viernes, noviembre 29, 2024

La reivindicación del periodismo frente a los “influencers políticos”

 Por Guillermo Mejía

El consumo de la información periodística por parte de los ciudadanos se ha ido desplazando hacia la producción de contenidos desinformativos que transitan, en especial, en la red de internet bajo la autoría de los llamados “influencers políticos” que no respetan los aspectos ético-morales de la comunicación y responden a intereses políticos determinados.

Cabe aclarar que en ningún momento se desconoce al ciudadano su derecho a la comunicación y a la información, ya que estos no pueden ser patrimonio exclusivo de periodistas o comunicadores, sino el señalamiento advierte sobre la tergiversación que se deriva del manejo desinformativo por parte de sujetos con claros intereses particulares.

De esa forma, encontramos personajes con pasado político caracterizado por el oportunismo y que han medrado de gobiernos anteriores, incluso lo hacen con el presente. Algunos han aparecido como asalariados en entidades estatales, situación que hasta ha causado malestar en quienes apoyan al régimen de turno.

La sinvergüenzada es tal que el propio presidente de la Asamblea Legislativa Ernesto Castro alabó en un principio a los “creadores de contenido” y dijo que las puertas de la instancia estaban abiertas, mientras despotricó contra los periodistas. La crítica a los diputados por parte de algunos “creadores” bukelistas por el despilfarro del grueso de diputados enturbió las cosas.   

Es común leer, ver o escuchar a estos “influencers políticos” en espacios digitales y el que algunos también incursionan en medios de comunicación tradicionales, en especial radios y televisoras, empresas que en busca del raiting para atraer audiencias y publicidad prestan sus espacios, para la difusión de desinformación y atropellos a la dignidad de la persona.

Más que un ejercicio de la libertad de expresión y de opinión se trata, pues, del abuso de ese derecho a sabiendas que se siguen agendas políticas particulares donde se confunde la propaganda con la información y la comunicación, fenómeno que se ve acompañado por el “trollismo político” en redes sociales.

La profesora Marta Montagut Calvo, de la Universitat Rovira i Virgili, de España, afirma que en la sociedad contemporánea esa desinformación, como uso de fuentes de dudosa credibilidad, información errónea, deslegitimación de fuentes expertas, entre otros, cabe dentro de lo que algunos autores llaman “la consolidación de una ‘comunicación iliberal’”.

En otras palabras, de acuerdo con la fuente que cita la autora en la web The Conversation, ese tipo de “comunicación iliberal” es una comunicación disruptiva que se junta a la erosión de instituciones como la prensa, las elecciones, la justicia y los derechos ciudadanos. Desdice de la tolerancia, el civismo, capacidad de respuesta y resolución razonada de las diferencias.

Según la profesora española, “Esta comunicación disruptiva tiene tres objetivos: confundir a los ciudadanos, generar solidaridad de grupo en términos de identidad cultural y política y, finalmente, romper el funcionamiento de la esfera pública. Dicho de otro modo, hacer que la ‘verdad’ deje de ser central en la vida pública y sea sustituida por un discurso identitario y tremendamente reaccionario”.

Montagut Calvo ejemplifica ese tipo de discurso en el tratamiento de “influencers políticos” del trágico episodio de la dana en las poblaciones de Valencia, España, donde “Estas figuras usurpan las formas del periodismo y proclaman la defensa de sus funciones normativas, atacando a los medios informativos convencionales desde una perspectiva claramente populista”.

Señala que estos perfiles de pseudoinformadores han infringido sistemáticamente el código deontológico del periodismo, sobre todo en materia de veracidad de sus informaciones y de humanidad, ya que en muchos casos atacaban a colectivos vulnerables o incurrían en delitos contra la privacidad y el honor. Lo confirma un estudio de la Universidad de Valladolid citado.

De todos es conocido el trágico resultado del fenómeno climático en Valencia, España, así como los bulos que se instalaron en el espacio público por parte de este tipo de personajes que de la mano de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación han adquirido –y van adquiriendo- una influencia considerable frente a los medios de comunicación tradicionales.

El periodismo en el atolladero

Una de los problemas que afrontan el periodismo en la actualidad se deriva de las estrategias cambiantes de las grandes compañías tecnológicas, entre ellas las redes sociales, los motores de búsqueda y las plataformas de video, según el Digital News Report 2024, que publica cada año Reuters Intitute y la University of Oxford.

“Algunas ahora explícitamente quitan prioridad a los contenidos periodísticos y políticos, mientras que otras han virado el foco de los medios hacia los ‘creadores’, y alientan formatos más divertidos y atractivos (incluyendo el video) para mantener más la atención dentro de sus plataformas”, dice el informe.

Advierten que, si bien estas empresas privadas no tienen ninguna obligación con respecto a las noticias, pero dado que mucha gente obtiene gran parte de su información mediante estas plataformas que compiten entre sí, tales cambios tienen consecuencias no sólo para el sector periodístico, sino también para nuestras sociedades. Hay que agregar la presencia de la Inteligencia Artificial y los chatbots que, sin duda, incrementarán la crisis.

En el caso salvadoreño, podemos ver el tránsito de la recepción mediática tradicional hacia las redes sociales en la encuesta de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”, referida al segundo año de la imposición del Régimen de Excepción, que arroja algunos datos acerca del consumo de medios en El Salvador.

En ese sentido, los salvadoreños dicen que se informan sobre el quehacer del gobierno del presidente Nayib Bukele a través de redes sociales (59.6%); televisión (29.5%); periódicos digitales (4.1%); radio (2.5%); periódicos impresos (1.9%); y otros (2.5%).

Hay cambios sustanciales con respecto al consumo de medios que reveló la encuesta de la UCA cuando se cumplió el primer año de la imposición del Régimen de Excepción, en 2023: redes sociales (46.8%); televisión (44.0%); periódicos digitales (3.9%); radio (2.9%); y periódicos impresos (1.8%).

Podemos inferir el espacio que han adquirido –y van adquiriendo- los “creadores de contenido”, en general, y para el caso que nos ocupa, los “influencers políticos”. Y, por supuesto, en esto último, la gravedad de la situación; por cuanto, la desinformación se ha ido enraizando en la sociedad salvadoreña, aunque no es un problema exclusivo, sino está a escala global.

Para contextualizar, el especialista estadounidense Justin Rosenstein afirma que los algoritmos y los incentivos de las redes sociales hacen que lo que se vuelve viral no sean los contenidos electorales legítimos: “Son las mentiras, el miedo, las teorías de la conspiración inventadas y las amenazas de violencia”.

“El resultado es el temor a que haya disturbios sociales en la jornada electoral y los días posteriores. Los intentos de Twitter y Facebook para etiquetar los mensajes más escandalosamente falsos y peligrosos van por detrás de las incansables campañas de desinformación que están deteriorando la fe en la democracia”, agrega.

Rosenstein advierte: “Sé que las redes sociales no tenían la intención de convertirse en vehículos de peligrosa propaganda política. Pero no han hecho los profundos cambios estructurales necesarios, y nosotros, el pueblo, estamos pagando el precio. A pesar de lo que esas empresas quieran hacernos creer, la solución no es contratar a más moderadores o descubrir mejor las informaciones falsas. Esas cosas no son más que tiritas. El sistema está roto. Para que las cosas cambien es necesario transforman las estructuras de gobierno corporativo de las compañías. La solución para salvar nuestra democracia es aplicarles los principios democráticos”.

También, urge alfabetizarse mediáticamente y, eso sí, reivindicar el buen y valiente periodismo.

viernes, noviembre 01, 2024

Las amenazas al periodismo en la sociedad contemporánea

Por Guillermo Mejía

La principal amenaza al periodismo profesional radica en que, ante la realidad tan compleja, somos incapaces como sociedad de ponernos de acuerdo en cómo determinar que algo constituye un hecho concreto y, por lo mismo, somos víctimas de interpretaciones donde impera la desinformación.

Esa advertencia, entre otras, la expuso recientemente en Argentina el periodista y editor retirado Martin Baron, que posee una amplia experiencia en medios como Washington Post, Miami Herald, Boston Globe y New York Times, y es autor del libro Collision of Power. Trump, Bezos and The Washington Post (2023).

“La principal amenaza a la que nos enfrentamos hoy en día es, casi sin duda, la incapacidad de la sociedad para ponerse de acuerdo sobre un conjunto compartido de hechos. En realidad, es peor que eso. No podemos ponernos de acuerdo en cómo determinar que algo constituye un hecho”, afirmó en un encuentro donde se refirió a la relación entre periodismo y tecnología.

Esta situación representa un peligro no solo para el periodismo, sino para la democracia e incluso para el progreso de la humanidad, según el editor estadounidense ahora dedicado a la capacitación de periodistas.

“La democracia exige que mantengamos un debate sobre las políticas que se implementan. A menudo implica diferentes análisis y diferentes interpretaciones de los eventos y los datos. Pero presupone que, en términos generales, estamos de acuerdo en los hechos más básicos. No obstante, a menudo, y es preocupante que así sea, este ya no es el caso”, recalcó.

Baron ejemplificó con experiencias de su propio país, para sustentar sus puntos de vista. En primer lugar, se refirió a las elecciones presidenciales de 2020, que ganó Joe Biden, pese a los intentos fallidos de su contraparte, Donald Trump, por desvirtuar. Sin embargo, más de un tercio de los votantes registrados, y casi dos tercios de los republicanos, cree que Biden perdió.

“¿Por qué? Porque eso es lo que les dice, una y otra vez, un expresidente que no soporta la idea de que la ciudadanía estadounidense haya votado para desalojarlo de la Casa Blanca. Y porque este expresidente cuenta con el apoyo de sus aliados mediáticos, en televisión, radio y en línea, que difunden esas mismas mentiras sin cesar”, señaló.

En segundo lugar, el 6 de enero de 2021, ocurrió el violento ataque al Capitolio de Estados Unidos -donde hubo incluso asesinatos- incitado por Trump. “Lo vimos con nuestros propios ojos. Lo escuchamos con nuestros propios oídos (…) No obstante, lo que escuchamos de parte de los miembros del Partido Republicano fue que el comportamiento canallesco del 6 de enero de 2021 fue nada nada más que una ‘visita turística normal’. Que el desenfreno de la turba insurrecta, violenta y armada fue un ‘discurso político legítimo’. Que las personas detenidas y encarceladas son rehenes políticos a quienes se persigue de manera injusta e ilegal”, dijo Baron.

En tercer lugar, se refirió al tema de la pandemia, donde pese a que se ha comprobado que las vacunas funcionan, “Sin embargo, una gran parte del público estadounidense cree que las vacunas te enferman e incluso pueden matarte”, advirtió.

“(…) sigue habiendo desinformación sobre las vacunas, ya que gran parte del público rechaza el conocimiento y experiencia de los principales científicos y médicos y, en cambio, acepta la información errónea –o la desinformación- difundida por los políticos y otras personas cuyo propósito primordial es generar caos, ganar poder y obtener algún beneficio”, agregó Baron.

La segunda amenaza, relacionado con la primera, y más grave, pues se relaciona con el poder de la tecnología para disfrazar y falsificar lo que consideramos realidad.

“Ya hemos visto cómo las redes sociales pueden ser manipuladas para influir en las elecciones, despertar pasiones, generar hostilidad contra las poblaciones marginadas y los enemigos percibidos. Pero es probable que el mayor desafío provenga de la inteligencia artificial generativa”, apuntó el periodista norteamericano.

“Las falsedades, especialmente las relacionadas con las imágenes visuales, se volverán más frecuentes, más peligrosas y cada vez más difíciles de detectar y refutar. Desde el video hasta la fotografía, las imágenes que son totalmente falsas parecerán sorprendentemente reales. Es probable que las herramientas que usamos hoy para discernir tal manipulación no nos resulten suficientemente útiles para ese fin”, añadió.

Baron advirtió que la Inteligencia Artificial generativa “no puede hacer periodismo. No puede verificar lo que es verdadero y lo que es falso, y es sumamente susceptible a la difusión de información errónea y desinformación que recoge de fuentes poco confiables en internet. Le otorga a cualquier persona que tenga intenciones maliciosas los medios necesarios para difundir, de manera rápida y con facilidad, falsedades que resultan creíbles”.

La tercera amenaza es la estabilidad financiera de las organizaciones de noticias, donde la mayoría sigue padeciendo inseguridad económica.

“Cualquier amenaza a la sustentabilidad económica es una amenaza a la capacidad de las organizaciones de noticias para que puedan cumplir con sus tareas más básicas en tiempos de democracia: desde informar al público acerca de lo que está pasando en sus comunidades, países y en el mundo hasta hacer que las personas e instituciones poderosas y con gran cantidad de recursos rindan cuentas por su accionar”, afirmó Barón.

Y, pese al desafío de la presencia de las nuevas tecnologías, “Los medios de comunicación deberán alejarse de lo que se ha convertido en una dependencia y, en muchos casos, una adicción al tráfico de los motores de búsqueda y las redes sociales. En otras palabras, deberán generar una base genuina de lectores, oyentes y espectadores leales que confíen en su marca, a quienes les guste lo que producen y que periódicamente regresen directamente a consumir sus productos”, recomendó.

El cuarto desafío lo relaciona Baron con la forma en que se reinventa el entorno de los medios de comunicación; por ejemplo, la forma en que los jóvenes absorben información difiere de lo otras generaciones lo han hecho, pues están más orientados hacia las imágenes y menos hacia el texto. La capacidad de atención es breve, a veces, sorprendentemente breve.

“Las estructuras formales y tradicionales de las historias no son bien recibidas. La voz de la autoridad, es decir, el tono habitual utilizado en las principales instituciones mediáticas, a menudo sufre el repudio. Se acoge con beneplácito la voz de la autenticidad, la voz de personas aparentemente corrientes, como los propios lectores, espectadores y oyentes”, advirtió.

Por otro lado, según el autor, hay que considerar las colaboraciones con personas influyentes que gocen de buena reputación en las redes sociales: “Algunos influencers ganan mucho dinero trabajando por su cuenta, pero este no es el caso de la gran mayoría. Sin embargo, muchas de estas personas saben muchísimo sobre su área de especialidad, sea cocina, asesoramiento técnico o mantenimiento del hogar”.

“Los grandes medios de comunicación pueden beneficiarse de la experiencia de estos influencers y de la autenticidad de sus comunicaciones.  A su vez, los influencers pueden beneficiarse económicamente de nuestras plataformas de medios para llegar a más seguidores y compartir publicidad generada a través de nuestras colaboraciones”, añadió.

En cuanto al quinto desafío, Baron pone en perspectiva la crisis de valores que envuelve a la profesión periodística, en especial a partir de las críticas de algunos periodistas sobre la presencia de una ética formal e insuficiente frente a las amenazas a la profesión periodística y la misma democracia. Para el caso, sigue en crisis el concepto de objetividad ante el derecho de los ciudadanos a conocer realmente los hechos. La gente podría distinguir mejor la verdad de la mentira.

“En última instancia, los críticos consideran que la idea de objetividad no solo es arcaica, sino también contraria a nuestra misión en general: afirman que el estándar de la objetividad es una camisa de fuerza. La consecuencia práctica es la desinformación. Nuestro trabajo se ve despojado de valores morales. El público no recibe el servicio que merece. La verdad queda enterrada”, precisó.

Sin embargo, Baron aclaró que “Procurar la objetividad quiere decir nada más y nada menos que debemos ser conscientes de nuestras ideas preconcebidas y de nuestros prejuicios. Debemos reconocer que pueden influir indebidamente en nuestro trabajo. Y tal como esperamos de otras profesiones, debemos evaluar las pruebas de manera justa, honesta, precisa, rigurosa e imparcial”.

En esa dirección, Baron ofreció los siguientes consejos:

-La idea es tener la mente abierta cuando comenzamos nuestra investigación y hacer nuestro trabajo de la manera más minuciosa y meticulosa posible.

-Este proceso requiere que tengamos la voluntad de escuchar, el afán de aprender y la conciencia de que nos queda mucho por saber.

-No empezamos con las respuestas. Vamos a buscarlas, primero con el ya de por sí formidable desafío de formular preguntas adecuadas y finalmente con la ardua tarea de la verificación.

-El mundo tiene más matices de lo que podríamos imaginar en un principio. No es que no sepamos nada cuando empezamos nuestro trabajo como periodistas. Es que no lo sabemos todo.

-Y, por lo general, no sabemos mucho, o quizá ni siquiera la mayor parte de lo que deberíamos saber. Y lo que creemos que sabemos puede no ser correcto o que nos falten piezas importantes. Así que no podemos aprender a conciencia lo que no sabemos o no entendemos del todo.

-A eso llamo yo informar. Si no es eso lo que entendemos por informar de verdad, ¿a qué nos referimos exactamente?

“Creo que nuestra profesión se beneficiaría si escucháramos más al público y le habláramos menos al público, como si lo supiéramos todo. Creo que deberíamos sorprendernos más por lo que no sabemos que por lo que sabemos, o por lo que creemos saber. En el periodismo, nos vendría bien más humildad y menos arrogancia”, concluyó Martin Baron.