jueves, enero 28, 2021

Nayib Bukele y el encantamiento autoritario

Por Guillermo Mejía

El autoritarismo ha ido cobrando fuerza en el espíritu de los salvadoreños bajo la administración del presidente Nayib Bukele, que ha dado muestras de su apuesta por esa forma de ejercer el poder, a lo que se suma la vuelta a la intimidad del conglomerado ante el azote de la pandemia por el coronavirus.

El arranque de esa impronta hay que registrarla en el desfile militar del 15 de septiembre de 2019, que relegó a los estudiantes a un segundo plano, y que se manifestó con fuerza el 9 de febrero del año pasado cuando el mandatario irrumpió en la Asamblea Legislativa con su séquito de militares y policías.

No está de más traer a colación, la forma en que militares y policías hicieron cumplir órdenes del Ejecutivo durante la cuarentena de hace casi un año que mostró la cara represiva del gobierno de Bukele, con detenciones arbitrarias y cercos que de sanitarios no tuvieron mayor cosa. La imposibilidad de volver a casa de miles de compatriotas también lesionó a las familias.

El último episodio fue la fotografía de soldados armados que tuiteó Bukele como respuesta a la negativa de la Sala de lo Constitucional a la candidatura del controversial político de derecha Walter Araujo por el partido Nuevas Ideas, favorito de las elecciones de alcaldes y diputados del próximo 28 de febrero.

La ofensiva del presidente y sus allegados contra “los mismos de siempre” -con referencia a los partidos Arena y FMLN, principalmente- ha logrado calar en los salvadoreños con mucha fuerza, pero resulta extraño que no incomoda saber que Bukele proviene del partido de izquierda y fue electo dos veces alcalde bajo esa bandera roja.

Aunque la apuesta de los salvadoreños por el autoritarismo realmente no es nueva, vale la pena observar algunos de los últimos resultados de las dos encuestas de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA) sobre la evaluación de la situación del país a finales de 2020 y la elección de la alcaldía de San Salvador.

En el primer estudio, donde fue consultada la población del país, un 48.9 por ciento dice que en algunas circunstancias está de acuerdo o muy de acuerdo con la presencia de un gobierno autoritario que con un gobierno democrático frente a un 43.9 por ciento que dice estar en desacuerdo o muy en desacuerdo. El resto se muestra indeciso.

En cuanto a que los grupos y las personas que representan serias amenazas para la sociedad debería ser eliminados, la población se decantó en un 67.8 por ciento por estar de acuerdo o muy de acuerdo, mientras casi el 30 por ciento mostró estar en desacuerdo o muy en desacuerdo con esa postura. El resto se muestra indeciso.

Sobre la necesidad de que las autoridades gobiernen con mano dura, la población se decantó en un 73.2 por ciento por estar de acuerdo o muy de acuerdo, mientras casi un 24.7 por ciento mostró estar en desacuerdo o muy en desacuerdo con esa postura. El resto se muestra indeciso.

En cuanto a que en situaciones de emergencia es aceptable que las autoridades hagan uso severo de la fuerza contra cualquier persona que no acate las medidas ordenadas por el Gobierno, la población se decantó en un 73.8 por ciento por estar de acuerdo o muy de acuerdo, mientras casi el 25.4 por ciento mostró estar en desacuerdo o muy en desacuerdo con esa postura. El resto se muestra indeciso.

En el segundo estudio, donde fue consultada la población de la capital, un 30.6 por ciento dice que en algunas circunstancias está de acuerdo o muy de acuerdo con la presencia de un gobierno autoritario que con un gobierno democrático frente a un 65.9 por ciento que dice estar en desacuerdo o muy en desacuerdo. El resto se muestra indeciso.

En cuanto a que los grupos y las personas que representan serias amenazas para la sociedad debería ser eliminados, la población se decantó en un 61.3 por ciento por estar de acuerdo o muy de acuerdo, mientras 36.7 por ciento mostró estar en desacuerdo o muy en desacuerdo con esa postura. El resto se muestra indeciso.

Sobre la necesidad de que las autoridades gobiernen con mano dura, la población se decantó en un 61.5 por ciento por estar de acuerdo o muy de acuerdo, mientras un 35.6 por ciento mostró estar en desacuerdo o muy en desacuerdo con esa postura. El resto se muestra indeciso.

En cuanto a que en situaciones de emergencia es aceptable que las autoridades hagan uso severo de la fuerza contra cualquier persona que no acate las medidas ordenadas por el Gobierno, la población se decantó en un 63.9 por ciento por estar de acuerdo o muy de acuerdo, mientras casi el 34.7 por ciento mostró estar en desacuerdo o muy en desacuerdo con esa postura. El resto se muestra indeciso.

Hay que aclarar que para este artículo solamente se han tomado cuatro preguntas del conjunto de interrogantes acerca de democracia y autoritarismo en cada encuesta de la UCA, pero que los resultados arrojados ilustran la presencia de esa mentalidad que han sabido aprovechar las autoridades de turno o que se vienen esforzando por cimentar.

Para contextualizar el fenómeno creo necesario poner en situación las posturas de tres intelectuales salvadoreños que han escrito en los últimos días sobre política, elecciones, ejercicio del poder, autoritarismo, Acuerdos de Paz, entre otros temas importantes: El padre José María Tojeira, el analista Marco Pérez Navarrete y el historiador Roberto Turcios.

El jesuita José María Tojeira, director del Instituto de Derechos Humanos de la UCA (IDHUCA), se preguntó recientemente ¿vamos en una dirección abiertamente autoritaria? Y luego respondió: “El Gobierno de Bukele tiene claros rasgos autoritarios así como una cierta dependencia del ejército. Pero los gobiernos anteriores, más Arena que el FMLN, no fueron muy diferentes en este aspecto”.

Y agregó: “En estos casi 30 años desde los Acuerdos de Paz, nadie se ha atrevido a nombrar a un civil como ministro de Defensa, como se sugería tímidamente en dichos acuerdos. Pero más allá de la permanencia, con mayor o menor énfasis, de la tendencia autoritaria en el Gobierno actual, lo cierto es que las propuestas irresponsables de reforma constitucional, el apoyo creciente a la Fuerza Armada, la juventud e inexperiencia de muchos de los candidatos a diputados, y el retraso –con trampas incluidas- del cumplimiento de la sentencia de inconstitucionalidad de la infame ley de amnistía están poniendo las condiciones objetivas para un avance muy peligroso de la cultura autoritaria y el deterioro de la democracia”.

Y viene su segunda pregunta ¿llegaremos a una dictadura? Que luego respondió: “Es muy pronto para decirlo, pero estamos dando los pasos para avanzar hacia un tipo de gobierno cada vez más autoritario. Y eso es peligroso para todos”.

Por su parte, el analista Marco Pérez Navarrete escribió recientemente que “Este nuevo grupo político, regurgitado, de las entrañas del sistema político partidario del país, es la expresión máxima de los pecados capitales de los partidos políticos. La real desconexión de los partidos tradicionales con la población en los últimos 30 años es factor fundamental para comprender su desgaste histórico, haciendo que la representatividad democrática fuese el último ciclo de la democracia, cortándole toda posibilidad de convertirla en un instrumento participativo de la ciudadanía”.

“La manipulación mediática contemporánea suple esa conexión entre gobierno y población, una conexión que termina siendo falsa, es decir, falsamente esperanzadora. Como corolario, las verdades a medias que también son mentiras a medias, se sobreponen a la información desde los ministerios del gobierno ejecutivo”, señaló.

Y advirtió: “La capitalización de la manipulación política tampoco es nueva, siempre ha sido un ejercicio magalómano desde las cúpulas partidarias en especial durante periodos electorales, donde se ponen en compra venta las acciones generadas en el poder formal e incluso con alianza de poderes ilegales”.

Al final, “las contradicciones subyacentes a este ‘modelo de comunicación’ terminan por fortalecer la ignorancia en la población, que queda esperando únicamente que la información tendenciosa se convierta finalmente en una acción objetiva hacia la satisfacción de necesidades básicas de vida, por mínima que esta acción sea: una calle nueva, una bolsa de víveres, una vacuna”, sentenció Pérez Navarrete.

Sin duda, el autoritarismo camina a sus anchas, pero sería injusto solo echarle la culpa a la falta de educación política de la gente o los malos procedimientos de las autoridades de turno, sin tomar en cuenta la responsabilidad histórica de los grupos de poder dominantes y el fracaso de los sucesivos gobiernos que han relegado los intereses de las amplias mayorías.

Para el historiador Roberto Turcios hay algo que debemos tomar en cuenta: “Todo comenzó a cambiar con el último gobierno, durante la gestión de la pandemia. El presidente asumió facultades de interpretación constitucional, llegó hasta el desacato y dispuso que sus funcionarios no respetaran las órdenes legislativas”.

“Para completar ese cuadro inédito”, escribió Turcios, “impulsó un proceso de reformas constitucionales. Desde el poder, el nuevo grupo plantea el propósito de la fundación de algo así como otro régimen y, de acuerdo con sus declaraciones, tendría más rasgos del autoritarismo que de la democracia”.

De hecho, según el historiador salvadoreño, como tiende a ocurrir con todo grupo de poder, el de Bukele da muestras de imponer su interpretación de la historia más reciente, así ha negado los Acuerdos de Paz, firmados en 1992, calificándolos de farsa, quizás porque no caben en su narrativa de ser el gobierno “más grande en la historia”.

“La pregunta del día es ¿por qué este grupo de poder necesita presentar su explicación a un acontecimiento histórico? Tal vez sea producto de urgencias electorales, pues al presidente y su grupo de poder les interesa convertir al FMLN y a Arena en referencias de corrupción”, señaló Turcios.

“¿Eso será todo? Quién sabe; los grupos dominantes siempre han tendido a encontrar motivos para presentarse como los titulares legítimos que están encima del bien y el mal. El grupo actual adopta la misma postura, pero con una estrategia de comunicación novedosa. Tenemos, entonces, un viejo estilo de poder con una nueva estrategia de comunicación. Y la última ha sido muy exitosa; ha operado como el dicho florido del hecho autoritario”, agregó.

De los resultados electorales de febrero próximo depende, en buena medida, que el gobierno de Nayib Bukele cuente con menos piedras en el camino, en su afán de consolidar su proyecto autoritario que comenzó a sacar el colmillo con el empoderamiento de militares y policías, situación bien aprovechada en el marco de la pandemia por el coronavirus.

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