jueves, septiembre 05, 2019

El populismo y los cien días del gobierno de Nayib Bukele

Por Guillermo Mejía

Cuando se cumplen los primeros cien días del gobierno de Nayib Bukele, parece oportuno hacer una puntualización del fenómeno del populismo dentro del quehacer político en medio del fracaso contundente de los políticos tradicionales y alternativos en la sociedad contemporánea.

Para eso es necesario acercar a los lectores las reflexiones de la politóloga María Esperanza Casullo, catedrática de la Universidad Nacional de Río Negro, Argentina, registradas en el ensayo “Líder, héroe y villano: los protagonistas del mito populista”, publicado en la Revista Nueva Sociedad, edición número 282, correspondiente a julio-agosto de 2019.

“El líder populista se autopercibe como un redentor del pueblo, que con coraje y abandono de sí acude a su rescate. El uso de la palabra ‘redentor’ no es casual, porque el liderazgo populista se plantea como algo más que la representación transaccional de intereses comunes”, afirma Casullo.

“El tipo de vínculo que propone el líder populista se basa en hacer presentes a los seguidores dentro del espacio político que les estaba vedado. El líder no pide el voto como contraprestación de una promesa de campaña; promete encarnar en sí mismo la lucha del pueblo contra el opresor”, agrega.

Según la autora, uno de los rasgos centrales de la movilización populista es la presencia de un líder personalista y carismático, además la autoridad de éste frente a sus seguidores no proviene de una fuente externa, sino de un lazo directo establecido entre ambos sin mediaciones. Al líder se le reconoce como una persona excepcional, y de allí deriva su poder.

“En sus discursos, los líderes populistas siempre se presentan como outsiders, es decir, como alguien que viene ‘de afuera’, incontaminado por los vicios de la ‘partidocracia’ o el establishment, y que se ha visto casi forzado a entrar en la política debido a la indignación moral que el sufrimiento del pueblo y la traición de la elite generan”, señala Casullo.

Y añade: “Un líder populista está forzado a elaborar una narración que lo presente como alguien que se volcó a la política acicateado por un deseo de servir al pueblo, no por simple cálculo de conveniencia. La verdad factual que subyace a la autopresentación del líder es secundaria a la potencia que adquiera la narración del viaje personal desde la pasividad apolítica hasta el compromiso total redentor con el pueblo”.

En ese sentido, un líder populista se diferencia de uno no populista por la continua referencia a su historia personal y privada, según la catedrática argentina, los líderes populistas hablan de sí mismos: de sus infancias, de sus valores, de sus familias; entretejen lo público, lo privado y lo biográfico de una y mil maneras.

“El lazo representacional entre seguidores y líder está fundamentado en esa dación de lealtad que, por su propia fuerza, transforma al líder persona en un símbolo, un significante y un programa. Y esta entrega genera la necesaria autoridad performativa en función de la cual el líder pasa a ser el único hablante con poder para narrar o alterar ese mismo mito originario, lo cual, a su vez, posibilita transformar el discurso en un repertorio de prácticas políticas concretas al dicotomizar el espacio político entre un ‘nosotros’ y un ‘ellos’”, dice Casullo.

La finalidad de un mito populista es movilizar, identificad un adversario, esbozar y legitimar posibles cursos de acción; su objetivo no es ficcional, sino político.

“Esta narración pretende llevar a un colectivo hacia una acción política práctica. La principal motivación para la acción es entonces el enojo (incluso el resentimiento) suscitado en el pueblo contra aquellos que lo han traicionado. Y las políticas públicas que se adoptan estarán directamente relacionadas con la cuestión de a quién se designe como elite y a quién como traidor”, sentencia la politóloga argentina.

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