lunes, enero 31, 2011

Crónicas del uno de febrero de 1992 *
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El Te Deum y “El Puma”

Por Guillermo Mejía

Es mediodía del primero de febrero y las chicas se disputan el mejor puesto para disfrutar de su ídolo.

El esfuerzo es meritorio. Resulta privilegio de pocas escuchar al venezolano José Luis Rodríguez “El Puma” sin pagar un centavo.

Así vale la pena el advenimiento de la paz, piensan algunas de las “niñas bien”. Ahí está el tipo, tan cerca, sería una locura que se quedaran encerradas. “¿Y a qué horas, pues?”, es la interrogante de las féminas.

Pero hay que respetar el programa, viene la ceremonia oficial para dar “gracias a Dios” por el inicio formal del cese de fuego luego de 12 años de conflicto armado.

“El Puma” preside los actos en la Plaza Las Américas, junto al mandatario Alfredo Cristiani y la alta cúpula gubernamental. Están las esposas de algunos de ellos; las chicas muestran envidia.

Las 14 antorchas, que representan a igual número de departamentos del país, ingresan portadas por jovencitos atléticos. En su camisa tienen estampada la leyenda: “Unidos por la paz, 1 de febrero de 1992”.

Encienden la llama votiva que arderá eternamente, hay júbilo en las autoridades presentes, incluida la alta jerarquía de la Iglesia Católica. Las chicas esperan impacientes, el calor es sofocante.

Además de las “fans” del susodicho y los funcionarios, hacen presencia los curiosos de siempre que no pierden oportunidad y agitan banderas azul y blanco.

Al fondo del estado, sobre la calle que conduce al centro de la ciudad, el panorama es diferente. Una marcha de militantes y simpatizantes de la guerrilla baja de la juramentación de COPAZ.

Varios camiones atestados de campesinos circulan por la vía, en sus barandales llevan pancartas con pintas como “Gracias FMLN por darnos la paz”.

Van de paso. El gobierno no permitió que el acto fuera ecuménico, sino oficial, con la bendición del Papa, y que gozara del beneplácito de la Asociación Salvadoreña de Radiodifusores (ASDER) que transmite la señal en cadena.

“Qué emoción…”, se oye. Aplausos, euforia. El ídolo toma el micrófono y canta el Himno de la Alegría…

Vuelan las palomas y se elevan los globos azules y blancos. Dos ancianas de aspecto humilde, acompañadas de una niña, muestran un cuadro de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, mientras tres jovencitos agitan banderas rojas con las siglas FMLN.

¡Qué contraste! Pareciera que camina sobre ruedas la reconciliación nacional.

Bajan los ánimos, ahora Cristiani se refiere a la tarea de reconstruir el tejido social y la infraestructura económica. “Es la hora propicia para hacer un enorme y profundo esfuerzo para superar odios, los rencores y los recelos indiscriminados”, dice. “Los salvadoreños tenemos que estar unidos para enfrentar los difíciles retos de la reconstrucción nacional”. Y advierte: “Si seguimos insistiendo en la dinámica amigo-enemigo seguirá la guerra”.

Las chicas, que se recogen el cabello, hacen una segunda espera.

La Coral Salvadoreña entona las “bienaventuranzas por la paz”; la gente aprovecha para comprar helados o perritos calientes.

Los periodistas están confinados en dos palomares, la seguridad presidencial saca las uñas e impide que se acerquen hasta la mesa que preside los actos. Es una ceremonia oficial, aducen.

En medio de esos contratiempos aparece el Nuncio Apostólico, Monseñor Manuel Monteiro de Castro, con el mensaje de Su Santidad Juan Pablo Segundo con ocasión de la finalización de la guerra.

Como devotas de la paciencia, las niñas, que no entienden el discurso, se ven en la necesidad de soportar el “Te Deum” cantado en latín por La Coral Salvadoreña y los obispos.

Una periodista extranjera exclama: “Me avisan cuando haya que decir amén, por favor”.

Al fin, los religiosos dicen amén.

“Tal vez ahora. Si yo vine por ver al Puma”, se queja una de las jovencitas. Señores, ha finalizado el “Te Deum”, anuncia el maestro de ceremonia, retiro del Señor Presidente…

Sueños frustrados para muchas, el cantante de “Amalia Rosa”, “Culpable soy yo”, “Agárrense de las manos” y el “Pavo real” solamente les tira besos y saluda con sus manos.

Una hora de espera.

“Qué mala onda, el man nos dejó plantadas…”, una nueva queja.

A estas alturas, las chicas abandonan el lugar.

La llama votiva se vuelve la atracción del momento.

Foto por aquí y foto por allá; las cámaras de vídeo captan impresiones.

Hay interrogantes.

Algunos esperaban una masiva concurrencia.

Una señora pregunta a su esposo: “¿Y qué no iban a venir los de la Comandancia, vos?”. El hombre se encoje de hombros.

Las ancianas, acompañadas de la niña, continúan mostrando el retrato de Monseñor Romero. Hay quienes no se dan cuenta. (FIN)

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Los comandantes en la plaza

Por Guillermo Mejía

Gritos, consignas y aplausos. Es hora que las bases pasen revista a quienes dirigieron la guerra.

Los miembros de la Comandancia General, la Comisión Político-Diplomática y del Comité Político están al frente.

Un enjambre de periodistas, ubicados en la tarima que sirve de estrado, estorba a la gente. “Bajen a la prensa”, demandan.

Los comandantes levantan sus brazos, saludan a la multitud que espera desde el mediodía bajo el sol, apretujada, sin mayores posibilidades de movimiento. La Plaza Cívica luce abarrotada.

De cara a una imagen del obispo mártir. Monseñor Oscar Arnulfo Romero, extendida sobre la fachada de la Catedral Metropolitana, inicia la ceremonia:

-Comandante Leonel González. Se emociona, recuerda que la sociedad es la garantía de cumplimiento. Sonríe. “Profe, profe, profe”, responde el auditorio. Aplausos.

-Comandante Roberto Roca. Serio, dirige su discurso, recibe vivas de los presentes, algunos con uniforme verde olivo.

-Comandante Joaquín Villalobos. Enciende a la masa. Nervioso, sonríe, advierte sobre las tareas futuras. “Joaquín, Joaquín, Joaquín”, se escucha al unísono.

-Comandante Schafik Jorge Handal. Tranquilo. En medio de los aplausos se oye “Schafik, Schafik, Schafik”. Envía su mensaje.

-Comandante Fermán Cienfuegos. Solo aprovecha la ocasión para afirmar que el nuevo político debe caracterizarse por discursar menos. Se retira. Aplausos.

El acto se reviste con la presencia de las comandantes Ana Guadalupe Martínez, Nidia Díaz y Mercedes del Carmen Letona. Su saludo mueve al auditorio, sobre todo cuando la segunda expresa “nunca estuvimos solos…”

La fiesta continúa. La Banda Tepehuani y el nicaragüense Luis Enrique Mejía Godoy amenizan el ambiente. “Denme la F de fuerza insobornable, denme la M de muerte o libertad, denme la L de lucha inclaudicable, denme la N de no retroceder”, canta Mejía Godoy.

A estas alturas las únicas lucen provienen de plantas eléctricas. La alcaldía tomó represalias, afirman. Cantidad de fósforos encendidos aparece desde la oscuridad en señal de que no importa.

La algarabía se extiende hasta la Plaza Libertad y el Teatro Nacional, donde están ubicados otros actos alusivos. Una pancarta que tiene la leyenda “Roque y Alfonso poetas de la Resistencia”, se observa a lo lejos.

La mara también hace cola, para celebrar… (FIN)

*Materiales periodísticos publicados en la Revista Tendencias, edición número 7, correspondiente al mes de febrero de 1992. San Salvador, El Salvador, C.A. (En una próxima entrega pondré otra crónica referida a la juramentación de COPAZ, aparecida en esa misma edición).

lunes, enero 24, 2011

La coyuntura pre-electoral y la necesidad de otra comunicación

Por Guillermo Mejía

La coyuntura pre-electoral, con promesas insatisfechas y acciones de efervescencia social, es una buena ocasión para repensar el papel de la comunicación a fin de analizar e interpretar el entorno con vistas a posibilitar verdaderos escenarios de cambio, aunque las tareas son arduas y nos hace falta mayor compromiso político.

De entrada, la forma en que se presenta la situación nacional nos remite a la urgencia de actuaciones responsables a fin de corresponder con los intereses colectivos, por parte de los gobernantes de turno, como de ejercer nuestros derechos ciudadanos inalienables, pero tomando en cuenta también nuestros deberes.

La reciente crisis en el sistema judicial, así como los amagos en el magisterio y salud pública, entre otros, nos advierten sobre ciertas deudas de parte del gobierno del presidente Mauricio Funes con respecto a los empleados públicos y su compromiso de cumplir con la ley, promesa que recibió beneplácito popular por su ausencia en el ejercicio del poder.

Se suman ciertas actuaciones de los trabajadores organizados, más allá de los derechos por lo que vale la pena luchar, que desdicen mucho de su compromiso con el interés público. Por ejemplo, a la vista de mucha gente resultó controversial el cierre de medicina legal, así como la liberación de presuntos delincuentes por incumplimiento de los plazos que otorga la ley.

El gobierno aduce que las arcas del Estado no andan bien -y es cierto- para corresponder con las peticiones de los trabajadores y que hay que socarse el cincho todavía más porque la prioridad son los relegados del sistema, razón comprensible. Sin embargo, los ciudadanos se dan cuenta que hay sectores privilegiados sobre los que no existe mayor rigor, sino tolerancia.

Lamentable que aún no se experimenta, como se prometió hasta la saciedad, otra forma de hacer política, porque de todos es conocido que persisten muchas prácticas bochornosas en la gestión pública, mientras en la organización popular no se pasa del discurso deslucido y de ciertos redentores que andan en la rebusca de huesos.

La comunicación como herramienta política

En ese contexto, cabe recordar que la comunicación masiva puede ser una herramienta política para aclarar las cosas y buscar nuevos horizontes bajo propuestas participativas con respecto a las formas tradicionales en el sistema de comunicación colectiva como, para el caso, la ausencia de mediación entre la gente y sus autoridades (incluidos, por supuesto, los poderes fácticos).

La maestra Ana María Miralles, experta en periodismo cívico y periodismo urbano, señala que, más que una moda o un método, estas propuestas participativas promueven traspasar las fronteras del periodismo tradicional en dirección a la deliberación pública; en otras palabras, la discusión pública más allá del simple registro de hechos.

Una comunicación masiva al encuentro del denominado “tercer espacio” en la sociedad, que está representado por la ciudadanía que, bajo el modelo de comunicación tradicional, ha quedado relegada a simple espectadora y consumidora del discurso dominante sin posibilidades de concreción de su derecho a la información y a la comunicación.

Según Miralles, los propósitos “giran en torno a la idea de reconectar a los ciudadanos a la vida pública, potenciar la capacidad de deliberación de la ciudadanía, ofrecer información con miras a la participación, apoyar los procesos ciudadanos con un buen cubrimiento y especialmente un adecuado seguimiento, dar elementos para la creación de capital social”.

Claro que cuando se habla de participación y deliberación se entra en una amplia discusión filosófica y, por ende, en las formas en que se estructura –o puede estructurarse- la sociedad. Eso sí, independientemente del sistema, el punto es que los ciudadanos tienen derecho a construir su destino en un marco de justicia social y de paz.

Miralles sostiene que esta propuesta “lo que ofrece es hacer visibles otras voces en los procesos de deliberación y en la figura de la polifonía encontrar la voz pública o, si se quiere, las voces públicas. La des-elitización de las discusiones interpela el concepto predominante de opinión pública en la cultura occidental, de modo que sitúa a los ciudadanos en la posibilidad de asumir su propia agenda”.

Como se aprecia, las tareas son arduas y se necesita mayor compromiso político en los trabajadores de la comunicación colectiva (y la gente). Empero, en esta sociedad existe la ausencia de cultura política en las bases y la presencia de un modelo de comunicación excluyente. Así, una opción válida y urgente lo representa la comunicación alternativa con las propuestas participativas e incluyentes.

lunes, enero 17, 2011

Las responsabilidades del receptor en la comunicación masiva

Por Guillermo Mejía

La comunicación masiva ha sido preocupación de antaño con diversas propuestas teóricas que van desde el control autoritario, la concepción libertaria, la responsabilidad social, hasta la tradición normativa comunitaria. El problema es que en la actualidad estamos inmersos en la perspectiva de la globalización neoliberal que menosprecia al ser humano y prioriza la eficiencia y la competencia.

Obvio, eficiencia en cuanto al “éxito” de las empresas bajo criterios de menor costo y competencia centrada en el reconocimiento de los sujetos “más aptos” para desarrollar las actividades comunicativas que, en la mayoría de casos, implica su pérdida de humanidad, solidaridad y entrega, por ver quién sobrevive en la jungla mediática.

La sociedad contemporánea, inmersa en la posmodernidad, nos trae a la cola la sociedad de la información donde el supuesto optimista es que los sujetos de la comunicación –los receptores- deberían convertirse en centrales de los procesos de comunicación, algo que se dificulta en países centrales y, por tanto, en periféricos como nuestra región.

Las cosas no son como las pintan: “La informatización de la sociedad es un influyente refuerzo de las estructuras económicas existentes, y permite, en nombre de la competencia y de la optimización de los beneficios, un aumento sustancial de las tasas de productividad y de eficacia”, sostiene el profesor José Martínez de Toda, de la Universidad Pontificia Gregoriana, en Roma, Italia.

La lucha por lograr el sentido que debería tener la comunicación masiva, donde los sujetos participaran activamente en los procesos, de repente ser torna cuesta arriba bajo paradigmas dominantes centrados, además de la mencionada globalización neoliberal, en la propuesta informacional que vincula desarrollo tecnológico con calidad de vida. Las diosas máquinas frente a los seres humanos.

Martínez de Toda nos recuerda que de cara a los aspectos positivos y negativos de los medios de comunicación, a partir de una producción y consumo responsables de esos medios, ha habido ciertas propuestas de solución:

•Los problemas de los medios quedarían solucionados si sus dueños, administradores y comunicadores cumplieran los criterios éticos. Pero éstos no se cumplen.
•Y “cuando la ética no es suficiente, se necesitan reglas”. Pero éstas no se cumplen.
•También se ha hecho autorreglas. Por desgracia, tampoco éstas se cumplen.
•Se ha acudido también al Defensor del Espectador, importante ante problema tan grave, pero inoperante a pesar de su buena voluntad.
•Y, así, la última solución es la responsabilidad de los ciudadanos en el uso de los medios, lo que exige su formación y educación en ellos.

“Como se ve, se arranca de la responsabilidad individual de quienes están detrás de los medios. Se pasa también por la responsabilidad de quienes hacen las reglas y las deben exigir. Al fracasar todos estos intentos, se recurre de nuevo a la doble responsabilidad, la del comunicador y la del ciudadano usuario”, recalca el catedrático.

Sin embargo, esto no quiere decir que la lucha se deba abandonar, pues, muy al contrario, su exigencia es necesaria a fin de conquistar el verdadero sentido de la comunicación masiva.

En ese marco, la responsabilidad del receptor en la comunicación masiva considera –conforme a la propuesta teórica de Martínez de Toda- en primer lugar la formación y educación de los usuarios en medios a fin de que los sujetos tengan diversas dimensiones de esos procesos:

1. El sujeto alfabetizado mediáticamente: Los medios masivos tienen lenguajes propios. Conviene conocerlos para saber lo que quieren decir sus autores. Esto se logra estudiando los planos, campos, estereotipos, símbolos, la estructura narrativa, y los valores éticos y estéticos.
2. El sujeto consciente: Los medios son un gran negocio y son poderosos. Su objetivo principal es aumentar audiencia para así ganar más dinero y poder. Aquí se estudian los medios como instituciones sociales.
3. El sujeto crítico: Los medios esconden ideologías y las tratan de imponer. El sujeto debe pasar de ser ingenuo ante los medios y sus mitos a ser crítico con ellos.
4. El sujeto activo: La audiencia re-elabora los significados propuestos por los medios. El ciudadano debe pasar de ser pasivo y espectador de los medios a activo e interlocutor con ellos de forma que pueda crear su propia cultura.
5. El sujeto social: La interpretación de los mensajes depende también de las mediaciones sociales. Además las actividades con los medios deben tener objetivos sociales, como el desarrollo humano y social, la plenitud ciudadana, la democracia…
6. El sujeto creativo: La cultura se crea a través de los medios. Es la gran oportunidad de incluir nuestros valores en las nuevas producciones o en las reelaboraciones.

En segundo lugar, está la educación para la comunicación. La clave es que la verdadera educación para los medios no muere en sí misma, sino que pone en marcha actividades de comunicación y organización a favor de proyectos sociales de diverso tipo, estima el autor.

La relación educación-comunicación requiere de tres pasos concretos: 1. Integración de educación y medios de comunicación; 2. Educación para la comunicación; y 3. Educación y comunicación para objetivos sociales. En otras palabras, asumir que la educación y la comunicación son instrumentos básicos que tenemos para la conquista de una sociedad más humana.

En tercer lugar, la educación para la organización. No se puede desdeñar el proyecto mediador que debe estar implícito en la educación para los medios como acto social, así debe sustentarse en ser educativo, cultural y político.

“En este proyecto tanto educadores como padres, como trabajadores culturales y como educandos, se reconocen políticamente como sujetos históricos en situaciones específicas, desde donde tienen que ejercer las transformaciones de sus condiciones de existencia hacia condiciones más democráticas”, explica Martínez de Toda.

“La educación, que pretende objetivos sociales, debe impulsar la comunicación para poder organizarse y así llegar a resultados concretos. Por eso, el proyecto político pasa por la organización”, afirma.

En cuarto lugar, está la educación para el desarrollo, o sea la meta social de la educación para los medios: una educación para la vida, que eche una mirada a la sociedad que lleve a reconocer las situaciones conflictivas e injustas, y una educación para la democracia, que conlleve la formación cívica de los alumnos para tener ciudadanos con mayor consciencia democrática.

En conclusión, lograr un desarrollo humano y sostenido dentro de un “contexto de globalización solidaria y democrática”. La sociedad necesita de comunicadores democráticos para que los ciudadanos asuman su responsabilidad frente a los medios. Habría que revisar en nuestro contexto cuál es el compromiso que tenemos desde las propuestas tradicionales y alternativas de la comunicación.

lunes, enero 10, 2011

Los retos para recuperar a los sujetos de la comunicación

Por Guillermo Mejía

Cuando perfilamos los problemas de la comunicación masiva, en general centramos nuestra atención sobre el papel de los medios y sus hacedores, editores, periodistas, reporteros, foto-periodistas, etc., en menoscabo de los sujetos centrales de la comunicación; es decir, los seres de carne y hueso que están en la otra punta de la línea.

De esa forma, se precisa –a partir de planteamientos teóricos- la invisibilización de los receptores, pues resulta “más interesante” conocer sobre las prácticas de los profesionales de la comunicación social, sin importar lo que pasa en la otra parte importante del proceso, donde se consume, procesa y se opta como rutina cotidiana.

Tal como se perfila desde el aparecimiento de la cultura de masas, los trabajadores de la comunicación, en especial los periodistas y presentadores, han trascendido como sujetos centrales de dicho proceso, aunque no de manera pedagógica –para educar a las audiencias- sino como estrellas del espectáculo que se plantan a la par de los actores de la vida socio-política, económica y cultural.

El maestro Isidro Catela Marcos, profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca, se hace las siguientes interrogantes al respecto: ¿Cómo prescindir de ese receptor en el análisis de la comunicación?, ¿cómo ignorarlo?, ¿cómo considerarlo y relegarlo si se muestra como la razón misma de la existencia de la comunicación?, ¿qué sentido hallaremos sin construcción conjunta?

“Hoy más que nunca es ese receptor el que pone en juego la dinámica de su subjetividad, sus ‘ruidos’, cargados de sus propias competencias culturales y simbólicas, sus juicios acerca de lo que lee, oye y ve, y por eso mismo el resultado de la comunicación exige tenerle en cuenta como constructor mismo del mensaje, pues realmente éste se completa en él, en el encuentro, en el complejo proceso de la recepción que no es sino creación misma de un nuevo mensaje”, responde.

Hay que enfatizar en el problema que de la esfera comunicativa se pasó a la esfera informativa, donde ese sujeto central es desplazado: “Si desde su origen la comunicación ha sido encuentro entre personas, la identificación posterior con todo aquello que pasa por los medios ha hecho que los propios conceptos se hayan ido transformando de manera muy significativa”.

Así, se encuentra una serie de términos que comienza en la persona y se convierte en ciudadano, receptor, audiencia, masa, usuario, consumidor y cliente.

El maestro español trae a memoria cómo la crisis de los paradigmas a partir de la década de los 80 vino a darle un vuelco a la consideración de la comunicación, sobre todo en tiempos de neoliberalismo y posmodernidad, época de relativización absoluta, además de la aparición de las nuevas tecnologías y la globalización económica que trastocaron nuestras vidas.

La visión desde el sujeto era imprescindible. Las ciencias sociales se trazaron la tarea y, en especial desde la comunicación, “se ha traducido por la recuperación del receptor. Se trata de un tipo de enfoques que presta gran atención a lo común, a lo aparentemente trivial e insignificante, a las rutinas cotidianas de los sujetos” que apuestan por la capacidad del receptor en la construcción de sentidos.

Lleva a entender al receptor como pieza clave y primera de la comunicación, según Catela Marcos, “sencillamente porque desde él se piensa, desde él tiene sentido y, en última instancia, su actividad decodificadora es interpretación, producción de significados”, aunque no se puede menospreciar la estructura misma del mensaje. En el juego participan productores, productos y receptores, en un contexto.

El maestro español reivindica a los Estudios Culturales, originados en la Escuela de Birmingham, Inglaterra, en los años cincuenta del siglo pasado, como una de las propuestas válidas para comprender el binomio comunicación y cultura, en otras palabras entender las prácticas del sujeto receptor en su propia realidad. En América Latina esa escuela ha dado frutos importantes, aunque desde relecturas.

Catela Marcos propone algunas consideraciones para reivindicar la comunicación a partir de sus preocupaciones por los sujetos centrales del proceso:

Uno, la ética de la recepción no ama las cifras. Porque no son suficientes en sí mismas para comprender la realidad comunicativa que nos rodea, porque prefiere querer a las personas, sin necesidad de que estén cifradas.

Dos, la comunicación es apertura, no cerrazón. Búsqueda y encuentro.

Tres, la comunicación es el soporte imprescindible de la información. Una pizca de comunicación vivida personalmente es básica para darle sentido a la información que nos satura desde diferentes instancias.

Cuatro, el receptor no existe sin formación. Subsistirá, dependerá de los otros, estará abocado a recibir y en su aceptación o negación cerrará el proceso, pero nunca saldrá de su papel pasivo, de su ingenuidad.

Cinco, formación es conocimiento interno de los medios. Exigir y preocuparse por saber cuáles son los grupos de poder que están detrás de los medios de comunicación para poder así interpretar la información, y contrarrestar ese poder real que consiste, no tanto en molestar al gobierno o al ayuntamiento de turno, cuanto en modelar conciencias y transmitir maneras de entender el mundo.

Seis, formación es conocimiento del lenguaje de los medios. Nos capacitará para una recepción mucho más activa y nos hará entender que la realidad presentada es polisémica, no tanto porque cualquier significado sea posible, sino porque un sentido unívoco será más bien improbable.

Siete, formación es tarea ética, educación moral que vaya más allá del normativismo imperante.

Ocho, la comunicación no existe sin receptor formado. La información reducida a mero estímulo no necesita respuesta cualificada, necesita simplemente una respuesta.

Nueve, el receptor formado es exigente. Consigo mismo y con los demás. Se exigirá, por ello, comprometerse y participar más con aquello que lee, escucha y ve.

Diez, la autorregulación es exigencia necesaria. El receptor que se exige, exigirá a los demás y trabajará por formar parte de ese proceso.

Once, la autorregulación es exigencia insuficiente cuando los propios mecanismos que la articulan (ombudsman, estatutos, consejos, libros de estilo, asociaciones de profesionales y usuarios) son concebidos como parapeto que salvaguarda la imagen de marca del medio o cuando se utilizan como canal que ha de preparar la estrategia de reacción a partir de un escándalo o de una metedura de pata sonada.

Doce, el receptor autorregulado debe reivindicar el carácter social de la propiedad de los medios. Es recuperar la lógica de servicio que la masificación de los medios y el desarrollo tecnológico nos han hecho olvidar.

Trece, la recepción no se agota en la exposición del receptor de los medios. Y el propio receptor debe ser consciente de ello para considerar la importancia que tienen las mediaciones (familia, escuela, amigos, etc.) que resultan fundamentales a la hora de interpretar el sentido conjunto de lo que se ha recibido.

Catorce, la recepción no se agota en una sola exposición. La realidad mediática es una realidad caleidoscópica, por eso, el receptor formado busca más de una fuente, se acerca todo lo que puede al manantial, porque sabe que allí está el agua más pura, no se conforma con una sola visión, pues está convencido de que mirar así terminará por empobrecerle.

Quince, la recepción crítica enlaza comunicación y educación. El receptor que analiza los filtros que criban la información que recibe y que se preocupa por acudir a múltiples fuentes de información es un receptor crítico, y es crítica le lleva a introducir valores, a proponer modelos, a preferir contenidos y a influir sobre los demás.

Dieciséis, la recepción crítica es recepción voluntaria. Nos cuesta aceptar que el medio puede dominarnos como nos puede llegar a dominar cualquier aspecto meramente impulsivo de nuestro organismo. En la medida en que la recepción sea intencionada y voluntaria, la persona se reafirma ante el medio y ante la masa anónima que a la misma hora desde otro sofá está viendo y deglutiendo lo mismo que él.

Así las cosas, la tarea es inmensa, pero fascinante.

lunes, enero 03, 2011

La ciudadanía comunicativa frente al ejercicio político

Por Guillermo Mejía

Al pensar sobre las posibilidades o falencias que muestra la forma en cómo se concibe la comunicación y su relación con la ciudadanía, una deuda de primer orden es la participación ciudadana, como ausencia desde el sistema de medios de comunicación colectiva o en la negación –en muchos casos por frustración- de la colectividad.

Cuando se dice en muchos casos, no se puede negar, por ejemplo, que la gente también no se activa dado a que le hace falta formación política unida a la lógica perversa en que actúan los medios tradicionales con la espectacularización de la política, la forma en que tratan la violencia, en fin el cretinismo inducido con su oferta periodística.

La catedrática universitaria argentina María Cristina Mata, especialista en la relación entre comunicación y ciudadanía, advierte sobre que, a partir de la última década del siglo pasado, el concepto de ciudadanía fue remozado con la presencia de los individuos como sujetos de demanda y proposición en diversos ámbitos vinculados con sus propias experiencias.

“Pero esta ampliación que lleva a algunos pensadores a hablar de ‘nuevas ciudadanías’ definidas en el marco de la sociedad civil no llega a encubrir, como bien lo señala Hugo Quiroga, que el debilitamiento de la clásica figura de la ciudadanía (…) implica serios desafíos para pensar en la transformación de los órdenes colectivos injustos vigentes en nuestras realidades”, enfatiza.

La visión mediática tradicional asegura, desgraciadamente muchos lo creen, que la sola presencia en la oferta informativa de los funcionarios y la gente de a pie basta para reconocer la ampliación del espacio público y, por ende, el fortalecimiento de la ciudadanía. De esa forma, los medios aparecen como adalides de cara a la precariedad institucional y la falta de movilización social organizada.

Sin embargo, de acuerdo con Mata, “la comunicación se reconoce como fundante de la ciudadanía en tanto interacción que hace posible la colectivización de intereses, necesidades y propuestas. Pero, al mismo tiempo, en tanto dota de existencia pública a los individuos visibilizándolos ante los demás y permitiendo verse –representarse ante sí mismos.” De ahí la posibilidad de la comunicación y la política.

La también autora argentina señala con precisión que no se puede obviar, a la vez, que en esa relación se tiene que considerar que la política no puede ser pensada al margen de la “puesta en común de significaciones socialmente reconocibles”, y que esa puesta en común es lo que posibilita que “lo común” pueda convertirse en “horizonte” para la sociedad.

La ciudadanía comunicativa

La comprensión de la relación compleja entre comunicación y ciudadanía lleva a Mata a plantearse la tensión que considera necesario asumir de esa problemática, en términos políticos como conceptuales, que es “la imposibilidad de pensarla sin reconocer, al mismo tiempo, la condición de públicos que los ciudadanos tenemos en nuestras sociedades mediatizadas”.

Cae a cuenta la noción de “ciudadanía comunicativa” que se entiende como “el reconocimiento de la capacidad de ser sujeto de derecho y demanda en el terreno de la comunicación pública, y el ejercicio de ese derecho. Se trata de una noción compleja que envuelve varias dimensiones y que reconoce la condición de público de los medios que los individuos tenemos en las sociedades mediatizadas”.

La noción de “ciudadanía comunicativa” implica varias condiciones:

-Remite a derechos civiles –la libertad de expresión, el derecho a la información, la posibilidad de exigir la publicidad de los asuntos públicos, etc.- jurídicamente consagrados por diversos instrumentos tales como la constitución de los Estados, leyes, decretos, disposiciones reglamentarias. En ese sentido, y como ocurre en general con los derechos civiles, la ciudadanía comunicativa representa un límite a la acción del Estado con el fin de garantizar la libertad de las personas y representa un estatus jurídico.

-Recuperando el concepto republicano de ciudadanía, la ciudadanía comunicativa implica el desarrollo de prácticas tendientes a garantizar los derechos en el campo específico de la comunicación. En ese sentido, excede la dimensión jurídica y alude a conciencia práctica, posibilidad de acción.

-Pero además, la ciudadanía comunicativa involucra dimensiones sociales y culturales vinculadas a valores de igualdad de oportunidades, calidad de vida, solidaridad y no discriminación presentes en los llamados derechos de tercera generación. La ciudadanía comunicativa se entrelaza con las referencias identitarias y los reclamos más generales de igualdad ya no sólo en relación al Estado sino en relación con la acción del mercado y todo tipo de dispositivos que promueven la desigualdad.

“Pensada de este modo, y reconociendo la indisoluble articulación entre discurso y acción, el ejercicio de la ‘ciudadanía comunicativa’ se vuelve imprescindible para la existencia de una sociedad de ciudadanos”, sostiene María Cristiana Mata.

“Si no existen posibilidades de ejercer ese conjunto de derechos y prácticas expresivas, se debilitan las capacidades y posibilidades de los individuos para constituirse como sujetos de demanda y proposición en múltiples esferas de la realidad, toda vez que la producción de esas demandas y proposiciones resulta impensable sin el ejercicio autónomo del derecho a comunicar, es decir a poner en común”, añade.

En conclusión, y reconociendo que el orden social imperante es injusto, conflictivo y tenso entre sectores poderosos y sectores excluidos, Mata estima que el ejercicio de la ciudadanía comunicativa reconoce niveles diferenciados:

“Uno es el nivel de la ‘ciudadanía comunicativa formal’, representada por el conjunto de individuos depositarios de derechos consagrados jurídicamente en el campo comunicativo. Pero otro, es el que denominamos ‘ciudadanía comunicativa reconocida’, es decir, la condición de quienes conocen tales derechos como inherentes a su condición de integrantes de una comunidad determinada”.

“Y otra es la ‘ciudadanía comunicativa ejercida’, reconocible en quienes desarrollan prácticas sociales reivindicatorias de dichos derechos, en pos de su vigencia y/o ampliación. Y finalmente otra es lo que podemos llamar ‘ciudadanía comunicativa ideal’, aquella que, desde postulaciones teórico-políticas y de expectativas de transformación social, se plantea como utopía o meta alcanzable en vinculación con los procesos de democratización de las sociedades”.