigida a solidificar sus vínculos con sus seguidores.

“Creo que un aspecto fundamental para entender al conservadurismo radicalizado es tener en cuenta que su forma de antagonizar con los opositores proviene del repertorio de la extrema derecha. No solo los partidos tradicionales de la izquierda, sino también los medios, los intelectuales, los trabajadores culturales, son puestos en el lugar del ‘mismo poder’, de un ‘establishment progresista’. Esto construye un nuevo tipo de polarización, con adversarios políticos identificables y grupos más porosos”, afirmó Strobl.

La responsabilidad de la izquierda

De acuerdo con la autora, ninguno de los líderes del conservadurismo radicalizado cayó del cielo. Durante demasiado tiempo, conservadores y socialdemócratas se parecieron, y se instaló una dinámica en la que parecía que ningún otro tipo de cambio era posible. Esa idea de una imposibilidad de cambios llevó a considerarse como “postdemocracia”.

“Al no producir cambios sustanciales, los socialdemócratas fueron vistos como parte de un sistema que, en sí mismo, se había vuelto conservador. La radicalización de los conservadores y su apelación a cambios y transformaciones modificó un panorama político anquilosado en algo peor”, señaló.

“Pero, ciertamente, existe una responsabilidad de las fuerzas de la izquierda partidaria que, durante años, han ocupado un lugar en el sistema político sin desarrollar una serie de políticas coherentes desde el propio poder. Pero a este respecto, me gustaría decirle algo: volver para atrás tampoco es la solución”, agregó.

El sistema político está cambiando de forma notable –según Strobl- y el estado que yo conocí, y sobre todo el que conocieron mis padres, no existe más. Y recordó que desde 1945, socialdemócratas y conservadores, estabilizaron el sistema político, desarrollaron una economía social de mercado y buscaron una conciliación de intereses.

Natascha Strobl concluye:

“Pero los partidos conservadores claramente no están hoy en esa posición. Los socialdemócratas intentan, de un modo u otro, volver a esa ‘vieja normalidad’. Si la socialdemocracia no quiere estabilizarse como una fuerza conservadora, tiene que plantear un horizonte diferente. ¿Cuál es el camino que puede proponer hacia adelante? Esa es la gran pregunta y debe atreverse a hacérsela.”

viernes, septiembre 08, 2023

La generación de opinión crítica en función de la democracia

Por Guillermo Mejía

La generación de una opinión pública crítica frente al común denominador caracterizado por la manipulación vía marketing político, la falacia de creer que los resultados de encuestas y sondeos sustituyen automáticamente la complejidad del sentir y pensar colectivo, es el reto de toda sociedad que se asume formalmente como democrática.

Por supuesto, hablamos de un país en que –como en muchos- las bases son de una democracia burguesa, con sus falencias y potencialidades, donde el ensueño del ejercicio del poder en función ciudadana es gran medida solo eso, como ha quedado demostrado a lo largo de la historia nacional.

De ahí que los errores y abusos que se le señalan a la forma de conducción de las instituciones en manos de fuerzas que gravitan alrededor del presidente Nayib Bukele, son la continuidad de prácticas nefastas de quienes antes han gobernado y traficado con sus figuras y marcas más allá de supuestos principios ideológico-políticos. Bukele mismo proviene de esa estructura.

En otras palabras, ni ahora ni antes la soberanía ha radicado en el pueblo, más bien éste es y ha sido víctima de las élites económicas y políticas. A la par, se da un agotamiento del modelo liberal, crisis que se extiende en el mundo, en medio de la rapacidad de esos sectores de poder globalizados que atentan contra la humanidad.

Frente a esa realidad tan deprimente, lo peor es bajar la guardia, así que partamos de la posibilidad de hacer de la comunicación social –y el periodismo en particular- una verdadera herramienta que potencie la ciudadanización de la comunicación y de la política a través del compromiso por la generación de una opinión pública crítica.

Si bien mucho de este esfuerzo radica en que se fortalezca el trabajo informativo y de investigación de los periodistas, en medio de condiciones adversas, falta de acceso a la información pública y transparencia en el ejercicio del poder, también urge corregir la forma en que se asume la opinión a través de los espacios mediáticos.

Como contexto, en teoría se asume que en la sociedad hay una dualidad entre una opinión pública crítica y una opinión pública manipulada y, según el intelectual Jürgen Habermas, la primera es la que éticamente justificaría y produciría una sociedad auténticamente democrática y, la segunda, es la que florece cotidianamente y donde impera la manipulación y la idiotez colectiva.

Si los medios, los empresarios y los periodistas asumieran el compromiso que pregonan en sus tribunas es hora de fortalecer el periodismo de opinión, a la par de no desmayar en el periodismo informativo y de investigación. Para generar opinión crítica se necesita información de calidad y potenciar el debate, el análisis y la interpretación con opinión plural y de calidad.

En ese marco, hay que salir del esquema obsoleto que impera en el sistema mediático donde la opinión es relegada a segundo plano con rasgos como materiales de relleno, el espacio cedido al compadrazgo por intereses político-ideológicos, la dispersión temática y una producción que se relaciona más con sesgos e imaginación, menos con soporte informativo.

Trabajar la opinión pública crítica implica hacerlo en dos planos: en primer lugar, la educación política de la ciudadanía, el establecimiento de prácticas de participación ciudadana en los espacios mediáticos y potenciar la deliberación sobre la realidad, especialmente sobre aquellos temas de interés público. En segundo lugar, extender la participación de expertos en esos diferentes temas de interés público, bajo la óptica de la pluralidad de voces y el derecho a la expresión y difusión del pensamiento. Sin duda, la calidad de la producción es el reto.

Para enriquecer el planteamiento comparto que recientemente la Academia Prodavinci de Venezuela –que tiene una revista digital del mismo nombre- dentro de su programa de formación de periodistas presentó al periodista venezolano Boris Muñoz, fundador y editor de la sección de opinión del New York Times en español, quien disertó sobre reinventar el periodismo de opinión en América Latina.

Muñoz realizó una investigación para el Woodrow Wilson International Center en el que analizó 207 medios y 552 artículos de opinión en 12 países de la región latinoamericana, incluido El Salvador, y concluyó que el periodismo de opinión necesita más periodismo y menos opinión. Es decir, está atascado en el siglo XX y no ha logrado avanzar hacia el siglo XXI, ya que le falta innovación y adaptación ante las nuevas realidades que exige la sociedad y la tecnología.

En su exposición, el periodista venezolano señaló la importancia del periodismo de opinión de calidad en la sociedad: Contribuye al desarrollo de una ciudadanía informada y crítica; ayuda a contrarrestar la desinformación y las noticias falsas; puede influir en la toma de decisiones políticas y sociales; fortalece la transparencia y el Estado de Derecho; y contribuye al debate de temas de interés público.

A la vez, hizo las siguientes recomendaciones para hacer un buen periodismo de opinión:

 

v  Hay que se proactivos. Las secciones de opinión tienen que proponer debates públicos a partir de una agenda propia.

 

v  Hay demasiada opinión, pero muy poca opinión de calidad. Hay que establecer estándares informativos con rigor, experticia e imaginación que garanticen que la opinión sea de calidad.

 

v  La opinión tiene que salir de la dicotomía economía-política que marca la agenda en América Latina. Hay muchas formas de acercarse a la realidad. Desde el amor y las relaciones interpersonales, hasta el cambio climático, los avances científicos y los movimientos sociales, el abanico de temas es muy amplio y está poco explorado.

 

v  La opinión debe generar agenda. De eso se trata buscar la proactividad y la creatividad. Las secciones de opinión tienen que ser imaginativas.

 

v  Hay que renovar la tradición de la opinión en América Latina superando una forma de verla centrada exclusivamente en el autor e incorporando elementos de una tradición utilitaria basada en el punto de vista y el argumento. Esto permitirá opiniones más sofisticadas y creativas.

 

v  Se necesita curaduría en la opinión desde la elección de los temas, perspectivas, autores, agenda, las imágenes que se publican con los textos… La curaduría es esencial para mejorarla.

 

v  Hay que crear secciones de opinión que se adapten a las necesidades de los lectores. Esto permitiría elevar la calidad del periodismo de opinión y aumentar su alcance.

 

v  Las secciones de opinión deben contar con editores profesionales y capacidad para generar ideas innovadoras y relevantes para la audiencia. En cuanto a nuevos temas, formatos y estilos. Hay que fomentar una mayor colaboración entre articulistas y editores.

 

v  Las secciones de opinión deben contar con articulistas que tengan un conocimiento profundo sobre los temas.


v  Usar tecnologías digitales para enriquecer la capacidad de presentar argumentos en distintos formatos, así como utilizar las redes sociales de manera inteligente para expandir la difusión de los contenidos de opinión.

En síntesis, “(…) una opinión de calidad puede ser el salvavidas que un lector necesita para navegar a través del ruido informativo al brindarle una comprensión más precisa del tema que les permita tomar una posición informada a esos lectores y ciudadanos”, afirmó Muñoz en su disertación. Y, aclaro, lo hace desde una perspectiva tradicional sobre la función de los medios en una democracia burguesa, no desde una opción de comunicación popular y alternativa.