martes, junio 04, 2019

El turno del presidente Nayib Bukele

Por Guillermo Mejía

La administración del empresario Nayib Bukele arrancó con la ventaja que más de la mitad de los salvadoreños cree que sabrá responder a las demandas de bienestar económico y seguridad, tareas en las que fracasaron los cuatro gobiernos de Alianza Republicana Nacionalista (Arena) y los dos del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (Fmln).

El ex comandante guerrillero Salvador Sánchez Cerén dejó la presidencia de la República como el mandatario peor evaluado desde la firma de la paz, en 1992, según los resultados de la última encuesta de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA). Su nota fue de 4.38 puntos, la menor de su gestión, con el reproche del 59.6 por ciento de los salvadoreños.

De acuerdo con las cifras, los consultados esperan un cambio en la política económica y la de seguridad (más del 80 por ciento) y creen que el nuevo gobierno tendrá voluntad política para combatir la corrupción (el 74 por ciento) y para combatir el narcotráfico y el crimen organizado (el 65.8 por ciento). Los retos son inmensos.

Una de las situaciones sobre las que existen expectativas es la relación que mantendrá el presidente Bukele con los periodistas, dado los recientes enfrentamientos con algunos medios de comunicación que le demandan respuestas en nombre del derecho a la información de los ciudadanos más que su presencia en las redes sociales.

El estira y encoje entre algunos colegas y el mandatario salvadoreño trajo a mi memoria reflexiones sobre la difícil relación entre periodistas y políticos en una sociedad, como la nuestra, que se abre camino en medio de las diversas caras de la violencia e injustica estructural sobre las que poco o nada han hecho los políticos en el ejercicio del poder.

Escribí que los periodistas y los políticos experimentan, por tradición, una de las peores relaciones que se dan dentro de la sociedad, independientemente que sea de países metrópolis –como Estados Unidos- o periféricos –como El Salvador. Los políticos condenan, atacan, fustigan o, al revés, lisonjean, condecoran, premian.

Que en nuestro caso sea más salvaje es cierto, porque la prensa, en general, es una extensión de grupos de poder, especialmente los que se acomodan alrededor de gobiernos, y elites que utilizan al periodismo como una forma de presión o ideologización en detrimento de un servicio a la colectividad y el bien común.

Pero encontramos a periodistas que pretenden hacer su trabajo desde una trinchera profesional y en concordancia con la ética, así como a tantos (quizás la mayoría) que, a pesar de tener en su último sueño un desencanto, pasaron de periodistas a voceros de los políticos.

Dependiendo del grado de intromisión, al político le puede bastar una simple llamada telefónica, para quitarse del camino a un periodista molesto. O, al contrario, simples tres pesos para congraciarse con el periodista que le sirve en su función, en especial en tiempos de campaña o, para silenciarlo, en momentos de tensión por cualquier hecho que le afecte.

Pero independiente de que el periodista y el político lleguen a un acuerdo infame, asqueroso y denigrante, siempre existirá ese desprecio mutuo que se sienten por cuanto, en primer lugar, el periodista se vende al mejor postor –por infinidad de razones- y, en segundo lugar, al político le desencanta llenarle el buche para tenerlo tranquilo.

Habrá tiempo para ver si las promesas del presidente Nayib Bukele no son más de lo mismo.

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